Trick 22: ¿En medio de una rivalidad inacabable? ¡La batalla por las banderolas!

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¡Ah, como estoy disfrutando de mis vacaciones! Les cuento amigos, durante estos días mi familia y yo hemos visitado numerosos lugares de la capital: la Plaza de Armas, el Puente de los Suspiros, la Costa Verde, el Parque del Olivar, y tantos otros lugares más que ahora ya ni recuerdo. Muy bonito todo, la verdad, aunque también es cierto que el tráfico en esta ciudad es tan terrible que puede volver loco a cualquiera. Y algo que también me raya es que durante nuestros paseos hemos pasado por sitios tan dispares... en un momento el carro está en una calle ordenada y embellecida por árboles y jardines, y a las pocas cuadras todo se transforma en un escenario decadente y sucio. ¡Vaya fenómeno para más raro! Ah, y, por cierto, ya me he recuperado casi por completo de mi gripe, aunque lamento decir que los enanos no han corrido con tanta suerte. Supongo que en este clima tan frio y húmedo es un poco complicado para ellos. Pero no creo que les importe mucho, la verdad, porque el día de hoy promete ser tan bueno e incluso mejor que los otros días. ¿Saben por qué? ¡Pues porque iremos a la parada militar de fiestas patrias, wuju! Y pensar que antes solo podía verla por televisión. En fin, ¡a disfrutar de estas fiestas patrias y de lo que nos queda de nuestras vacaciones en la capital!

***

Era una mañana tan fría como las otras, aunque de rato en rato el caprichoso cielo se despejaba y dejaba pasar algo del calor y la luz del sol. En la av. Brasil la parada militar por fiestas patrias ya había comenzado. Gracias a una amiga que hizo la señora Susan en su curso, toda la familia consiguió lugares para presenciar el desfile.

–¡Ah, como refresca esta gaseosa! ¡Tan heladita que da gusto! –Mandy sorbió lo último que le quedaba de su vaso descartable.

–¡Mamá, mamá! ¿Puedo tomar yo también gaseosa? –preguntó Robin.

–¡Yo también quiero! –señaló Tabata.

–No niños, ustedes no, que aún siguen resfriados –respondió tajante la señora Susan.

–¡No es justo! ¡Mandy también se resfrió y está tomando gaseosa!

–Yo ya estoy curada, así que se aguantan: ¡jummm! –Mandy les sacó la lengua a sus hermanitos.

–¡Waaa! ¡Yo también quiero gaseosa helada! –Robin hizo pucheros.

–¡Eres una mala, Mandy! –le reclamó Tabata con los ojos llorosos.

–Ya, niños, ya. Tranquilos, por favor. ¿Qué les parece si les compro chocolate caliente para cada uno? Es delicioso y les ayudará a entrar en calor para que se recuperen de su gripe –les sugirió el señor Harold a los pequeños.

–¡Sí, chocolate! –exclamaron Robin y Tabata al unísono.

–Yo creo que me compraré otra gaseosa... pero antes... ¡Ay, ya no me aguanto! Tengo que ir al baño –Mandy se levantó de su asiento y como alma que lleva el diablo se abrió paso por las graderías.

–¡Hija, con cuidado, no te vayas a perder! –la señora Susan le gritó a su hija desde la distancia, aunque Mandy ya se encontraba bastante lejos como para oírla.

"Detrás de las graderías he visto unos baños portátiles. Rayos, ojalá no estén todos ocupados: ¡que ya no aguanto!", Mandy corrió por entre el mar de vendedores ambulantes y transeúntes. Dando saltos por encima del gentió consiguió divisar los baños. En todos había cola.

–¡Maldición! –Mandy se lamentó, y aceleró el paso. Una vez llegó a los baños portátiles, rondó por el lugar en busca de la cola que esté más corta. Por más que se esforzó en intentar hallarla, todas le parecieron igual de largas. Al final optó por sumarse a la cola más cercana.

– ¡Ay, ya no puedo másss!! –ella se lamentó, y comenzó a dar saltitos desesperados–. Rayos, creo que no debí tomar tanta gaseosa...

La cola avanzó con parsimonia. Llegó el turno de la señora que se encontraba delante de Mandy en la cola. –¡Oh, ¿Dónde puse el papel?! –la señora se puso a rebuscar en su cartera. Se le cayó su billetera al piso. Con toda la calma del mundo la señora se agachó a recoger su billetera. Mandy ya no aguantó más y corrió hacia el baño.

–¡Oye niña, respeta la cola! –le reclamó la señora, indignada.

"¡Se quiere colar! ¡Que haga su cola como todos! ¡La chica púrpura se quiere pasar de viva!", los comentarios y quejas de la gente que hacían fila no tardaron en hacerse notar.

–Lo lamento, señorita, pero tiene que hacer su cola como todos los demás –una policía se acercó a Mandy y la cogió del brazo antes de que pueda encerrarse en el baño. Comenzó a arrastrarla hacia el final de la cola.

–¡¿Qué?! ¡Hey, espere! ¡Yo estaba detrás de la señora! ¡¿Por qué me manda hasta atrás?! ¡Alto! ¡Ya no me aguanto! ¡Ay noo!!

Mandy sintió que la vejiga ya le iba a reventar. Sin poder hacer nada por convencer a la policía, terminó nuevamente en donde había empezado, es decir, al final de la cola.

–Ya... no puedo... ¡más!!

Mandy se encontraba sufriendo y luchando por contener sus necesidades naturales, cuando con el rabillo del ojo se fijó en una cola mucho más corta. Sin tiempo que perder corrió hacia ella. Se colocó detrás de una joven rolliza que se encontraba comiendo un pan con chicharrón.

Llegó el turno de la muchacha.

A pesar de encontrarse a varios metros de distancia, Mandy escuchó proveniente desde el baño un estruendo tal que por un momento creyó que allí dentro estaban pasando una película de la segunda guerra mundial.

–¡Santo dios, esta tía se ha desfondado! –Mandy exclamó cuando finalmente fue su turno de entrar. Tomó todo el aire que pudo de una bocanada, se tapó la nariz y finalmente entró y cerró la puerta del baño tras de sí.

–¡Ah, me siento liberada! –Mandy exclamó cuando salió del baño–. Aunque también algo consternada por haberme quedado sin nariz. ¡Ja ja! Seguro que así la perdió Voldemort... ¡con tamaño sufrimiento cualquiera se vuelve un villano! –Mandy expresó en tanto se sostenía la nariz, cuando de improviso sintió una mano que se introdujo en su bolsillo.

–¡Hey, devuélveme mi celular, mocoso malcriado! –Mandy corrió tras el niño que le acababa de robar su móvil–. ¡Policía, auxilio! ¡Me han robado! –Mandy gritó en tanto que con la mirada buscaba a algún agente. Pero para su mala suerte no se topó con ninguno–. ¡Grrrr que rabia! ¡Ah, pero para regresarme en la cola si bien expeditos, ¿no?! ¡Mierda! –hecha una furia, Mandy aceleró su carrera.

Corrió y corrió sin descanso. Más de una vez estuvo a punto de perderle el rastro al muchachito entre el mar de gente. Recorrió varias cuadras, cruzó pistas y atravesó calles. Cuando menos se dio cuenta, se encontró en una callejuela estrecha y de mala pinta. El niño dobló por una esquina. Sin más remedio, Mandy optó por seguirlo.

Cuando Mandy dobló la esquina se topó de lleno con un grupo de cinco niños apoyados en la pared, conversando entre ellos de forma amena. En el acto reconoció al que le había robado el celular.

–¡Hey, tú! Devuélveme mi celular si no quieres problemas –Mandy se acercó con paso decidido al muchachito. Los otros niños se le quedaron observando boquiabiertos.

–¡Wow, una jermita morada! –señaló uno.

–Está buena –manifestó otro.

–Es rara –expresó un tercero.

–¿De qué circo vienes, causita? –el cuarto le preguntó.

–¡¿Quieren callarse, sarta de pirañas?! –Mandy les increpó furiosa.

–¡Oe, oe, aguanta tu coche que estás en nuestro barrio! –uno de los niños se despegó de la pared y le cerró el paso a Mandy.

–¡Eres bien bruta pa haberme seguido hasta aquí! –el chico que le había robado el celular se cruzó de brazos y se le acercó amenazante.

–¡Ja! Ni crean que la tendrán tan fácil. Puedo contra los cinco. Vengan cuando quieran, vamos: ¿a qué esperan? –Mandy adoptó su postura de guardia.

