xxxix. Dead Girl's Not Invited

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chapter xxxix.
( titan's curse )
❝ dead girl's not invited ❞

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Aquí está la cuestión:

1. El Oráculo de Delfos, en todo el tiempo que llevo en el campamento, nunca ha dejado su puesto en el ático. Ha permanecido allí en las buenas y en las malas. Ha sobrevivido a todas las goteras y a los tejados rotos, ha pasado por toneladas de semidioses y nunca, ni una sola, se ha movido un ápice.

2. El Oráculo se movió —¡por primera vez!— por Zoë. ¿Por qué demonios Zoë? ¿Qué ha hecho ella para merecer la búsqueda de un héroe para ir a salvar a Artemisa? Quiero decir, es una cazadora, así que tiene sentido, pero aún así.

3. El Oráculo no mencionó a Annabeth. Para nada.

4. No voy a volver a subirla al ático nunca más.

Colocarla en su polvorienta silla fue lo mejor que he experimentado, porque ya no tenía que sostener su viscosa piel y cargarla desde el bosque hasta la Casa Grande y subir tres tramos de escaleras. No, gracias.

—Menudo asco —dijo Grover mientras se quitaba el polvo de las manos. Le eché una mirada y me aparté el pelo de la cara. No quería tocarlo con mis manos viscosas de Oráculo muerto.

Percy no dijo nada. Se limitó a bajar las escaleras. Tenía las cejas arrugadas y sabía que estaba pensando. Su cerebro no dejaba de dar vueltas, y tuve la sensación de que se trataba de Annabeth y del Oráculo que se negaba a responder a sus preguntas.

Sí, me he enterado de todos los cotilleos que me perdí mientras llevábamos a la Señorita Muerta-No-Muerta-Pero-Diré-Cómo-Morirás de vuelta al ático.

Finalmente, el Hijo de Poseidón se metió las manos en los bolsillos y preguntó:

—¿Qué decidirá Quirón?

Me encogí de hombros y Grover suspiró.

—Ya me gustaría saberlo —el sátiro miró con nostalgia por la ventana del segundo piso, hacia las colinas cubiertas de nieve—. Ojalá estuviese ahí fuera.

—¿Buscando a Annabeth?

Le costó un poco concentrarse en Percy. Entonces se sonrojó.

—Claro, sí. Eso también. Desde luego.

—¿Por qué? —ceñí—. ¿En qué estabas pensando?

Pateó el suelo con nerviosismo.

—En una cosa que dijo la mantícora. Eso del Gran Despertar. No puedo dejar de preguntarme... Si todos esos antiguos poderes están despertando, quizá no todos sean malos.

—Te refieres a Pan.

Un poco molesto, Grover resopló.

—He dejado que se enfríe el rastro. Siento una inquietud permanente, como si me estuviera perdiendo algo importante. Él está ahí fuera, en alguna parte. Lo presiento.

Cuando Percy permaneció en silencio, sólo mirando al suelo, le eché un vistazo y puse una mano en el hombro de Grover.

—Lo encontrarás. Sé que lo harás.

Parecía agradecido.

—Gracias, Claire.

Mientras hablaba, Thalia subió los escalones. Centró su mirada en mí, pero no después de enviar una mirada gélida a Percy.

—Claire, tienes que venir, y dile a Percy que mueva el culo y baje ya.

Ella lo estaba ignorando.

Percy frunció el ceño.

¿Para qué?

—¿Ha dicho algo?

—Um... —Grover se rascó la oreja—. Pregunta para qué.

—Dioniso ha convocado un consejo de los líderes de cada cabaña para analizar la profecía —dijo—. Lo cual, lamentablemente, incluye a Percy.

° ° °

Me senté junto a Lee. El consejo se celebró alrededor de una mesa de ping pong en la sala de juegos. Dionisio había conjurado aperitivos que Grover inmediatamente se comió a bocados. No todos los días teníamos una reunión del consejo. De hecho, sólo estuve en una, y fue cuando me anunciaron como la nueva líder de la Cabaña 7. No había muchos co-líderes como Lee y yo. Estaban los hermanos Stoll de Hermes, y Cástor y Pólux de la Cabaña doce, que se sentaban torpemente junto a su padre al final de la mesa. Cielos, debe ser lo peor ser hijo de Dionisio. Clarisse no estaba presente, ya que todos los campistas de Ares tenían miembros rotos, cortesía de la cabaña de Hermes.

—Esto no tiene sentido —Zoë comenzó la reunión con un tono muy positivo—. No hay tiempo para charlas. Nuestra diosa nos necesita. Las cazadoras hemos de partir de inmediato.

—¿Adónde? —preguntó Quirón.

Hannah, que se sentaba no muy lejos de él, frunció los labios y se reclinó en su silla. Solía ser la líder de la cabaña de Hermes, así que supongo que estaba acostumbrada a las reuniones del consejo.

—¡Al oeste! —dijo Bianca. Era extraño lo diferente que se veía desde que se unió a las cazadoras. Su pelo oscuro estaba trenzado igual que el de Zoë ahora, y realmente se podía ver su cara. Tenía algunas pecas salpicadas en la nariz. Parecía que había estado haciendo ejercicio, y su piel brillaba—. Ya has oído la profecía: «Cinco buscarán en el oeste a la diosa encadenada.» Podemos elegir a cinco cazadoras y ponernos en marcha.

—Sí —asintió Zoë—. ¡La han tomado como rehén! Hemos de dar con ella y liberarla.

—Se te olvida algo, como de costumbre —dijo Thalia—. «Campistas y cazadoras prevalecen unidos.» Se supone que tenemos que hacerlo entre todos.

—¡No! —exclamó Zoë—. Las cazadoras no han menester vuestra ayuda.

—No «necesitan», querrás decir—el rostro de Thalia se puso rojo de frustración y enojo—. Lo del menester no se oye desde hace siglos. A ver si te pones al día.

Zoë vaciló. Percy y yo compartimos una mirada. Creo que estábamos pensando lo mismo, que la situación se estaba caldeando.

—No precisamos vuestro auxilio —logró, tratando de copiar a Thalia.

Thalia puso los ojos en blanco.

—Olvídalo.

Hannah entrecerró los ojos pensativa, antes de inclinarse hacia delante y hablar por primera vez en toda la reunión.

—Eso es estupendo, chicas, pero Thalia tiene razón. La profecía dice que necesitáis nuestra ayuda. Los campistas y las cazadoras tienen que cooperar. Eso es un hecho.

—¿Segura? —musitó el señor D, removiendo la Coca Diet y husmeándola como si fuera un gran bouquet—. «Uno se perderá. Uno perecerá. La chica muerta pasea.» Suena más bien desagradable, ¿no? ¿Y si fracasáis justamente por tratar de colaborar?

—Señor D —Quirón suspiró—, con el debido respeto, ¿de qué lado está usted?

El dios del vino arqueó las cejas.

—Perdón, mi querido centauro. Sólo trataba de ser útil.

—Se supone que hemos de actuar juntos —se obstinó Thalia—. A mí tampoco me gusta, Zoë, pero ya sabes cómo son las profecías. ¿Pretendes desafiar al Oráculo?

Zoë hizo una mueca desdeñosa, pero Thalia acababa de anotarse un punto.

—No podemos retrasarnos —advirtió Quirón—. Hoy es domingo. El próximo viernes, veintiuno de diciembre, es el solsticio de invierno.

—¡Uf, qué alegría! —masculló Dioniso—. Otra de esas aburridísimas reuniones anuales.

Al otro lado de la mesa, Cory se inclinó hacia Hannah y susurró:

—Espera, ¿dicen que los niños van a salvar a la diosa?

Hannah arrugó el ceño.

—Sí, así es como funciona.

Cory frunció los labios.

—¿No es lo mismo que ponerlos en riesgo?

—No son niños corrientes.

—Ya, pero...

Se cortó cuando Hannah dio un pequeño toque a la mesa para decirle que se limitara a escuchar cuando Zoë hablaba.

—Artemisa debe asistir al solsticio. Ella ha sido una de las voces que más han insistido dentro del consejo en la necesidad de actuar contra los secuaces de Cronos. Si no asiste, los dioses no decidirán nada. Perderemos otro año en los preparativos para la guerra.

—¿Insinúas, joven doncella, que a los dioses les cuesta actuar unidos? —preguntó Dioniso.

Sin dudar, Zoë dijo:

—Sí.

Ahogué una carcajada y me hundí en mi silla.

Él asintió.

—Era sólo para asegurarme. Tienes razón, claro. Continuad.

—No puedo sino coincidir con Zoë —prosiguió Quirón—. La presencia de Artemisa en el Consejo de Invierno es crucial. Sólo tenemos una semana para encontrarla. Y lo que es más importante seguramente: también para encontrar al monstruo que ella quería cazar. Ahora tenemos que decidir quién participa en la búsqueda.

—Tres y dos —dijo Percy. Todos le miraron con extrañeza. Rodé los ojos con dramatismo. Él frunció—. Se supone que han de ser cinco —continuó, sonando un poco cohibido—. Tres cazadoras y dos del Campamento Mestizo. Parece lo justo.

Me incliné para susurrar:

—Eres más inteligente de lo que pareces, sesos de alga.

Se limitó a observarme mientras Thalia y Zoë intercambiaban miradas.

—Bueno. Tiene sentido.

Zoë soltó un gruñido.

—Yo preferiría llevarme a todas las cazadoras. Hemos de contar con una fuerza numerosa.

Me removí en mi sitio.

—Lo siento, Zoë, pero el exceso de cazadores hará que tu esencia sea más fuerte. Es mejor mezclar para confundir el olor.

—Vais a seguir las huellas de la diosa —dijo Quirón—. Tenéis que moveros deprisa. Es indudable que Artemisa detectó el rastro de ese extraño monstruo a medida que se iba desplazando hacia el oeste. Vosotras deberéis hacer lo mismo. La profecía lo dice bien claro: El azote del Olimpo muestra la senda. Claire tiene razón. ¿Qué os diría vuestra señora? «Demasiadas cazadoras borran el rastro.» Un grupo reducido es lo ideal.

Zoë tomó una pala de ping pong y la estudió como si estuviera decidiendo a quién golpear primero.

—Ese monstruo, el azote del Olimpo... Llevo muchos años cazando junto a la señora Artemisa y, sin embargo, no sé de qué bestia podría tratarse.

Miramos a Dionisio. Todos esperábamos que tuviera una respuesta, pero se limitó a hojear una revista de vinos. Cuando se dio cuenta de que le estábamos mirando, levantó la vista.

—A mí no me miréis. Yo soy un dios joven, ¿recordáis? No estoy al corriente de todos los monstruos antiguos y de esos titanes mohosos. Además, son nefastos como tema de conversación en un cóctel.

—Quirón —Percy volteó hacia el centauro—, ¿tienes alguna idea?

Él frunció los labios.

—Tengo muchas ideas, pero ninguna agradable. Y ninguna acaba de tener sentido tampoco. Tifón, por ejemplo, podría encajar en esa descripción. Fue un verdadero azote del Olimpo. O el monstruo marino Ceto. Pero si uno de ellos hubiese despertado, lo sabríamos. Son monstruos del océano del tamaño de un rascacielos. Tu padre Poseidón ya habría dado la alarma. Me temo que ese monstruo sea más escurridizo. Tal vez más poderoso también.

—Ése es uno de los peligros que corréis —dijo Connor Stoll. Lee y yo compartimos una mirada. Como si dijera vosotros y no nosotros—. Da la impresión de que al menos dos de esos cinco morirán.

—«Uno se perderá en la tierra sin lluvia» —añadió Beckendorf—. En vuestro lugar, yo me mantendría alejado del desierto.

Hubo un murmullo de aprobación.

La chica muerta pasea bajo un velo, sólo para ser encontrada cuando toda la luz falla... —Lee murmuró—. ¿De quién está hablando? ¿Qué chica muerta? ¿Qué velo?

Sé que Percy me estaba mirando, y negué con la cabeza. No, dije con la boca. Sí, respondió. Me señaló a mí y luego a él como diciendo: tú y yo vamos a esta búsqueda. Y negué con la cabeza una vez más.

—Probablemente no es tan literal como lo pintas —dijo Hannah.

—O puede que sí —dijo el Sr. D desde detrás de su revista—. Es posible que un fantasma os siga durante el camino.

—Y esto otro —terció Silena—: «A la maldición del titán uno resistirá.» ¿Qué podría significar?

Quirón y Zoë compartieron una mirada nerviosa, pero lo que fuera que estuvieran pensando, no lo compartieron.

