02.01

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Jennie Kim.

—Te has ganado un trato especial, señorita graduada de la universidad —dijo Lisa.

Sonreí cuando tomó mi diploma de mis dedos y lo colocó sobre la mesa al lado de nuestra cama. Sus dedos rozaron mi muslo interno hasta mi hueso púbico causando que me tensara. El calor se apoderó de mí, enrojeció mi piel y envió escalofríos por mis brazos y piernas.

—¿En serio?

Me encantaban los tratos especiales de Lisa. Perfeccionó el arte de dar, y yo estaba más que lista para recibir. Ya me hallaba sin aliento y con ganas, retorciéndome contra las sábanas frescas con necesidad. Mi cuerpo lloraba por ella, haciendo que cada uno de mis movimientos fuera húmedo y erótico, el deslizamiento de mi centro hacía que mis terminaciones nerviosas se erizaran de placer.

Necesitábamos este momento.

Necesitábamos una noche en los brazos de la otra, un momento erótico en el que podíamos trepar y liberar todas las necesidades reprimidas que estuvimos soportando durante semanas.

Con los finales y todo lo que tenía en los últimos meses, además de su trabajo y negocios, no habíamos compartido mucho tiempo juntas.

Extrañé sentirla, y obviamente, mi cuerpo también.

—Oh sí. Un regalo especial para una chica excepcional —ronroneó, utilizando la palabra que el decano uso para describirme en la graduación.

Inclinándose, colocó un beso con la boca abierta en el interior de mi rodilla, sus dientes rozando mi piel caliente antes de que su lengua se deslizara en el pliegue detrás de mí rodilla, haciéndome temblar.

Gruñó cuando hundí mis dedos en su ahora largo cabello y pasé mis uñas por su cuero cabelludo. Los sedosos mechones negros fluyeron entre mis dedos como agua.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que jugamos? —Su pregunta se encontraba plagada de sugerencias.

—Demasiado. Mucho tiempo —susurré.

Una risa baja cruzó por mi rodilla desde sus labios. —¿Mi Holli Would tiene necesidades?

Asentí en respuesta.

Mis palabras quedaron atrapadas detrás del gemido que contenía.

—No puedo oírte —susurró en una manera cantarina.

Levantando mi blusa, sus dedos juguetearon con mi piel antes de colocar un suave beso en mi estómago.

—Sí.

—¿Si qué? Vamos, hermosa, puedes hacerlo mejor que eso. Háblame. Dime qué deseas.

Empezaba a retorcerme, clavando los talones de mis pies y arqueándome en la cama y las sábanas.

—Sí, tengo necesidades. Deseo... por favor. Tengo tantas necesidades.

De nuevo, una risa suave rebotó contra mi piel, causándome piel de gallina con el eco de ello.

—Entonces juguemos. —Su sonrisa era peligrosa, sin embargo, me prometía todo el placer que sabía que Lisa podía y daría—. ¿Quieres jugar conmigo, Jennie?

Asentí a medida que hundía mis dientes en mi labio inferior para no sonreír. Sabía exactamente cómo le gustaba jugar a Lisa.

Llevábamos jugando estos divertidos juegos de cama durante los últimos dos años.

—Buena chica —susurró contra el punto sensible justo debajo de mis pechos.

Liberándome de mis pantalones cortos y mi blusa, su aliento abrasador bañó mi centro, haciéndome tragar un gemido. Me besó por todo el cuerpo, deteniéndose para lamer los lugares que sabía que me enloquecían de deseo, y cuando llegó a mis pechos, chupó mi sensible pezón entre sus labios y lo mordió.

Jadeé. —Sí.

—Lisa dice tócate a ti misma. —Su voz ronca rozó un lado de mi cuello, enviando escalofríos a los dedos de mis pies—. Desliza tus dedos en tu dulce coño para que pueda chuparlos.

Me derretí debajo de ella, mis muslos se separaron automáticamente cuando mis deambulantes dedos rodaron sobre mi clítoris. La sensación fluyó, y mi cuerpo se tensó. Lisa era la reina de los juegos previos, dejándome mojada y lista, palpitando tan fuerte que pensé que moriría si no me sacaba de mi miseria.

—Por favor, Lisa. Dame lo que anhelo —supliqué.

Todo este tiempo juntas y todavía era capaz de hacerme suplicar por su toque, hacerme susurrar su nombre hasta que aliviara el dulce dolor que creaba entre mis muslos.

—Ah, vamos, señora Manobal. ¿Cómo esperas que aguante cuando ruegas tan dulcemente?

—Todavía no soy la señora Manobal, Lalisa —bromeé.

Lisa se propuso oficialmente la noche en que me gradué de Tech con mi diplomado en Justicia Criminal. Se ofreció a pagarme por cuatro años una costosa universidad, pero me encontraba decidida a hacer las cosas por mi cuenta, lo cual significaba ir a Tech. Y teniendo en cuenta mi pasado y los muchos años que pasé necesitando justicia debido al asesinato de mis padres, tenía sentido que eligiera derecho penal.

Su propuesta fue inesperada ya que todos los que conocían a Lisa sabían que no era del tipo que se casaba. Incluso me sorprendió cuando se arrodilló en el medio de nuestra habitación y me pidió que pasara el resto de mi vida con ella.

Tomé un poco de champaña en la cena de celebración después de la ceremonia de graduación, y no sabía con certeza si lo escuché correctamente, pero luego me miró con adoración pura y lo supe, solo lo supe, que nunca quería estar lejos de ella. Jamás amaría a otra persona de la misma manera en que amaba a Lisa, y nadie más me amaría de la manera en que ella lo hacía.

Dije que sí, y pasamos el resto de la noche haciendo el amor.

Fue hermoso.

Perfecto.

Todo lo que Lisa encarnaba.

Eso fue hace una semana, y su mirada de adoración aún permanecía en su expresión, pero en tanto me miraba, era una necesidad cruda, no adulterada, lo que llenaba sus preciosos ojos color miel.

Su sonrisa era oscura y peligrosa mientras sacaba mis dedos de mi cuerpo tembloroso y chupaba la humedad brillante de ellos, su lengua golpeando las puntas. Sentí un deseo profundo y me mordí el labio para controlar el gruñido animal que se arrastraba por mi garganta.

Su flequillo oscuro y húmedo caía sobre sus abrasadores ojos y lo aparté con mi mano libre, perdiendo mis dedos en su grosor. Mis caderas se levantaron del lujoso colchón, suplicando por su pene.

Se rio entre dientes, el sonido rico y exótico retumbó contra mi piel.

—Oficial o no, eres mía, Jennie. Has sido mía desde la primera vez que te vi. ¿Lo entiendes?

Su gruesa polla masajeó mi entrada, calmando el dolor brevemente mientras se burlaba de mí. Con su piel debajo de mis uñas, clavé mis dedos profundamente mientras trataba de acercar su cuerpo al mío.

—Ahora, Lisa. Te necesito —susurré.

—No, hermosa, no hasta que me des lo que quiero.

Sabía lo que quería, pero al igual que ella, me gustaba hacerla suplicar por ello. Por eso funcionábamos.

Empujar y estirar.

Dar y recibir.

Lograba engatusar a Lalisa Manobal porque no tenía miedo de pelear con ella, de hacerla temblar de deseo, que se estremeciera de necesidad. Nos volvíamos locas la una a la otra, y no lo hubiera deseado de otra manera. De todas formas, presioné mis labios y aguanté un poco más.

Empujó contra mí más fuerte, mis entrañas ardiendo por su intrusión.

—Joder —retumbó—. Dilo, Jennie. Dime lo que quiero escuchar y te daré lo que anhelas. Te lo daré toda la noche, gatita.

Levanté mis caderas para atraerla, pero se apartó dejando que el aire frío corriera entre nosotras.

—Dame lo que quiero y te diré lo que deseas escuchar —respondí.

Nuevamente se rio, la evidente tensión en su voz me hizo saber que estaba cerca de ganar.