–Ya perdiste, moradita –otro de los chicos hizo crujir sus dedos. Los cinco se fueron cerrando en círculo alrededor de ella.

–Yo me quedo con las tillas, están piolas pa venderlas.

–Yo me conformó con darle un besito a esta nena mala...

–Oye, ¿no estás muy pequeño para estar pensando en esas cosas? –Mandy le increpó al último niño que habló.

–Tengo once años, ¿qué te crees?

–¿A sí? Pues entonces eres un enano.

–Que conchuda...

–¡A ella!

Los cinco niños se lanzaron al ataque.

"¡JAIIAAA!", Mandy no se quedó de brazos cruzados y contratacó. De dos palmazos al pecho mandó muy lejos al primer niño. Al segundo lo lanzó al suelo tras una patada al abdomen. Al tercero y al cuarto los dejó fuera de combate estrellándoles las cabezas entre sí. Al último niño simplemente lo esquivó y luego lo estampó contra la pared de una patada en la espalda.

En menos de un minuto Mandy fue la única que permaneció de pie. Los cinco niños yacían adoloridos y quejándose de los golpes recibidos. Mandy se acercó al que le había robado el celular y con delicadeza lo extrajo de su bolsillo. –Esto es mío –dijo–. Ahora sí, me voy. Fue un gusto, debiluchos –Mandy apoyó las manos en la nuca y se alejó silbando de lo más tranquila.

–Espera –en eso sintió una mano que le agarró el talón.

–¿Es que acaso quieres más? –Mandy viró la cabeza y observó con desdén al niño que desde el suelo le había cogido el talón.

–Perdónanos por lo que te hicimos, no fue por molestarte... simplemente... snif... ¡nos moríamos de hambre, waaa!

–Ya, ya. Tranquilo... hey, niño. No llores que me vas a hacer sentir mal –Mandy se agachó y con la mano derecha acarició la cabeza del muchachito.

–¡Chicos, tengo una idea! –el chiquillo se puso de pie, aunque tuvo que apoyarse en la pared para no caerse–. Esta chica es muy fuerte: ¡ella podrá ayudarnos!

–¿De qué estás hablando, pollo? –le preguntó un compañero.

–¿De que más? ¡De la banderola! ¿No se acuerdan que el Tapir nos dijo que si se la conseguíamos nos iba a pagar un buen billete? ¡Con eso tendremos para comer!

–¡Sí, que buena idea!

–¡Chica morada, ayúdanos, ayúdanos!

–Yo ya me voy. Lo siento, niños –Mandy se encogió de hombros y comenzó a alejarse.

–¡Por favor! –con la voz quebrada y llorando a mares, los cinco muchachitos se abrazaron a las piernas de Mandy.

–Ya... suéltenme, o los voy a golpear de nuevo –Mandy los amenazó.

–¡Por favor! –insistieron ellos suplicantes.

–Tengo que irme: ¡entiéndame, mocosos!

–Piensa en que sin el celular que nos has quitado y sin el dinero por la banderola nos moriremos de hambre. ¡¿Quieres cargar en tu consciencia con las muertes de cinco inocentes angelitos?!

–Serán frescos...

–¡Por favor!!

–¡Ayyy! Bueno, ya. ¡Está bien! Los ayudaré, solo dejen de hacer tanto escándalo. "Aunque, la verdad es que me siento algo mal por estos niños... rayos, siempre yo y mi buen corazón... ¿buen corazón? Un momento, ¡eso es! Esto es una buena acción, si los ayudo tal vez la maldición pueda revertirse. ¡Claro que sí! ¡Vale la pena intentarlo!".

–¡Gracias! –los cinco niños se abrazaron con más fuerza a las piernas de Mandy.

–¡Ya suéltenme, o me largo!

–¡Si! –en un parpadear los cinco se soltaron y se formaron en posición de firmes.

–¿Y bien? ¿Dónde está la dichosa banderola?

–En el cono norte –contestó uno de los niños.

–¡¿Qué?! ¡¿En serio piensan que iré hasta allá con ustedes?! ¡Están locos!

–Sí, sí. Ven a recogernos. ¡Iremos a por la banderola! –uno de los niños habló por su celular sin hacer caso de las quejas de Mandy.

