Capítulo 11: Te rescataré del miedo

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Una vez que regreso a la radio, en la trasnoche, trato de no mostrarme nervioso cuando saludo a Gus en la oficina del informativo. No tanto por él, sino para que Omar y, en especial, David no se den cuenta de que pasó algo. Siempre están atentos a nosotros.

Durante las primeras horas, siento la mirada de mi jefe clavada en mí todo el tiempo, pero cuando mis ojos lo buscan, lo encuentran redactando o hablando con los chicos.

Mi corazón late con fuerza cada vez que pienso en él, más ahora que lo tengo cerca... en tantos sentidos. Aunque quiera negarlo, estoy enamorado de él. Lo miro, esperando que me haga un gesto tierno. Nada. Siento bronca, pero lo disimulo. ¿Y si no quiere nada serio conmigo? La sola idea me hace sentir dolor en el estómago. Mejor me concentro en mi trabajo, para distraerme.

En un momento, después de leer el boletín de las dos de la mañana con David, decido pasar por la cocina a hacerme un té. Una vez que me alejo del bidón con la infusión preparándose en mi taza de Sailor Moon, Gustavo entra a la cocina y cierra la puerta detrás de él. Se apoya contra ella y me clava la mirada.

—¿Cómo estás?

—Bien.

—¿Querías salir de la cocina? —Un brillo juguetón asoma en sus ojos.

Dios, es tan hermoso. Se me llena la boca de saliva, pensando en besarlo de nuevo.

—Te banco si te preparás un té —contesto y hace una media sonrisa.

En cuanto pasa a mi lado, me pellizca con suavidad en la cintura y siento un calor que sube hasta mi rostro. Me invade una alegría inmensa. Parece que está todo bien al final... Igual, me manejo con cuidado. Nunca se sabe con los tipos.

Respiro profundo, para calmarme, mientras me acomodo en una silla y espero a que termine de servirse agua caliente. Después, se sienta frente a mí. Apoya su taza de Foucault en la mesa y me observa con una expresión traviesa, mientras aguarda a que se le disuelva el té.

Me gustaría preguntarle qué siente por mí, qué intenciones tiene. Pero estoy excitado, asustado y nervioso, y no me sale.

—Quiero besarte de nuevo. —Es lo único que puedo decir.

—Yo también, pero no podemos.

—Ya sé, veámos afuera del trabajo.

—No es por eso. Si fuera por mí, me levantaría y te encajaría un beso ahora mismo —asegura, antes de dar unos sorbos de té—. No me importa si abren la puerta y nos ven.

—¿Por qué no lo hacés entonces?

Se me queda mirando por unos instantes, en silencio. Luego, sonríe.

—Porque todavía no estás listo. Si alguien nos ve, te vas a perseguir y poner nervioso. Mañana es la reunión en casa. Por ahí, si te portás bien, te invito a quedarte una vez que los demás se vayan... —Se ríe y vuelve a beber un poco.

¿Quién se cree que es para digitar todo? Siento una bronca inmensa, pero me contengo.

—Está bien —respondo con suavidad—. Me voy a seguir trabajando. —Agarro mi taza y me levanto de la mesa.

Se estira rápido hacia mí y me toma de la mano, antes de que llegue a la puerta. Me detengo.

—Sos hermoso —me dice.

El corazón me da un salto

—Vos también. —Le sonrío y salgo.

Es eso o lanzarme encima de él. Y no pienso pasar vergüenza. Cuando entro a la oficina, me siento como si caminara sobre las nubes.

—Estás todo colorado, ¿qué te pasó? —pregunta David.

—Eh... tengo alergia.

—¿Y por eso venías sonriendo? —Levanta una ceja.

No le contesto y doy unos sorbos de mi té, concentrado en redactar el próximo boletín.

***

En cuanto tengo un rato libre, subo las escaleras para ver a Sara, que me espera con un café con leche listo en la sala de locutores.

—Todavía no puedo creer lo que me escribiste por mensaje de texto. ¡Esos besos en la parada de colectivo! —exclama con un chillido—. Necesito que me los cuentes con detalle. Yo sabía que ese viejo era puto.

—No le digas viejo, boluda —le pido, echando una mirada al pasillo, que está vacío. Después cierro la puerta y me siento frente a ella—. Tiene cuarenta y cinco años.

—Vos ya le decías viejo antes —dice,señalándome, y luego da unos sorbos de café.

Me río y después le relato la sorpresa, el miedo y la excitación que me invadieron cuando besé a Gustavo ayer a la mañana. Me mira fascinada, con los ojos bien abiertos.

—¿Y qué onda? ¿Van a ser novios? —se burla.

—No sé, boluda. Al menos yo siento de todo por él.

—Ay, ella, tan romántica. —Me carga, revoleando una mano en el aire.

—Basta. —Me río.

En ese instante, me invade un escalofrío en mi lado izquierdo y giro. Solo hay una silla vacía... Tengo una extraña sensación, como si alguien estuviera ahí. Me pongo serio y escruto el aire con la mirada. ¿Acaso vino un espíritu?

—¿Qué pasó? ¿Viste algo? —pregunta mi amiga, alarmada.

—No, nada.

—Decime, Tobi.

—No quiero hablar de eso. Me hace mal.

—Está bien, tranquilo...

En ese instante, sentimos unos golpes en la puerta de la sala de locutores y damos un respingo.

—¿Puedo pasar? —escuchamos a Gustavo del otro lado.

Respiramos aliviados. Me levanto para abrirle.

—Hola. —Nos saluda con una sonrisa. Trae su taza de Foucault—. ¿Me puedo sumar?

—Sí, obvio —contesto, invadido de pronto por unas cosquillas en el estómago—. Pasá.

Sara y yo nos miramos, aguantándonos la risa. Gustavo se sienta a mi lado y revuelve su bebida, que también es café con leche.

—Ay, justo tengo que ir a hablar con David —comenta Sara, fingiendo con gestos exagerados.

—Quedate —le dice Gus y se ríe—. ¿Por qué no hablás con él después?

—Es que me acordé ahora y es urgente. —Se lleva las manos a la cabeza—. Bueno, me vooooy —sedespide rápido, cerrando la puerta de la oficina.

Gus y yo nos quedamos en silencio unos instantes. Después, apoya su taza en la mesa y acerca su rostro hacia el mío. Lo tomo gentilmente y le doy un besito. Cierra los ojos y paso mi mano por su pelo; suave arriba, donde lo tiene corto, rasposo debajo, donde está casi rapado.

—Haceme caricias así, despacito... —me pide.

—Dale.

Apoya la cabeza en mi hombro. El calor de su cuerpo y su perfume me golpean como una ráfaga que me incendia el pecho.

—Te estuve esperando, ¿sabés?

—¿Qué? —le pregunto, sin entender.

—Desde el primer día que te vi supe que íbamos a terminar juntos. No podía dejar de pensar en vos.

Un fuego tibio se estremece en mi pecho al escucharlo.

—¿En serio? —pregunto y asiente, sonrojado. Lo acaricio en la mejilla y vuelve a apoyarse en mi hombro—. Creo que a mí me pasó lo mismo, pero no quería admitirlo cuando estaba con Hernán —confieso—. Después de esa vez que paseamos por la calle Corrientes, tampoco pude dejar de pensar en vos. Aunque me enojé un par de veces por tus histeriqueadas.

Gus levanta la cabeza y me mira con los ojos vidriosos. Sigue sonrojado.

—Perdoname.—Habla con un tono de voz débil, que me enternece—. Soy tu jefe, y al encontrarme en una situación de poder, no quería avanzar hasta estar seguro de que a vos también te pasaba algo.

—Te entiendo. —Paso mis dedos por su barba, con suavidad.

—Tengo que volver o los chicos se van a dar cuenta de que estamos juntos... —Se separa un poco de mí y me toma de las manos—. Te necesito tanto...sos tan hermoso. —Me observa fijamente.

Me conmueve escucharlo y mi corazón late tan fuerte que es como si fuera a salirse de mi pecho. Creo que voy a derretirme en el sillón.

—Gracias. Vos también. —Nos damos un besito—. Te voy a hacer una pregunta más personal. ¿Alguien más en la radio sabe que sos gay?

—Nopor mí. —Se encoge de hombros—. Sospechan, pero nunca salí del clóset.

—Gus, estamos en 2015. ¿Cómo puede ser?

—Admito que soy un poco chapado a la antigua, pero estoy acostumbrado a eso —afirma, pasándose una mano por el pelo—. Vos sos más joven, no sabés cómo eran las cosas antes. Podías perder tu trabajo, tu reputación. Tearruinaba la carrera como periodista. —Noto la tristeza en su mirada—. Jamás hubiera llegado a jefe si estaba afuera del clóset... Me hice un experto en pasar desapercibido o, al menos, en que no se supiera nada de mi vida privada.

Lo miro con dulzura.

—Tampoco soy tan joven, Gus. A mí me hicieron bullying en el colegio y nunca quise salir del clóset en otros trabajos. —Hago una mueca al recodarlo—. Acá lo supieron de una porque Sara lo contó. No sé si fue lo correcto, y al principio me enojé con ella, pero después entendí que lo hizo porque sabía que iba a estar todo bien. Siempre tuve miedo de que me discriminaran y de perder oportunidades, como dijiste vos. Pero las cosas cambiaron.

—Tobi, la Ley de Matrimonio Igualitario se aprobó hace solo cinco años en Argentina. Las cosas no se transforman de un día para otro —expresa, arrugando la frente.

—Entiendo que falta un montón. Lo cierto es que le abrió la cabeza a la gente. David, Omar, el resto de nuestros compañeros, todos te quieren. A pesar de tus berrinches. —Sonríe al escucharme—. Sos un buen tipo. Y además, sabés que se dan cuenta de lo que pasa entre nosotros...

—Sí... —Su mirada se ilumina—. Siempre soñé con encontrar a alguien especial, que me hiciera sentir que nada de eso importaba. Pero me convencí de que era una ilusión. De que el amor no era para siempre... La mayoría de mis parejas fueron egoístas. Creo que nunca estuve acompañado de verdad.

—Bueno, ahora yo estoy con vos —le digo y me aprieta las manos con fuerza.

—Si sale todo bien... si podemos ser felices, no dudaría en compartirlo con todo el mundo.

—¿Tengo que aguantarme las ganas de abrazarte y comerte a besos?

—Sí... —Se ríe—. Mejor bajemos o van a venir a buscarnos.

—Dale —le respondo y caminamos hacia la puerta de la sala, sonriendo.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro