Capítulo 14: Descendí a los Infiernos. Parte 2

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Despierto en una cámara de piedra gris, iluminada por cristales. Sigo en mi cuerpo espiritual... En las paredes hay unas inscripciones talladas que emiten un brillo tenue, azulado. Están en un lenguaje que nunca vi antes, pero que, por alguna razón, entiendo. Son hechizos para mantenerme preso.

Observo alrededor y no encuentro una puerta. Las ventanas son muy angostas y se hallan agrupadas de a tres, una al lado de la otra. Trato de atravesarlas, pero surge una energía blanca, que me repele.

Intento traspasar los muros, sin éxito... Me asomo a las ventanas.

Encuentro un cielo de color anaranjado, lleno de estrellas. Debajo de él hay un desierto inmenso, con montañas a lo lejos. Por el lugar se desplazan reptiles humaoides de distintos colores. También veo unos perros alados, cabezones y con cuernos, que pelean en el aire.

Se me seca la garganta. Creo que estoy en el Infierno.

A lo lejos, están los gigantes hechos de sombras que espié aquella vez, cuando conversaban con Mastema. Seguro son sus servidores.

Observo mis manos y mi cuerpo. Se ven como mi contraparte física, incluso tienen la ropa que llevé a la reunión en casa de Gustavo. Son embargo, en cuanto lo pienso todo comienza a fluctuar y me vuelvo una figura de energía azul, aunque por momentos se tiñe de distintos colores. Vuelvo a mi forma básica.

¿Cómo voy a escapar? Mi cuerpo físico... ¿sobrevivirá si estoy mucho tiempo en esta dimensión? Intento abrir un portal como aprendí a hacerlo en mis viajes astrales con Rafael, pero no sucede nada.

Escucho un alboroto afuera y vuelvo a asomarme a la ventana. En ese momento, uno de los gigantes de sombras comienza a vibrar. Se convierte en un tornado oscuro, que se concentra sobre sí mismo. Disminuye de tamaño, hasta una altura un poco mayor a la de una persona común. Luego, empieza a brillar con un resplandor rojizo, a medida que vuelve a cobrar forma humana.

De pronto, se solidifica y es un reptil de escamas rojas... El que vi la otra vez en la guarida de Asmodeo: ¡Dumah! Levanta la cabeza y, si bien a esta distancia no puedo distinguir bien su rostro, me da la sensación de que me observa. Me alejo de la ventana, recorrido por un escalofrío.

¿Dónde estará Gustavo? Probablemente en otra celda. Necesito averiguar en cuál y si hay alguna forma de huir. De pronto, surge una abertura en la pared opuesta a las ventanas y veo al reptil de escamas rojas, sacudiendo su lengua en el aire. ¿Cómo llegó tan rápido hasta acá? La abertura desaparece a sus espaldas.

Nos encontramos de nuevo cara a cara. Empiezo a temblar, cuando el monstruo viene hacia mí. Me invaden una angustia y un miedo inmensos... Quisiera correr hasta una esquina de la celda y contraerme sobre mí mismo, pero resisto con cada gramo se voluntad que tengo. No se lo voy a demostrar. No voy a retroceder ni un centímetro...

La criatura se detiene frente a mí y tengo que levantar bastante la cabeza para verlo a los ojos, por lo alta que es. Sus ojos verdes de pupilas rasgadas me recorren de arriba abajo. Sonríe y abre la boca plagada de colmillos, relamiéndose.

Concentro la energía en mi puño y estoy por darle un golpe, pero hace un gesto con la mano y me inmoviliza. Acerca su frente a la mía y cierra los ojos. Recorre mi mente. Lo siento como un intruso, un insecto que zumba y se mueve por los recuerdos de mi vida y las imágenes de mis sueños, por mis sentimientos y deseos. Es algo espantoso, como si me hubiera desnudado a la fuerza y me estuviera observando.

Hace otro gesto y me derrumbo, inmovilizado por su fuerza sobrenatural. Me resisto, trato de recuperar el control sobre mi cuerpo, mientras la criatura se aleja hacia la abertura que acaba de aparecer. Me concentro con más intensidad y logro liberarme de su poder.

—¿Dónde estoy? —le grito, incorporándome—. ¿Qué hiciste con Gustavo?

—Ahora estás en nuestro mundo —pronuncia, con una voz sibilante—. Asmodeo fue apresado, como vos, por desobedecernos. —El monstruo atraviesa la puerta y desaparece.

Intento no desesperar. El tiempo no parece transcurrir, aunque por momentos el cielo se ve oscuro. Tengo hambre y sueño, a pesar de que no estoy en un cuerpo físico...

Dumah regresa varias veces y en todas me tortura paralizándome y buscando en mi mente momentos horribles que me hace revivir: peleas con mis viejos, con mis exes y mis amigos, la vez que salí del clóset y mi familia me rechazó. Luego hace que me derrumbe y me deja.

A veces pienso que está alimentándose de mi sufrimiento. Otras, me esfuerzo por bloquear mi mente o recuperar el control de mi cuerpo espiritual. ¿Será esto lo que quiere Mastema? ¿Qué desarrolle mi resistencia a los poderes de los demonios?

—Voy a trabajar con ustedes o con Mastema, si liberan a Asmodeo —le digo en un momento en el que logro expulsarlo de mi psiquis.

Dumah me observa como si estuviera tratando con un ser inferior, una especie de mascota que desprecia. Se da vuelta y me ignora, dirigiéndose hacia la puerta. En ese momento, recuerdo lo que me enseñaron los ángeles y visualizo la lanza azul en mi mano. Siento su forma y su peso, aunque no se manifiesta. La veo fluctuar por unos instantes, como si algo le impidiera formarse del todo.

En un intento desesperado, se la arrojo al monstruo. El arma desaparece en el aire, pero Dumah se estremece y se lleva una mano al hombro. Ya del otro lado de la puerta, gira hacia mí con ojos enfurecidos. Justo se cierra la apertura y quedo solo frente a la pared de piedra gris.

Me dejo caer en el piso duro de la celda. Estoy cansado y herido, me siento sucio. Cierro los ojos. No me queda otra opción que llamar a los ángeles...

Me pongo en posición de loto, tratando de vaciar mi mente. El miedo y la desesperación me invaden, pero utilizo todo lo que aprendí con Cecilia para disiparlos. Me concentro en la respiración, relajándome poco a poco, y es como si me hundiera cada vez más profundo en la oscuridad.

Por momentos quiere vencerme el sueño y lo resisto, a medida que me adentro en un estado alterado de consciencia. Luego de un rato, mi energía vibra y se expande a mi alrededor. Empiezo a sentir unas ondas que me recorren, cada vez con mayor intensad.

Descubro unos fuegos astrales en una esquina de la celda, con rostros que aparecen y desaparecen entre las llamas transparentes. Me inquieto, pensando en que son guardianes, pero enseguida me doy cuenta de que solo se trata de unos elementales del lugar.

También noto, fuera de la celda y en los alrededores del edificio, la presencia de fantasmas, demonios y otras entidades oscuras. Por las dudas, me protejo. Visualizo una luz blanca y esta se materializa durante unos instantes, formando una burbuja que me envuelve.

—Arcángel Rafael. Yo te invoco.

Se abre un tornado de fuego verde sobre mi cabeza, que me succiona, sacándome de la celda. Me encuentro en el exterior, flotando sobre el paisaje. Busco a Rafael, pero no lo veo. Giro hacia el lugar donde estaba preso: es una construcción inmensa y deforme. Quiero verla de lejos. En cuanto lo pienso, me transporto a la distancia.

Frente a mí está uno de los barcos gigantescos y oxidados que conocí la primera vez que estuve acá, en la guarida de Asmodeo. La nave flota sobre las nubes, cargando unos edificios viejos y deformes, entre los que se encuentra la celda donde me hallaba. Es una prisión ambulante.

Hay otras naves, flotando más allá. Quizás son ciudades, en las que viven los fantasmas, demonios y seres que percibí en la meditación. Abajo se halla el desierto con sus árboles de metal líquido y sus flores de cristal, así como las montañas y las sombras sirvientes.

Noto algo sobre mí: es el tornado de fuego verde. «Así que ahí estabas, Rafael», pienso. Me atrae, quiere llevarme lejos de acá.

—Esperá. Quiero ver a Gustavo.

El fuego me envuelve y me traslada frente al edificio donde me torturaba Dumah, aunque ahora me hallo delante de las ventanas estrechas de otra celda. A través de ellas, veo a Gus en su forma reptil. Su cuerpo espiritual fluctúa y sangra: tiene varias heridas. Está sentado en el piso, llorando.

Trato de atravesar la pared o de entrar por las ventanas, pero no puedo. No me voy a rendir. Vuelvo a intentarlo con mucha concentración. El poder de Rafael reacciona a lo que siento y abre una brecha de llamas verdes en el muro. La atravieso.

Gustavo gira hacia mí, con sus ojos de serpiente temblorosos... En cuanto me ve, se levanta rápido y quiere acercarse, pero trastabilla. Voy rápido hacia él y lo abrazo.

—Tobi... Perdoname. Todo es mi culpa.

—Shh. Voy a sacarte de acá.

La energía de Rafael, que todavía me envuelve como un tornado de fuego verde traslúcido, se estremece. Gustavo me mira de arriba abajo.

—No...

—¿Por qué?

—Porque soy un demonio —explica, con la respiración entrecortada—. El poder de Rafael no puede sacarme del Infierno. No sin autorización de sus superiores.

Escuchamos un ruido. Empieza a formarse una puerta en la pared de la celda de Gustavo.

—Andate. Que te lleve de regreso a la Tierra.

—¡No! —grito, ya sintiendo la fuerza de Rafael, que crece a mis espaldas como un torbellino. Ahora es un portal.

—Salvate vos, mi amor. —Gustavo se estira y me da un beso con sus labios de escamas. Puedo sentirlo, a pesar de tener un cuerpo fantasmal—. Andate —susurra, empujándome hacia la energía verde.

La fuerza me succiona y soy llevado a través de un túnel de luz, alejándome de la esfera donde me encontraba. Veo otros mundos infernales, plagados de monstruos y demonios, para luego llegar a una zona menos tortuosa, aunque todavía oscura. Es el bajo astral, con sus esferas de ciudades y paisajes siniestros.

Continúo desplazándome, pero me siento pesado. Hay algo que arrastro por el túnel, que tira de mí hacia abajo, impidiéndome salir de los planos inferiores. Giro sobre mí mismo, buscando la amenaza y entonces se materializan unas larvas con rostros bestiales, aferradas a mí con sus garras. Están en mi espalda, mi cintura y mis hombros.

—¡Ayuda! —exclamo, suspendido en el túnel, en medio de los planos astrales.

Hago aparecer mi lanza y lucho contra ellas. También les disparo rayos, sin lograr lastimarlas. En ese momento veo una estrella dorada que vuela hacia mí, a toda velocidad.

Se detiene a mi lado y me cubre con su luz. Noto una forma humana en su centro... Arranca a una de las larvas y la destruye con el golpe de un martillo de energía. Aparta a otra con un rayo. Utilizo mi lanza y logro liberarme de uno de los seres, que terminan consumidos por la luz que mi salvadora y yo emitimos. Sigo ascendiendo, no sin antes reconocer a quien vino a salvarme: es Karina. Me saluda y se va a través de un portal.

Paso por los planos medios, luchando con una larva que todavía quedó enganchada. Se retuerce y cambia de forma, convirtiéndose en una serpiente alada que busca enredarse en mí. Nos hallamos en el medio del cosmos. A lo lejos, veo el portal blanco al que se dirige el tubo verde que me transporta.

Grito, sacudiéndome, tratando de tomar a la serpiente en mis manos, pero quedo atado por ella. Estoy tan cerca... Una estrella magenta se aproxima a toda velocidad. Contiene a un tipo grandote, de piel oscura. El hombre grita y dispara una flecha de color rosa brillante, que se clava en la cabeza de la serpiente y la hace estallar.

Llega hasta mí y me abraza, recargándome de energía. Reconozco su rostro barbudo.

—Ahora podés volver a casa, Tobi —dice, una vez que me recupero.

—Francisco... ¿Sabías de todo esto? ¿Karina también?

—Solo lo sabemos en esta forma espiritual... Vamos a olvidarlo al despertar; todavía no estamos listos. —Me sonríe con ternura, acariciándome el rostro—. ¡Andá! —Me empuja a través del túnel, hacia el portal.

***

Me encuentran en Instagram como: matiasdangelo

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