39. El hijo pródigo

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Nadie había logrado conciliar el sueño aquel día, y el letargo que los minutos traían consigo no ayudaban en absoluto a que se animaran, a la espera de que llegara la hora del entierro.

Ocultando el rostro entre sus manos, Charles se encogía sobre sí mismo, sentado en un banco de piedra del verdoso exterior. Ni siquiera el frío les había impedido salir a tomar algo de aire fresco, pues el ambiente en la casa estaba tan cargado que amenazaba con asfixiarles. A su lado, Sylvain yacía en una postura similar, aunque más resignada. Contemplaba el cielo con ojos somnolientos, preguntándose si su madre se habría encontrado ya con su padre allí arriba. Savary permanecía silencioso, de riguroso luto al igual que los dos jóvenes, algo más alejado.

—Si tan sólo lo hubiera sabido antes... Si Ludovic se hubiera dignado a responder mis cartas... No, ¡si tan sólo no me hubiera marchado nunca! —exclamaba un exasperado Charles, tirándose de los cabellos— Mi madre... Mi añorada madre, ¿cómo sé que me ha perdonado después de ni siquiera poder verla por última vez?

—Mamá te perdonó hace mucho tiempo —dijo Sylvain, colocando una mano en su espalda en pos de calmarlo. Aún no sabía muy bien cómo comportarse con su hermano—. No creo que nunca te guardase rencor.

—Ojalá te oiga, Syl. Ojalá lo haga...

Un silencioso sollozo provocó que los hombros de Charles se convulsionaran en señal de derrotado llanto, y su hermano hizo todo lo posible por consolarlo. Demasiado cansado como para llorar, Sylvain apenas era capaz de centrarse en el dolor que todavía mordía su corazón. Savary los contemplaba con gesto grave, frunciendo el ceño en pos de sobreponerse a las descontroladas emociones del mayor.

—Ludovic... Fue por su culpa el que yo no lograse volver antes. Fue él quien envió aquellas endiabladas pruebas falsas, y sigue creyendo que no lo sé. ¿Dónde demonios se ha metido? ¿Por qué no aparece?

Tanto Sylvain como Savary se miraron, atónitos. ¿Habían oído bien?

—Espera, ¿dices que Ludovic envió pruebas falsas en tu ajusticiamiento? —inquirió Savary, repentinamente abrumado.

—Lo hizo. Todavía tengo los documentos —rumió Charles, mirando a su viejo mentor. Su rostro ardía, enrojecido, de la rabia—. Se hizo pasar por un testigo en sus escritos y tomó prestados los nombres de mis compañeros, alegando que los conocía. Por supuesto ninguno de ellos lo desmintió, y a punto estuve de que me mandaran a la horca. No fue hasta que pude ver su carta y reconocer su caligrafía cuando el juez declaró la nulidad de las pruebas, pero ese hijo de perra... No voy a descansar en paz hasta que lo encuentre y lo haga pagar por lo que me hizo, porque lo hará.

—Charles, cálmate. La violencia no es el medio —se apresuró a decir Savary—. Conociendo a Ludovic probablemente se haya escondido en el Barril de Casiraghi, pero nadie va a hacer nada hasta que vuelva, ¿queda claro?

—Alain, él es un cobarde. No se atreverá a volver mientras yo esté aquí. Sabe que no dudaré en delatarle si lo hace, porque ha hecho todo lo posible por borrarme del mapa desde que quise volver.

—Has de esperar, muchacho. Tu madre no querría que se sucediese una trifulca familiar en un día como este.

—¿Por qué quiso el tío borrarte del mapa?

La pregunta de Sylvain provocó que ambos se giraran para mirarle. Ajenos a lo que pudiera estar pensando, los dos tardaron un poco en contestar. Por su parte, Sylvain escrutó a su hermano con la mirada, sediento de respuestas ante las numerosas teorías que había comenzado a forjar en su mente.

—Ludovic no quería que me hiciese con la herencia de papá. Renuncié a ella cuando me marché, pero cuando le pedí ayuda para regresar, temió que volviera a reclamarla y la avaricia lo cegó. Su plan habría funcionado si, después de que me colgaran, hubiera ido a por ti, porque fue tan necio como pare decírmelo creyendo que no me saldría con la mía y que viviría para contarlo —dijo Charles con frialdad, dejando escapar un suspiro—. Por eso vine tan rápido en cuanto pude hacerlo. No podía permitirme que algo así llegara a ocurrir.

