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    LOS COPOS DE NIEVE CAÍAN DESPACIO sobre el campo de batalla, donde los restos de droides reposaban en el suelo. La brisa gélida de esa mañana me helaba las manos y el rostro. El viento ya no era tan fuerte como en la madrugada, lo noté porque podía respirar mejor.

     Me dirigí al grupo más cercano de mi equipo y ayudé a combatir, moviendo el sable y cubriéndome de los disparos del enemigo. Levanté la mano y unos droides se golpearon contra una pared, quedando solo restos de ellos.

     Me cubrí detrás de unas cajas y recuperé el aliento. Sonreí con satisfacción, observando el panorama a mi alrededor. Los droides se estaban retirando y habíamos sufrido solo un par de bajas. Los cuerpos de los soldados estaban siendo trasportados a naves para ser llevados a Coruscant, para un entierro digno.

    Ayudé a los clones a llevar las cajas que habíamos recuperado a nuestra nave mas cercana, que despegó unos minutos mas tarde. Me pregunté que habría en su interior. 

     Unos soldados se acercaron a mi, con las armas todavía en las manos.

     —Su Maestra ha aterrizado en el planeta, la está esperando junto a su nave.

     Caminé unos metros entre la nieve, con los pies que me pesaban a cada paso. Levanté la vista. Mis ojos se movieron con rapidez y se encontraron con la mirada de mi maestra, Amara Blair, quien sonrió levemente e hizo que me tranquilizara y relajara los músculos de inmediato. Después de dos semanas de enfrentamientos, finalmente podríamos regresar a casa, pues parecía que habíamos terminado la misión. El grupo con el que estábamos había despejaron la zona y recuperamos el cargamento robado perteneciente a la República.

      Me quité los cabellos del rostro, un poco alborotados por la pelea, cuando me reuní con Amara en la nave en la que íbamos a regresar. Habían pasado meses desde que no iba a una misión, por lo que me resultó incluso emocionante. 

     —Venus—habló Amara cuando se sentó a su lado—El Consejo Jedi ha requerido nuestra presencia en Coruscant.

     — ¿El Consejo Jedi?—preguntó ella— ¿Para qué?

     —Ya lo verás, nos dirigimos hacia allí.

     Venus se preguntó por qué el Consejo había pedido que viajaran a Coruscant, seguramente, sería para hablar sobre la misión o sobre su desempeño en esta, esperaba que no fuera nada malo. Deseaba con ansias que fueran a entregarle una próxima misión, pero dudaba que con tan poco tiempo le asignaran otra.

     La nave aterrizó una hora más tarde en el Sistema de Coruscant, fuera del Templo Jedi. Era la primera vez que lo veía y le resultó muy distinto al de Dantooine, donde el Templo era alto, rodeado de pastizales y un lago. En cambio, este era mucho más grande, estaba rodeado por una ciudad y tenía unas largas escaleras y grandes estatuas a su alrededor.

    Recorrimos un largo pasillo hasta llegar al centro del Templo, donde habían padawans y maestros por todos lados, sentados, hablando o caminando.

    El Maestro Obi-Wan Kenobi nos recibió a ambas e inclinó la cabeza en forma de saludo, con una sonrisa en los labios. Su padawan, un chico un poco más mayor que yo, se paró detrás de él.

     Mi maestra y Obi-Wan hablaron en voz baja, mientras yo admiraba las grandes columnas de mármol y oro que estaban a su alrededor; cuando me di la vuelta, el Maestro Jedi ya se estaba yendo.

     —Mi padawan—dijo Amara—, el Consejo me ha pedido que me reúna con ellos ahora para discutir unos asuntos. Por lo tanto, nuestra audiencia será mañana en la mañana.

     — ¿Y qué tengo que hacer hasta mañana?

     —Descansar, solamente. Nos han asignado unas habitaciones, trata de dormir, han sido unos días agotadores—Amara se giró hacia el padawan—. Anakin te mostrará tu habitación.

     —Anakin...Anakin—pensó ella—. El elegido.

     Oh, sabía perfectamente quien era. El joven era alto, con ojos claros y observadores. Con solo ver su sonrisa y la expresión que tenía, le daba la impresión que se creía superior que ella. Había oído mucho sobre él y todo apuntaba a que era un total engreído por su título de "el Elegido".

     —Se amable con él—le murmuró en el oído ella antes de irse, remarcando la palabra.

     —Sígueme—dijo él sin esperar a ver si ella lo seguía.

    Él era mucho más rápido que ella, por lo que le costaba un poco seguirle el ritmo del paso. Él pareció darse cuenta porque se rio.

     — ¿Acaba de reírse de mí? —pensó Venus—.  Empezamos bien.

     El camino parecía no acabarse, siguiendo pasillos, dando vueltas; Venus se preguntó cómo recordaría todo el recorrido cuando tuviera que volver. Lo miró, trató de relajarse y sacar tema de conversación para aliviar la tensión y el silencio.

     —Soy Venus, vengo del Templo en Dantooine.

     — ¿Venus? ¿Qué clase de nombre es ese?

    Venus ignoró la forma en la que contestó y siguió hablando.

     —En mi familia son muy comunes los nombres de planetas, ¿Y tú cómo te llamas?

     —Anakin.

     — ¿Y de dónde vienes, Anakin?

     —Te gustan hacer muchas preguntas, ¿no crees?

     —Estoy tratando de socializar, no sé si te diste cuenta, pero soy nueva por aquí.

     —Claro que sé que eres nueva, si eres así de molesta normalmente no habría tardado en notar tu presencia y ya sabría quién eres.

     Traté de disimular mi molestia, pero arrugué la nariz.

     —Que amable eres, Anakin.

     —A tu servicio.

     Él se detuvo de golpe frente una puerta. Le señaló la puerta con un ademán con la cabeza y murmuró.

     —Tu habitación.

     Iba a cerrarle la puerta en la cara pero él apoyó su mano sobre el marco, haciendo que ella se detuviera.

     — ¿Dónde queda el planeta Venus?

     — ¿Ah, no era yo la que hacía preguntas? —sonrió ella, él bufó

     —Olvídalo.

     —Espera—le llamé, asomándome hacia el pasillo—. Venus es un planeta que está dentro una galaxia muy lejana de aquí, llamada Vía Láctea. Estaba en un libro que tenían mis padres. Les gustaba la astrología.

     — ¿Tus padres...no eran Jedi?

     —No, eran comerciantes, en Dantooine. ¿Y los tuyos?

     —No, tampoco lo eran.

     Ninguno volvió a mencionar el tema. Él movió la cabeza a un costado y cabello de tapó un poco los ojos. Anakin me observó durante unos segundos sin hablar, como si estuviera pensando en que decir. Finalmente habló.

      —Debes estar cansada, después del viaje—expresó él, se dio la vuelta y caminó por el pasillo para volver—. Buenas noches.

     Y me dejó completamente sola, apoyada sobre el marco de la puerta de su habitación, murmurando, buenas noches.

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