Trick 21: ¿Nos vamos de viaje? ¡De vacaciones en la Ciudad de los Reyes!

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Amigos, les cuento: el loro desplumado y yo aprobamos el curso de la profesora Inés sin ningún problema, ¿pueden creerlo? ¡Y encima fuimos felicitados por haber presentado un proyecto tan bueno! Ah, por fin todo ya está finiquitado en el colegio. ¡Hell yeah! ¡Ahora sí a disfrutar con todo de las vacaciones! Dos semanas en las que no sabré nada de tareas, exámenes ni de levantarme temprano... un momento, ¿Cómo? ¿Qué con mi familia nos vamos de vacaciones a la capital? Vaya, esto sí que no me lo esperaba, aunque siendo franca no me quejo. Mamá nos acaba de comunicar a la familia que en su trabajo la han mandado a capacitarse por una semana a Lima, y además le han ofrecido la ganga de poder llevar a su familia con todos los gastos pagados durante el tiempo que dure la capacitación. Y bueno, como a caballo regalado no se le mira el diente, pues ya está decidido: ¡Allá vamos, Lima!

***

En un taxi la familia Carpio salió del aeropuerto y se dirigió rumbo al hotel. Como ya es costumbre en la capital por esa época del año, el cielo se mostraba totalmente nublado, a pesar de que recién eran las nueve de la mañana. La ciudad lucía deprimente y gris. Además, hacía mucho frío.

–Increíble, cariño. Así que nos vamos a un hotel en Miraflores de cuatro estrellas –el señor Harold dijo tras consultar en su celular la página web del hotel al que se dirigían–. Aquí dice que cada habitación cuenta con baño privado y jacuzzi. Y, por si fuera poco, el hotel además tiene su área de piscinas, su propio gimnasio y hasta una sala recreativa con taca taca, juegos de mesa, ruleta, y muchos otros juegos más...

–Que puedo decir: soy la engreída del notario, ¡ja! –la señora Susan se limpió las uñas en su sastre al mismo tiempo que esbozaba una orgullosa sonrisa.

–Niños, cuando crezcan deben ser como su madre, ¿entendido? – el señor Harold les aconsejó a sus pequeños.

–¡Entendido, entendido! –Robin y Tabata respondieron al unísono, ambos muy animados.

"¡Uuaaa!", Mandy bostezó. En ese momento el taxi se encontraba atascado en el infernal tráfico de una avenida del centro. Ella sacó su celular del bolsillo de su chaqueta y revisó sus mensajes. Alguien le escribió al chat. –Quien será, haber, haber –ella abrió la aplicación. Se trataba de un audio que le había mandado su amigo Max. Mandy se colocó los audífonos y reprodujo el audio.

–¡Mandy, mi gran amiga, ¿ya llegaste a la Ciudad de los Reyes?!

–¿A Lima la gris? Sí, ya llegué. Estoy en el taxi en medio de un tráfico asqueroso –Mandy respondió también mandando un audio.

–¿Con quién estás hablando, hija? –preguntó la señora Susan.

–Es Max, mamá. Me pregunta si ya llegué a Lima.

–Oh, el buen Max. Mándale mis saludos.

–Y los míos – se unió el señor Harold.

–¡Nosotros también queremos que le mandes nuestros saludos a tu novio! –exclamaron Tabata y Robin.

–Mañana, ¿ya? –Mandy giró la cara hacia la ventana–. Oye, mis papás te mandan saludos –la joven púrpura le mandó otro audio a su amigo.

–Cuidate, causita. No vaya a ser que termines enjaulada en el parque de las leyendas. ¡Jajaja! –Max le respondió.

–Ja ja, mira cómo me rio, tonto.

–¡Jajaja! Pero no te enojes, Mandy. Y, por cierto, no te vayas a olvidar de traerme lo que te pedí que me compres, ¿eh?

–Sí, no te preocupes por eso, bobo.

–Genial. Ahora me voy a patinar con los chicos. Les mandaré tus saludos. Nos hablamos al rato, entonces.

–Bye, bro.

–¡No te olvides de mi encargo! –Max se despidió con este audio.

–Ya lárgate, sonso –Mandy le respondió. A su chat también le habían llegado mensajes de sus amigas del colegio y de otros amigos tanto del barrio como de la clase. Buscó si tenía algún mensaje de Xian, pero no encontró nada–. Que tontería, como si me importara que me hable ese tonto –ella se dijo entre dientes. Decidió leer los mensajes más tarde.

–Y bien, niños: ¿A dónde quieren ir? –les preguntó a sus hijos el señor Harold. Los cuatro se encontraban almorzando en una de las mesas con sombrilla con las que contaba el hotel en su restaurante al aire libre. Por su parte, la señora Susan ya se había marchado para la primera clase de su curso.

–¡Al Parque de las Leyendas! ¡Al Parque de las Leyendas! –Tabata y Robin exclamaron al unísono.

–¿Tú qué opinas, Mandy? ¿Quieres que vayamos al Parque de las Leyendas?

–Me da igual –la joven se encogió de hombros. Ella estaba de mal humor, pues tal y como últimamente le venía sucediendo cada vez que se mostraba en lugares públicos, inevitablemente todas las miradas recaían sobre su persona, además de que siempre se hacían presentes los incómodos murmullos a sus espaldas. "Ya estoy harta de esto", Mandy se dijo para sus adentros, y desvió la mirada hacia la piscina.

–¡Mira ese tigre, papá! –señaló Robin.

–¡Mira el hipopótamo, papá! –señaló Tabata.

Los dos pequeños estaban muy emocionados con los animales. Cada quien jalaba por su lado a su padre para que viese los animales que ellos veían.

–Miri pipí, un hipipítimo, miri pipí, un ñigre –Mandy remedó a sus hermanitos con voz chillona.

Pasaron por una gran jaula que albergaba a numerosos monos que saltaban y jugueteaban entre las ramas de los árboles. Mandy se acercó a contemplar a los traviesos simios. En especial le llamó la atención uno que se columpiaba en una llanta atada a una cuerda.

–Monito, monito –Mandy lo llamó. El mono dejó de columpiarse y miró fijamente a la muchacha púrpura.

Mandy viró a derecha y a izquierda para asegurarse de que no haya nadie que le pueda llamar la atención. Una vez confirmó que no habían moros en la costa, del bolsillo se sacó un paquete de galletas que había comprado. Lo abrió y sacó una.

–Monito, monito, ¿quieres? –le mostró la galleta.

¡U-uu a-aa! El monito saltó del columpio y corriendo a cuatro patas en un santiamén se situó delante de Mandy. Se trepó en la reja y escaló hasta situarse a la altura en la que la joven tenía levantada la galleta.

–¿Quieres? –Mandy le tendió la galleta. El monito intentó agarrarla con su manito. –¡Ya no hay! –Mandy le alejó la galleta–. Estas a dieta, monito, así que no puedes comerte la galleta –la joven púrpura se excusó. El animal desvió la mirada y se hizo el indiferente. Mandy le volvió a tender la galleta–. ¡Otra vez no hay, jajaja! –ella alejó la galleta cuando nuevamente el monito intentó cogerla.

–¡Hey, la chica del pelo morado! –una voz de hombre le llamó la atención–. ¡No está permitido darles de comer a los animales! ¿No sabes leer?

Mandy viró asustada. Se topó con uno de los trabajadores del zoológico, quien de brazos cruzados y con el ceño fruncido la miraba fijamente.

–¡Je je, lo siento! –Mandy soltó una risita nerviosa, y se alejó corriendo.

¡Plum! Mandy chocó con un niño de unos seis años de edad. Ambos cayeron al suelo. El niño formaba parte de una comitiva de alumnos de cierto colegio que habían acudido a visitar el lugar.

–Lo siento, niño. ¿Estás bien? –tras ponerse de pie, Mandy le tendió la mano al infante para ayudarlo.

–¡Socorro! –gritó el niño–: ¡Un animal morado se ha escapado de su jaula, y ahora me quiere comer!

–¡¿Qué has dicho?! –enojada, Mandy lo cogió del polo.

–¡Ahhh! –el niño se asustó aún más al ver el iracundo rostro que le dirigió Mandy.

–¡Shhh, que no es para tanto, niñito! –Mandy le increpó en voz baja.

–¿Qué pasa allí? –la profesora detuvo a toda la comitiva que ya se estaba alejando, y regresó junto con todos.

–Ja ja, no ocurre nada, profesora. Solo me choqué con este niño. Pero ya ve, ya lo ayudé a levantarse y ahora él ya está bien –Mandy le limpió el polvo del pantalón al chiquillo. Terminado esto le dirigió una cándida sonrisa a la profesora.

–¡Me quiso comer, profesora! ¡Waaa! –el pequeño corrió hacia la profesora y tras abrazarse a sus piernas se puso a llorar.

–¡Claro que no, ¿pero que disparates dices, niño?! –Mandy apretó sus puños.

–Discúlpalo –la profesora le dijo a Mandy–: ya sabes cómo son los niños a esta edad.

–No tiene que decírmelo. ¡Conozco de primera mano lo terribles que pueden llegar a ser los mocosos estos!

–¡Miren, miren! –uno de los niños les dijo a sus compañeritos mientras señalaba a Mandy–. Un animal púrpura se ha salido de su jaula.

–¡Que no soy un animal!

–No, no. Ella no es un animal –intervino una niña de la comitiva.

–Así es. Por fin alguien que se da cuenta –Mandy asintió con los brazos cruzados.

–Es un extraterrestre –prosiguió la niñita.

¡Paf! Mandy se llevó la mano a la cara, presa de la frustración.

–Ja ja, ay... en serio cuanto lo siento. Compréndelos, solo son niños –la profesora intervino.

–Mmm... sin las risas su disculpa habría sonado más convincente –Mandy frunció el ceño.

–Discúlpame, por favor. Mi nombre es Carolina, aunque los niños me llaman miss Caro. Por cierto, tú... este... ¿trabajas aquí en el parque?

–¡¿Usted también se burlará de mí?!

–No, claro que no. Lo que sucede es que, bueno... como te vi maquillada de púrpura y con esa peluca morada, pues pensé que serías parte de algún show infantil que se estaba dando en el parque...

–¡Claro que n...! Un momento, eso no es mala idea –Mandy se tomó el mentón–. Miss Caro, permítame presentarme. Me llamo Roberta Torres, y soy una guía del parque experta en animales. Por un módico precio podré darles a los niños y a usted un agradable y muy educativo recorrido por todo el parque. ¿Qué me dice? ¿Le interesa?

–No lo sé...

–¡Haber, niños! –Mandy levantó las manos y les sonrió a los pequeños–. ¿Quieren que su amiga la linda extraterrestre púrpura, osea yo, les dé un divertido recorrido por el parque?

"¡Sííí!!", exclamaron los niños.

–Bueno, en vista de... ¿es muy caro? –la profesora preguntó.

–Que va, nada que ver. Veinte solsitos nada más –Mandy abrió la mano derecha.

–Eh... está bien –la profesora le dio un billete de veinte a Mandy ante la insistencia de los alumnos.

–¡Este es un león, y esa una leona! –Mandy señaló a los animales mencionados una vez llegaron frente a su jaula. El león soltó un bostezó que dejó al descubierto sus afilados colmillos.

"¡Ohhh!", los niños se mostraron impresionados.

–Muy impresionante, a que sí... este león es el rey de la selva. Hace algunos meses vino de visita a nuestro país para firmar un convenio internacional, pero durante la reunión le robaron la billetera, así que se enojó y quiso comerse al presidente. Por eso tuvieron que encarcelarlo aquí hasta que se calme...

"¡JAJAJA!", los niños estallaron en carcajadas.

