Capítulo 20: Regreso a casa. Parte 2

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Me hallo de nuevo en el desierto Infernal. Miro a Asmodeo y lo tomo de la mano.

—¿Ahora lo recordás? —me pregunta.

—Sí. Yo también fui un ángel. Mi nombre... era Remiel.

Avanzamos hacia el portal, que sigue abierto.

—Lo amás de verdad —exclama Dumah. Se acerca hacia nosotros, arrastrándose por el suelo rocoso. Gustavo se tensa, yo también, pero notamos que ya no es una amenaza cuando gime y se retuerce en el piso—. No te importa que... que sea distinto a vos... que sea un demonio —pronuncia, mientras respira con dificultad.

—No. —Aferro con más fuerza la mano de Asmodeo.

—Me gustaría sentir algo así, alguna vez... —expresa Dumah, antes de derrumbarse y cerrar los ojos.

Lo miro, apenado.

—No va a morir. Es un espíritu. —Asmodeo pone los ojos en blanco.

—Aun así, me da algo de lástima.

—Sos demasiado bueno... —Me da un beso en el cachete.

—Vamos. —Tiro de su mano y miro hacia el portal.

Entramos en la luz.

Giramos a gran velocidad al atravesar el tiempo y el espacio. Frente a nosotros aparecen varios planetas, dentro una forma geométrica inmensa que no llego reconocer, suspendidos en el espacio. Vuelvo a experimentar esa visión magnificada, que me permite observarlos en detalle. Todos tienen océanos, continentes, y ciudades de distinto tipo: algunas bellas y luminosas, otras oscuras y deformes, también unas que están en ruinas... Por momentos, se superponen y fusionan en un solo planeta, después vuelven a la forma inicial. Noto que esos mundos están unidos por unos hilos transparentes. Enseguida, uno de ellos nos atrae y nos desplazamos hacia él a toda velocidad.

Gustavo tira de mi mano para atraerme y me abraza. Cierro los ojos.

De pronto, nos detenemos. ¿Dónde estamos? Veo un espacio vacío y oscuro, en el que quedamos suspendidos. Siento que algo está mal... Percibo una vibración frente a nosotros, cuando se manifiesta un rostro gigantesco de energía. ¡Es Mastema!

Abre la boca y ruge, enfurecido porque escapamos de él. Entonces, llega otra vibración. Un rayo verde impacta sobre Mastema y, luego de una explosión, volvemos al túnel de luz que nos traslada de regreso a casa. Recuerdo la promesa del arcángel Rafael: «Si rescatás a Gustavo del Infierno, vas a ganar su libertad y mi protección para ambos».

Una corriente me separa de mi amor y lo próximo que siento es que caigo desde una gran altura...

***

Abro los ojos. Me levanto y miro alrededor. Estoy en el consultorio de Cecilia, mi maestra de meditación. De pronto, me invade un mareo y me llevo las manos a la cabeza.

—Tranquilo —me dice Cecilia y me ayuda a recostarme de nuevo en el sillón—. Ya estás de regreso. Respirá y date tiempo para conectarte de nuevo con tu cuerpo.

—Está bien... Gracias.

Luego de unos minutos, me recupero y logro levantarme del sillón.

—¿Cuánto estuve así? —le pregunto.

—Una hora, más o menos.

—Pareció muchísimo más.

—No sé qué habrás vivido, pero se notó que hiciste algo inmenso. La energía que moviste y que circuló por el lugar fue impresionante... —Me alcanza una taza de té y unas magdalenas—. Se sentía en todas partes.

Sopo la infusión y luego doy unos sorbos. El sabor dulce y picante me ayuda a volver al aquí y ahora. Después como un poco.

Ya recuperado, le relato lo sucedido. Me escucha atenta y por momentos suelta exclamaciones como: "qué impresionante", "Dios mío" o "eso fue maravilloso".

Miro el cielo por la ventana. Todavía no terminó de oscurecer.

Suena mi celular.

—Es Gustavo —le digo a Cecilia, que asiente.

—¡Atendé, dale! —me anima.

Contesto la llamada.

—Hola. ¿Estás bien?

—Hola, Tobi. —Su voz suena calmada y relajada. Recuperó su potencia de siempre. También está ronca, como si se hubiera levantado de dormir una siesta—. Sí, ahora estoy muy bien. ¿Dónde estás?

—En lo de Cecilia... en meditación.

—Ahora entiendo... así me salvaste. —Escucho que sonríe al hablar—. Gracias por rescatarme del Infierno.

—¿Recordás todo?

—Sí. Necesito verte...

—Yo también. Dame un ratito.

—Dale. Te amo mucho.

—Yo también —respondo, con el corazón acelerado.

Corto y miro a Cecila, que tiene una gran sonrisa.

—Te dije que ibas a poder hacerlo. La fuerza estaba en tu interior —asegura.

Asiento.

En este instante, vuelvo a sentir cómo vibra en mi pecho la estrella que me acompañó durante mi aventura en el Infierno. Me despido de Cecilia y salgo para tomar el tren y luego el colectivo hacia la casa de Gustavo.

Tengo un rato de viaje, pero no me importa. Necesito verlo, aunque dentro de un rato él entre a trabajar y yo no, porque me tomé el día para salvarlo. Una vez arriba de colectivo, observo las estrellas por la ventana; por fin veo un cielo familiar, el de mi hogar, la Tierra, después de haber viajado tanto por otras dimensiones.

En cuanto Gustavo me abre la puerta de su departamento, lo encuentro con los ojos iluminados, esos que había creído perdidos para siempre. Me arrojo a sus brazos, con el cuerpo y el alma livianos. Luego de unos instantes, se separa de mí con una sonrisa y me toma del rostro para besarme.

Después me hace cosquillas. Me río hasta que ya no puedo respirar. Cuando me suelta, no resisto estar alejado de él y vuelvo a abrazarlo. Descanso mi cabeza en su pecho.

—Sos increíble —susurra, mientras me acaricia el pelo con ternura.

Siento cómo nuestras auras se funden y se expanden. Cierro los ojos y disfruto de su perfume. Sé que todo va a estar bien.

***

Dos días después, cuando vuelvo a la radio, David y Omar se la pasan cargándonos.

—Qué caritas tienen. Se nota que se arreglaron —dice el pelado.

—Menos mal. No íbamos a aguantarlos si seguían así —comenta Omar—. ¿Por qué no se van de luna de miel? Eso sí, cuando vuelvan nos traen alfajores.

No puedo contener la risa. Gustavo gruñe, pero después afloja.

—Okey, está bien. Tobi y yo somos novios —aclara, con la cara cada vez más roja—. Pero eso no va a cambiar la dinámica de trabajo. Sigo siendo su jefe y no voy a tener favoritismo por él. No me vengan a romper las pelotas.

—No seas perseguido, Gus —contesta David—. Lo único que queríamos era que oficializaran. Así podemos festejarlo. Ahora que tengo la exclusiva, puedo confirmarlo con el resto —señala su teléfono celular— y decirles que mañana traigan comida y bebida. Hay que celebrarlo.

—Muchas gracias, David. En serio. —Le sonrío.

Me guiña un ojo.

—Lo importante es que sean felices, chicos —afirma Omar—. No se preocupen por el resto.

—Gracias. —Gustavo los mira con los ojos húmedos.

Está emocionado de verdad... Recuerdo cuando me contó que tuvo que mantenerse en el clóset en el pasado, durante esos años en los que no estaba bien visto asumirse como gay. Debe sentirse muy aliviado y feliz por poder ser él mismo después de tanto tiempo. Se lo nota más relajado y tiene un brillo especial en la mirada.

—Se merecen este festejo y muchos más —dice Omar—. Ahora, si algún día tienen una pelea, se arreglan antes de entrar a la oficia. —Nos señala con el dedo.

—Por supuesto —afirma Gustavo y después me codea.

—Es una promesa. —Levanto una mano en alto.

Después de un rato, salgo de la oficina del informativo y me cruzo a Sara.

—Zorra, estuviste faltando. Me tenés que poner al día —reclama.

—Hola, amiga. —Le pego un fuerte abrazo—. Pasaron muchas cosas, muy raras.

—Ay, pará, no me dejás respirar. —Hace fuerza para liberarse de mí.

—Te extrañé muchísimo. —Me rio y la suelto—. Te juro que por un momento pensé que no iba a volver a verte.

—Ay, siempre tan dramática —me carga—. Vamos a la sala de locutores. Nos preparo unos capuchinos con galletitas y me contás todo. ¿Dale?

—Dale —acepto con una sonrisa.

***

Unos años después, termino de subir las últimas cajas con mis cosas al departamento de Gustavo. Estoy nervioso, feliz, cansado, todo al mismo tiempo. Es la primera vez que voy a convivir con una pareja y siento que es un desafío grande.

Mi amor me da un beso y me ayuda sacar y acomodar el resto de mis pertenencias. No son muchas. Más que nada hay libros y algunos adornos, que pongo en una biblioteca que encargó para mí. Ya tengo mi ropa acá.

Cuando termino, me abraza fuerte desde atrás y me besa el cuello.

—Tengo una duda. —Volteo hacia él—. Quizás ya no es el momento para plantearla, pero no lo resisto. —Me mira con los ojos bien abiertos, sorprendido—. Si no hubiéramos vivido ese drama cósmico ni tenido que enfrentar a los ángeles y los demonios, ¿te hubieras enamorado de mí igual?

—Sí, obvio. Sos mi chico. —Me toma de la cintura y me acerca hacia él. Siento su barriga calentita haciendo presión contra la mía—. Por ahí si nuestras almas no hubieran estado en juego, tardaba un poco más en declararme.

Se inclina hacia mí y pongo una mano en su pecho, para detenerlo antes de que me bese.

—¿Y me hubieras confesado que eras un demonio?

—Te hubieras dado cuenta solo. —Se ríe y me besa.

Esa noche, cuando vamos a dormir, salimos de nuestros cuerpos, juntos. Nos transportamos por un portal hasta el bajo astral. Parados en una terraza, observamos el paisaje de edificios grises. Me encuentro de brazos cruzados, rodeado por mi campo de fuerza de energía azul. Gustavo es un reptil inmenso a mi lado, con una pierna apoyada en la baranda del edificio.

Desde que patrullamos esta dimensión, empezó a iluminarse, aunque siempre va a ser un lugar oscuro; lo que es seguro es que está menos cargado de amenazas. Escuchamos unos chillidos a lo lejos y vemos un portal opaco que escupe rayos en el cielo, sobre una construcción. De él surgen figuras rojas y aladas, que vuelan en círculos.

Asmodeo gira hacia mí y asiento. Despliega sus alas. Hago aparecer mis lanzas y despegamos juntos. Volamos a toda velocidad hacia los enemigos.

***

Despierto, ya con nuestro trabajo espiritual concluido. Mi pareja está en la cama, sentado a mi lado en bóxers y me sonríe. Siento el aroma a tostadas, mermelada y café con leche. Me siento en la cama y veo el desayuno en la bandeja, esperándome.

Le doy un beso en el cachete.

—Buenos días. Gracias por esto, amor.

—De nada. —Me guiña un ojo y me revuelve el pelo—. Un guardián del plano astral tiene que desayunar muy bien.

—Vos también hacés tu parte, así que comé. —Lo beso en la barba.

Asiente, riendo. Doy unos mordiscos a una tostada, mientras abro mi celular y reviso los mensajes. Tengo uno de Sara.

Sara: Sabés quién entra a trabajar a la radio? Acabo de enterarme de que pasó un casting para conducción.

Tobías: Quién??

Sara: Tu ex. Francisco.

***

Llegamos al final. Voy a llorar... gracias a todos los que me acompañaron hasta acá con sus votos y comentarios. Amo mucho a esta historia...

Fue muy fuerte escribirla y es una de mis obras más personales. Traspasé límites que tenía como autor. Pude escribir romance, erótica, paranormal y construir una mitología de los viajes astrales que funcionara. Además de hablar de dos cosas que me atraviesan como persona: la radio, ya que soy locutor, como Tobías, y los osos...

Sabemos que en esta sociedad los gais somos una minoría y también lo son los osos y las personas que tenemos y a quienes nos gustan cuerpos distintos a lo planteado por los mandatos sociales.

Yo quería escribir romance y erótica sin caer en los estereotipos del activo y el pasivo, el uke y el seme, el dominante y el dominado, los dos personajes jóvenes con cuerpos perfectos... porque siento que el mundo y los seres humanos somos mucho más amplios y ricos como para reproducir una y otra vez los mismos estereotipos. Es cuestión de deconstruirse.

También creo que es hermoso poder escribir y plantear historias de romance donde las relaciones entre varones, ya sea de amistad, romance y/o sexuales sean tiernas y dulces. Porque históricamente se nos ha planteado la violencia, la burla y la agresión como únicas formas válidas de vincularse entre varones.

Es hora de abrirnos a lo nuevo.

Perdón por lo extenso, es que estoy tan emocionado como ustedes.

Les dejo de regalo un juego con teclado predictivo, de los que subo a mi Instagram @matiasdangelo, para que se diviertan un rato:

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