Sylvain se calló, helado al oír su testimonio. Desvió la mirada, demasiado aturdido como para pensar con demasiada claridad. ¿Su tío... había planeado matarlo a él también por la herencia? ¿Se trataba de eso?

—Charles, esas afirmaciones son demasiado fuertes —intervino Savary—. No es que no confíe en ti, pero ¿estás seguro de que tienes pruebas?

—Tengo todas las pruebas por escrito en forma de cartas. Si algo he aprendido durante todos estos años es a no levantar falso testimonio sin motivo, y creedme que ahora tengo motivos de sobra para hacerlo bien.

—Te creo, pero... Necesito algo de tiempo para mascar todo esto. No creí que las cosas fueran a acabar así —musitó Savary, llevándose una mano al puente de su nariz—. Me alegro de que Annie al menos se marchase sin saber acerca de esto...

—¿Annie?

Sylvain se sonrió débilmente al ver el desconcierto de su hermano, quien lo miró esta vez para hallar alguna respuesta.

—Hay muchas cosas que han pasado desde que te marchaste hace años... Muchísimas —dijo Sylvain con cierta melancolía—. Mamá y Savary, Jacques...

—Espera, ese Jacques... ¿Es Jacques Chardin?

Savary pareció aliviado al ver que no reparaba en lo que su protegido acababa de decir y dejó que se pusiesen al día con cierta cautela, aunque la preocupación no terminó de abandonar su expresión.

—Sí, es Jacques Chardin. Sé que lo conociste. Cuando descubrí las cartas que el tío Ludovic escondía vi que te echó una mano y... bueno, también trató de avisarme de lo que ocurría.

—Ya veo... No sé qué habría hecho sin ese chico, si te soy sincero. Parecía desesperado por querer saber algo de ti también, pero nunca indagué al respecto. Supongo que Ludovic se dedicó a confiscar toda la correspondencia que hablara de mí.

—Algo así... ¿Se encontraba bien?

Charles meneó la cabeza.

—Tu amigo estaba hecho un desastre. Lo veía en las tabernas por la noche y en las reuniones del club cuando volví, pero es un cerebro desperdiciado, me temo. Creo que tuvo un hijo justo antes de que yo tomara ese caballo y regresara, pero pobre criatura... Está perdido por la bebida.

Savary contempló a Sylvain con cierta lástima en su mirar, pero no dijo nada. El último se limitó a asentir en silencio, respirando hondo en un intento por no abrumarse de nuevo. Deseó con todas sus fuerzas que aquel bebé tuviera una buena vida, aunque dudaba que fuera posible.

—¿De qué os conocíais los dos? Se me hizo tan extraño que supiera quién eras...

—Es una larga historia, hermano —sonrió Sylvain con amargura—. Demasiado larga y demasiado dolorosa como para contártela ahora. Sólo espero que tu mente siga siendo tan abierta como antaño.

Frunciendo el ceño al oírle, Charles asintió con lentitud.

—Lo sigo siendo. Al menos puedo decir que he visto de todo en mi ausencia, por lo que no creo que me escandalice por lo que tengas que contarme.

A juzgar por el tono que empleó Sylvain dedujo que, tal vez, pudo haber sospechado algo por Jacques. Quizás le hubiese dicho algo, aunque dudaba que el sastre llegara a revelarle algo así a su hermano. Ya ni siquiera sabía qué pensar tras haber conocido que podría haberse visto en grave peligro a manos de su tío.

—Espero que podamos encontrar un poco de tiempo para ponernos al día tú y yo, Sylvain. Nunca me perdonaré el haberos abandonado, especialmente a ti —dijo Charles, arrugando con nerviosismo un pañuelo que sostenía en su mano—. Cuando te vi anoche... Verdaderamente creí que no me reconocerías, o que directamente me mandarías al infierno porque te habían puesto en mi contra.

—Me temo que nunca podría hacer algo así, sobre todo cuando tenemos todo el tiempo del mundo por delante para poder conocerte de verdad y saber quién es mi hermano —respondió Sylvain, dedicándole una cansada sonrisa—. Sólo espero que no vuelvas a marcharte.

Aliviado, Charles le devolvió la sonrisa con sinceridad, asintiendo con la cabeza.

—Ni muerto lo haría. Todavía tengo que ver a algunas personas especiales que dejé atrás en contra de mi voluntad.

—En ese caso tal vez te interese ver quién viene por allí a lo lejos. No hemos sido los únicos que te han echado de menos.

Sin entender a lo que se refería, tanto Charles como Savary siguieron el recorrido de la mirada de Sylvain. Aproximándose por uno de los senderos de tierra, cruzando las campiñas, dos figuras más que reconocibles se aproximaban a ellos, también vestidos de luto. Un pequeño perro correteaba alegremente alrededor de ambos, provocando que la mujer apretase más al bebé entre sus brazos contra su pecho, queriendo alejar al cachorro con un pie. Sylvain vio, divertido, cómo Darrell protestaba al ver que lo estaba ahuyentando, y lo único que llegó a oír fue una palabra malsonante por parte de Evelyn.

Por su parte, Charles se puso lentamente en pie al reconocer a la fémina, palideciendo en cuanto vio a la niña que traía consigo. Savary y Sylvain lo imitaron con una pícara sonrisa, dejando que el mayor de los Lemierre se adelantase con inseguros e incrédulos pasos para recibirla.  Guardando las distancias por tal de no cruzar palabra con Charles, Darrell lo rodeó hasta llegar donde Sylvain y su mentor, incapaz de apartar la vigilante mirada del primero. Mefistófeles no paró hasta que Sylvain lo acarició con cariño, obligándolo a calmarse un poco.

Evelyn, alzando la cabeza con altanería, contemplaba a Charles en un silencio tan acusador como emotivo para ella. Esperó a que éste fuera el que se aproximase para, de pronto y sin decir absolutamente nada, propinarle una bofetada que hizo eco por toda la campiña.

—Eso es por haberte marchado sin decirme por qué, bastardo —dijo la mujer, volviendo a sujetar a su bebé con ambas manos—. Te estuve esperando por más de nueve meses.

Un satisfecho Darrell sonrió con discreción, provocando que Sylvain pusiese los ojos en blanco al verle. Charles, sin llevarse la mano a la enrojecida mejilla, asintió con lentitud. Ni siquiera había perdido la compostura. ¿Cómo lo hacía? Abrió la boca para probablemente excusarse, pero Evelyn volvió a ser más rápida que él.

—Sí. Ésta de aquí es tu hija y sí, la has engendrado tú. Se llama Léonore y no espero que apruebes su nombre, porque no pienso cambiarlo. La llevé durante los nueve meses que desapareciste y la parí sin ti. Dolió mucho, ¿sabes? Pero más me dolió aún saber que ni siquiera te llamabas Jean, sino Charles. Me dolió mucho descubrir que no sabía nada acerca de ti, pero tú... —hizo una breve pausa para contener sus lágrimas, mirando a Léonore—. No he podido evitar dejar de quererte y echarte de menos. Siempre esperé a que entraras de nuevo por aquella puerta y... Maldita sea, ¡dime algo! ¿Por qué no hablas?

Esta vez fueron Sylvain y Savary quienes se rieron para sus adentros al ver el visible agobio de Charles ante su nulo turno de palabra. Darrell, decepcionado con el giro del discurso de su hermana, se limitó a darse la vuelta y echar a andar hacia el banco de piedra. Sylvain no pudo evitar pensar en su madre, melancólico. Seguía sintiendo que podría aparecer en cualquier momento y que podría oír su escandalosa risa al ver la escena. Al menos la vida había decidido devolverle a otro ser querido con su ausencia.

Observó como Charles no podía apartar la mirada de Léonore, visiblemente aturrullado ante la sola idea de que fuera su hija. No respondió y, en su lugar, se llevó una mano a la boca en mitad de su asimilación. Evelyn, habiendo suavizado la expresión de su rostro, pareció apiadarse de él y, muy lentamente, le ofreció a la niña para que la cogiese.

—A pesar de todo y aunque me debas una explicación por tu desaparición, sigues siendo su padre —dijo la mujer, insistiendo en que la cogiera—. ¿O es que tampoco piensas hacerte cargo?

—Por todos los santos... Por supuesto que pienso hacerme cargo, yo...

Pero no pudo continuar. En cuanto tuvo a Léonore en sus brazos, Charles estiró sus labios en una terrible sonrisa entremezclada con euforia, pánico y emoción. La observó de cerca, acariciando su pequeño rostro con sumo cuidado. La niña estiraba sus manitas hacia él, como si acaso lo hubiese reconocido. Profirió un ruido semejante al de una risa y, contagiándose, Evelyn miró a su hermano de reojo. Un apesadumbrado Darrell resopló, desviando la mirada. Sin duda sería divertido ver crecer a la niña en mitad de aquella rivalidad paternal, pensó Sylvain.