–Señorita guía, no sé si esas bromas sean adecuadas para los niños –la profesora le susurró a Mandy como para que los niños no la oigan.

–Ya veo. ¿Y qué sugiere usted que les diga, entonces?

–Deles información útil, como lo que come cada animal, sus costumbres, donde está ubicado su hábitat natural, esas cosas.

–Ok, ok. Don't worry, miss.

Mandy regresó a su posición de guía al frente de la comitiva de todos los niños. –¡Y bien, pequeños, ahora nos dirigiremos a donde los monitos! –exclamó ella. Una vez se acercaron a la jaula de los monos, ella inició su explicación–. Estos son monos provenientes de la selva peruana. Su nombre científico es simius adictus tu bananus. Les gusta comer plátanos y galletas, y a algunos también les encanta tomar cerveza, por ejemplo, esos de allá: ¡miren nada más lo mareados que se ven!

¡JAJAJA!

–Señorita guía, no sé por qué, pero estoy empezando a dudar de que usted sepa de lo que está hablando. ¿Está segura de que es una guía experta en animales?

–¡Por supuesto que sí! ¿Acaso me ha visto cara de mentirosa?

–...

La comitiva encabezada por Mandy llegó a la jaula de las hienas. Tres enormes hienas dormían plácidamente en el interior de la jaula. "Rayos, que animales tan feos... parecen, parecen... perros gigantes. ¡Ay no, qué horror!", Mandy tragó saliva. –Este... mejor vamos a ver otros animales. Estos están durmiendo así que no vale la pena...

–¡Señorita extraterrestre! –un niño la llamó–. La jaula está abierta. ¿Podemos despertarlos...?

–¡NI SE LES OCURRA!! –con voz aterrada, Mandy corrió hacia la puerta y la cerró de golpe–. ¡Fiu! Justo a tiempo –ella se secó el sudor de la frente.

–¡El niño! ¡¡El niño!! –aterrada, la profesora señaló hacia el interior de la jaula. Mandy miró en esa dirección y casi se desmaya. Resulta que el niño se había quedado dentro de la jaula cuando ella cerró la puerta.

"Mierda, mierda, ¿ahora qué hago? ¡¿Qué hago?!", mientras en su cabeza rondaba esta preocupación, Mandy se acercó a la puerta de la jaula. "Si no se puede abrir, pues lo siento, pero no puedo hacer nada por ti, pequeño", se dijo esperanzada. Empujó la puerta. Esta se abrió.

–¡Maldita sea! –Mandy se lamentó. Sin más remedio, ingresó a la jaula.

– Niño, ¡niño! Ven aquí – ella le dijo al infante en voz baja.

–¡¿Qué dicee?! ¡No la oigo, señorita extraterrestre! –gritó el niño.

–¡Shh!! ¡Cállate, baboso! –como una desquiciada, Mandy corrió hacia el niño y le tapó la boca.

"¡GRRRR!", de pronto se oyó. Mandy levantó la mirada. Frente a sí tenía a las tres hienas despiertas y gruñéndole con las fauces entreabiertas y mostrando sus afilados dientes. –Por la...

"¡WAAA!", Mandy huyó despavorida hacia la puerta de la jaula.

¡PUM! Aterrada a más no poder, Mandy cerró la puerta con ambas manos.

–¡El niño! ¡Sigue adentro el niño! –la profesora exclamó exasperada.

–¡Ay no! –Mandy se lamentó. Volvió a entrar a la jaula. Las hienas se habían quedado en sus lugares midiendo al pequeño. De pronto una se le lanzó encima–. ¡No te lo comerás! –Mandy jaló al niño justo a tiempo y corrió hacia la salida arrastrándolo tras de sí. Apenas abrió la puerta lanzó al niño hacia la profesora–. ¡Atrápelo! –exclamó ella pasada de revoluciones. Hecho esto cerró la puerta de un portazo. El corazón le latía tan fuerte que sintió que en cualquier momento le atravesaría el pecho.

