Primero

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⌗⠀،،⠀ 𝙿𝚒𝚊𝚗𝚘𝚜 𝚗𝚎𝚞𝚝𝚛𝚘𝚜 ⠀🫂⠀: ∷⠀੭⠀

En estas instancias del año el clima se vuelve parte de una de esas dolencias más inentendibles. Si el jueves llovió, el viernes habrá un calor bastante húmedo y desagradable que hará que los libros del esquinero de su cuarto se hinchen un poco más, por alguna razón científica.

Es verano de agosto y al mismo tiempo algunas hojas caen de los árboles, poco a poco empiezan a quedarse sin cabello y sin capacidad de brindar sombras.

De por sí, estos últimos cuarenta minutos ha sentido esa comezón ligada al calor que lo envuelve, y se excusa con el clima cada que su madre le recuerda que está sudando demasiado y que debería darse una ducha. Los dos saben que se trata del miedo y las angustias de los resultados.

Su padre llega a la casa donde recién se habían mudado con una enorme sonrisa. Da un portazo cuando entra al salón, y sujetando unos papeles que juran la eficacia de que había ingresado a la academia, alza los brazos.

Exasperado por haber corrido hasta allí, exclama emocionado: —El Señor Duvoi está enamorado de tu talento. ¡No ha dudado ni un segundo en aceptarte!

La madre del chico se levanta de un salto con el esplendor de la alegría brillando en su aura y los tres se reúnen compartiendo el logro del primogénito.

La ficha indica que comenzaría durante la quincena de septiembre, por lo que tuvo que esperar por casi un mes para pisar aquel lugar que le prometía seguridad.

Estuvo tan emocionado que colgó un calendario en su cuarto e hizo un círculo sobre la fecha de su primer día.

Cuando llegó el mismo, gritó al salir que no hacía falta que se preocupen por él en la cena, que llegaría antes de las diez, "creo", agregó.

La razón por la que este lugar le emociona más que en su nueva preparatoria es porque aquí podrá encontrar más personas con gustos parecidos y, si todo sale bien, podrá hacer nuevos amigos. En cambio, en la preparatoria solo hubo un chico que se esmeró por intentar hacerlo ingresar al grupo de amigos y el mismo chico, desapareció de la clase al segundo día que Quentin llegó.

Ni alcanza a recordar su nombre.

Ahora tiene escondida las manos en los bolsillos de su chaqueta bien abrigada y calentita por dentro. Hay una gran diferencia respecto al clima en esas casi cuatro semanas.

Antes se quejaba del calor y pataleaba por la noche y ahora adora el frívolo transcurso del viento por su ventana.

Empuja la puerta de vidrio al estar frente y se dirige hacia la oficina del dichoso director, tal como su padre le dijo que debía hacerlo. No le fue difícil encontrar el sitio; el DUVOI que estaba tallado en la puerta se podía divisar a la perfección.

Las correas de su mochila se mueven de lado a lado y desde fuera puede divisar la silueta de una persona por detrás de las espesas persianas. Empiezan a elevarse justo cuando toca dos veces con el nudillo y el hombre con el teléfono entre mejilla y hombro deja de fruncir el entrecejo al ver al chico. Cuelga la llamada y marcha hacia la puerta.

—¡Quentin!, he esperado tanto verte —lo abraza de golpe, sin darle un segundo para responder.

—Señor Duvoi —carcajea despacio—. Mi padre me dijo que me debe dar el horario de mis clases, ¿no es así?

—Claro —asiente y saca de su cajón un par de papeles—. Me dijo que tal vez haga falta agregar piano, pero cuando te sientas cómodo.

—Tal vez más adelante. Tengo que ordenar el tiempo con mis otros estudios —explica empezando a salir de la oficina—. Muchísimas gracias, Señor Duvoi. Daré lo mejor de mí para sobresalir.

—No lo dudo —sonríe educado, cerrando la puerta y dejando a último su mirada.

Mira su folleto, y la primera clase que tiene es la de canto, en unos dos minutos. Quentin da media vuelta y emprende el camino hacia alguna parte que ni él conoce, pero que descubrirá. Todo el pasillo tiene salones con grandes ventanas que dejan ver a los alumnos.

Gente nueva, es lo que piensa. Al comenzar a caminar, la primera aula que ve a su derecha es de violín. Están sentados en un semicírculo y desde el otro lado del ventanal se ve al maestro en el medio moviendo las manos en el aire, haciendo gestos de continuación y ritmo.

Envidia a las paredes, porque donde él está no se escucha nada, ni una nota.

Así que continúa pasando, y llega a la clase de batería. Abre los ojos de golpe al ver a solo un alumno que ni siquiera cuenta con un profesor. Se le ve en la cara que está allí sólo por diversión; tiene una sonrisa traviesa. A diferencia del salón anterior, se puede escuchar muy poco de lo que sufre el platillo al ser abofeteado.

Sonríe por dentro y retoma sus pisadas. Le da un vistazo al salón de baile (clase que pronto estará recibiendo) y visualiza a un pianista que se esconde entre las siluetas de las bailarinas a lo lejos, tal vez tocando para ellas armonías sueltas.

El muchacho tiene la postura digna y el rostro seco, la profesora y profesor marcan el tiempo con palmadas que vuelve a no escuchar.

Un timbre suena.

Ve que el baile se estanca pero el pianista continúa moviendo las manos y no se detiene hasta que la maestra se acerca a él. Quentin se voltea al oír que una puerta se abre y del salón de violín una muchacha se escapa con velocidad. El baterista de hace rato se cruza con ella y se sonríen, se dan las manos en un saludo y pasan por su lado, doblando a la derecha, donde creía que terminaba el pasillo.

«Se ven genial»

Camina hacia el otro salón, el penúltimo del corredor, esperando a que sea el de canto. Por desafortunado que se lea, no lo es, y se limita a seguir buscándolo, yendo por el pasadizo al que algunos van, dejándose ir por la corriente.

Busca en los señaleros que tienen los salones el nombre de la asignatura, y camina y camina y camina hasta encontrarla. Sus pies tiemblan, y decide quedarse a ver desde la ventana por un tiempo, pero ingresa por la puerta una vez que algunos se giran a verlo.

El profesor estaba borrando algo en la pizarra cuando ingresó, así que tuvo que buscar un asiento por si solo, y uno alejado.

—Hey.

Supe que mis habilidades sociales no eran las peores cuando fui invitado a mi primera fiesta. Al comienzo la gente cree que soy un poco tímido, porque no sé cómo tomarían mi actitud. Cuando me percato que puedo ser quién soy con ellos, me descontrolo en desconfianza.

En la primera fiesta a la que fui, terminé saliendo con cinco conocidos más y dos de ellos se hicieron muy amigos míos.

Supongo que eso es bueno. La chica de al lado es aparentemente igual a mí respecto a ser social, la diferencia es que ella es quien me habla primero, cosa que pocas veces me pasa. Después de unas largas semanas, alguien que no soy yo comienza la conversación.

Tiene el cabello azabache, y el violín descansa sobre sus muslos.

Es la misma a la que vi salir del salón.

—Hola —respondo en un susurro.

—Eres nuevo, ¿verdad? —imita mi susurro—. Soy Alizee, pero dime Aliz —da una cálida sonrisa escondida y fugaz, muy apenas—. Él es mi amigo Noel.

—¿Como-

—Sí, amigo —dice antes que yo, virando los ojos con gracia—. Como Papá Noel.

—Repito. Buenas tardes a todos.

Los tres miramos hacia el frente, y nos topamos con la presencia del maestro. Detrás de él se suma otra profesora, y me acomodo en el lugar.

—Tú debes ser Quentin —el profesor amenaza con su ceja.

—Levántate —me dice discreta Aliz.

Le hago caso. —Sí, soy Quentin Jenkins —coloco las manos por atrás de mi espalda y oigo unas pisadas cruzar la puerta. De repente, todas las miradas que iban hacia mí fueron hacia la entrada, traspasando mi figura, al individuo que ingresa. Quiero saber quién es, sin embargo por respeto sigo viendo al adulto. El único que permanece con sus ojos clavados en mi frente.

—Quentin —el profesor hace que todos regresen a mí y me siento mareado por la cantidad de ojos prestándome atención otra vez—. El Señor Duvoi dijo que eres excelente. Es bueno que estés aquí. Pero por favor, evitemos la charla durante las clases. Las horas de descanso están para eso.

—Está bien, disculpas —me siento en la silla, mi espalda cayendo contra el respaldo. Aliz sonríe orgullosa y yo permanezco confundido por el gesto. Noel saluda a un joven que aparece a su costado. Asiente cabizbajo ante el saludo y en cuanto levanta la cabeza para arreglarse el cuello de la camiseta caigo en la sentencia de que es el pianista de la clase de ballet.

Y Noel es el baterista.

—Él es Maxime —me explica Aliz, viendo hacia el frente, moviendo la boca con mucho cuidado—. Luego te lo presento.

—Está bien —respondo igual, cruzando las piernas y fijando atención a lo que decía el maestro.

—Quentin —aprieto los puños. Ahora es la mujer la que me llama, y yo alzo la vista hacia ella—. ¿De qué conservatorio vienes?

—Instituto de música Curtis.

Una vez más, todo el salón me voltea a ver. Menos el pianista, lo sé porque es la única cabeza que se quedó quieta, con la vista a los profesores. Los dichos disponen de una sorpresa en el rostro, me achico en el lugar.

—¿Y por qué viniste aquí? —replica el hombre—. Nuestro conservatorio no es malo, pero... Pero Curtis, está casi a un nivel de Juilliard.

—Es algo complicado de explicar, pero para acortar, por mudanzas —muevo los pies en mi lugar, colocando las manos sobre el pupitre.

—¿Eres estadounidense, entonces?

—Sí, profesora —tamborileo los dedos en la mesa y agacho la vista de a poco. Oigo susurros, el bullicio de las lenguas intentando ser discretas y realmente no me importan, más me dan curiosidad.

Me arreglo el cabello, por si acaso.

—Entonces, ¿puedes decirme qué has aprendido allí? En Curtis.

El profesor al parecer cambió su actitud conmigo, ¿más vulnerable que antes? Su rostro es más sereno, con las cejas finas descansando sobre sus ojos.

—Estábamos dando un poco de historia sobre los repertorios de Italia, Cámaras de Óperas, técnicas de respiración y uso de lengua. Íbamos a tener un festival —ellos abren los labios, comprendiendo—. Bueno, ellos lo tuvieron, ya no pude estar.

—¿Y qué te parece participar en el nuestro?

Los ojos indagaron hacia la profesora que dijo aquello, y casi me atoro con mi propia saliva. —¿No es muy pronto? —dice una, y asiento al instante, a favor de ella.

—Faltan seis meses aún. Podremos practicar con él, si es que acepta.

El Pianista se levanta cuando el maestro le da una señal y se acerca a él, le indica algo y pronto está sentado de espalda, a lo que parecía ser una mesa pero una vez que el profesor se hace a un costado, deja ver a un piano de estudio color granate.

—¿Aceptas? —la profesora se acerca lo suficiente a mí, por primera vez puedo ver en el lado izquierdo de su pecho su nombre, Clara—. Si no quieres está bien, es entendible.

—Sí quiero, pero, ¿ustedes no han empezado con eso ya? Sería descarado de mi parte entrar como si nada.

—Empezamos recién hace dos semanas, no es mucha diferencia. Queda un largo recorrido —la maestra Clara sonríe amigable y señala hacia donde está el tal Maxime—. Puedes ser por hoy el primero en vocalizar y luego probaremos una de las canciones que pueden quedarte para el festival, ¿quieres?

Me levanto despacio, viendo la espalda del pianista seguir siendo recta. Me acerco al pequeño escenario que más bien parece solo un escalón de madera blanca. Cabeceo al chico pero él no me mira, y trago duro.

Me coloco al lado del piano, encarando al público.

—¿Escala pentatónica? ¿Cuarta? —pregunto ansioso, y en una señal que le da el maestro, Maxime comienza a tocar.

Es una escala de Fa que traspasa al Do. O más simple, está viendo cuán grave y cuán agudo puedo llegar.

Da la primera entonada para el siguiente tono, posiciono la mandíbula y suelto el diafragma e inhalo con naturalidad. Cierro los ojos en concentración y comienzo a entonar a medida que las teclas bailan en el aire. Despliego los párpados al adquirir mayor habilidad, y las notas agudas hacen que la voz de cabeza retumbe en eco. El maestro iba a detener a Maxime ante la velocidad de subida, pero Clara le toma del brazo, evitando y haciendo más extrema la prueba. El pianista sigue tocando, cada vez más arriba, y siento el picar en la nariz de que estoy cerca de mi límite; y para mí eso no existe.

Todos comienzan a susurrar otra vez. A ser honesto, en realidad no los escucho, porque mi oídos solo tienen atención para mis cuerdas vocales, pero los veo acercarse y susurrarse a las orejas. No me produce tanta emoción aquello, ni por eso me siento superior. Sólo se siente agradable.

Maxime permanece neutro, y sí, me parece raro que no le preocupe que se está por quedar sin piano si sigue subiendo el tono. Inhalo una vez más, preparado, y allí él se detiene.

—Te vas a dañar —dice. Baja las manos, y voltea por sobre su hombro a mirar al profesor—. ¿Continúo?

—Es... Es suficiente.

El maestro Philippe —según su portanombre—, sonríe y me toma de los hombros.

—Eso fue magnífico, por Dios. Es un gusto que estés con nosotros.

Maxime se levanta y pasa por mi lado con el mentón bajo pero el aire aún así, agrandado. Lo sigo con la mirada hasta que desciende, a la par que correspondo al abrazo de Philippe.



୨୧ ׁ ֶָ֢ ׅ ֹ ៸៸ quentin˳🍶) ۪ ׁ ⊹⭒ ࣪ ﹗ °

Ƹ☆ maxime !? 🔍 *꒱⊹ Ⱄ

๑ ˚. . . . noel ˖͢ ‎‹♡ 📚

໑  alizee  〰︎ ⁩ 𓍊𓋼 ་ ⍸ ་ ·˚

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