Capítulo 20: Regreso a casa. Parte 1

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—¿Dónde abrimos un portal? —le pregunto a Gustavo.

Examino este desierto infernal con los ojos entrecerrados, para tratar de descubrir las líneas de poder que lo atraviesan.

Gus me toma de la mano y logra tranquilizarme. Giro hacia él, concentrado en las escamas suaves de su palma. Me sorprende lo similares que son las sensaciones de estos cuerpos espirituales a las de nuestros cuerpos físicos. Por momentos, en medio de tanta tensión, me olvido de que no estoy en mi envase de carne y hueso, que se encuentra lejos, en la Tierra.

Gustavo se acerca hacia mí y me observa con sus ojos de pupilas verticales.

—Viniste a rescatarme...

—Te prometí que iba a hacerlo. —Sonrío.

Me aprieta la mano y la besa, luego me hace cosquillas con su lengua bífida. La aparto, entre risas.

—Basta. Los demonios van a alcanzarnos. Ayudame a buscar dónde abrir un portal.

—Conozco uno. Está por allá. —Señala hacia una cueva que está como a una cuadra y media de distancia. Damos unos pasos y en segundos aparecemos frente a ella.

Parpadeo, un poco mareado. Oscilo hasta plantarme bien en el suelo, que ya no es sólido y resquebrajado, sino arenoso.

—¿Cómo hiciste eso? Estamos afuera de la base —pregunto.

—Eso solo funciona en el camino de entrada, con los humanos —explica—. Más adelante puedo enseñarte un truco para que no te afecte.

—Entiendo... Me va a acostar acostumbrarme. Igual, espero no tener que volver al Infierno muy pronto —le digo y se ríe.

—Tranquilo. —Pone una mano en mi hombro—. Ahora es momento de volver a casa.

Asiento.

Escucho unos gemidos apagados. Miro a cada lado, atento. Nada.

—¿Estás bien? —pregunta Gus.

—Sí. Me pareció escuchar algo. Quizás estoy perseguido. Creo que ya me está afectando este lugar.

—Siempre hay que mantenerse atento en el Infierno —me aconseja.

—Volvamos a casa de una vez. Vigilá por si viene algo —le pido y asiente.

Giro hacia la entrada de la cueva y me concentro. ¿Cómo abro el portal? Cierro los ojos y extiendo las manos. Las muevo por el aire, para tratar de captar la energía, como cuando hago reiki. Siento calor, cosquilleos, también como cuerdas fantasmales que vibran en el aire. Vuelvo a escuchar gemidos... No voy a dejar que un fantasma del desierto me desconcentre. El calor aumenta en mis palmas. Abro los ojos. Mis manos largan chispas de color verde.

Aparecen luces con los colores del arcoíris en la entrada de la cueva. ¡Escucho los gemidos más cerca!

—¡Tobi! —giro hacia Gustavo. Lo veo atrapado por unos fantasmas que emergen de la arena. Se aferran a sus piernas, su cintura, sus brazos.

Mis tobillos se sacuden, cuando algo los toma. Miro hacia abajo. Es una mano huesuda. La arena está llena de rostros a los que les faltan ojos, dientes, cabellos, pedazos de piel. El que sacó la mano, libera también la cabeza y el cuello de la arena. Se aferra con una fuerza increíble y empieza a trepar por mis piernas hacia mí.

Otros espectros emergen y estiran sus brazos. Veo que Gustavo aparta a los que lo asedian con disparos de su aura violeta. Hago lo mismo. Concentro la energía azul en mis palmas y la arrojo al espectro que tengo encima. Sale volando por el aire. Pero ya hay otros que toman su lugar.

¿Qué quieren? ¿Devorarme? ¿Enterrarme en la arena? Me ahogo, llevado por el miedo y la ansiedad.

Algo quema en mis palmas, que ahora brillan con un tono verde. Miro. ¡La geometría de Rafael! Disparan un portal de luz verde, al que se arrojan los espectros que nos atacan. Algunos rebotan. Otros se queman en el aire. Solo algunos se convierten en una figura de luz que sale del Infierno.

—¡Son almas en pena! —grita Gustavo—. Quieren que uses el poder de Rafael para rescatarlas.

—¿Qué hago?

—No va a ser suficiente para todos. —Hace aparecer una espada de fuego violeta y la sacude en el aire. Las llamas destruyen a los seres que tenía encima.

Grito y me concentro en extender mi aura como un fuego azulado. Este acaba con los espectros que tenía más cerca y aleja a los demás.

Gustavo junta las manos y empieza a hablar en una lengua diferente, pero logro entenderlo.

Almas condenadas, que no pertenecen al Cielo ni a la Tierra. Habitantes del Infierno hace tantos eones que ya son parte de él. El suelo del desierto los reclama. ¡Vuelvan al lugar al que pertenecen!

Los espectros que estaban en pie son tragados por la arena. Chillan y se aferran a la superficie, pero no logran salvarse. Lo último que vemos son sus rostros fundidos con la arena, sus ojos que se cierran, antes de desaparecer.

Tengo una visión. De nuevo, soy un gigante de fuego bajo un cielo estrellado. Me encuentro frente a otro gigante. Estamos al lado de un monolito con una promesa grabada en una lengua perdida.

Vuelvo al presente, con mi alma en el Infierno.

Gustavo se estremece; acaba de percibir algo. Se lleva una mano a la cabeza y luego mira hacia el cielo. Señala un punto, donde se desplaza un rayo rojo.

—¡Es Dumah! —exclama—. ¡Usó magia para encontrarnos y tele-transportarse! ¡Abrí el portal ya!

Giro hacia la entrada de la cueva. Apunto mis palmas hacia ella. Poco a poco vuelven a aparecer las luces. Se funden en un remolino de energía multicolor. Miro a Gustavo, que me sonríe maravillado. Lo tomo de la mano, justo cuando una luz roja se estrella frente a nosotros y nos aleja del portal. Caemos de espaldas.

La energía se pone a girar como un tornado y se concentra. Se vuelve una figura humanoide, muy alta, que cobra solidez; ¡Dumah!

—No podrán escapar —amenaza el demonio de escamas rojas, parado delante del portal.

La energía multicolor gira detrás de él. Gustavo, que continúa en su forma reptil, se incorpora rápido y se pone en guardia. Lo imito. Estamos listos para luchar.

Dumah se lanza hacia nosotros.

Grito y proyecto un campo de fuerza tan potente, que el demonio choca contra él y sale arrojado por los aires. Apunto mis manos hacia él y disparo un inmenso rayo azul, que atraviesa al reptil en el pecho.

El campo de fuerza se disuelve, aunque la energía azulada todavía nos recorre. Gustavo la observa en sus brazos, maravillado. Este poder... Llevo una mano a mi pecho, donde siento que late la estrella que me acompañó hasta el Infierno.

Este guía que me aconsejó es parte de mí... ¡Soy yo! Es un aspecto de mi alma. Y todos los conocimientos que tenía, son míos. Los traigo de antes de nacer. Giro hacia Asmodeo, que me observa con sus ojos verdes de reptil brillantes.

Algo surge de mi interior. Es una luz cálida que sube desde el centro de mi pecho. Una vez que llega a mi cabeza, me invade una visión...

Soy un gigante de fuego. Me encuentro bajo un cielo atravesado por manchas azules y violetas de polvo estelar, en un desierto. Me rodean rocas inmensas, dispersas por el paisaje como menhires. Es un lugar puro.

El cosmos es joven y está lleno de potencial. A mi lado se halla la roca lisa que elegimos, debajo de las líneas de poder que nos corresponden. A lo lejos, lo veo. Es otra figura gigante de fuego transparente. En un instante, se transporta a mi lado.

—Tomaremos caminos diferentes —me dice—. Cambiaremos tanto, que quizás ya no seremos capaces de reconocernos. —Me toma de la mano.

—Tenemos que hacerlo; nuestras misiones nos esperan. Por eso es importante que dejemos esta señal aquí. —Apoyo la mano en nuestra piedra—. Así, pase lo que pase, lograremos recordar.

Mi compañero imita mi gesto.

—Mi alma te protegerá, estemos cerca o lejos —decimos al unísono—. Y volveremos a encontrarnos, bajo cualquiera de las formas que adoptemos...

En ese instante, la energía de nuestras manos se funde con la que sube desde las líneas de poder que corren debajo de la tierra, para grabar nuestra promesa en la piedra. Allí se graban unos símbolos, que brillan durante unos instantes.

—Siempre volveremos a encontrarnos —pronunciamos.

De pronto, soy Tobías, aunque continúo en ese mundo, bajo las estrellas. Acaricio la piedra con la inscripción. A mi lado está Asmodeo, que olfatea el aire con su lengua bífida.

—Siempre volveremos a encontrarnos —repetimos.

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