Capítulo 7: Astral

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Abro los ojos, en ese estado intermedio; ni despierto ni dormido. Las veo: son dos, cada una en un extremo de la pared que tengo enfrente. Las sombras se aproximan a mí, con sus ojos envueltos en fuego rojo. Vengan, porquerías. Las estoy esperando.

Esta vez, en vez de horrorizarme por la parálisis de mi cuerpo físico, me concentro en mi otro cuerpo, el espiritual, mientras mis enemigas avanzan. No bordean mi cama de dos plazas, sino que siguen caminando y sus mitades inferiores atraviesan el mueble como si fueran fantasmas. Cada una queda a un lado de mi ser, que se halla en el centro del colchón. Están ubicadas a la altura de mi pecho y alzan sus garras, listas para clavarlas en alguno de mis centros de energía.

Pienso en mis brazos espirituales, los visualizo con su forma transparente. Y los muevo, listo para defenderme.

Tomo a las sombras de las muñecas, apretándolas con fuerza, y abren sus ojos llameantes, asustadas. Resisten, sacudiéndose, pero no las suelto.

—Esta vez no me van a quitar la energía —les digo con mi voz astral, que sale de mi garganta como unas ondas azules que se expanden por el éter—. Van a hacer lo que yo les mande.

Los monstruos empiezan a chillar, desesperados, cuando me elevo saliendo de mi cuerpo y las arrastro hacia el techo. Observo a mi cama debajo, donde mi envase físico descansa envuelto en la luz que visualicé para protegerlo.

—¿Dé donde vienen? ¿Qué quieren?

—Servimos a nuestro amo —pronuncia una.

Más que palabras, son pensamientos que llegan a mi mente.

—Llévenme con él.

Vuelven a chillar, sin detenerse. Suelto a una de ellas, que vuela hacia la esquina del cuarto. Allí, sobre su cabeza, se materializa un remolino oscuro. Se sumerge en él y desaparece.

Tomo a la otra con ambas manos y me concentro en envolverla en luz. En ese instante, se abre otro remolino, esta vez sobre nuestras cabezas. Es de color violeta. Observo a la sombra, ya sin miedo, y esta me obedece. Entramos al portal.

Siento que viajo a toda velocidad, a través de un tubo de energía, aferrado a mi guía. Veo fragmentos de cielo a mi alrededor, a veces celeste y con nubes de un blanco luminoso, otras estrellado.

Observo la ciudad desde el firmamento, segundos antes de que aparezcamos en otro lugar; uno que conozco. Es la radio. Aunque se halla de otra manera... las oficinas y pasillos están vacíos y envueltos en un aura azulada. Es como si fuera una versión paralela del lugar. Pensé que esta sombra me iba a llevar hasta algún mago oscuro. ¿Qué hago acá?

La sombra gira su cabeza hacia la puerta vidriada de la oficina del informativo. De pronto, surge una forma de luz bajo nuestros pies, similar a un mandala. Y salimos del lugar, transportados de nuevo por un tubo de energía.

Aparecemos en un desierto de suelo resquebrajado. Hay algo extraño en el cielo. Está anaranjado, pero veo muchas más estrellas que en un atardecer normal. Además, se encuentran en lugares extraños. No reconozco ninguna constelación.

Empiezo a temblar, cuando noto dos planetas desplazándose en el firmamento; uno de color morado y el otro verde. Vuelvo a sostener con firmeza a la sombra, que quiso aprovechar el momento de asombro para zafarse de mí.

Hay árboles a lo lejos y, más allá, unas montañas. Enseguida, aparecemos frente a ellas, como si nos hubiéramos tele-transportado. Observo a las plantas, fascinado. Parecen hechas de un metal líquido, que circula por todo su ser. En las ramas brotaron hojas y flores de cristal. De pronto, la copa de un árbol se enciende en llamas blancas.

Escucho un silbido que viene de la montaña que tenemos enfrente y entonces veo la cueva de donde surgió, arrastrado por el eco y envuelto en siseos. En un segundo, me encuentro en la entrada, junto a la sombra. Me estremezco, al comprender que algo horrendo está por emerger de ahí... Noto una figura que se mueve entre la oscuridad, aproximándose.

La sombra, todavía presa de mí, comienza a vibrar... Lo primero que veo salir de entre la oscuridad de la caverna son unas escamas rojizas. Retrocedo de un salto, al comprender que se trata de unas piernas. Por un instante creo ver a una serpiente grande moviéndose entre ellas, pero enseguida comprendo que se trata de un pene flácido.

Levanto la mirada y hallo a un reptil humanoide elevándose sobre mí. Está completamente desnudo. Me observa con unos ojos verdes, enfurecido, y abre la boca llena de colmillos, permitiendo a su lengua bífida asomarse. El monstruo sacude una cola recorrida por una hilera de crestas del color del musgo.

Grito, espantado.

¡Lo recuerdo! Es el monstruo que vi en aquel sueño, hablando con esos demonios gigantes. ¡Tengo que salir de acá! En cuanto lo pienso, vuelve a formarse un mandala de luz debajo de mí y de la sombra. El reptil ataca, justo cuando el tubo de energía nos eleva. Sus garras pasan a centímetros de mis pies fantasmales y yo me alejo desplazándome con la sombra por el cielo de ese lugar sobrenatural.

Me impresiono al descubrir unos barcos gigantescos navegando entre las nubes de este sitio. Son como ciudades flotantes. Sobre ellos hay edificios deformes y sucios, envueltos en penumbras. Escucho lamentos y noto figuras monstruosas en las pocas ventanas iluminadas, segundos antes de alejarme con la sombra por el firmamento, viajando entre las estrellas.

Aparecemos en un lugar diferente. Es el living de un departamento elegante con techos altos y varias bibliotecas. A un lado, noto una mesa de madera oscura y pulida, y en una de las paredes veo un cuadro, aunque su imagen está oculta por una nube opaca.

En ese momento, la sombra cobra fuerza y se sacude con violencia. Logra desprenderse de mí... ¡y me empuja hacia el interior del cuadro! Lo traspaso y entro a un torbellino sucio y tormentoso que me transporta lejos de ahí.

***

Parpadeo un par de veces, frente a la pantalla de mi computadora. Terminé de redactar el último boletín. Omar suele escribirlo, pero hoy cambiamos porque tenía que irse antes. Levanto la mirada hacia David, que me espera para leer. Imprimo rápido, tomamos las hojas y salimos al aire.

Cuando volvemos, Gustavo atraviesa la puerta. Viene de hacer el boletín en la radio FM. Giro hacia la ventana y encuentro un cielo oscuro.

—¿Está nublado? Si acabamos de anunciar cielo despejado. A esta altura del año, ya debería amanecer —expreso, acercándome al cristal.

Miro hacia atrás y David ya no está. El reloj debería marcar las seis y diez, pero no veo los números. En su lugar hay jeroglíficos, que cambian todo el tiempo. La radio seencuentra vacía. ¿Por qué no llegaron todavía los locutores del próximo turno?

Gustavo me pone una mano en el hombro y también se asoma a la ventana. En ese instante, dos relámpagos iluminan el firmamento, pero luego no se escuchan los truenos.

—Tenés que volver a tu casa —dice, con un tono protector en la voz—. Es peligroso allá fuera. ¿Querés que te acompañe? No tenés que hacer todo solo.

—Yo puedo. Soy fuerte.

—Lo sé. Descendé tranquilo. Si llegás al fondo, si te perdés en la oscuridad, voy a estar ahí —asegura.

Ya no siento su mano en mi hombro y me recorre un escalofrío. Giro hacia él, con el corazón acelerado. No hay nadie en la oficina. Y es tarde. Tomo mi mochila y mi abrigo. De pronto, vuelve a ser invierno y sé que afuera hace frío. Camino rápido hacia la puerta de la oficina. Una vez que la atravieso, caigo a toda velocidad.

Me encuentro en la calle desierta de lo que parece ser una ciudad abandonada. Ya no llevo la campera ni la mochila. Los edificios tienen la pintura envejecida, manchada de humedad o descascarada; las ventanas están tapiadas o rotas.

En las veredas hay muy poca vegetación; árboles de troncos grisáceos y follaje amarronado, canteros con pastos amarillentos y crecidos sin forma. Cada tanto, me cruzo con montones de basura acumulada.

Paso por locales con las persianas bajas y oxidadas, al igual que los portones de unos edificios que deben ser fábricas o depósitos abandonados.

No es de día ni de noche y el paisaje está cubierto de una luminosidad apagada, como en un atardecer previo a la tormenta. Miro hacia el cielo y encuentro un vacío plomizo, con algunas estrellas anaranjadas a lo lejos. Este lugar... me resulta familiar. Ya estuve acá en mis sueños.

De pronto, recuperola consciencia: me encuentro en pleno viaje astral. Por un momento, lo olvidé. ¿Cómoes posible? Quizás me dormí de nuevo... ¿Qué fue esa escena en la oficina de la radio, con mis compañeros? ¿Se trató de una ilusión o me los crucé astralmente?

No puedo pensar en eso ahora. Debería volver a mi casa, a mi cuerpo... Pero necesito resolver esto, descubrir de qué se trata. Es la única forma de tener alguna chance de acabar con los ataques de las sombras.

A pesar de que es un territorio silencioso, presiento que lo habitan seres que no quiero cruzarme, así que avanzo con sigilo, conteniendo el brillo de mi aura azulada. ¡Mi aura! Puedo percibirla, como un fulgor que me rodea y varía su intensidad de acuerdo a lo que voy sintiendo.

La observo arremolinándose en mis brazos y en mi pecho, maravillado. Cambia de tonos, siempre en la gama de los azules. Es impresionante... No es como si acabara de comprender que existe; de hecho, me da la sensación de estar recordando algo olvidado hace muchísimo tiempo, oculto en mi alma.

Vuelvo a concentrarme en el paisaje. ¿Adónde me transporté? No parece una zona muy copada. Por un instante, recuerdo las ciudades que vi sobre los botes flotantes, en el cielo de aquel desierto donde me crucé al reptil rojo. ¿Estaré en una de ellas? Lo descarto enseguida. Los que me rodean, a pesar de su decrepitud, son edificios humanos. Los otros eran construcciones muy extrañas, como de un mundo ajeno.

Continúoavanzando, atento. Una vez que alcanzo la esquina, me llega una sensación depeligro. Miro hacia la derecha y en la otra calle en intersección noto a ungrupo de personas amontonadas, a media cuadra de distancia... tienen las ropas sucias y rotas. Se bambolean de un lado a otro, cabizbajos, y se me ocurre que duermen parados. De pronto, se estremecen, y me doy cuenta de que están percibiendo mi energía.

Voltean hacia mí y un pavor recorre mi campo áurico, al ver sus rostros; algunos tienen huecos en las mejillas, dejando sus dientes expuestos; a otros les falta un ojo, la nariz o parte del cabello, como si estuvieran a medio descomponer.

Se agazapan y chillan, arañando el aire, antes de lanzarse corriendo hacia donde estoy. Escapo a toda velocidad, horrorizado. ¿Qué son esas cosas? ¿Zombis? En segundos, los escucho detrás de mí. ¡Se mueven rápido! Giro en una esquina y volteo: los que estaban por alcanzarme pasan de largo, pero otros me siguen.

¿Qué van a hacer si me atrapan? Me estremezco al pensar que sus ataques podrían afectarme en mi cuerpo físico.

Sus gritos alertan a otros seres que encienden luces o se mueven en el interior de los edificios. Busco alrededor con la mirada, rogando descubrir un portal de regreso a casa. Trato de manifestar uno de esos mandalas brillantes, pero no lo logro.

¡La puta madre! ¿Por qué me quedé acá? ¿Por qué no volví a mi cuerpo cuando pude?

—¡Ayuda! —grito, esperando llegar a cualquiera que pueda auxiliarme—. ¡Estos monstruos están por alcanzarme!

—Enfrentalos —me responde una voz—. Usá tu energía.

—¿Cómo? —pregunto.

En ese instante, unas sombras saltan de las terrazas de los edificios y aterrizan frente a mí, cortándome el paso.

Miro hacia atrás, donde están los zombis, luego hacia arriba. Encuentro más sombras, asomándose a las ventanas y balcones de los edificios.

—Usá tu energía —repite la voz, y en ese instante encuentro a un gigante de fuego transparente a mi lado.

Sus llamas se tiñen de verde. ¡Es Rafael!

Los zombis se detienen, alarmados por la presencia del arcángel. Nos observan, rugiendo, y estiran sus manos hacia donde estamos. Algunos se acercan con unos pasos cautelosos.

Me invade un cosquilleo y observo mis brazos. Ahora fluctúan, variando entre el color de mi piel y una transparencia cubierta por un resplandor azulado. Me concentro en ese brillo, que empieza a girar en mis palmas. Me cubre por completo y lo expando como una ola que barre con las criaturas.

Varias quedaron inconscientes, pero la mayoría comienza a levantarse. En ese momento, Rafael me toma entre sus brazos,envolviéndome en su burbuja de energía verde. Los seres que me acechaban desde las alturas se esconden. El arcángel despega, llevándome con él hacia el cielo.

Volamos a través del cosmos por un túnel de energía traslúcida, que me permite observar otras esferas, todas interconectadas por canales de luz brillante.

En muchas hay ciudades en decadencia, como la que visité, a veces infestadas por insectos o gusanos gigantes. Otras muestran campos lúgubres, barrios con casonas abandonadas y laberintos de vegetación seca.

—Eso es el bajo astral —me explica el arcángel, mentalmente—. Son mundos con almas perdidas, pensamientos negativos que cobraron vida y entidades artificiales creadas para el mal. Es el plano más próximo a los infiernos.

Seguimos elevándonos por el túnel de energía hacia otra zona del cosmos donde encuentro nuevas esferas con realidades contenidas. En ellas hay escuelas, parques, templos y bibliotecas, todos bien conservados y en medio de paisajes frondosos e iluminados. Ya los visité... Leí alguna vez que las personas viajan por el plano astral en sus sueños para buscar información o encontrarse con alguien que está lejos, y que al despertar suelen olvidarlo o pensar que fue solo un sueño... Pero una cosa es leer sobre eso y otra verlo de verdad.

—Nos hallamos en los niveles medios y altos del plano astral —me indica Rafael.

Continuamos avanzando hacia arriba. Veo unas esferas con mundos llenos de árboles y plantas, con muchos animales, desde los que me observan unas entidades andróginas con orejas puntiagudas y alas transparentes. Llevan unos trajes hechos de ramas y hojas. Parecen elfos o hadas.

—¿Quiénes son? —le pregunto al arcángel.

—Lo espíritus de la naturaleza.

De pronto, la fuerza que nos transporta por el túnel se acelera y nos elevamos todavía más. Las estrellas y planetas pasan a nuestro lado como borrones fugaces. Nos detenemos en medio del vacío.

—Más allá están los planos cósmicos. Todavía no estás preparado para eso —afirma el arcángel.

En ese instante, siento que me envuelve una vibración inmensa, llenándome de paz. Al mismo tiempo, las llamas del cuerpo de Rafael, que no me queman, aumentan y brillan cada vez con mayor intensidad. Lo cubren todo y no puedo ver más nada.

Despierto en mi cama revitalizado, a pesar de que, a juzgar por el reloj, apenas dormí cinco horas. Me siento y contemplo mis manos, después me quedo mirando el vacío. Acabo de tener mi primer viaje astral de forma ciento por ciento consciente... 

Recuerdo lo que leí sobre el tema y pienso en todas las posibilidades que esto trae; voy a poder buscar información que me sirva para mi vida y mi crecimiento espiritual, además de profundizar en mis habilidades psíquicas. También leí que hay peligros... ¿Cuánto de eso será verdad y cuánto mentira?

La única forma de saberlo es meterme de lleno en esta experiencia. Como sea, no voy a acelerarme; primero necesito aprender a controlar esta capacidad para hacer viajes astrales solo cuando yo quiera.

Salgo del cuarto y me meto en la ducha. El agua fría me despabila y me reconecta con el mundo material. Dejo mi experiencia astral de lado, pero no la olvido. Sé que el conocimiento que recibí en el mundo espiritual se está integrando de a poco en mí.

Antes de irme para la radio, recuerdo a las sombras y trazo los símbolos de protección de reiki en cada esquina de mi casa. Me siento mejor, aunque intuyo que no va a ser suficiente.

En mi próximo viaje astral, voy a buscar al arcángel Rafael. Necesito que siga siendo mi maestro. 

***

Me encuentran en Instagram como: matiasdangelo 


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro