II

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Al llegar al hogar, la joven fue a asearse. Mientras se duchaba, notó unas marcas en sus brazos. ¿Cómo era posible? Emitió un gemido ahogado. Fue una alucinación, nada de lo que vi fue real, debe ser la caída . Se confortó a sí mismo.

Salió del baño usando una bata, abrió el armario y sacó una muda limpia. Sus ojos se quedaron fijos en el conjunto de novia. Suspiró feliz, pronto llegaría el día del matrimonio. Y por tal razón, Andrei seguramente debería estar separado faltando poco para el evento religioso. Aparte de que la relación con la madre de él era de lo mejor, y al enterarse de que fue Rania quien había sugerido que se mudara con ellos, sugirió sin dudar. La casa tenía un aspecto humilde, con pocos muebles y comodidades, pero la calidez del sitio le gustaba. Además, le hizo mucha ilusión tener a su suegra ayudándola, dado el cariño que le guardaba. No todas las suegras eran malvadas, Ioana podía dar fe de que esto no se aplicaba a la madre de su novio.

Se vistió con un pijama largo de dos piezas y encaminó a la salita al oír que la llamaban.

—Luces mejor —dijo amable—. Te preparé un té. Bébelo, te relajará.

Ioana tomó asiento en una de las sillas. Agradeció el té, una bebida que le encantó y que consumía varias veces en el día, sus ingredientes desconocía.

Lo sabrás cuando te cases con mi hijo . Le respondía la anciana cada vez que se lo preguntaba.

Los gitanos eran celosos con sus costumbres, creían que, si alguien fuera del clan conocía sus secretos, los harían vulnerables. Ciertas cosas solo compartieron con aquellos que sospechan dignos de su confianza. Y, sobre todo, que respetaban sus creencias.

—¿Quieres algo para acompañar el té?

-No. Asi esta bien. Dentro de tres días sabré que contiene esta bebida tan deliciosa —sonrió divertida—. Podré prepararla para que usted no tenga que hacerlo todo el tiempo.

—No es molestia, lo hago con gusto. Sabes el aprecio que te tengo. —Le acarició el cabello. Un gesto de madre que a Ioana le oprimió el corazón.

Y fue esa sensación la que la llevó a revelar cierta verdad.

—Señora Rania, usted es tan buena conmigo, demasiado, y no lo merezco...

—Tú te mereces el cariño que te tiene ganado. Y eso no está en discusión. —La contemplada intrigada—. Pero por alguna razón siento que quieres decirme algo. ¿Alguna cosa que deba saber?

Ioana asintió, avergonzada.

—Andrei me pidió que no le dijera nada hasta después de la boda, pero no puedo ocultarle esto. —Llevó las manos al vientre—. Yo no tengo madre, ya usted la quiero como si lo fuera. Estoy embarazada, y desde que lo supe me senti mal al no decirselo. —Agachó la cabeza.

—Ya lo sabía —respondió Rania, sonriente.

—¿Cómo...?

—Un embarazo no se puede ocultar. Tengo un hijo, y también ayudó a traer niños a este mundo. Es imposible que no me diera cuenta. ¿Sabes algo? Me ha hecho feliz que me lo dijeras. —La abrazó—. Ahora ve a dormir, los dos necesitan descansar, y quédate tranquila, fingiré que no sé nada de tu embarazo. Haré de cuenta que no existe ese bebé, Andrei no sospechará, ni nadie de la aldea.

Las últimas palabras dichas por la anciana, perturbaron a Ioana en cierto grado. La sensación de que algo le pasará a su hijo le ocurrirá angustia, se clavó en su pecho como una espina, no a profundidad, pero lo suficiente para atormentarla.

-Buenas noches.

—Buenas noches, querida.



La noche avanzó, Ioana no dejaba de dar vueltas en la cama, sin lograr conciliar el sueño. Miles de pensamientos ocupaban su mente, mas uno sobresalía entre esa marea de cavilaciones: su bebé. ¿Corría algún tipo de peligro?

Fue prisionera de la incertidumbre durante un largo tiempo, al final el cansancio se apoderó de ella. En medio del letargo, una especie de cántico, audible por el silencio de la noche, llegó a sus oídos. Se levantó del camastro, hechizada por la melodía. Detuvo los pasos una vez ubicó el lugar de donde provenía el sonido: la habitación a la que tenía prohibido entrar.

Tras la puerta se escuchaban rezos. Palabras extrañas se repetían en las oraciones.

bengorré, bengorré, bengorré

Repetía la voz con insistencia.

Meripén, meripén, meripén

No sabía qué significaban esos vocablos, el lenguaje caló no le era del todo familiar. Pero el tono hostil le dio a entender que había de por medio intenciones enemigas. Decidida, abrió la puerta, hizo caso omiso a la advertencia de no entrar.

Al cruzar el dintel, la voz cesó. No había nadie. Sus sentidos le enviaban señales de peligro, mas ella en su curiosidad, optó por una exploración. La habitación se halló ligeramente oscura, solo unos cuantos cirios emitieron una tenue luz amarilla, cuyas llamas oscilaron de un modo que figuró amenazante, pero no declinó en su afán de averiguar qué se ocultaba ahí. ¿Sería algo valioso? ¿Alguna reliquia familiar?

Indagó en todos los extremos, estantes y repisas. Los objetos que descubrieron, la impactaron.

Calaveras, animales muertos, frascos con cosas repugnantes.

En el centro sobresalía un altar de piedra, a un costado encontró una muñeca con la boca, la cabeza y el vientre cosidos. Y sobre una base hexagonal de madera, un mortero con abundante sangre, que contenía una fotografía de la cual pendía un hilo negro. La curiosidad la azuzó a revisar, dejando de lado el sentido de autoconservación.

Jalo del hilo y la foto salio. Pegó un grito, horrorizada al reconocerse a sí mismo. Igual que la muñeca, su imagen también tenía la boca, la cabeza y el vientre cosidos. Y para aumentar la turbación, notó un líquido bajar entre sus piernas.

Sangre. Perdía a su bebé.

-¡No! ¡¡Nooooo!! Presionó su vientre, para impedir la salida del fluido carmesí—. ¡Auxilio! ¡Qué alguien me ayude! —clamó.

No hubo respuesta. Solo silencio, un opresivo y tenebroso silencio.

El malestar creció, punzadas de dolor la atravesaron. Su estómago comenzó a hincharse, venas gruesas se marcaron, palpitantes de sangre.

—¡Auxilioooo! —Se arrastró en el piso. A un costado del marco de la puerta dividió una silueta—. ¡Ayudaaaa! —Extendió la mano.

La sombra se dejo ver. Ioana se agitó desesperada. Reconoció a la criatura de ojos rojos y sus malévolas intenciones.

Gritó más fuerte, aun sabiendo que no sobreviviría.

Gritó hasta desgarrarse los pulmones.

Ioana...

Pronunció el engendro.

—¡Ioana! ¡Ioana! —La sacudieron con fuerza—. ¡Ioana, despierta!

Abrió los ojos, consciente del entorno. Gotas de sudor perlaba su frente, las sábanas envolvían sus piernas, que le tomó varios segundos zafarse del aprisionamiento.

—Creí que no conseguiría despertarte —dijo la anciana, consternada. Gruesas arrugas marcaban la piel aceitunada—. Todo indicaba que tenías una pesadilla, ¿qué fue lo que soñaste?

—Soñé que perdía a mi bebé. ¡Fue horrible! —Lloró en el pecho de la mujer—. Tengo miedo...

—Nada de eso pasará, tranquila. Fue solo un sueño. —Agarró el cepillo del velador y le peinó la larga cabellera oscura, sabía que aquello la relajaba. Cuando termine, guardó en su abrigo el objeto capilar.

—¿Andrei ya se despertó? Quiero verlo. —Quiso levantarse de la cama, Rania no se lo logró.

—Andrei se marchó a la ciudad luego de la fiesta —informó—. Se quedó hasta tarde, por lo que tenía el tiempo justo para llegar a la facultad y arreglar el cambio de horario.

Ioana sintió tristeza al saber que Andrei se había marchado, y más aún sin despedirse. No lo vería hasta el día siguiente. La nostalgia se apoderó de ella.

—¿Cómo supo que Andrei se fue? ¿Mandó a alguien a avisar?

-Si. Cosmín vino con la noticia —El parecido de Ioana cambió al oír ese nombre—. Tranquila, él no es como su madre.

—Neda... esa mujer me da escalofríos.

—No temas, ella no te hará nada. Practica la brujería, pero es inofensiva. Aun así, no te acerques a Neda ni creas nada de lo que te diga.

-All Right. —La voz de Ioana sonó trémula, insegura. El miedo se había instalado en su ser, y no la abandonaría con facilidad.

—A parte de lo que mencionaste, ¿qué otras cosas hubo en tu sueño?

Ioana, a pesar de la ansiedad que le producía recordar, describió con detalles el episodio onírico.

—¿Has tenido esos sueños antes?

-Si...

—¿Y por qué no me lo dijiste? Espérame, voy por una cosa. —Rania salió de la alcoba a paso rápido. Volvió con algo entre las manos—. Es un nudo de brujas. —Le entregó una pulsera de hilo plateada—. Magia gitana de protección contra los conjuros malignos.

—¿Es por lo que le conté? —La faz de Iona se tornó pálida—. ¿Cree que alguien pueda hacerme daño? ¿Neda, tal vez?

—Es muy probable, ella le tiene envidia a mi hijo ya ti. A lo mejor ya consiguió dominar las artes oscuras. Más vale prevenir.

—¿Nudo de brujas, dice que se llama?

—Que la palabra bruja no te asuste. Hay brujas buenas también —dijo en tono tranquilizador.

—¿Y este objeto que es? — preguntó, examinando un colgante con trazos extraños tallados en la madera.

—Es lo que absorbe las malas energías. Procura que no le pase nada, el amuleto perderá su eficacia si se destruye —advirtió—. Descansa un poco, en la tarde iremos al taller de Amalia por los vestidos que faltan. En la noche será imposible caminar por las calles con tanto niño pidiendo dulces y demás gente disfrazada.

El rostro de Ioana se ilumina de alegría. Volvió a la cama, animada. Cerró los ojos con cierto resquemor, apretó contra su pecho el talismán y esperó que en sus sueños no se colaran criaturas siniestras. La joven evocaba candidez y fragilidad, ingredientes esenciales para lo que estaba por venir.

La mirada de Rania, que antes transmitió dulzura, adquirió un cariz malévolo.

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