–¿No que no tenían ni para comer? –Mandy escrutó al niño que había hecho la llamada.

–Dije para comer, no para llamar, je je –el chiquillo soltó una risita nerviosa.

Al poco rato en un tico llegó un joven delgado y de desgreñada cabellera larga. A Mandy le pareció que aquel tipo no se bañaba en siglos. –¡Suban! –exclamó él.

A medida que el carro fue acercándose más a su destino, Mandy comenzó a arrepentirse de haber aceptado subir. El barrio al que finalmente entraron parecía ser parte de los quintos infiernos. "¡Glup!", Mandy tragó saliva.

–Esa es la casa en la que tienen la banderola –señaló el chofer del tico–. Pertenece al líder de una de las facciones más bravas de la trinchera A...

–Oigan, oigan... allí hay reunidos un montón de tipos con cara de malandros. ¿Cómo se supone que podremos conseguir la banderola? –les increpó Mandy.

–Están tomando, así que si tenemos cuidado podremos entrar sin que nos noten... esa puerta siempre para abierta cuando toman, así que no habrá problema para entrar.

–Necesitamos a alguien que pueda pasar desapercibido para que busque la banderola mientras el resto los distraemos –sugirió uno de los chiquillos.

–¡Que vaya la chica karateka!

–¡¿En serio creen que yo no llamaré la atención?! ¡¿Es que están ciegos o qué?!

–Votemos –opinó el chofer.

–Estúpidos, todo porque se mueren de miedo de ir –refunfuñando entre dientes, Mandy bajó del carro y de forma furtiva se fue acercando a la casa. Esperó escondida tras una pared de la esquina del frente–. Ahora a esperar a que esos bobos los distraigan...

No tuvo que esperar mucho, pues raudo el tico pasó frente a la casa y les lanzó a los tipos una tira de cuetecillos, los cuales explotaron en el acto. –¡Nos atacan! –un tipo sacó su pistola y disparó al aire.

–¡Pero que...! –Mandy saltó aterrada al oír el disparo.

–¡Seguro que son esos maricas del comando B que quieren recuperar su banderola! –exclamó otro de los tipos. Todos fueron tras el tico, algunos corriendo, otros subiéndose a sus motos. Al final en la casa solo quedaron tres tipos montando guardia.

–Muy bien, debo ser cautelosa y, sobretodo, silenciosa... vamos, Mandy, eres invisible, más silenciosa que el silencio... –Mandy bordeó la manzana y se acercó por el otro lado a la casa. Los tipos se habían puesto a tomar de nuevo.

"Silenciosa, invisible...", Mandy se repetía para sus adentros en tanto de puntillas se iba acercando, cuando en eso...

¡Guau, guau! Un perro se acercó hacia Mandy desde detrás.

"¡IIIAAA!", toda cautela y cuidado fueron olvidados en el acto; Mandy corrió hacia la casa como un relámpago. Antes de que los tres tipos se den cuenta de lo que estaba pasando, Mandy ya había entrado a la casa y cerrado de un portazo la puerta tras de sí. El perro se quedó afuera rascando la puerta metálica con las patas delanteras y ladrando sin cesar.

Detrás de la puerta, por varios segundos Mandy permaneció apoyada a esta y recuperando el aliento. Entonces recién se percató de lo que acababa de hacer. Una gota de sudor helado descendió por su frente.

–Bueno, ya no importa. Ya estoy aquí, así que debo buscar esa estúpida banderola –Mandy se dijo. Buscó por toda la casa, por cada habitación, pero no encontró nada. En eso sintió la puerta de la calle abrirse de golpe, y a continuación oyó a una furibunda turba entrar a todo galope–. ¡Oh, no! –se lamentó, y sin tiempo que perder corrió hacia el techo. Allí, apoyada contra un lavabo, estaba la dichosa banderola. Mandy la cogió sin tiempo que perder. Se dispuso a bajar, pero por las escaleras oyó que ya subían sus perseguidores.

Se asomó a la baranda del techo. Nada más ver hacia abajo le dio vértigo. De pronto, a lo lejos divisó el auto de sus compañeros acercándose. Ella levantó la banderola para hacerse notar.

–¡Miren, la chica morada la consiguió! –señaló uno de los niños.

–Pero ahora, ¿cómo hará para escapar? –preguntó otro.

–Fue una buena chica. Siempre la recordaremos –el chofer aceleró el carro.

–¡No, ¿qué?! ¡No se vayan, malditos cobardes! ¡Traidores! –Mandy exclamó. Detrás ya tenía a toda la turba enardecida de barristas. "¿Qué hago? ¿Qué hago?", pensó aterrada, cuando para su buena suerte se percató de que en la casa de al lado había una montaña de aserrín en el centro del patio.

–¡Gerónimo! –sin pensárselo dos veces, Mandy saltó hacia la montaña de aserrín. Una vez abajo, corrió hacia la puerta que daba a la calle. Para su suerte esta estaba cerrada sin llave.

Corrió y corrió. Piernas le faltaron. Doblando una esquina el alma le volvió al cuerpo. Allí la estaba aguardando el tico. "¡Uf! Menos mal que decidieron esperarme", se dijo, y entró al vehículo, del cual ya le habían abierto la puerta.

–¡Arranca, arranca! –exclamó uno de los niños.

El chofer arrancó y el auto aceleró a toda velocidad.

–Gracias... por esperarme –muy agitada, Mandy llegó a hablar.

–En realidad teníamos la esperanza de que con la confusión provocada por tu muerte podríamos colarnos a por la banderola –admitió el chofer.

–¡Vaya! En serio que mejores amigos no he podido conseguir... –Mandy dijo en tono sarcástico.

Cuando el auto por fin se detuvo, Mandy abrió los ojos. Sin darse cuenta ella se había quedado dormida. –¡¿Eh?! ¡¿Se puede saber dónde estamos ahora?! –ella exclamó contrariada. Resulta que habían llegado a un barrio de pinta tan peligrosa como la del que acababan de dejar.

–Estamos en el cono sur. En la casa del Tapir –contestó uno de los niños.

–Grrr... –Mandy comenzó a hervir de la rabia–. ¡¿Se puede saber porque diablos no me despertaron antes de venir hasta aquí?! –ella les increpó hecha una fiera.

–Lo sentimos, discúlpanos –los niños juntaron las manos.

–Oye, chofer, vámonos de este antro. Ya les conseguí su estúpida banderola, así que no tengo nada más que hacer aquí...

–Dice que ya sale –el niño del celular le comunicó al resto.

–¿Sale quién? –Mandy le preguntó.

–El Tapir.

Al poco rato la puerta de la casa se abrió. Un tipo de cara redonda, pelo grasiento recogido en una cola de caballo y cara de pocos amigos salió de la vivienda. Cuando Mandy se fijó bien en él, sintió temor. "Este tipo se ve muy peligroso".

–Oe chibolo, ¿y la banderola? Mira que me hayas hecho salir por las huevas, por mi mare que te reviento –amenazó el Tapir.

–No, no –muy nervioso, el niño aludido negó con la cabeza y mostró la banderola. El Tapir sonrió, y Mandy pudo verle un diente de oro.

–Bájense todos –el Tapir ordenó.

–¿Qué, yo también? –Mandy le preguntó a uno de los niños.

–¡Bájate si no quieres que esto acabe mal! –le chistó el aludido–, que el Tapir no se anda con chiquitas...

Una vez todos bajaron del vehículo, el tapir tomó la banderola y se dio media vuelta para regresar a su casa. Mandy lo observaba escondida detrás del chofer.

–Oye... hey, Tapir –uno de los niños se atrevió a dar un paso al frente–. No te olvides de la promesa, dijiste que nos ibas a pagar un buen billete si te traíamos la banderola...

–No seas sano, pe chibolo, que eso lo dije de broma. ¿Cómo iba a saber yo que ustedes la iban a traer de verdad? ¡Era algo totalmente impensado! –el Tapir rápidamente metió la banderola por la puerta abierta.

–Pero, pero...

–¡Ya cállate, mocoso de mierda! –sin previo aviso, el Tapir cerró la puerta de golpe, luego se volvió, y de un rodillazo dejó en el suelo al niño. Este último se retorció de dolor en la acera.

–Vamos, Tapir, yo y los niños nos hemos jugado el pellejo por recuperar esa banderola... aunque sea danos algo –el chofer se atrevió a decir.

–¡Vete a la mierda, carcoso! –el Tapir le propinó un puñetazo que mandó al suelo al pobre chofer–. ¿En serio piensas que te voy a creer que tú has hecho algo, vago estúpido?

–¡Déjalos! –sin poder contener más su indignación, Mandy sacó cara por sus compañeros. Los niños que quedaban de pie se refugiaron tras ella temblando de pies a cabeza.

–¿Qué? Pero mira nada más la sorpresita que me han traído estos inútiles –el Tapir se relamió y con ojos lascivos contempló a Mandy de pies a cabeza–. Fiu, fiu, la verdad que no sé si será porque estoy medio volado, pero te veo morada, chibola, mira tú...

–Págales lo que les prometiste: ¡sé hombre y cumple con tu palabra! –Mandy insistió.

–La que va a pagar eres tú, chibolita... ¡ven pa acá! –el Tapir se acercó a Mandy con la intención de jalarla del brazo, pero ella esquivó el intento.

–Ponte en guardia –Mandy adoptó su postura de combate. El Tapir la miró con cara de no poder creerse lo que estaba pasando. Estalló en carcajadas.

–No sabes con quien te estas metiendo, mocosa insolente –dijo el Tapir, y se lanzó al ataque.

Mandy como pudo esquivó y bloqueó los poderosos puñetazos y patadas del Tapir. A pesar de cubrirse con ambos brazos, cada golpe que le era dirigido a la cara la sacudía de pies a cabeza. Mandy retrocedió hasta que su espalda chocó contra el tico. El Tapir sonrió y se le abalanzó con una patada voladora.

–¡No le hagas daño, ella no tiene nada que ver! –a medio trayecto uno de los niños se aferró al Tapir. Al poco rato los otros cuatro niños siguieron su ejemplo.

–Chicos... –Mandy abrió los ojos, luego de que ya se había resignado a lo peor.

–¡No me toquen, porquerías! –el Tapir alejó a los niños a punta de golpes. Los cinco terminaron en el suelo, todos muy maltrechos. Pero para el Tapir eso no fue suficiente. Como un desquiciado se acercó a cada uno y les comenzó a propinar patadas. Mandy no podía creer lo que estaba pasando. Jamás se imaginó que pudiera existir alguien tan despreciable.

De forma inesperada una singular presión se sintió en el aire. El carcoso fue el primero en notarla. Tuvo miedo. Se alejó a una buena distancia. Por su parte, Mandy sintió una oleada de energía pesada y ardiente que pasó a recorrer todo su cuerpo. Jamás en su vida ella había sentido algo parecido.

–¡Déjalo en paz!! –acompañando sus palabras con la acción, Mandy le propinó al Tapir un puñetazo tan fuerte en la cara que lo estampó contra la puerta de su casa. El Tapir nunca vio venir el golpe. Tambaleándose, él se levantó aferrándose al pomo de la puerta. Con los ojos desorbitados observó a Mandy. "Ese puñetazo no fue para nada normal... ¡¿Quién mierda es esta mocosa?!", se preguntó para sus adentros. El Tapir se preparó para contratacar, pero antes de poder hacer algo, Mandy apareció frente a él, y de una patada de media vuelta dirigida al estómago lo mandó de nuevo contra la puerta, la cual esta vez se abrió de par en par. El Tapir terminó inconsciente, tirado sobre el suelo de la entrada.

–¡Fiu! Y así niños, es como uno debe deshacerse de la basura –Mandy se limpió las manos como quien se está quitando el polvo. Ella sonrió y les mostró a los infantes el dedo pulgar. Los cinco niños se incorporaron adoloridos y le devolvieron la sonrisa a Mandy.

–Sacaremos la banderola de la trinchera A y la devolveremos –uno de los niños sugirió–. Ese será el castigo del Tapir.

–Oigan, ¿pueden explicarme de que va todo esto de las banderolas? ¡No entiendo nada! –se quejó Mandy.

–Yo puedo responderte a eso –el carcoso se asomó de detrás de su auto.

–¡¿Y tú?! ¡¿Se puede saber dónde carajos estabas?! –Mandy le increpó.

–Nos encontramos sumidos en una guerra sin cuartel entre las barras bravas de los dos equipos de futbol más grandes de la capital –sin hacer caso de la última pregunta de Mandy, el carcoso inició su explicación–. Verás, desde siempre ambos bandos hemos sido enemigos acérrimos y siempre hemos tenido nuestros enfrentamientos. El más reciente es este: los de la trinchera A robaron hace un mes nuestra banderola y en venganza hace unas tres semanas nosotros les robamos la suya. El líder de la facción más grande del comando B, el Tapir, asumió el resguardo de la banderola enemiga, en tanto el Toro bravo, el líder de la facción más grande de la trinchera A, tomó a su cargo la custodia de nuestra banderola.

–En pocas palabras, intercambiaron las banderolas: ¡serán bestias! –cruzada de brazos, Mandy lo miró con cara de "pero qué idiotas"–. ¿Saben qué?, se me acaba de ocurrir una excelente idea para de una buena vez traer la paz a toda esta sarta de hinchas babosos...

–¡¿Una idea?!! –desconcertados por lo que acababan de oír, el chofer y los niños preguntaron al unísono.

–Ya verán –Mandy esbozó una misteriosa sonrisa–. Primero vamos adentro de la casa de este Tapir sin domesticar para buscar la banderola de la trinchera A. Del resto me encargo yo –ella cogió la banderola del comando B y se metió a la casa. Los niños y el carcoso la siguieron.

Mandy acababa de terminar con su plan, cuando afuera de la casa se oyó una turba lanzando insultos y gritando. El carcoso se asomó a la ventana y tragó saliva. –Son de la trinchera A. seguro que han venido a cobrar venganza, ¡mierda! –informó aterrado.

–¡Je! Hora de poner mi plan en acción –Mandy sonrió, y cogió ambas banderolas. Se acercó a la ventana y las desplegó fuera de la ventana, de modo que todos los de afuera las pudiesen ver.

Al poco rato se presentó en el lugar la turba del comando B, quienes llegaron alertados por el escándalo. Las dos barras se quedaron en shock cuando contemplaron lo que había ocurrido con sus respectivas banderolas. Resulta que estaban cocidas la una con la otra, y en el centro de la nueva superbanderola había un dibujo hecho con plumón rojo de una enorme carita feliz con forma de corazón.

–¡¿Se puede saber quién ha sido el infeliz que ha malogrado de forma tan grotesca nuestras sagradas banderolas?! –fue el clamor popular de ambas barras bravas.

–¿Cómo que malograr? –Mandy no se lo podía creer. Lentamente escondió la cabeza detrás de la cortina a medida que la iba cerrando.

–¡Chica morada, la has cagado! –los niños le reclamaron aterrados.

–¡Ahora nos van a matar a todos! –el carcoso exclamó, presa del pánico. Tomándose de los cabellos comenzó a dar vueltas alrededor del cuarto cual un desquiciado.

"¡Al ataque!", la turba entró a la casa. El Tapir, quien acababa de recuperar el conocimiento, como pudo tuvo que hacerse a un lado para no ser aplastado.

–No se preocupen, yo me haré cargo –Mandy abrió la ventana y se amarró las banderolas a la espalda, a modo de capa–. Aquí vamos de nuevo –ella se dijo, y acto seguido saltó al vacío.

El Tapir, totalmente molido, se apoyó en el marco de su puerta y luego avanzó rengueando hacia la calle.

¡PUM! De improviso unos pies aterrizaron sobre su cabeza, con lo que el pobre fue mandado de cara contra el suelo. –¡Gracias por amortiguarme, cabeza dura! –Mandy se despidió mientras se alejaba con la banderola ondeándole en la espalda.

–Ay, qué dolor... –el Tapir intentó levantarse. Se encontraba muy mareado.

–¡Tras ella! –la turba salió de la casa. Esta vez el Tapir no pudo hacerse a un lado a tiempo.

–¿Alguien anotó la matricula...? ¡Ahhh! –el Tapir se desplomó sobre la acera, ya sin conocimiento.

Desde la ventana, el carcoso y compañía observaron a Mandy alejarse bajo el crepúsculo del atardecer y siendo perseguida por la turba conformada por ambas barras bravas.

–¡Increíble! ¿Alguna vez vieron a la trinchera A y al comando B marchando juntos como hermanos? ¡Lo veo y no lo creo! –boquiabierto, uno de los niños señaló.

–Y que lo digas. Este es un hecho tan histórico como la mismísima independencia del Perú –el carcoso expresó asombrado. 

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