–¡Joaquín! –la profesora levantó los brazos para coger al pequeño en tanto retrocedía para atraparlo–. ¡Te tengo! –ella exclamó cuando lo cogió, pero entonces su espalda chocó con la baranda que tenía detrás. Profesora y niño cayeron al lago de los patos y los cisnes.

–¡Ya me fui al carajo! –Mandy se tomó la cara con la mano derecha.

–¡Señorita guía! –hecha una furia y con la cabeza cubierta de musgo y plumas, la profesora se levantó del agua poco profunda. Pero Mandy ya no estaba por ningún lado–. ¡Grrr! Que guía ni que nada, ¡esa estafadora me las va a pagar! –furibunda, la profesora se sacó de un manotazo el musgo que le caía por la cara. Detrás de ella, el niño jugueteaba muy feliz con uno de los cisnes.

–¿Por qué siempre me tienen que pasar estas cosas a mí? ¡¿Por qué?! –Mandy refunfuñó en tanto con las manos en los bolsillos avanzaba a paso veloz. Asimismo, con la mirada buscaba con ahínco a su padre y a sus hermanitos. Los encontró contemplando a los pingüinos.

–¡Papá! –Mandy exclamó, y se acercó hacia la baranda desde la cual se veían a los pingüinos.

–Hola, hija. ¿Dónde has estado todo este rato? Ya nos íbamos a ir –le dijo el señor Harold.

–Por ahí, viendo a los animalitos...

–¡Grrr! Donde estará esa estafadora, ¡no dejaré que se vaya con mi dinero! –de pronto Mandy oyó la furibunda voz de la profesora en las cercanías. Con el rabillo del ojo la vio avanzando a largas zancadas, y acompañada de un policía. Detrás iban los niños, todos cogidos de la mano y formando así una cadena.

¡SPLASH! Mandy se lanzó al estanque de los pingüinos, dado que ya no le dio tiempo de huir ni de encontrar otro lugar donde ocultarse. La profesora, el policía y los niños pasaron de largo a paso veloz. Calculando que ya había transcurrido un buen tiempo, Mandy asomó la cabeza sobre la superficie del estanque.

–¡Hija ¿se puede saber que estás haciendo?! –muy desconcertado, le preguntó su padre.

–¡Ay papá, no sabes las ganas que tenía de jugar con estos pingüinitos tan tiernos! ¡Ya no pude resistirme más!

–¡Nosotros también queremos jugar! –Robin y Tabata también se lanzaron al estanque.

Cerca de las cuatro y media de la tarde el señor Harold y sus hijos salieron del Parque de las Leyendas. Mandy y sus hermanitos se encontraban mojados y tiritando de frio.

–¡Achis! –estornudó Tabata.

–¡Achis! –Robin estornudó.

–¡Achis! –Mandy se unió a la fiesta.

–Son unos terribles, niños, ¡unos terribles! No quiero ni imaginarme el colerón que hubiese hecho su madre de estar aquí...

–Vamos, papá, que no es para tanto. Mejor vamos al hotel para cambiarnos y luego tomar por allí algo caliente –sugirió Mandy.

–¡Sí, algo caliente, algo caliente! –exclamó Robin.

–¡Yo también quiero! –exclamó Tabata.

–Apurémonos, entonces, que ya están por acabar las clases de su madre –dijo el señor Harold tras consultar su reloj. Así, padre e hijos concluyeron su visita al zoológico más famoso del Perú.

Algunas horas más tarde, toda la familia Carpio se encontraba de paseo en el Parque de la Reserva. Habían ido a visitar el icónico Circuito Mágico del Agua.

–Hija, ¿sabías que este parque tiene el record Guinness de ser el complejo con más fuentes de agua en el mundo? –la señora Susan le comentó a Mandy.

–¡Wow, no lo sabía, mamá! ¡Es increíble!

La familia recorrió el lugar mientras contemplaban las distintas fuentes, muchas alumbradas por luces láser multicolores en tanto otras expulsaban hacia el cielo altos chorros de agua. Agradable música de fondo sonaba en los distintos sectores del circuito.

–¡Qué bonito! –aplaudió Tabata.

– ¿Puedo acercarme a esa fuente? –preguntó Robin.

–No, hijo, que es peligroso –contestó la señora Susan.

–No te preocupes, mamá. Yo iré con él –se ofreció Mandy. En ese momento ella estaba de buen humor, pues debido a las luces y a la misma noche, su color púrpura no era tan visible para la gente, de modo que nadie se fijaba en ella.

–Yo también quiero ir –dijo Tabata.

–Pienso que... –la señora Susan miró a su esposo.

–No creo que les pase nada, querida. Mandy los cuidará, ¿verdad, hija? –indicó el señor Harold.

–¡Por supuesto, pa, de eso ni se preocupen!

–Está bien, pero no demoren, ¿ok? Los estaremos esperando en la fuente de allá, la del chorro más alto –señaló la señora Susan. Pero Mandy y sus hermanitos ya se habían alejado a toda velocidad–. ¿Cuándo será el día en que me escuchen estos mocosos? –se lamentó la señora Carpio–. Solo espero que no se les ocurra ninguna tontería, aunque presiento que eso es demasiado pedir...

–¡Mira, hermana! –Robin señaló su pie–. Creo que es una moneda. Los tres se encontraban al borde de una plataforma de la que salían de distintos lugares y de forma intermitente delgados chorros de agua hacia arriba.

–¡¿Una moneda?! ¡¿De cuánto, de cuánto?! –Mandy se acercó. Desde detrás, Tabata se tapó la boca para ocultar su risa.

–Acércate más, un poquito más – le indicó Robin.

–Haber –Mandy se inclinó un poco más para observar mejor.

–¡Sorpresa! –Robin sacó el pie.

¡FLUOSH! Un chorro de agua salió disparado del suelo y cayó directo a la cara de Mandy.

"¡JAJAJA!" Robin y Tabata se doblaron de la risa.

"¡Glup glup glup!", Mandy se apartó a un lado. –A ya, con que esas tenemos, ¿eh? –ella esbozó una sonrisa malévola, y acto seguido, con la manga de su casaca se secó la cara.

Los tres hermanos pasearon por uno de los tantos caminos del parque. Volteando en todas direcciones Mandy se dedicó a buscar alguna fuente adecuada para su venganza.

–¡Oigan, miren esa fuente con ese chorro tan enorme que sale del centro! –de pronto, Mandy señaló emocionada.

–¡Vamos a ver, vamos a ver! –exclamaron Robin y Tabata.

Al poco rato los tres estuvieron frente a la fuente.

–A que no se atreven a permanecer parados cinco segundos en el medio de la fuente –Mandy retó a sus hermanitos–. ¿Qué, ninguno se atreve?

–Hazlo tu primero –le dijo Tabata.

–¡Sí, tu primero! –exclamó Robin.

–Como quieran –Mandy ingresó a la fuente y espero a que el chorro baje. Para llegar al centro ella usó un camino recto que dividía a la fuente en dos mitades. Una vez el chorro bajó, ella se paró en el agujero por el que salía el chorro durante cinco segundos, luego de lo cual regresó corriendo. Al poco rato nuevamente salió el alto chorro–. Lo ven, pan comido. Ahora les toca a ustedes. Vamos, ¿quién será primero...?

–Yo no quiero ir solo –admitió Robin con voz tímida.

–Yo tampoco –confesó Tabata.

–Vayan los dos al mismo tiempo, entonces. Miren, si superan el reto, les prometo que les compraré un chocolate para cada uno.

–¡Sí, chocolate! –exclamó Tabata.

–¡Hagámoslo! –exclamó Robin.

Los dos hermanitos tomados de la mano ingresaron a la fuente. Esperaron a que baje el chorro. Una vez bajó, corrieron hasta el centro de la fuente, y se pararon justo encima del agujero por el que salía el agua.

–Uno, dos, tres... –contaron.

–¡Niños, una fotito, haber posen! –Mandy sacó su celular.

Los niños sonrieron a la cámara.

¡FLOASH! El chorro de agua salió de la fuente y lanzó a los pequeños por los aires. Cayeron a los costados de la fuente, y terminaron hundiéndose en el agua.

"¡JAJAJA!", Mandy se mató de la risa. Miró su celular y reprodujo el video que acababa de filmar sobre lo acontecido. "¡JAJAJA!", nuevamente ella estalló en carcajadas. Así estuvo por un buen rato. Recién empezó a preocuparse cuando transcurrieron cerca de tres minutos y ninguno de sus hermanitos salía del agua.

–¡Ay no, vamos, pequeños minions, no me malogren la broma! –Mandy se dijo algo preocupada.

Pasó un minuto más. Sin más opciones que se le ocurriesen, Mandy optó por lanzarse a la fuente. Prendió la linterna de su celular y lo colocó en su delante para poder ver mejor. Primero buscó en el lado en el que cayó Tabata. El agua le llegaba hasta la altura de la cintura. –Esto está muy extraño... es imposible que se ahogue en una fuente tan poco profunda. Además, no la veo por ningún lado...

–¡Te engañamos! –desde afuera de la fuente, tras asomarse de detrás de una escultura de piedra, Robin y Tabata exclamaron entre risas.

–Mierda. ¿Cómo pude ser tan tonta? –Mandy se lamentó hecha una furia. Cuando salió del agua todo el cuerpo le estaba tiritando. Resulta que aparte de que se le mojó el pantalón, el resto del cuerpo también se le había humedecido debido a la nube de llovizna que producía el chorro de agua cada vez que este salía disparado hacia lo alto.

Mandy y sus hermanitos llegaron tiritando de frío al punto de encuentro que acordaron con sus padres. Robin y Tabata estaban en ese momento casi tan morados como su hermana.

–¡Santos cielos! ¡¿Qué les ha pasado?! –llevándose las manos a la boca, la señora Susan exclamó.

–Ay mamá... creerás que estábamos caminado de lo más tranquilos cuando un chorro de agua nos agarró por sorpresa y nos lanzó por los aires. Mira nada más que tener tan mala suerte –Mandy se excusó.

–Ya decía yo, ya me lo imaginaba... nunca podemos estar tranquilos en un lugar sin que pasen esta clase de cosas. ¡Ustedes tres se han propuesto matarme a disgustos! –la señora Susan se tomó la frente y se la masajeó con los dedos.

–¡Achis! –los tres hermanos estornudaron al unísono.

–¡Nos vamos! –la señora Susan jaló de la mano a Tabata y a Robin–. No quiero que terminen con una pulmonía fulminante.

–¡Achis! Como digas, mamá –Mandy se sorbió los mocos.

Esa noche y todo el día siguiente los tres hermanos se la pasaron encamados y con fiebre.

–Te lo juro, hija. Tú y tus hermanos un día me van a matar de la impresión. Y ni qué decir de lo que le terminarán provocando a la pobre de su madre... no sé con qué cabeza ella podrá atender a sus clases de hoy –el señor Harold, sentado en el borde de la cama de Mandy, le sacó el termómetro de la boca a su hija y revisó la temperatura. Ya eran cerca de las cuatro de la tarde–. Menos mal la fiebre ya te ha bajado. Cielo santo, hija. Mira nada más como tú y tus hermanitos han terminado por culpa de sus tonterías, ¡es el colmo!

–Papá, te juro que valió la pena. Cada maldito segundo –Mandy le sonrió, y cogió su celular de la mesa de noche.

–¿Cómo que valió la pena? ¿Pero con qué disparate me vienes ahora, hija?

Mandy desbloqueó su celular y le mostró a su padre el video en el que sus hermanitos salían volando producto del impacto con el chorro de agua. Inevitablemente al verlo, Mandy se mató de la risa.

–Eres la muerte, hija, ¡la muerte! –el señor Harold negó con la cabeza, aunque al poco rato terminó contagiándose de las sonoras carcajadas de su hija.

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