Segundo

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⌗⠀،،⠀ 𝙴𝚡𝚝𝚛𝚊𝚘𝚛𝚍𝚒𝚗𝚊𝚛𝚒𝚘 ⠀🫂⠀: ∷⠀੭⠀

—Tu acento es muy poco notable. Yo creía que eras del Sur.

Alizee es una chica muy abierta. Al parecer tiene un carácter libre que no logro descifrar del todo. Ríe bajito cuando se está burlando de Noel y a carcajadas cuando cuenta un chiste muy malo. No es de las que brincan al caminar pero mueve los pies tan rápidamente que siento que si intento seguir su ritmo, despegaría del suelo y volaría a Nunca Jamás.

—He estado en vacaciones, mamá es de aquí y ella solo ha hablado en francés con nosotros—respondo bebiendo un poco del jugo de naranja.

La cafetería tiene mesas redondas y rectangulares, más de una apartadas hacia el fondo. Estamos en las cercanías de la puerta, a vistas al pasillo que recorre todo el distrito con colores beiges.

—Oye, en serio eres muy bueno. Enséñame —repite por quinta vez Noel.

Su piel canela es muy limpia, y me estira la atención hacia su cara. Lleva una cicatriz escondida en su mejilla, y me pregunto qué habrá hecho para ganársela. No parece alguien que se quede quieto.

—No te va a enseñar, Nono. Eres muy tonto como para aprender algo —muerde la manzana y coloca su codo sobre la mesa, ruda, mastica con énfasis el mordiscón.

Se escucha un montón de pisotones acercarse hacia nosotros. Un grupo de chicas se sienta en el mesón de al lado y una de ellas me saluda con la mano. Su blusa se acentúa sobre su cintura y menea las caderas al acomodarse. Mantuvo su mirada sobre mí y luego oí su carcajada desvanecerse en el aire.

—¿Viste eso? —Noel desvía la mirada, y yo junto los pies.

—Claro, no soy ciega.

—¿Me pierdo de algo? —pregunto—. ¿Hm?

—Es la ex de Maxime —voltea discreta a la muchacha, y hago lo mismo—. Es buena chica, creo. Él nunca nos dijo por qué terminaron.

—Ella contó que porque no se puede avanzar con él. Es muy frío —agrega Noel, y entreabro los labios—. También dijo que un poco... lento. Ya sabes... —traspasa su índice en el círculo que formó con los dedos.

—¿Eso es ser buena?

—No miente. Maxime es muy frío. Es nuestro amigo, pero tiene razón —lleva un mechón de su cabello oscuro hacia atrás, suspirando—. Es un poco delicado. Ha costado un tiempo para que se adapte a nosotros y a las bromas.

—¿Delicado?

—El Extraordinario Pianista, así le dicen —empieza el baterista que de hecho, tiene una gran afinación al mover sus cuerdas vocales—. Es el único que no expresa ni una emoción en el rostro al tocar. Ni frunce el ceño, ni nada. Los profesores lo utilizan mucho para las grandes obras porque su agilidad es inmensa y el talento desborda de él. Jamás comete errores al tocar el piano.

Me quedé pensando en eso por un momento, y era cierto.

Cuando estaba allí, su cara era árida, pálida, únicamente mirando lo que tuviese delante. En el salón de baile, en la primera hora que lo vi; sus ojos estaban lejos de las teclas bajo su mentón, como si supiese de memoria las ubicaciones exactas.

—¿Por qué? —pregunto—. Debe haber alguna razón, ¿no?

—¿Qué cosa?

—¿Por qué no demuestra lo que siente?

Los dos se encogen de hombros.

—Oh, ahí viene.

Su frío me contagia cuando pasa detrás de mí. Es una ventisca del invierno que aún no se presencia por las calles. Toma asiento a mi lado, bajando la bandeja a la mesa antes de hacerlo. Primero abre su botella de agua, de forma delicada. Las puntas de sus dedos están ligeramente rojas, presiono los labios. Eso ha de doler.

—Buenas tardes —dice ante el silencio. No nos está mirando, solo se fija en su plato.

—Quentin —Alizee ignora su saludo—. Él es Maxime, Maxime, Quentin.

—Lo escuché —exclama después de tragar el primer bocado, a posterior de los largos mordiscos. Detiene el goce de su emparedado y me muestra su rostro—. Como dijo ella, soy Maxime.