«Uno perecerá por mano paterna» —dijo Grover entre mordiscos de nachos y pelotas de ping pong—. ¿Cómo va a ser eso posible? ¿Qué padre sería capaz de tal cosa?

Se hizo un espeso silencio.

Al final, Quirón sentenció:

—Habrá muertes. Eso lo sabemos.

—¡Fantástico! —miramos a Dioniso. Él levantó la vista de las páginas de la Revista de Catadores con aire inocente—. Es que hay un nuevo lanzamiento de pinot noir. No me hagáis caso.

Para aliviar la tensión, Silena Beauregard habló:

—Percy tiene razón. Deberían ir dos campistas.

—Ya veo —dijo Zoë con sarcasmo—. Y supongo que tú vas a ofrecerte voluntaria.

Silena se sonrojó.

—Yo con las cazadoras no voy a ninguna parte. ¡A mí no me mires!

—¿Una hija de Afrodita que no desea que la miren? —se mofó Zoë—. ¿Qué diría vuestra madre?

Silena hizo ademán de levantarse, pero los hermanos Stoll la hicieron sentarse de nuevo.

—Basta ya —Beckendorf era un tipo que exigía respeto. Era muy corpulento y tenía una voz tan resonante que podía callar una sala. Era un líder nato—. Empecemos por las cazadoras. ¿Quiénes seréis las tres?

Zoë se puso en pie.

—Yo iré, por supuesto, y me llevaré a Febe. Es nuestra mejor rastreadora.

—¿Es esa chica grandota, la que disfruta dando porrazos en la cabeza? —preguntó Travis Stoll con cautela.

Zoë asintió.

—¿La que me clavó dos flechas en el casco? —añadió Connor.

—Sí —replicó la cazadora—. ¿Por qué?

—No, por nada —dijo Travis—. Es que tenemos una camiseta del almacén para ella —sacó una camiseta plateada donde se leía: «Artemisa, diosa de la luna-Tour de Caza de otoño 2002» con una larga lista de parques naturales—. Es un artículo de coleccionista. Le gustó mucho cuando la vio. ¿Quieres dársela tú?

Vale, los hermanos Stoll están tramando algo. Obviamente Zoë era ajena, pues no los conocía como nosotros. Aceptó la camiseta poniendo los ojos en blanco. Casi me sentí mal y quise advertirla, pero ella habló antes de que yo pudiera hacerlo.

—Como iba diciendo, me llevaré a Febe conmigo. Y me gustaría que Bianca viniese también.

Me puse rígida en mi asiento. Recordé lo que Hades quería que hiciera, y de repente, quise ir a esta búsqueda. La mirada en su rostro me hizo apretar los puños, parecía tan asustada e insegura.

—¿Yo? Pero... si soy nueva. No serviría para nada.

—Lo harás muy bien —insistió Zoë—. No hay senda más provechosa para probarse una a sí misma.

Bianca cerró la boca. Yo apreté los labios.

—Bianca, tienes un talento natural —le dije para tratar de hacerla sentir mejor—. Eres mestiza y cazadora. Una fuerza a tener en cuenta.

Me dedicó una pequeña sonrisa que yo le devolví. Zoë me envió una respuesta de agradecimiento, y asentí con la cabeza. No había olvidado su oferta de unirme a ellas, y una parte de mí realmente quería hacerlo. La idea de la inmortalidad a menos que me mataran en la batalla sonaba muy bien; la posibilidad de morir y ver la Transición era menor que la de ser mestizo.

—¿Y del campamento? —preguntó Quirón, y sus ojos se posaron en Percy, y se dirigieron a los míos. No sé qué pensaba, empero me puso nerviosa.

—¡Yo! —Grover se puso en pie tan bruscamente que chocó con la mesa. Se sacudió del regazo las migas de las galletas y los restos de las pelotas de ping pong—. ¡Estoy dispuesto a todo con tal de ayudar a Annabeth!

Zoë arrugó la nariz.

—Creo que no, sátiro. Tú ni siquiera eres un mestizo.

—Pero es un campista —terció Thalia—. Posee el instinto de un sátiro y también la magia de los bosques. ¿Ya sabes tocar una canción de rastreo, Grover?

—¡Por supuesto!

Zoë vaciló.

—Muy bien. ¿Y el segundo campista?

Iba a hablar, pero Thalia se me adelantó.

—Iré yo —Thalia se levantó y miró alrededor, como desafiando cualquier objeción. Me hundí en el asiento y mi pelo pareció muy interesante desde este ángulo. Jugué con él. Los ojos de Percy se posaron en mí.

—Eh, eh, alto ahí.

Confía en que Percy lo complique.

—Yo también quiero ir —dijo—. Y Claire está conmigo. Vamos los dos.

Miró fijamente a Thalia, pero ella se mantuvo firme, sin decir nada.

—¡Oh! —exclamó Grover, advirtiendo de pronto el problema—. ¡Claro! Se me había olvidado. Percy y Claire tienen que ir. Yo no pretendía... Me quedaré aquí. Percy irá en mi lugar. ¿Thalia?

Ella apretó los labios, observándome. Compartí una mirada con Percy, y luego miré a Bianca. La hija de Hades. Quería que la cuidara... pero Percy también podía hacerlo por mí, ¿no?

—No puede —refunfuñó Zoë—. Es un chico. No voy a permitir que mis cazadoras viajen con un chico.

—Has viajado hasta aquí conmigo —le recordó.

—Eso fue una situación de emergencia, por un corto trayecto y siguiendo instrucciones de la diosa. Pero no voy a cruzar el país desafiando multitud de peligros en compañía de un chico.

—¿Y Grover?

Ella meneó la cabeza.

—Él no cuenta. Es un sátiro. No es un chico, técnicamente.

—¡Eh, eh! —protestó Grover.

—Tenemos que ir —insistió Percy—. Hemos de participar en esta búsqueda.

—¿Por qué? —replicó Zoë—. ¿Por vuestra estimada Annabeth?

Percy se ruborizó.

—¡No! O sea... en parte sí. Sencillamente, siento que debo ir. Y Claire viene conmigo. Tenemos que ir. Claire es la chica muerta de la profecía. Murió y volvió.

—Percy —murmuré, sintiéndome repentinamente insegura. No me gustaba la forma en que la gente me miraba—. Para.

Se volvió hacia mí.

—Venga, Claire —susurró por encima de Lee, que parecía muy incómodo.

Sacudí la cabeza. Volví a mirar a Thalia, que parecía estar considerando lo que Percy estaba diciendo. Me costó mucho hablar.

—No. No quiero ir.

Percy lució traicionado.

Esta vez lo dije con más fuerza.

—No me corresponde estar en esta búsqueda. El Oráculo habló con Zoë. Grover conoce la melodía de rastreo. Y Thalia es la hija de Zeus, la chica muerta, no yo. Debe ir ella.

La gente asintió, creyendo en mí. Percy negó con la cabeza, y yo sólo le di una mirada para que se callara.

Zoë frunció los labios.

—Claire tiene razón. Insisto. Me llevaré a un sátiro si es necesario, pero no a un héroe varón.

Quirón soltó un suspiro.

—La búsqueda se emprende por Artemisa. Las cazadoras tienen derecho a aprobar o vetar a sus acompañantes.

Percy se sentó, su cara roja de ira. Me lanzó una mirada y yo rodé los ojos.

—Que así sea —concluyó Quirón—. Thalia y Grover irán con Zoë, Bianca y Febe. Saldréis al amanecer. Y que los dioses —miró a Dioniso—, incluidos los presentes, espero, os acompañen.

° ° °

¿A ti qué te pasa?

En cuanto terminó la reunión del consejo, Percy me siguió fuera para expresar su enfado. Puse los ojos en blanco.

—Percy, ahora no...

—Ahora sí —me apartó de los demás y se cruzó de brazos—. ¿Qué pasó con buscar a Annabeth? Ella y Artemis están conectadas, lo vi en mi sueño... Luke...

—Percy, cállate...

—¡¿No te importa Annabeth?!

—¡Claro que sí!

—¡¿Entonces por qué...?!

—¡Porque Quirón tiene razón! —lo aparté aún más cuando algunos de los otros líderes salieron. Silena nos miró de forma extraña, pero continuó su camino.

Percy estaba echando humo, pero no me importó.

—Esta es la búsqueda de Zoë, y ella elige a sus compañeros. No puedes cambiarlo.

Sabía que tenía razón y se sentó en el sillón del patio con los brazos aún cruzados.

Suspiré y me senté a su lado.

—Mira, Percy, siento que no puedas ir. Pero si alguien puede salvar a Annabeth, es Thalia. Es la mejor luchadora que conozco.

—Pero nosotros estamos destinados a ir —dijo—. Lo presiento.

Fruncí y pensé en ello. Tal vez tenía razón. Quiero decir, Hades quería que cuidara de Bianca, y una parte de mí piensa que aquella frase de la profecía se refería a mí. Sólo que no sé qué quería decir con un velo, o cómo me manifestaré cuando toda la luz falle. Y dos personas iban a morir en esta búsqueda, parecía mucho más peligroso que todo lo que hemos hecho antes.

—Puede que sí —dije, dándole una mirada—, pero no con ellos.

Percy pareció captar mi idea.

—¿Quieres que nos colemos en la búsqueda?

—Lo hicimos antes. El verano pasado. Lo haremos de nuevo.

Meditó.

—Se van mañana por la mañana, los seguiremos.

Se quedó en silencio antes de sacar de su bolsillo la gorra de Annabeth. La agarró con fuerza. Todavía parecía inseguro.

De repente se le ocurrió una idea.

—Enseguida vuelvo —me dijo, antes de marcharse.

Fruncí, viéndolo alejarse.

—¿No respondes? —no me escuchó—. Está bien...

En la cena, Percy no apareció. Quirón y Grover fueron a buscarlo después de que les dijera que podría estar rondando por la laguna. Grover se disculpó profusamente por la búsqueda, pero yo negué con la cabeza, diciéndole que no pasaba nada.

Percy seguía sin aparecer y yo estaba desconcertada por si nuestro plan seguía adelante. Al volver a mi cabaña con Lee y los demás, me sentía nerviosa. No sabía si nos adelantaríamos y seguiríamos al resto mañana. Cuando todos se durmieron, empaqué mis cosas en una bolsa de lona por si acaso.

Mis dedos revoloteaban sobre mi daga y mi collar. No sabía si debía llevarlos o no. Eran mis armas. Tenía fama de ser la mejor arquera del campamento. Pero... eso ya no me parecía bien.

Y sin embargo, no podía dejarlos junto a la foto. Me parecía tan malo como seguir usándolos. Así que agarré el collar y me lo coloqué en el cuello. También envainé la daga, colocándola encima de los vaqueros que me iba a poner, antes de irme a la cama sintiéndome bastante mal. No estaba segura de si era por los nervios, o por el frío que tenía a pesar de estar bajo mantas.

Tuve un sueño.

Era extraño. No había tenido un sueño desde que volví, y ahora de repente, me vi arrojada a un mundo de luz amarilla, como si mirara directamente al sol. Me tapé los ojos y miré hacia otro lado, esperando despertarme, pero en su lugar sonó una voz.

—¡Ay, perdona!

La luz pareció atenuarse lo suficiente como para que pudiera abrir los ojos. Cuando lo hice, vi el rostro sonriente de mi padre, que me miraba y saludaba.

Fruncí.

—¡Hola! —dijo él.

Al no responder, él apretó los labios.

—Vale...

Crucé los brazos.

—¿Qué quieres?

—¿No se me permite pasar tiempo con mi hija?

Arqueé una ceja y él suspiró.

—Vale, vale, estoy aquí porque necesito hablar contigo.

—Lo sé. Es lo de siempre: algo sobre la inminente perdición que tengo delante.

—No creas... —Apolo se sentó en una luz blanca y brillante que parecía transformarse en un asiento—. Siéntate conmigo.

Rodé los ojos y me senté junto a mi padre.

—¿Dónde estamos?

—Estamos en tu mente —se encogió de hombros—. Pensé en animarla un poco.

—Qué gracioso.

—Mira —me miró mi padre—. En realidad intento ser serio. Se agradecerían los modales.

—¿Tú, serio?

Decidió ignorarme, lo que probablemente fue una decisión acertada.

—Artemis ha sido secuestrada, y también tu amiga Annabeth.

—Lo sé, planeo ir tras ellas.

—Bien —me dijo—. Porque a pesar de lo molesta y temperamental que es, Artemis sigue siendo mi hermana.

Una parte de mi ira se convirtió en simpatía. No me había dado cuenta de que estas cosas podían afectar a los dioses. Siempre pensé que estaban por encima de todo eso.

—La encontraré —le dije—. Volverá antes del solsticio de invierno.

—Sé que lo harás —dijo Apolo—. Pero no te he traído aquí para hablar de eso.

—En ese caso, ¿qué es lo que quieres?

—Quería mostrarte un poco de tu futuro.

—¿Mi futuro? —fruncí y me aparté torpemente de él, como si fuera a acabar matándome o algo así. Y no lo haría, pero aprender de tu futuro podría ser también aprender a morir—. ¿Pero no es...?

—¿Prudente conocerlo? Sí —asintió Apolo—. Pero esta vez es importante que lo sepas.

—¿Qué es?

Señaló con la cabeza el brillante paisaje que teníamos delante.

—Te lo mostraré.

Hice lo que me dijo, y ante mí, se desarrolló una escena. Hubo una gran explosión volcánica, que sacudió incluso donde yo estaba. Oí un gran rugido de rabia que me produjo escalofríos. Y entonces la escena cambió y no hubo nada más que ojos dorados.

Mi estómago se sacudió.

Me acordé de cuando era pequeña y tenía pesadillas con esos ojos dorados exactos.

—Conozco esos ojos. Siempre soñaba con ellos.

Apolo asintió. Parecía grave.

—Estás soñando con la Gran Profecía.

—¿La de Thalia o Percy?

Apretó los dientes y sacudió la cabeza.

—Claire, sé consciente de esto ahora, no es sobre Thalia, ni sobre Percy. Ellos no son el héroe del que habla la profecía.

Esto me impactó. Todo este tiempo... se trataba de Percy. Se trataba del hijo mayor de los Tres Grandes que llegaba a los dieciséis años. Siempre se trató de eso. ¿Había otro niño del que aún no sabíamos nada?

—¿Entonces quién es? —le pregunté—. ¿Y quién rugió? ¿Cuándo explotará el volcán?

Apolo parecía muy severo en este momento.

—No puedo decirte más. Sólo lo que te enseñé.

—¡Pero no es suficiente! ¿Cómo voy a saber lo que debo hacer o saber si sólo sé lo más básico? ¿De qué trata la Gran Profecía? ¿Qué pasa? ¿Por qué tengo que descubrirlo todo por mí misma?

—Por el destino —respondió Apolo—. Si conoces tu futuro, haces todo para ir en contra de él, y luego terminas haciendo lo que te lleva al mismo final. Mejor no saberlo, porque tomas tus propias decisiones en lo que crees en ese exacto momento. Ese es el verdadero destino. No es lo que otros deciden por ti, sino lo que tú decides. Hay muchos caminos, por eso existen Hécate y Jano. Nunca tuviste que morir, pero elegiste morir tú misma. Para salvar a tus amigos. Tú creaste el camino en el que estás ahora, y seguirás creando el que te lleva a tu destino. Eso es lo que la gente siempre confunde con las profecías. No son las que deciden, son la encrucijada a la que llegamos.

—Y por ello me enseñas mi nueva encrucijada —me di cuenta—. Me muestras las señales del camino.

—Si hablamos de metáforas, sí —Apolo se encogió de hombros.

De repente, me sentí mucho más segura de mí misma. Me puse de pie.

—Voy a traer a Artemisa y a Annabeth de vuelta — le dije a mi padre—. Puede que ya no tenga ningún poder, pero elijo este camino. Las traeré a casa.

Por una vez, había una sonrisa de orgullo en la cara de mi padre.

Y entonces me desperté.

No comprobé la hora. Sólo sabía que todavía estaba oscuro. Pero, a pesar de eso, me cambié, metí mi daga en mi bota y cogí mi bolsa de viaje. Como pensamiento de último momento, di vuelta a la foto de Jay conmigo antes de, sin despertar a nadie, salir de la cabaña.

Fui a despertar a Percy, pero no fue necesario. Por encima de mí, un pegaso tan negro como la noche que me rodeaba aterrizó. Y en su lomo, estaba el mismísimo Hijo de Poseidón. Me dirigió una sonrisa de satisfacción.

—¿Lista para traer de vuelta a Annabeth?

Me colgué la mochila del hombro

—Sabes que sí, sesos de alga.

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