—Léonore... Soy papá —murmuró Charles, sacudiendo la cabeza como si se lo dijese a sí mismo—. Yo soy... Soy papá, soy tu papá —en algún momento su voz se quebró—. Cuánto siento haberme ausentado... Oh, mi preciosa Evelyn, ¡es igual a ti!

La mujer dejó escapar una pequeña risa, complacida ante el cumplido.

—Tal vez, pero tiene tus ojos. Me temo que ha heredado tu carácter también.

—¿Mi carácter? Tú tampoco eres un mar en calma, querida.

—Por supuesto que no. ¿Cómo voy a serlo cuando apareces de repente después de que haya pasado por un...?

Habiendo rodeado los hombros de Evelyn con un brazo, Charles la interrumpió plantando un intenso beso sobre sus labios, aún sosteniendo al bebé con seguridad. Tanto Sylvain como Savary y Darrell dieron un respingo al verlo, pero los dos primeros pronto se echaron a reír. Un encolerizado Darrell se levantó de inmediato, ultrajado por lo repentino de su acción. Fue Sylvain quien se apresuró a retenerlo discretamente, invitándolo a sentarse de nuevo con él.

—Cómo se atreve... —siseó el pintor en su lengua materna— Encima Léonore se ha reído con él, ¡con él!

Habiéndole entendido, Sylvain se sonrió, divertido. Intentó apaciguarlo con algunas palmaditas sobre su hombro.

—Me parece que alguien está un poco celoso —susurró el francés con sorna.

—No estoy celoso. Simplemente no soporto que mi hermana quiera pasar el resto de su vida con alguien que la abandonó y que ahora vuelve como si nada, como si hubiera estado aquí durante todo el tiempo que lo he estado yo para que incluso la niña lo prefiera a él antes que a mí.

—Dicho así siguen llamándose celos, mi amor.

Darrell suspiró con pesar, abriendo los ojos para contemplarle, derrotado.

—Pues apestan, como vuestro hermano. Y no os pido disculpas por eso.

Riéndose por lo bajo, Sylvain no le concedió mayor importancia, pues no le había ofendido en absoluto.

Una ruborizada Evelyn trató de recolocar su negro tocado con esmero, agachando la mirada en cuanto se distanció de aquel beso para ocultar su tímida sonrisa. Charles continuó acunando a Léonore con infinita dicha, mostrándosela orgulloso a Savary en cuanto éste se aproximó. El anciano se limitó a propinarle una sonora colleja, alegando que él mismo se encargaría de atizarlo si acaso no había aprendido la lección con todo aquello. Sylvain vio cómo su hermano se deshacía en buenas intenciones, alarmado, pero sabía que aquel Charles no tenía nada que ver con el que se escapó una vez de casa. Estaba contemplando a un hombre que había madurado a base de golpizas en las que se había metido el solito, pero de las que había logrado salir con su insistencia y su corregido comportamiento.

—Será mejor que vayamos moviéndonos. Pronto serán las seis y la capilla está a veinte minutos andando —anunció finalmente Savary.

Con cierta pesadez, Sylvain se puso en pie bajo la curiosa mirada de su hermano. Sin percatarse de ello ayudó a Darrell a levantarse, cediéndole su cada vez más necesitado bastón. Éste se lo agradeció con una sentida sonrisa, aunque pronto se evaporó en cuanto cruzó miradas con Charles. Visiblemente intimidado, el último se dio la vuelta para reunirse con Evelyn al oírla pedir que le devolviera a la niña.

Sylvain echó a andar junto a Darrell, siguiendo los pasos de Savary y los demás. ¿Qué pensaría su hermano si supiera que su peor enemigo era la persona que amaba? La propia Evelyn los había mirado de reojo con picardía, aunque dejó entrever cierta preocupación en cuanto volvió a contemplar a Charles.

Fue cuestión de minutos que el ánimo del ambiente volviera a caer en picado. A pesar de haber recibido a Charles con los brazos abiertos, Sylvain oyó a Evelyn comentar que todavía tenía que volver a ganarse su confianza si de verdad quería vivir con ella y la niña, y su hermano aceptó de buen grado. Pidió disculpas por su incontrolable ataque de euforia, pero poco más se oyó en el camino hacia la capilla.

El momento de celebración había llegado a su fin y, sin más remedio, la sombra de un más que vigente pesar les acompañó con las oscuras nubes que, sobre sus cabezas, amenazaban con llorar en forma de lluvia.

Quien no apareció por ningún lado fue Ludovic, y Charles tuvo que ser controlado para no abandonar la fúnebre ceremonia e ir a buscarlo. Habían querido que fuese algo privado, pero la presencia de Otto los acabó sorprendiendo. Éste se mantuvo al margen durante el entierro, junto con Chrystelle y Arélie tras llegar más tarde.

Un miedo agobiante se apoderó de Sylvain en cuanto vislumbró el hoyo en el que, tras las oraciones, enterrarían el ataúd de su madre. Éste, de reluciente caoba blanca con filigranas doradas en sus esquinas, yacía todavía sobre la tierra a sus pies, cerrado. No escuchaba ni quería prestar atención a lo que el párroco pudiera estar diciendo. Dejó que aquel viento arremolinase sus cabellos bajo la sombra de una amenaza desconocida, pero latente en su corazón.

Oía a Charles sollozando silenciosamente a su lado, probablemente todavía culpándose por lo ocurrido.

Cuando llegó la hora de sumergir el ataúd en su cueva de eterno descanso, Sylvain se remangó y no dudó en colaborar aferrando las cuerdas, aunque hubieran intentado impedírselo. Estaba en su derecho de despedirse de su madre una última vez y no iban a arrebatarle la oportunidad. Por alguna extraña razón no pudo volver a llorar. No fue hasta que el ataúd fue depositado en el fondo cuando Savary arrojó el primer puñado de tierra sobre la madera, seguido de Charles y, por último, él.

Al cabo de largos minutos, los enterradores se afanaban en alisar la ahora lisa superficie de tierra. Sylvain oyó que el párroco pronunciaba una última bendición tras hacer la señal de la cruz y, devolviéndoles el silencio con el que habían acudido al entierro, procedió a despedirse de los asistentes con escueta y obligada cortesía antes de retirarse. Charles era incapaz de detener sus lágrimas y, cuando se encontraron solos, se arrodilló frente a la lápida de mármol tallado que con tanta prisa habían encargado el día anterior. Junto a él, Evelyn permaneció silenciosa, brindándole su apoyo aún con la niña dormida entre sus brazos.

Darrell abandonó su discreto lugar tras todos ellos para reunirse con Sylvain, todavía contemplando la reluciente lápida. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, imperturbables, sobre sus cabezas.

—Esta llovizna dará pie a una pronta tormenta —dijo Darrell.

—No os preocupéis. No planeaba quedarme mucho tiempo —murmuró Sylvain, testigo de cómo Otto se aproximaba a ellos.

—Monsieur, os doy mi más sincero pésame. Me enteré hace apenas dos días de lo que le ocurría a vuestra madre, que Dios la tenga en su gloria. ¿Cómo estáis?

Sylvain suspiró discretamente. Lo último que quería en aquellos momentos era entretenerse en un ambiente tan lúgubre, y dejó que Savary se aproximara a Charles para intentar tranquilizarlo.

—Os agradezco vuestro interés, Otto. Estoy todo lo bien que podría estar después de perder a mi madre —respondió Sylvain con amargura, sin molestarse en ocultar su cansancio.

—Claro... Cómo no. Siento lo estúpido de mi pregunta.

—No pasa nada. ¿Sabéis algo de mi tío? No le hemos visto desde ayer.

Desconcertado por lo repentino de su pregunta, Otto se llevó una mano al mostacho para retorcerlo, pensativo.

—Ciertamente no, y no me atrevía a preguntaros lo mismo. Me ha sorprendido no verle por aquí.

—Ya somos dos, pues. Hay algo que no me cuadra en todo esto.

—Me lo imagino, pero me temo que no puedo seros de más ayuda. Sabed al menos que estáis invitados a tomar lo que queráis gratis en el Barril. Es lo mínimo que servidor puede hacer para animaros.

—Os lo agradezco enormemente —sonrió Sylvain, devolviéndole la reverencia.

—No es menester. Espero poder veros a los dos pronto por allí. Es un alivio veros tan felices, a pesar de todo.

Darrell agachó la mirada por unos momentos, sonriente.

—No se me ha olvidado lo de la apuesta, querido Otto —dijo éste, ladeando la cabeza—. Tú y yo tenemos una charla pendiente.

—Descuida. No me importará devolverte los cinco florines que me dio tu hermana.

Sylvain se sonrió al ver que ambos estrechaban sus manos amistosamente, pero su atención pronto se desvió hacia su hermano, ahora en soledad. Evelyn y Savary ya se habían reunido con las doncellas, por lo que Sylvain aprovechó para aproximarse a él con cautela.

Charles seguía arrodillado frente a la lápida de su madre, apenas molestándose al manchar su ropa con la ahora húmeda tierra. Agachándose junto a él, Sylvain se atrevió a colocar una mano sobre su espalda. Al notarlo, Charles descubrió su enrojecido rostro para mirarle, enseguida relájandose.

—Antes de que papá falleciera me hizo prometer que cuidaría de ella y de ti cuando él se marchase —dijo con voz queda, sacudiendo la cabeza—. ¿Con qué cara voy a mirarle a los ojos cuando me reencuentre con ellos?

—Deja de culparte por algo que fue inevitable. Contigo aquí o no, esto habría acabado pasando de igual forma.

—¿Cómo estás tan seguro de eso?

Sylvain respiró hondo, releyendo el nombre de su madre en la brillante superficie marmórea. Casi creyó oír la voz de Marianne en algún lugar de su mente.

—La muerte ha de existir por siempre junto a la vida... Sé que mamá y papá siguen aquí con nosotros, y no siento que estén decepcionados contigo —respondió Sylvain con sosiego—. Incluso aunque no hubieras vuelto, habrían comprendido que fue tu decisión con respecto a tu vida. Mamá lo hizo, al igual que los demás. El hecho de que hayas regresado sano y salvo, aunque haya sido tarde, es un motivo más de celebración, ¿no crees?

Charles lo contempló de hito en hito. No respondió durante los primeros momentos. Sylvain tampoco esperó que lo hiciera, por lo que ambos volvieron a contemplar la lápida.

—Juraría haber escuchado a Alain hablando a través de ti, pero supongo que tienes razón —murmuró el mayor, curvando sus labios en una pequeña sonrisa—. Por si fuera poco he acabado siendo padre sin siquiera tener idea al respecto o pensarlo siquiera.

—Ahí tienes tu segunda oportunidad para demostrarte a ti mismo que mereces ser feliz.

—Ojalá —Charles amplió su sonrisa, asintiendo con lentitud—. Tendré que aprender a ser padre sobre la marcha, pero pongo a Dios y a mamá por testigos de que podrán estar orgullosos de mí cuando lo consiga. De momento ya he sido bendecido con una niña preciosa y un hermano de mi sangre más que fantástico.

Sylvain dejó que lo encerrara en un fuerte abrazo, enseguida correspondiéndole tras ser invadido por una oleada de paz inigualable. Se maldijo internamente por haber deseado que no regresara en mitad de su pasado resentimiento.

—A propósito... Savary me informó de que mamá decidió que fuese yo quien recibiese la herencia, pero no la quiero —dijo Charles al cabo de algunos momentos, distanciándose de él para mirarle—. Me parece terriblemente injusto que sea yo quien la guarde cuando has sido tú quien ha permanecido al pie de guerra durante todos estos años.

—Oh, Charles, pero no es necesario que hagas eso —Sylvain parpadeó, atónito.

—Créeme que sí. Supuse que habrías cambiado mucho en todos estos años, pero la templanza y la seguridad que siento nada más verte me demuestran que has crecido para ser el hombre de esta casa... Eres la persona ideal para ello, Syl. Temo que mi nula frugalidad en mis años de soledad me juegue una mala pasada y no sepa gestionar bien la fortuna que quiero dejar en tus manos.

Sylvain no respondió. Aunque en lo más profundo de sus entrañas le alegrase sobremanera oír aquello, un pequeño atisbo de preocupación quiso escalar aquella montaña de felicidad y alzarse con el poder. La reconfortante mirada que su hermano le regaló provocó que esa preocupación se cayese, liberándolo de su agarre.

—Sé que puedo confiar en ti —agregó Charles, revolviendo su cabello con cariño.

—Está bien... pero prométeme que cuidarás bien de Léonore y que te casarás con Evelyn, porque de lo contrario pienso hacerte tragar todo el dinero de una sola vez hasta que te ahogues.

—Yo... Bueno, esto son palabras mayores. Veo que ciertas cosas no han cambiado del todo, ¿eh?

—¿Acaso me has oído, hermano?

Dejando escapar una débil carcajada, Charles asintió con la cabeza. Sylvain no tardó en contagiarse de su buen humor y se puso en pie, tendiéndole una mano para ayudarlo a levantarse.

—Te he oído, y te lo prometo —sonrió el otro, aceptando su mano con fuerza.







Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro