xxv. Too Close To Home

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chapter xxv.
( the sea of monsters )
❝ too close to home ❞

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CLAIRE TENÍA MIEDO. Estaban perdidos en Virginia, sin ningún lugar al que ir. Hacía poco que habían sido atacados por unos monstruos en la heladería, después de que Luke les hubiera robado algo de dinero para comprar un regalo para el cumpleaños de Annabeth. Ya habían corrido hacia la costa, después de haber despistado a los monstruos unos quince kilómetros atrás —para que Thalia los convirtiera en polvo— y ahora trataban de esconderse entre los árboles y el terreno fangoso.

Luke y Thalia construyeron un refugio camuflado para pasar la noche. Tenían varios de estos alrededor de Florida y Virginia, repletos de provisiones por si alguna vez tenían que volver. En cada lugar al que iban, hacían uno nuevo y se quedaban allí un rato antes de marcharse una vez más.

Claire y Annabeth ayudaban cuando podían, recogiendo pequeños palos (bueno, Claire lo hacía, Annabeth tenía un don de inteligencia bastante natural incluso para su edad y sabía que los palitos no iban a servir de nada, así que en su lugar volvía con hojas) para Luke y Thalia. Tenían bastante experiencia en ello, tanto que crearon el refugio antes del atardecer y pasaron la cena ahí dentro comiendo algo de comida china que Luke había robado a un repartidor.

Claire había sido la primera en irse a dormir. Tener la barriga llena siempre le daba sueño, y se durmió junto a Annabeth, acurrucada con su bolita de luz para mantenerse caliente.

Pero tuvo una pesadilla.

Luke le dijo que tener pesadillas era parte de ser una semidiosa. Te avisaban del futuro y te guiaban hacia lo que debías hacer. Pero Claire no entendía cómo las suyas la advertían o la guiaban, todo lo que veía eran ojos dorados. Sin embargo, era lo más aterrador. No sabía cómo los ojos dorados podían asustar tanto, pero hacían que su estómago se apretara con fuerza, le dolieran los pulmones y estuviera segura de que su corazón iba a saltarle por la boca.

Se despertó con un gritito y alguien le puso rápidamente la mano sobre la boca para amortiguarlo. Claire miró fijamente los cálidos ojos azules de Luke y sintió que se calmaba.

Claire sintió lágrimas en los ojos y Luke dejó escapar un pequeño suspiro. Cuando supo que ella no volvería a gritar, retiró su mano y la ayudó a sentarse.

—No llores —le dijo al notar las lágrimas que empezaban a resbalar por sus mejillas sonrosadas—. Claire, vamos, no pasa nada, no llores.

Cerró los ojos con fuerza, esperando que aquello impidiera su llanto, pero no sirvió de nada.

Oyó a Luke suspirar de nuevo. Le siguió el movimiento de hojas y palos. Sintió su presencia junto a ella y, con cuidado, Claire abrió los ojos.

—¿Qué ha pasado? —le pidió con delicadeza. Claire sabía que él entendía que ella había tenido una pesadilla, así que no le preguntaba en general, sino qué había pasado en su sueño.

Se llevó las rodillas al pecho y negó con la cabeza.

—No quiero hablar de ello.

—A veces, hablar de ello lo vuelve más fácil.

Claire le miró directamente a los ojos.

—Tú no hablas de los tuyos. Ni siquiera con Thalia.

La mandíbula de Luke se apretó. Sus ojos azules se estrecharon ante la entrada de su escondite. Parecía estar contradiciendo algo. Sus hombros se tensaron y sus cejas se fruncieron. Claire se dio cuenta de que probablemente no debería haber dicho lo que dijo, pero como niña de seis años, no tenía mucha sabiduría. No comparada con Annabeth.

—Veo un cíclope —le dijo de forma bastante brusca—. Un cíclope con el ojo más grande que he visto nunca mirándome fijamente, listo para matarme. Y a todos los demás... y no puedo hacer nada—. Luke apretó las palmas de las manos contra los párpados de sus ojos, respirando profundamente.

Claire quería hacer algo. Hacer que se sintiera mejor. Pero ella tenía miedo, igual que él. Al igual que todos. Claire hizo lo único que sabía, algo que su madre hacía cuando se enfadaba. Se acercó y rodeó a Luke con sus brazos, abrazándolo con fuerza.

A-tisket, a-tasket, a green and yellow basket... —comenzó a cantar e inmediatamente, la mirada de Luke se suavizó—. I wrote a letter to my love, and on the way I dropped it...

*

LA VIDA EN EL MAR ERA DRAMÁTICA. Lo cual tiene sentido: Percy tenía que sacar su dramatismo de alguna parte. De cualquier manera, no me gustaba. Viajamos a través de los mares con el regalo de Hermes de los cuatro vientos, ondeando detrás de nosotros, más rápido que cualquier motor. Odiaba el mar en general, me daba asco y siempre sentía que iba a caer por la borda. Cuando no estaba dormida, me agarraba al costado con los ojos cerrados con fuerza, tratando de concentrarme en cualquier cosa que no fueran las olas que chocaban contra la balsa de goma. Cuando me desperté de nuevo, me perdí que Percy y Annabeth llamaron a Quirón. No sé por qué he estado soñando con Luke últimamente. Tal vez porque recientemente, él siempre parecía estar en mi mente, todo por las peores razones, y mi subconsciente deseaba esos días en los que era mi amigo, la única persona en el mundo en la que podía confiar más incluso que Annabeth.

Tal vez era la pena. Estaba de luto por el Luke que solía conocer. El Luke al que me aferraba, buscando desesperadamente al chico de catorce años que me encontró en un callejón oscuro hace tantos años, con la esperanza de salvarlo... pero no pude. Murió. Cayó, escurriéndose de entre mis dedos y en la oscuridad que siempre tuvo dentro. Le fallé.

Nos fallé a todos.

Quería llorar, pero no podía. No delante de Percy y Annabeth, especialmente de Percy. No podía ser débil... no cuando Percy ha visto ese lado de mí tantas veces, donde tenía que intervenir y arrastrarme de vuelta a la realidad. No puedo dejar que eso ocurra de nuevo. Soy una mestiza. Una heroína...

Al menos, eso creía.

Levanté la cabeza del lugar donde descansaba contra mi bolsa de viaje para ver el mar frente a nosotros. El alivio me llenó el pecho cuando vi una larga franja de playa bordeada de hoteles de gran altura.

—¡Es Virginia Beach! —dijo Annabeth cuando nos acercamos—. ¡Por los dioses! ¿Cómo es posible que el Princesa Andrómeda haya llegado tan lejos en una sola noche? Deben de ser...

—Cinco mil treinta millas náuticas —dijo Percy inmediatamente. Fruncí.

—¿Cómo lo sabes? —le pregunté, y tanto él como Annabeth y Tyson dieron un respingo, sin darse cuenta de que me había despertado.

Mirándome, Percy murmuró:

—Pues... no estoy seguro.

Annabeth reflexionó un momento.

—Percy, ¿cuál es nuestra posición?

Sin pensarlo dos veces, Percy respondió:

—Treinta y seis grados, cuarenta y cuatro minutos norte; setenta y seis grados, dos minutos oeste... whoa —sacudió la cabeza—. ¿Cómo es que lo sé?

—Probablemente por tu padre —ladeé la cabeza en señal de reflexión—. O sea, estamos en el mar, es su terreno, lo más probable es que estés mucho más conectado con el océano en este momento... lo que significa que puede orientarnos perfectamente —me encogí de hombros—. No está mal, Aquaman.

Percy arrugó el ceño, no parecía precisamente contento por su apodo, pero antes de que pudiera protestar, Tyson le tocó el hombro.

—Viene bote.

Miré por encima de mi hombro para ver una embarcación de guardacostas que se acercaba con luces parpadeantes.

—No podemos dejar que nos atrapen —dijo Percy—. Nos harían demasiadas preguntas.

—Sigue adelante hasta la bahía de Chesapeake —dijo Annabeth—. Conozco un sitio donde escondernos.

Mis ojos se dirigieron a los de Annabeth y los suyos se encontraron con los míos. Nos estaba llevando a uno de nuestros antiguos escondites, el mismo en el que tuve mi sueño. Sentí que el corazón se me subía a la garganta, pero me lo tragué de nuevo, centrando la mirada en la costa de Virginia. No había regresado a este lugar desde que lo dejamos hace tantos años, pero me obligué a poner cara de valiente mientras Percy aflojaba un poco más la tapa del termo y una nueva ráfaga de viento nos hacía salir disparados hacia la bahía de Chesapeake. Incluso con el guardacostas cayendo detrás de nosotros, no redujimos la velocidad hasta que las orillas de la bahía se estrecharon y entramos en la desembocadura de un río.

—Allí —Annabeth señaló a la izquierda—. Después de ese banco de arena.

Al adentrarme en una zona pantanosa repleta de hierbas, inspiré profundamente y me agarré con más fuerza a los laterales de la embarcación cuando Percy encalló el bote salvavidas al pie de un ciprés gigante.

En cuanto bajamos, la mano de Annabeth se aferró a la mía. Por lo visto, estaba tan nerviosa y asustada como yo. Los árboles se cernían sobre nosotros, cubiertos de enredaderas, y los insectos zumbaban en pequeños enjambres. El aire era caliente y húmedo, tanto que el vapor se desprendía del río.

—Vamos —la voz de Annabeth tembló ligeramente—. Está ahí, en el banco de arena.

—¿El qué? —preguntó Percy.

—Tú síguenos —le dije, agarrando con más fuerza la mano de Annabeth mientras ella cogía nuestros petates. Me pasó el mío, dejando que Percy cogiera el suyo y el de Tyson con una mirada contrariada—. Será mejor que ocultemos el bote —dije entonces—. No debemos llamar la atención, ya sabes...

Después de cubrir el bote salvavidas con ramas, Annabeth y yo guiamos a Percy y a Tyson por la orilla, dejando huellas tras nosotros en el lodo rojizo que hice que Percy ensuciara al caminar para que nadie pudiera seguirnos.

Recuerdo que fue aquí, en este lugar, donde tuve mi sueño sobre el Hombre del Ojo Amarillo. Fue uno extraño que aún recuerdo porque, por alguna razón, me había aterrado mucho. No vi nada más que esos ojos, y la risa maníaca que parecía vibrar desde el suelo, sacudiendo la piedra bajo mis pies. Desde entonces no he vuelto a tenerlo, y el hecho de haber soñado con él me hizo revivir todo el miedo que tenía de pequeña.

No me gustaba.

Después de cinco minutos de barro, llegamos a un área de zarzas. Annabeth apartó un círculo de ramas tejidas y llegamos al refugio camuflado. El interior era lo suficientemente grande para cuatro (incluso con Tyson como cuarto), ya que lo construimos para que fuera lo suficientemente grande como para dormir y vivir durante unas semanas antes de tener que irnos. Las paredes eran de plantas entretejidas. En una esquina había sacos de dormir y mantas, con una nevera portátil y una lámpara de queroseno. En la otra esquina había puntas de jabalina de bronce, un carcaj lleno de flechas, una espada extra y una caja de ambrosía. Sentí un dolor en el corazón... Estaba exactamente como lo habíamos dejado.

—Un escondite mestizo —Percy miró maravillado a Annabeth—. ¿Lo construisteis vosotras?

—Thalia, Claire y yo —dijo en voz baja—. Y Luke.

Empujé a Annabeth para entrar, pasando las manos por los lados. Eran ásperos contra las yemas de mis dedos, y quise abrazar las paredes, acercándolas a mi corazón. Estos pequeños lugares, dondequiera que estén, eran mi hogar antes del Campamento Mestizo. Thalia, Annabeth y Luke lo eran.

Luke.

—Y vosotras... —Percy se acercó a mi lado, pareciendo un poco incómodo—. ¿No crees que Luke venga a buscarnos aquí?

—Espero que no —dije en pocas palabras—. Construimos una docena de refugios como éste. Dudo mucho que recuerde siquiera dónde están. Ni creo que le importe.

Encontré mi antiguo lugar en el refugio, junto a las mantas, y me senté. Arrojé mi petate y miré las armas. La vieja lanza de Thalia... la espada de repuesto de Luke... el arco y las flechas. Ese era el arco y el carcaj de Thalia; me enseñó a disparar mi primera flecha con eso.

Vi que Percy y Annabeth compartían una mirada. Supe que estaban teniendo una conversación silenciosa, y pronto Annabeth dejó caer su petate a mi lado antes de decir:

—Voy a buscar material nuevo para este techo, está un poco viejo.

Y se alejó. Por la forma en que caminó, supe que estaba molesta. Igual que yo, o incluso más. Pero sabía que a Annabeth le gustaba estar sola. Volvería cuando estuviera lista para hablar, y nos sentaríamos juntas en nuestro sitio y recordaríamos con tristeza los días que parecían mucho más sencillos. Pensar que huir, ser atacados por monstruos cada dos días porque nuestros padres no nos querían era más sencillo que ahora me daban ganas de reírme amargamente.

Percy miró por encima del hombro a Annabeth marchándose, un poco confuso.

—¿Está... Está bien?

Arqueé una ceja.

—¿Tú qué crees, Niño Acuático?

Se rascó la nariz.

—Claro. Um... —miró al cíclope que se ocupaba de sus propios asuntos, absolutamente asombrado por el techo de la planta—. ¿Tyson? ¿Te importaría echar un vistazo por ahí? Para buscar un súper selvático o algo por el estilo.

Tyson arrugó las cejas en confusión.

—¿Un súper?

—Sí, para comprar patatas fritas. O donuts. Cosas así. Pero no te vayas muy lejos.

—Donuts —dijo Tyson, muy serio—. Voy a buscar donuts por la selva —salió y empezó a gritar—: ¡Donuts!

Una vez que se fue, Percy se sentó frente a mí, y yo miré mi petate, jugando con la cremallera.

—Oye, siento lo de... Ya sabes, que te encontraras con Luke y tal.

Me encogí de hombros.

—Lo que sea. No es culpa tuya.

Notó el tono de mi voz y frunció el ceño.

—Tampoco es culpa tuya —cuando volví a encogerme de hombros, se inclinó hacia delante—. Hey, Claire —su voz era suave. Me hizo levantar la vista. Me recordó mucho a Luke. La forma en que decía mi nombre cada vez que me asustaba, o estaba molesta, excepto... excepto que era diferente. De una manera que no podía precisar exactamente—. No es culpa tuya.

Sabía que no estaba hablando sólo de encontrarse con Luke. Era como si supiera exactamente lo que estaba pensando, y eso me asustó. Percy lo sabía. Sabía que yo no era una heroína, sabía que no podía salvar a Luke, o que no podía traerlo de vuelta... conocía mi verdadero yo, débil y cobarde. Alguien con miedo... que tan pronto como vio quién era realmente Luke, se rompió. Me rompí como porcelana.

Entonces, me moví rápidamente. Me senté recta, borrando por completo el lenguaje corporal que tenía antes. Estaba cambiando de tema, y él lo sabía.

—Luke nos dejó ir con demasiada facilidad —le dije. Percy no parecía contento de que lo alejara, pero se limitó a asentir, dándome la razón—. Hablaba de nosotros habiendo mordido el anzuelo. Osea, creo que hablaba de nosotros.

—¿El vellocino es el anzuelo? ¿O Grover?

Lo pensé por un segundo.

—No sé. Quizá quiere quedarse el vellocino... Quizá espera que hagamos nosotros lo más difícil para luego robárnoslo... Yo... Aún no puedo creer que envenenase el árbol de Thalia...

—¿Qué quería decir con eso de que Thalia se habría puesto de su lado? —preguntó Percy.

Sacudí la cabeza de inmediato.

—Se equivoca. Thalia jamás lo haría...

—No pareces muy convencida.

Lo fulminé con la mirada.

—Thalia se enfadaba a veces con su padre, igual que tú. ¿Te revolverías contra el Olimpo por ese motivo?

—No.

—Pues ella tampoco. Luke se equivoca —Percy me recordaba a Thalia. Era fuerte, obstinado y un líder natural. Eran tan parecidos que daba un poco de miedo, y si estuviera viva, ella y Percy se odiarían a muerte o serían buenos amigos. Así que, si él no pasaba de bando... Esperaba que Thalia tampoco.

Percy se quedó callado, pero por la expresión de su cara supe que quería preguntar más.

—¿A... a qué se refería Luke con que vas a morir?

Palidecí. Miré mis manos.

—No es nada.

—Claire...

—Luke solo intenta manipularme —dije esta vez con más fuerza, queriendo que esta conversación terminara—. Está siendo manipulado. Miente. No voy a morir.

Claire...

—¡Déjalo! —le espeté. Tragó con fuerza—. No voy a morir, Percy. ¿No puedes parar?

Sin embargo, no iba a quedarse de brazos cruzados. Los ojos de Percy se entrecerraron y su mandíbula se apretó. Idiota testarudo...

—Claro que no voy a parar en eso. ¡He visto cómo has reaccionado! ¡Dijo que ardías por dentro...!

Me alegré cuando Annabeth y Tyson reaparecieron, y Percy se calló inmediatamente. Era fácil darse cuenta de que habíamos tenido una pequeña pelea, ya que ambos estábamos nerviosos y rojos. Pero eso ya no importaba, por la mirada de Annabeth estábamos en serios problemas. Tyson, sin embargo, sonrió a ellos y mostró su caja de Donuts Monstruo.

—¡Tengo donuts!

—¿De dónde has sacado eso? —cuestioné—. Estamos en medio del pantano...

—Chicos, venid —dijo Annabeth con urgencia, y Percy y yo no perdimos tiempo en seguirla hasta la puerta. Tyson hizo un ademán de querer comer un donut, pero al final, los dejó en el refugio y nos siguió.

*

ESTO ME HUELE MUY MAL —dijo Annabeth mientras los cuatro nos escondíamos detrás de un árbol, mirando la tienda de donuts en medio del bosque. Era extraña; completamente nueva, con luces brillando a través de las ventanas y un aparcamiento recién asfaltado con un camino que se adentraba en el bosque, pero no había nada más en los alrededores, y tampoco coches en el aparcamiento. Pero había un empleado leyendo una revista detrás de la caja registradora, solo. En medio del bosque.

El letrero de la marquesina, con unas enormes letras negras que incluso un mestizo con dislexia podía descifrar, ponía: DONUTS MONSTRUO. Un ogro de tebeo le estaba dando un mordisco a la última «O» de MONSTRUO. Aunque olía bien, no me fiaba. La última vez que fuimos a un sitio al azar que nos dio comida en mitad de la nada, casi nos convertimos en piedra.

—¿Qué? —Percy frunció—. ¡Es una tienda de donuts!

—¡Shhh!

—¿Por qué cuchicheas? Tyson ha entrado y ha comprado una docena. Y no le ha pasado nada.

—Él es un monstruo.

—Venga ya, Annabeth. Donuts Monstruo no significa que sean sólo para monstruos. Es una cadena. En Nueva York hay varios.

Fruncí.

—¿Una tienda que apareció misteriosamente en mitad del pantano inmediatamente después de que le dijeras a Tyson que fuera a buscar donuts? Es un poco raro, ¿no crees?

—Podría ser una guarida —añadió Annabeth.

Tyson soltó un gemido. Lo había hecho desde que tuvo que dejar sus donuts en el refugio, y ahora estaba agachado con nosotros, con su gran ojo brillante llorando y su labio inferior temblando. Dudo que entendiera lo que Annabeth y yo estábamos diciendo, pero nuestro tono definitivamente lo estaba poniendo nervioso.

—Una guarida ¿para qué? —preguntó Percy.

—¿Nunca te has preguntado por qué proliferan tan deprisa las tiendas que funcionan con una franquicia? —repuso ella—. Un día no hay nada y al otro día... ¡zas!, aparece una hamburguesería, o un café, o lo que sea. Primero un local, luego dos, cuatro... Réplicas exactas diseminándose por todo el país.

—Hummm... Pues nunca lo había pensado.

—Lo que dice Annabeth —le eché una mirada, puso los ojos en blanco—. Es que las cadenas actúan como una que se enlaza continuamente por todo el país, pero están todas conectadas a la original. Pero al multiplicarse con rapidez sus ubicaciones acaban mágicamente unidas a la fuerza vital de un monstruo.

—No lo pillo.

Dejé escapar un suspiro exasperado.

—Claro que no. ¿Desde cuándo Percy Jackson entiende algo de lo que digo?

—¡No conozco esto tanto como tú!

—Bueno, lo harías si prestaras atención a la mitad de las cosas que decimos...

—Lo haré si lo dices en mi idioma.

—¡Lo hago!

—¡Chicos! —Annabeth lanzó un duro susurro que nos hizo callar enseguida. La miramos expectantes, sólo para congelarnos ante su mirada temerosa—. No... hagáis... movimientos... bruscos... —no nos movimos, los dos la observamos con los ojos muy abiertos y aterrados. ¿Qué estaba pasando?—. Muuuy despacio, daos la vuelta.

Entonces lo oí: una especie de roce, como de algo enorme arrastrándose entre el follaje. Percy y yo nos dimos la vuelta y tuve que contener un grito. Era una hidra. Del tamaño de un rinoceronte, con al menos siete cabezas largas y feroces, con grandes y afilados colmillos que goteaban ácido verde. Sus garras dejaban enormes marcas en la hierba, arrastrándose peligrosamente entre las hojas. Debajo de la cabeza, llevaba un babero de plástico en el que se leía ¡SOY EL MONSTRUO DE LOS DONUTS!

Percy sacó su bolígrafo, pero Annabeth le clavó los ojos con una advertencia silenciosa: todavía no.

Ella tenía razón. Muchos monstruos tienen una vista desastrosa, lo que podría significar que esta hidra podría pasar de largo. Si Percy destapaba la espada, seríamos vistos por el brillo de bronce de Contracorriente.

Así que esperamos.

La hidra estaba a menos de un metro. Parecía husmear el terreno y los árboles, y entonces lo vi. Dos de sus cabezas estaban desgarrando un petate amarilla. Ya había estado en nuestro campamento, lo que significaba que tenía nuestro olor. Estábamos perdidos.

Intenté frenar mi acelerado corazón, esperando que la criatura no pudiera oler el miedo. No podía dejar de mirar sus cabezas —con forma de diamante como las serpientes— y sus afilados. Tyson temblaba. Dio un paso atrás y partió sin querer una ramita. Al instante, las siete cabezas se volvieron silbando hacia nosotros.

Nos atraparon.

—¡Dispersaos! —gritó Annabeth, y se lanzó hacia la derecha.

Agarré a Percy y tiré de él hacia la izquierda. Rodamos para alejarnos de la bestia y una cabeza de la hidra escupió un chorro de líquido verde que pasó junto a nuestros hombros y acabó rociando un olmo. El tronco empezó a echar humo y desintegrarse; se venía abajo sobre Tyson, que no se había movido de su sitio. Sin pensarlo, Percy se apartó de mí, por lo que grité su nombre, alcanzando su camisa, pero era demasiado rápido. Esprintó y apartó a Tyson justo cuando la hidra se lanzaba y el árbol se estrellaba sobre dos de sus cabezas.

Volví a rodar, me quité el collar y lo lancé al aire. Me eché hacia atrás y cogí mi primera flecha mientras el carcaj se materializaba en mi espalda —una explosiva—, antes de dispararla justo a la bestia mientras una de sus cabezas miraba hacia mí. Le estalló en los ojos y la hidra gritó de rabia, moviendo la cabeza de un lado a otro.

Al otro lado, Percy desenfundó su espada, y el brillo de la hoja, y la Hidra se olvidó de su dolor, azotando hacia él con todas sus cabezas, enseñando los dientes. Una se abalanzó sobre él, y sin pensarlo, Percy blandió su espada.

—¡No! —aullamos Annabeth y yo.

Demasiado tarde. Le había cortado la cabeza limpiamente. Rodó sobre la hierba y dejó en su lugar un muñón palpitante que enseguida dejó de sangrar y empezó a hincharse como un balón. En cuestión de segundos, el cuello cercenado se ramificó en otros dos y cada uno creció hasta convertirse en una nueva cabeza. Ahora peleábamos contra una hidra de ocho cabezas.

—¡¿Eres idiota?! —le chillé—. ¡¿Acaso no viste Hércules?!

—¡Lo siento! —Percy gritó sarcásticamente mientras esquivaba un chorro de ácido—. ¡Lamento que mientras buscábamos a Grover y huíamos de Luke, no haya podido ver una película de Disney!

Le devolví la mirada. Tendí la mano, a lo que él chilló y se apartó, levantando las manos para no recibir una explosión. Pero cerré la mano en un puño y apreté. Percy volvió a gritar mientras una cuerda de luz le envolvía los tobillos y lo arrastraba por el suelo, esquivando por poco otro chorro de ácido de la hidra.

—¿Cómo podemos acabar con ella? —le gritó a Annabeth, mirando hacia donde ella inspeccionaba la situación con su cuchillo en la mano.

—¡Con fuego! —respondió—. ¡Necesitamos fuego!

Annabeth se movió hacia mi izquierda e intentó distraer una de sus cabezas, manteniendo a raya aquellos dientes afiladísimos con su cuchillo. Pero otra cabeza se abalanzó de lado sobre ella y la derribó en el lodo.

—¡No lastimes a mis amigos! —Tyson gritó, cargando. Saltó delante de Annabeth antes de que la hidra pudiera alcanzarla, y mientras ella se incorporaba de nuevo, él empezó a aporrear con los puños las ocho cabezas a una velocidad tan rápida que era casi cómico. Pero no pudo mantener el ritmo por mucho tiempo.

Retrocedíamos, esquivando chorros de ácido y desviando las acometidas de las cabezas sin cercenarlas. Pero sólo estábamos posponiendo lo inevitable. Al final cometeríamos un error y acabaríamos muertos.

Entonces, Annabeth frunció.

—¿Qué es ese ruido?

—Motor de vapor —dijo Tyson.

¿Qué? —Percy se agachó y la hidra escupió su ácido por encima de su cabeza.

Del río que teníamos a nuestra espalda, una voz femenina y áspera gritó:

—¡Allí! ¡Preparad la batería del treinta y dos!

Supe inmediatamente de quién se trataba, y nunca pensé que me sentiría tan aliviada de ver a Clarisse. En un gran y viejo barco de vapor de guerra, la hija de Ares lideraba un ejército de confederados muertos, acercándose a la batalla.

—¡Está demasiado cerca, señora! —gritó uno de los soldados.

—¡Malditos héroes! —gritó ella—. ¡Avante a todo vapor!

—Sí, señora.

Parecía ser la única que sabía lo que estaba ocurriendo y grité que se lanzaran al suelo. La tierra se sacudió al oír el ¡BOOM! Hubo un fogonazo de luz y una gran columna de humo, y la hidra explotó allí delante, duchándonos con una repulsiva baba verde que se evaporaba de inmediato.

¡Ew! —exclamé.

—¡Barco de vapor! —aulló Tyson.

Miré por encima de mi hombro, contemplando a Clarisse, que estaba de pie con una armadura griega y su ejército de soldados detrás de ella en su barco de guerra. Se alzaba orgullosa sobre nosotros con los brazos cruzados.

—Pringados —se burló—. Aunque supongo que debo rescataros. Venga, subid a bordo.

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