—Un gusto —doy un movimiento de cabeza, y sin ningún gesto, regresa a comer.

Dios, esto será difícil.

—¿Tienes Ballet luego? —pregunta Noel a la muchacha, levanto la vista hacia los dos entusiasmado.

—Yo tengo —aclamo entusiasmado—, después del descanso.

—Maxime también va a estar allí.

—De hecho, Casper lo hará —le corrige limpiándose los labios. Noel tamborilea los dedos sobre la mesa—. No quiero llegar tarde a casa hoy.

—¡No! —se queja Aliz golpeando el puño contra la superficie. Noel y yo damos un pequeño salto, él levanta la vista mientras mastica—. Por favor quédate. Casper es muy... Muy...

—¿Pervertido? —cuestiona Noel.

—Exacto. Es muy incómodo. A veces se equivoca en las notas por estar viéndonos.

Maxime se lo piensa, o eso quiero creer. Deja caer sus manos y limpia las comisuras. Mira su reloj en la muñeca y luego fija los ojos en mí. Me tenso cuando arrastra en silencio la bandeja, entregándomela.

—¿Quieres?

El emparedado apenas lleva dos mordiscos. Se ve delicioso, y pienso por qué no lo compré en vez del jugo de naranja. —No gracias, luego tengo que bailar.

Asiente y hace lo mismo con los dos, Aliz niega; Noel se encarga de masticar lo que sobró, y Maxime toma su mochila.

—Iré a practicar, entonces —se dirige a Aliz—. Si pueden venir, mejor.

—En camino —engancho a mi hombro mi mochila, y me levanto a la velocidad de la chica. Noel hace una señal de que va después con las manos, sus mejillas repletas de pan.

Correteo detrás de ella hasta salir de la cafetería, Maxime es más alto que ambos e incluso sin esforzarse en correr tiene la delantera. Vamos hacia la derecha y luego el chico abre la puerta, y sin darme cuenta estoy en el pasillo donde empezó mi tarde.

Aliz aprieta el interruptor al entrar y empiezan a encenderse las luces. Algunas tardan, parpadeantes y silenciosas. Maxime se pierde de mi vista y después de que el piano hace ruido, nos volteamos a encontrarlo. Me mira un instante, y luego se ladea hacia Aliz.

—Nos pondremos las zapatillas y luego volvemos.

Supongo que dijo aquello por los ojos de Maxime que parecen interrogarte por qué pierde tanto tiempo sin tocar algo. Aliz ya se había puesto el uniforme —o aparente uniforme— durante los primeros cinco minutos del descanso. Así que solo ella debía ponerse las zapatillas.

—Yo de hecho... Tengo que cambiarme los pantalones, ¿no tienen un vestuario?

—Allí, esa puertita escondida —señala a la pared, y veo que un rectángulo sobresale de ella—. Empújala y no la cierres por completo cuando estés dentro.

Asiento yendo y hago lo que me dijo, de fondo empiezo a escuchar algunas notas que da Maxime, sentado allí. La luz del diminuto cuarto quema a mi piel, está hecho para mujeres pequeñas, no para chicos de 1,78. De todas formas, me rasguño en algunas partes de mis muslos al sacudir mis piernas dentro de los pantalones.

Me siento a lado de Aliz al verla, colocándose las punteras.

—¿Usas de tela? —pregunto sacando de mi mochila las mías, y aparto el tupper con las mías dentro.

—Las de goma son muy delicadas de cuidar. Míralas como las traes. Ni a mi perro cuidaría así.

Río suavemente e imito su gesto. Me coloco las punteras de goma después de sacarme los zapatos y siento los dedos arder apenas las dejo apretar.

Reparto los lazos alrededor de mi tobillo para que se ajusten y les hago el moñito de conejito que mi profesora me enseñó a hacer de pequeño. Escondí el nudo por debajo, y al terminar de hacer lo mismo del otro lado me levanto.

—Tienes buen empeine, Quentin. ¿Acaso haces todo bien?

Sonrío sin mostrar los dientes, viendo mi pie de puntas en el espejo. Subo y bajo, subo y bajo, calentando al equilibrio. Niego despacio, viendo a ella.

—Tú también lo tienes. No lo digas como si fuese el único.

—¿Pájaro azul? —pregunta Maxime, interrumpiéndonos.

—¿Te la sabes? —pregunta ella, asiento veloz—. Sí, esa.

Es un baile de un minuto, muy entretenido y con mucha técnica y sobretodo, volteretas. Lo curioso es que en la música de práctica que tenía yo en Curtis, jamás oí un piano, sino flautines y percusión de vientos. Así que cuando empezó a tocar, me perdí por un momento.

Luego seguí, oyendo lo perfecto y parecido que sonaba. Voy moviendo los brazos y luego los pies, elevando la pierna y dando pequeños saltos que imitarían a un pajarito. Aliz me mira sonriente y yo continúo. Muevo la cabeza divertido, mirándonos en el espejo enorme que hay. Repito el compás anterior, dejándome guiar por los dedos de Maxime. Suspiro entumecido, saltando y saltando como me exijeron a gritos alguna vez que lo haga. Aliz tiene el entrecejo fruncido, y yo no le pregunto por qué, no me da el tiempo de hacerlo.

Correteo hacia la diagonal y nos preparamos para hacer juntos las ocho volteretas. Busco el punto clave para fijar la cabeza en los giros y no perder el equilibrio en el intento.

Ella toma inhalación y yo empiezo a dar vueltas sobre los pies, el piano se escucha más lejos cada vez que me acerco a la esquina. Coloco las manos muy suavemente sobre mis costados y estiro el pie al finalizar. Maxime vuelve a empezar cuando termina, me posiciono sobre las rodillas intentando recuperar el aire.

—No calentamos —dice Aliz en el suelo, no sé si está allí porque quiere o porque tropezó. Sacude las rodillas y mueve el cuello de lado a lado.

Maxime vuelve a terminar, pero al instante retoma.

—¿Otra más? O cambiamos.

—¿Qué otra variación conoces?

—Cupido de Don Quijote.

Ella sonríe y se coloca en el centro conmigo.

—Lo oíste, Max.

Él asiente y coloca las manos sobre las teclas, empieza a sonar, y es más rápido de lo que pensaba. Aliz está acostumbrada al parecer, sus manos son ligeras y sus pies hacen la cantidad de volteretas que debe procrear.

—Te gustan los que dan vueltas, ¿verdad? —la falda que tiene atada en su cintura por encima de la malla negra da movimientos rápidos por sus giros, y yo la sigo.

—Me gustan los que son más teatrales —exclamo continuando.

Paso el pie a la altura de la rodilla, y llevo el cuerpo hacia un costado, subo en las zapatillas y estiro hacia atrás la pierna zurda. Miro a Maxime que está muy concentrado viendo hacia el frente. Voy hacia atrás para ganar potencia para lo siguiente y segundos después salto hacia delante, flexiono las piernas y las teclas acaban, me quedo en la pose.

Una vez más, Maxime vuelve a empezar mientras que los dos recuperamos el aire.

Es muy bueno en lo que hace.

—Este fue muy rápido —le digo oyendo de fondo la música.

—A veces es peor —sonríe sentándose en el suelo de nuevo, y la acompaño. Junta los pies en la pose mariposa, y mueve nuevamente las rodillas, calentándolas.

Hago lo mismo. —Él en verdad es muy serio —Cupido sigue sonando, como si aquello fuese una orden.

—Maxime, puedes tocar la que quieras si quieres —le dice Aliz, me volteo a verlo y asiente. No comienza otra canción hasta finalizar, siéndole fiel a las teclas—. Lo es, pero es un gran chico. A muchos les da miedo, pero para Noel y para mí, es un cachorro.

Estiro la espalda hacia delante, las manos llegando a mis pies. —Es muy misterioso.

—No tanto. Sus padres y hermano son diferentes a él. No tiene una gran vida, como nosotros.

—¿Cómo se hicieron amigos? —llevo mis vértebras hacia atrás, algunas resonando—. Son muy contrastantes.

—Créeme que a veces es bromista, y muy sarcástico. A veces tanto, que no se lo entiende —mueve las rodillas—. Nosotros intentamos atraer a más amigos, pero siempre se alejan por... él.

—¿Por qué?

—No lo sé —se hunde entre sus hombros. Se hace un pequeño rodete con su elástico, su sudor cae por su frente—. Por ejemplo, su ex; ella estaba con nosotros, y luego se fue cuando terminaron.

—Oh... —suspiro ladeando la cabeza al oír pisadas, y muchas—. Yo no pienso irme.

—Eso espero —se burla poniéndose de pie, y de pronto entran el resto de alumnas, un chico, y dos profesores.

—Maxime, ¿qué haces aquí? —el tipejo se acerca al pianista y lo observa desafiante. Max continúa tocando lo que creo que es Opus 56 de Alexander Scriabin, la tercera parte. Papá ama el piano, y siempre me recuerda aquello, encendiendo el volumen de sus piezas favoritas por la casa, mientras estudio o él prepara la cena—. Se supone que yo debería estar aquí.

—Pues yo lo estoy, ¿o soy invisible? —la música no se detiene y algunas de las chicas me saludan. Se ponen alrededor de Aliz y yo, colocándose las zapatillas. Los maestros comienzan a poner una de las barras movedizas, por si no entrábamos todos en la que hay incrustada en la pared—. Me quedaré, al final. Puedes irte si quieres.

—No lo haré.

—Pues quédate viendo aquí, entonces. De todas formas, por eso vienes, ¿verdad?

Aliz ríe bajito. —Otra cosa de Max, es que es muy honesto —susurra cerca de mí, y entreabro los ojos, viéndolo otra vez.

—Casper, si vas a continuar, mejor retírate —exclama el profesor. Algunas se levantan, con las zapatillas deslumbrando en el suelo. Acompaño a la multitud y veo que el chico se aleja por la puerta. En la ventana se ve a Noel mostrándonos a Aliz y a mí sus pulgares, comiendo aún lo que parece ser el emparedado que le dio Max hace rato.

Carcajeo saludándolo, y ante el llamado de la maestra me altero.

—Tú, eres nuevo, ¿verdad?

—Sí. Soy Quentin. Un gusto —y doy una pequeña reverencia. Me pregunto cuántas veces voy a tener que hacer esto—. Vengo de Curtis, aunque estaba en otra academia de danza aparte de allí porque no eran tan exigentes.

—¿Puedes venir aquí? —dice refiriéndose a la barra, y me acerco. Gracias al espejo puedo ver detrás de mí a todas las chicas que tienen los ojos curiosos—, primera posición, por favor.

Llevo las manos al frente, sin tocar la barra porque no me lo había pedido. Separo los pies como los pingüinos y la veo, esperando a que continúe. El piano sigue sonando, y en el reflejo se admira a Maxime mirándome desde su lugar.

—Plié —lo hago. Flexiono de a poco las rodillas pero no sobrepasando, porque lo siguiente era: —Demi-plié —agrando un poco más la flexibilidad—. Grand-plié —y caigo hasta que mi frente queda a la altura de la barra, me estiro hacia arriba otra vez—. Eleve en tercera posición.

Junto los pies en la dirección que dijo, al igual que los brazos. Subo en las zapatillas pasando primero por doblarlas lentamente y luego estoy sobre ellas, como si alguien me hubiera estirado de mis cabellos.

—Grand Battement derriere

—¿Derecha? —le pregunto y asiente. Me quedo de perfil, con la izquierda en la barra. Pateo hacia atrás de forma delicada pero directa, así como Maxime le dijo a Casper que está allí.

—Bien —el profesor se acerca a mi costado y comienza a susurrar algo primero—. ¿Podrías hacer en rond? Y en eleve.

Las chicas se emocionan, y no voy a mentir, yo también. Me coloco de puntas y empujo la pierna hacia atrás. Maxime está en mi dirección, y su perfil se ve tan definido y se lleva toda mi atención que casi olvido lo que estoy haciendo. Con la pierna aún en el aire, la paso a mi costado y luego al frente, haciendo el semicírculo que requiere el en rond.

—Tu elasticidad es sorprendente —requiere el profesor, yo bajo y agradezco con la cabeza—. Vamos a repasar algunos de los ejercicios de barras por hoy, y más tarde si sobra tiempo haremos algunas variaciones.

—¿Me quedo aquí? —pregunto por la barra del medio, y los dos asienten—. Genial.

Volteo a ver a Aliz, que sonríe veraz. Luego giro la cabeza adelante, y Maxime perdura con las pupilas puestas en mi cara, con una expresión extraña en el rostro.










No es uno de los mejores capítulos que tengo hechos, pero prometo alguna vez mejorarlo.

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