Capítulo 15: Subí a los Cielos

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Abro los ojos, acostado sobre Gustavo. Estamos en el sillón... Me separo de él y lo sacudo, para despertarlo. Se despabila y se sienta.

—¡Gus! ¿Estás bien? —Suspiro con alivio y lo abrazo. Lo noto tenso—. Volvimos... ¿Cómo hiciste para escapar?

—Yo... no volví —afirma con la voz apagada—. No del todo. Una parte de mí sigue ahí.

—¿De qué estás hablando? No entiendo.

—Tobi... —Gira hacia mí y me mira con los ojos caídos—. Necesito que te vayas.

—¿Qué? —Parpadeo, sin comprender.

—Quiero que te vayas —repite.

Me quedo en silencio, tratando de procesar lo que acaba de decirme.

—Gus... No sé qué te pasa, pero vamos a poder solucionarlo. Voy a hablar con Rafael... Los demonios... el Infierno...

Gustavo se para. Busca mi abrigo en un perchero y me lo da.

—Fijate si dejaste algo en el cuarto y andate, por favor.

Tomo la campera y paso por el cuarto a buscar mi celular. Bajamos por el ascensor en silencio y luego caminamos hacia la entrada al edificio. Gustavo abre, sin siquiera inclinarse a darme un beso y es como si los colores del mundo se apagaran. Quedo sumergido en un limbo gris... Salgo y cierra la puerta vidriada. No puedo reaccionar. Solo giro para ver cómo se aleja, de espaldas a mí, hacia el ascensor. No voltea ni una vez a mirarme.

***

Una vez en mi casa, lo llamo y le mando mensajes a su celular. Quiero hablar con él, para hacerlo entrar en razón, pero no hay respuesta. Sigo ansioso, hasta que oscurece. Aunque sea voy a verlo dentro de unas horas, en el trabajo. Quizás entonces me aclare lo que le pasa...

Comienza la trasnoche del lunes y entro a la radio. Gustavo llega justo cuando estoy fichando.

—¡Hola! —Lo saludo con una sonrisa—. ¿Estás bien?

—Hola... —apenas me mira, mientras busca su ficha.

Tiene ojeras y una expresión ausente. Tarda un poco más de lo normal en encontrar el cartón. Lo pone en la máquina para que lo selle y lo guarda en su lugar. Después camina, alejándose de mí.

—Esperá. —Corro hacia él.

Lo tomo de la muñeca y se detiene. Me mira.

—No entiendo bien lo que pasó. Si de verdad estuvimos en el Infierno o todo fue un sueño o un delirio. Pero... necesito saber porqué estás así, tan frío...

Gustavo se suelta de mí con brusquedad, justo cuando llega David. Es como si me clavara un puñal en el pecho... me quedo sin aire.

Nuestro compañero ficha en la máquina y nos saluda. Nos echa una mirada, captando que algo sucede, pero sigue caminando rápido hacia la oficina. Debe pensar que estamos teniendo una pelea... lo que quizás sea cierto.

—Gustavo... me preocupás. Hablame.

—Yo... Estoy como... vacío, apagado —dice con una voz débil, que me cuesta reconocer—. No puedo sentir lo mismo que antes... perdoname.

Después se aleja rápido de mí, rumbo a la oficina. Me quedo en el pasillo, que ahora me parece larguísimo, observándolo caminar hacia el informativo. Las piernas me tiemblan. No sé qué hacer. Es como si un nudo se hubiera formado en la boca de mi estómago. Lo único que quiero es irme a mi casa y encerrarme a llorar. Pero no puedo.

Doy una inspiración fuerte y avanzo hacia la oficina, listo para sentarme frente a él, como tantas otras veces... aunque ahora cargo con un agujero inmenso en el alma.

***

Llego a mi casa, destruido por la angustia. Exhausto, me acuesto a dormir. Me la paso soñando que estoy en el Infierno y que trato de rescatar a Gustavo. A veces lo logro, otras me detienen los ángeles y los demonios. A veces, Rafael nos salva a los dos. Pero siempre despierto para descubrir que todo fue una ilusión.

Solo logro descansar un par de horas. Al mediodía le escribo a mi profesora de meditación, Cecilia, contándole todo lo que me pasó. Pero no me contesta.

Tengo que solucionar esto. Escribo a la administración de la radio, pidiendo que me pasen dos francos compensatorios que me deben y me dan los días libres. Bien. No puedo ver a Gustavo, no como está ahora. Mientras tanto, puedo pensar en cómo resolver lo que pasó. Si es que hay una forma de hacerlo.

Me acuesto de nuevo e intento salir del cuerpo para ir a rescatar su alma al Infierno. No me importa el riesgo. Prefiero enfrentar a los demonios antes que seguir yendo a trabajar con Gustavo hecho un zombi.

No logro salir. ¿Por qué estas nuevas habilidades me fallan ahora? Quizás es porque tengo miedo y estoy nervioso. Pruebo rezando. Le pido al arcángel Rafael que lo rescate. Lo único que logro es ver su rostro preocupado durante un segundo, pero no sé si es solo mi imaginación.

Llamo a mi mamá. Ya no me importa nada. Le cuento casi todo, obviando mi encuentro íntimo con Gustavo. Pienso que me va a decir que estoy loco, que me va a rechazar de nuevo...

—Tu hermana y yo hemos visto fantasmas y tuvimos sueños premonitorios, pero nunca salimos del cuerpo. Tu abuelo tenía esa habilidad, de él la heredaste —me explica—. Cuando era chica me contaba que se trasladaba de una dimensión a otra, que hablaba con ángeles, demonios y otros seres.

Mi corazón da un pequeño salto, conmovido. Nunca conocí a mi abuelo, porque falleció antes de que yo naciera, pero ahora que escucho esto me siento conectado con él a través del tiempo.

—¿Qué puedo hacer, ma? —le pregunto, llorando.

—Tranquilo, hijo —me aconseja—. Por algo estás teniendo esta prueba. Acordate de todo lo que te enseñó Cecilia. Quizás así encuentres una respuesta... Si no es ella, alguien más va a aparecer para guiarte.

Le agradezco y corto. No me queda más que esperar y ver qué pasa. Pienso en Gustavo, en la parte de él que está sufriendo en una cárcel del Infierno y creo que, durante un instante, llego a verlo.

—Aguantá, mi amor. Voy a encontrar la forma de rescatarte.

Tengo hambre, así que salgo de casa y voy hasta el restaurante que está en la esquina a comerme unas empanadas. Mientras mastico, sentado a la mesa y viendo los árboles de la plaza por de la ventana, trato de relajarme. Confío en que voy a encontrar una respuesta.

Un rato después, me llega un mensaje de Cecilia.

Cecilia: vení a casa. Voy a hacer todo lo que pueda para ayudarte.

Termino rápido de comer lo que me falta. Pago y salgo del lugar. Camino a toda velocidad hasta la estación de tren. Una vez en casa de Cecilia, toco el timbre. Abre la puerta enseguida y la abrazo.

Empiezo a llorar.

—Tranquilo —me dice, frotándome en la espalda—. Pasá —me indica y vamos hasta su consultorio.

A pesar de lo que estoy sufriendo, en cuanto piso el lugar me siento un poco mejor. La energía positiva me calma. Escucho las campanillas de bambú, que chocan sacudidas por el viento. Cuelgan de la ventaba abierta, que da al jardín, por la que entran la frescura y el aroma de las plantas.

Cecilia y yo nos sentamos en el piso, sobre unos almohadones. Echo una mirada a la alfombra que está debajo; tiene la imagen del dios Shiva. Le cuento todo de nuevo, con más detalles de los que pude darle en el mensaje de texto. Me escucha atenta y asiente. En un momento, la desesperación y el miedo me superan y me falta el aire... Pone una mano en mi hombro y lo aprieta con suavidad.

—Por ahora, respirá... Concentrate en eso, nada más. —En un momento vuelvo a llorar desconsoladamente—. Está muy bien, dejalo salir. —Me alcanza unos pañuelos de papel.

Después, busca un termo con agua caliente y me prepara un té.

—Tomá esto, te va a tranquilizar un poco. Es valeriana.

Asiento. Soplo la infusión, para enfriarla un poco, y luego doy unos sorbos.

—¿Qué puedo hacer? Ya probé de todo.

—Primero, calmarte. Estás muy bloqueado. No vas a conseguir nada así.

—Bueno...

—Cuando estés listo, vamos a hacer una meditación que nos ayude a encontrar una solución.

Asiento, bebiendo un poco más de té.

Un rato después, ya más tranquilo, me recuesto en el sillón. Descanso mi cabeza en una almohadilla y siento el aroma del incienso que prende Cecilia. Lo pasa sobre mi cuerpo, murmurando unos mantras de protección.

—Voy a ser tu guía y voy estar para ayudarte. Pero esto es una búsqueda por tu interior. Confiá en que en algún lugar de tu ser, tenés el poder para resolver lo que te está pasando.

—Está bien... —Surge un calor en mi pecho, cuando recupero la esperanza.

Me entrego y cierro los ojos.

—Volvé a concentrarte en la respiración. —Deja pasar unos minutos, en los que me voy relajando—. Imaginate que en tu corazón resplandece una luz. De esta sale un rayo que baja hasta tus pies y desde ahí desciende hasta conectarte con el centro de la Tierra. Sentí la energía del planeta, nutriéndote, sosteniéndote en esta encarnación. Este es tu mundo, Tobías, en el presente, sin importar cuál es el origen y el destino de tu alma.

El calor en mi pecho se expande por todo mi ser, dándome fuerzas. Me quedo así unos instantes.

—Regresá hasta tu centro, que está a la altura del corazón. Ahora, visualizá que la luz asciende hasta tu coronilla y que después se traslada hasta una estrella en el centro del cosmos.

En cuanto lo hago, tengo una visión: me veo en medio de los astros. Siento el poder del mundo espiritual a medida que me aproximo hacia un sol blanco. Entro en él y mi energía se expande, aliviando la angustia y los pesares sufridos, recargándome de fuerza.

—Esa es la fuente primordial. Dejá que te sane y te recargue de poder. Cuando estés listo, volvé a tu corazón —pronuncia Cecilia y la sigo mentalmente. Se queda unos instantes en silencio—. Ahora, que tu mente te lleve al lugar al que necesitás ir... ¿Que ves?

—Estoy infierno. En el desierto —le explico—. Hay demonios reptiles y gigantes de sombras. Hablan con Mastema, el rostro inmenso suspendido en el cielo. Ahora giran hacia mí...

—¿Qué pasa? —pregunta Cecilia, cuando empiezo a respirar agitado.

—Me encuentro debajo de Mastema, rodeado por los gigantes de sombras. Me transporté hasta ahí en un segundo.

El ángel siniestro me transmite sus pensamientos... Está furioso porque escapé y no pudieron seguir torturándome. Pero no va a volver por mí. No tiene autorización para eso. Escapé del Infierno usando mis poderes, los que tenía que desarrollar para salir de ese lugar. Cumplí con lo que la prueba requería de mí. Le pregunto porqué mantiene preso a Gustavo, pero no me responde.

Le cuento todo esto a Cecilia.

—Quiero que te visualices una puerta hermosa a tu lado, que va a llevarte hacia un lugar bueno —indica.

—No puedo... siento mucho miedo y bronca.

—Sí que podés —asegura, con una voz calma y segura—. Conectate con tu corazón. Ahí siempre hay paz en algún lugar, a pesar de los obstáculos que estés atravesando.

Tomo aire y suspiro. Imagino una puerta blanca vidriada, detrás de la que llego a ver un jardín.

—¿Pudiste visualizarla? —pregunta Cecilia.

—Sí...

—Atravesala.

Los demonios quieren venir hacia mí, pero una luz los repele. Abro la puerta y paso al otro lado.

—¿Dónde estás ahora?

Observo los árboles del lugar. Son pinos, altísimos. También hay eucaliptos. Siento el aroma de ambas plantas y avanzo sobre un suelo blando, mezcla de arena y tierra.

—En un bosque.

—Bien. En ese lugar, hay una torre. Quiero que la busques, pero tranquilo. Caminá, disfrutando del paisaje. Está bien si cambia. Vos relajate y concentrate en encontrar esa torre.

Asiento, manteniendo los ojos cerrados en mi cuerpo físico.

El bosque se convierte en un campo. Después salgo a una playa y avanzo en paralelo al mar. El viento frío y salado choca contra mi cuerpo, relajándome. También el calor del sol en la piel se lleva algo del pesar que arrastro. Es como si limpiaran mi aura.

Paso por las ruinas de un templo. Tomo un camino que surge de él y de pronto me encuentro atravesando un prado, hacia una torre de piedra naranja que está lo lejos.

—Ahí vi la torre. Voy hacia ella.

—Cuando llegues, buscá la puerta y atravesala. Detrás de ella hay unas escaleras. Subilas. Con cada peldaño, sabé que estás ascendiendo, dejando atrás el miedo y las energías negativas. —A medida que la escucho, voy viéndolo todo en mi mente—. Cuando llegues al final, vas a encontrar otra puerta. Del otro lado está tu consciencia superior... tu alma, que tiene las respuestas que necesitás.

Alcanzo la puerta de madera, que es antigua. Tiene goznes negros y en su superficie están talladas estrellas y galaxias. La abro y paso a un cuarto inmenso, con ventanales de madera que dan a los distintos paisajes que recorrí.

La habitación está llena de cofres y estantes. Veo libros viejos y cuarzos. Es mediodía en este lugar; la luz que atraviesa los cristales hace brillar a cada uno de los objetos. En una pared hallo una tercera puerta, que ya vi antes.

Es verde y en su superficie hay unas hojas de árboles talladas. Las bisagras y el picaporte son dorados. Poso la mano en ella y siento una energía que me envuelve, recargándome. La atravieso y un brillo me ciega.

Vuelvo al consultorio de Cecilia. Me siento liviano. Cuando levanto mis manos, para observarlas, estas son traslúcidas. Las recorre un brillo azul con pequeños destellos blancos. Debajo de estas, descansando sobre mi regazo, encuentro a mis manos de carne y hueso.

Salgo de mi cuerpo y me elevo sobre el cuarto. Veo a Cecilia debajo, sentada a mi lado. Percibo una vibración sobre mi cabeza... Levanto la mirada y encuentro un torbellino de fuego verdoso. Sin pensarlo dos veces, me zambullo en el portal.

Solo quedan dos capítulos y la historia llegará a su final... No quiero que se termine!! Voy a extrañar a los personajes... 😭

Me siguen en Instagram, para no perderse ninguna noticia. Me encuentran como: matiasdangelo

Gracias por apoyarme con sus votos y comentarios.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro