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Había sido una semana lluviosa en Altana, un paraje histórico de Transilvania. Entrar en la ciudad parecía un viaje en el tiempo. Una carreta tirada por caballos aguardaba en un cruce, una garza real permanecía estática en la rama de un árbol, atenta a su entorno; las casas antiguas, de estilo transilvano, complementan un espectáculo llamativo.

En las afueras, en un terreno fangoso, se encontraba el asentamiento gitano, un lugar para nada pintoresco. El contraste entre opulencia y miseria era notable a simple vista. La gente de Altana prefería evadir la existencia de esa zona, por carecer de glamour y distinción. El barrio marginal de caminos sin pavimentar, de calles lodosas por la lluvia, era el hogar de una comunidad romaní. 

En el exterior de una choza se realizaba una gran celebración, y a pesar de ser un festejo humilde, era lo más destacado del día.

Sonido de vasos chocando entre sí, felicitaciones provenientes de distintas direcciones; la algarabía fue exorbitante ante el anuncio nupcial, y no era para menos, las fiestas gitanas tenían esa característica.

Los universitarios, próximos a graduarse, recibían con calidez las muestras de cariño de los invitados y familiares. No podían ser más felices. Los planes a futuro se veían tan idílicos: graduarse y luego casarse.

Ese fue el orden al inicio, pero luego cambió. Se casarían en unos días, y dentro de unos meses el título académico llegaría también.

Y aunque es habitual que en el camino surjan situaciones que alteren el rumbo de lo establecido, cuyo impacto apenas es perceptible, en otros casos las consecuencias pueden ser fatales, sin dejar opción a reacción alguna.

Ioana y Andrei, pronto conocerán el resultado de su decisión.

En el gentío, una mujer mayor contemplaba a la joven pareja con una dulce sonrisa en el rostro. Estaba sola, sin nadie que la acompañara. Este detalle llamó la atención de Ioana, remeciendo su corazón. Le dijo algo a Andrei y después fue al encuentro de la anciana.

Alguien más tuvo similar idea. Ella y otra mujer coincidieron en la misma mesa. Ioana quiso decir algo, pero la intrusa se adelantó.

—Las veo muy felices a las dos, especialmente a ti, Rania —murmuró una mujer entrada en años—. Has conseguido lo impensable, dado que para nosotros el más grande progreso es mudarnos de una choza a una casa de ladrillos. Lástima que tu deseo de que Andrei salga de este barrio marginal no sucederá.

—¿Qué insinúa? —gruñó Ioana, irritada. La vieja era un cuervo de mal agüero, se la pasaba vaticinando terribles presagios a todos. Nadie en la comunidad la quería.

Rania presionó la mano de Ioana, diciéndole con ese gesto que ella se encargaría. Ioana suspiró y se recostó en la silla, aunque no le gustara, dejarle el asunto a su suegra sería lo mejor. Fue espectadora de la conversación.

—Déjate de rodeos, Neda. Di lo que tengas que decir y márchate —dijo Rania con hastío.

—Bueno, ya que insistes... Tu hijo es de los pocos de nuestro clan que ha estado cerca de graduarse. Pero ahora que anunció su boda, dudo que termine la carrera. Él no pisará grandes despachos, el lodo continuará signando sus huellas, como las de todos aquí.

Rania sonrió indiferente, ocultando unas oscuras ideas. Tuvo una imagen donde le arrancaba la lengua y se la arrojaba a los perros, y estos se convulsionaban a causa del veneno del órgano bucal. Sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos.

—Andrei se graduará, tenlo por seguro. Solo faltan unos meses para ello.

—Habrá que verlo. ¿Está embarazada, Ioana? —miró suspicaz a la chica, que hasta ese momento la había ignorado.

La joven se mantuvo inmutable, la pregunta la descolocó.

—Ioana no está embarazada. Ellos se van a casar porque así lo quieren, y sus razones no tienen por qué importarte. —Rania dejó en evidencia el enojo que le generaba la impertinencia de Neda—. A Andrei no le ocurrirá lo mismo que a tu hijo.

Neda esbozó una mueca agria. Fue un golpe bajo. Se retiró echando el último veneno:

—Cuando se cumpla lo que he vaticinado, te acordarás de mí.

—Mantente alejada de mi familia, bruja.

Neda se marchó arrastrando su falda larga y meciendo sus joyas de un modo exagerado, rio perversa, consiguió lo que quería.

—Qué señora tan desagradable. ¿Cree que trame algo?

—Neda no tiene inconveniente en practicar la brujería a la vista de todos. Pero no ha aprendido correctamente el arte del ocultismo, varios clientes insatisfechos dan fe de ello —relató—. Y para no ir lejos, su hijo Cosmín fue objeto de sus malas prácticas, quiso prosperidad a través de él, pero se hundieron más en la pobreza. Despreocúpate, lo de ella es pura envidia.

—¡Sastipen! —Las voces de los invitados interrumpieron la charla.

—¡Sastipen! ¡Salud para los novios! —dijo la anciana. Su voz de tonalidad grave infundía autoridad.

—¡Madre, ven aquí! Quiero una foto contigo y Ioana. —Andrei alargó la palma hacia las dos, con la otra mano le dio el móvil a un amigo suyo, hizo un gesto para que los fotografiara.

El joven se ubicó en el centro y las mujeres a los costados. Los tres tenían una expresión alegre.

Horas después, Rania informó a su hijo que se marchaba a descansar, y para sorpresa de ella, Ioana se ofreció a acompañarla.

—No es necesario, querida. La casa está cerca, no me ocurrirá nada.

—No es molestia, suegra. Al contrario, me preocupa que vaya sola por esas calles lodosas y tenga un accidente. Además, le dije a Andrei que también me retiraba. Todo el ajetreo de la fiesta me ha dejado exhausta.

—Ay, hija, y eso que solo es el comienzo —rio con dulzura—. Pasado mañana todo habrá acabado y estarás en un sitio diferente a este.

—Lo sé y no me quejo. Andrei me informó como son los festejos gitanos previo a la boda, y estoy encantada con ello. —Una amplia sonrisa iluminó la cara de Ioana—. Déjeme acompañarla.

—Está bien, vamos.

—Tengan cuidado donde pisan —advirtió Andrei—. No quiero perder a ninguna de las dos. Más tarde me reúno con ustedes.

—No bebas mucho, amor —Ioana le lanzó un beso, que Andrei simuló agarrar en el aire—. Recuerda que mañana tienes un compromiso en la ciudad.

Las dos mujeres se dirigieron a la casa de ladrillo que quedaba al final de la calle. En el camino se encontraron con Neda, que las miró con una sonrisa malévola. Se asemejaba a un fantasma, aparecía sin previo aviso. La ignoraron y siguieron de largo.

Eludieron el desagradable encuentro intercambiando opiniones acerca de la decoración por el día de brujas, tradición muy arraigada en Transilvania. Las calabazas alumbraban pórticos y los exteriores de las ventanas. Varios farolillos se extendían en balcones y árboles, dándoles un aspecto fastuoso. Al pueblo lo envolvía un aura mágica, que cualquiera que entrase, lo podía percibir.

Sí, la magia se sentía, sobre todo la oscura.

Ioana sacudió la cabeza, para no pensar en nada que tuviera que ver con conjuros. El tema la estremecía.

Conversó con Rania sobre la boda y las tradiciones ligadas a esta, cuando vislumbró una silueta moverse. El poblado se sumió en una oscuridad absoluta, un miedo inexplicable la acometió. Buscó a su suegra en vano. Entró en desesperación, hace unos segundos la llevaba del brazo y ya no estaba. Gritó su nombre varias veces.

Nada. Solo silencio, un opresivo y tenebroso silencio.

En medio de la lobreguez identificó algo acercándose... no parecía humano. Esa cosa zigzagueaba como una serpiente, acechando a una presa.

—¡Largo, no te acerques! —Retrocedió asustada, tropezó y cayó al piso. El lodazal la apresó como arenas movedizas. El pánico se intensificó cuando divisó unos orbes granates abalanzarse sobre ella.

Lanzó un hondo alarido, la criatura se adhirió a Ioana como una sanguijuela, que se negaba a desprenderse de su fuente de alimento.

Batalló varios minutos, y en un momento dado ya no eran garras lo que la sujetaban. Sintió unas manos suaves que le acariciaban el rostro y una voz llamándola.

—Ioana, ¿me escuchas?

—¿Suegra...? —abrió los ojos, desorientada—. Estábamos conversando y de pronto todo se tornó oscuro y...

—Sufriste una caída, intenté sujetarte, pero fue tarde. Me preocupé mucho al ver que no reaccionabas. —La contempló asustada—. Me tranquiliza que estés bien. Ven, entremos en la casa para que te quites esa ropa.

—Disculpe. Mi intención fue cuidarla y al final quien se cayó fui yo... me siento apenada. —Se llevó las manos al rostro.

—No te sientas mal, aprecio tu intención. Vamos.

Ioana tomó la mano de la mujer mayor. Experimentó un ligero mareo e instintivamente se llevó las manos al abdomen.

Rania miró el gesto con interés.

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