Su cuerpo se hallaba tenso sobre mí, sus bíceps temblaban al sostener su peso y sus caderas se sacudían contra mi centro. Podía ver la derrota en sus ojos cuando se humedeció sus labios y su respiración se aceleró. Era increíblemente sexy todo el tiempo, pero nada vencía a Lisa en el calor del momento, los segundos antes de que me penetrara y prendiera en fuego a nuestros cuerpos.

Y luego se movió y me llenó.

Profundo.

Grueso.

Estirándome tan completamente que gemí apreciativamente.

Cerró los ojos contra el placer, y suspiré al unísono ante el dulce alivio.

—¿Es esto lo que quieres, chica sucia? ¿Mi polla dentro de ti? —Su respiración era errática, sus ojos se endurecieron preparándose para tomarme fuerte y rápido como me gustaba.

Asentí en tanto celebraba internamente por ganar nuestro pequeño juego de tira y afloja.

—Dilo, Jennie. —Se apartó y me penetró, fuerte y rápido, más y más profundo con cada embestida. Se sentía increíble.

Maravilloso.

—Joder, te sientes increíble —gruñó—. Nunca olvidaré lo perfecto que te sientes. Tan apretada, tan húmeda, envuelta alrededor de mi polla.

Los dedos de mis pies se clavaron en el colchón a medida que el deseo se abría paso desde mis caderas hasta mi estómago. Me encantaba la forma en que Lisa me hablaba, especialmente durante el sexo.

Era un afrodisíaco para mis sentidos, y me hacía sentir poderosa.

Querida, como si nunca pudiera tener suficiente de mí, lo cual era bueno teniendo en cuenta que sabía que nunca tendría suficiente de ella.

—Dilo, bebé. Necesito oírlo.

Me encantaba cuando me rogaba: la tensión en su voz me satisfacía emocionalmente en tanto su cuerpo me complacía físicamente. La tensión en su voz espesa, a punto de romperse. Me deseaba; me necesitaba para calmar su dolor del mismo modo que ella calmaba el mío.

Era físico, pero también mental.

Emocionalmente, Lisa necesitaba más. Necesitaba que alcanzara su mente y la calmara de una manera que no podría con mi cuerpo. Espiritualmente, necesitaba profundidad. Saber que me aferraba a ella y nunca me apartaría de su lado. Toda su vida la abandonaron.

Dejada del lado en la carretera y nunca recogida Siempre supe lo destrozada que se encontraba, pero también sabía que era mi trabajo mantenerla unida.

Abrí la boca para decir las palabras que ella anhelaba escuchar, para darle el alivio que me daba, pero volvió a clavarse en mi centro y las palabras se derritieron en mi lengua, escapando un gemido complacido en su lugar.

—Dilo, Jennie —exigió.

Se puso más ruidosa, su cuerpo más fuerte, más rápida, despiadada.

Me hallaba aturdida mientras me miraba fijamente con determinación. El sudor salpicaba su frente, amenazando con gotear sobre mi ardiente piel. Clavé mis uñas en su culo firme, haciéndola gruñir. Aceleró, tomando mi cuerpo con pasión, golpeándome, empujándome hasta la cabecera de la cama y al borde de la liberación.

—No puedo... no puedo decirlo —tartamudeé.

Su expresión era de confusión. —¿Por qué no?

Y luego sonreí porque sabía que gané oficialmente nuestro pequeño juego. No era frecuente que ganara en nuestro pequeño juego de ingenios y juegos previos, pero persistí a pesar de la intensidad de sus movimientos, la pasión en sus ojos, el placer que fluía a través de mí tan completamente.

Gané.

—Porque no dijiste Lisa dice.

Presioné su pecho, apartándola de mí y rodando hasta que estuve a horcajadas sobre ella. Sus manos capturaron mis caderas y me sostuvieron a medida que mi cuerpo se tragaba el suyo.

—Oh, joder. Eso es. Muy bien —murmuró—. Monta mi polla, Jennie.

Sus ojos se clavaron en los míos a medida que sus dedos se enterraban en mis caderas hasta que dolió. Me agarré a la cabecera con una mano, ya sintiéndome débil por mi orgasmo inminente.

Usando mis rodillas, moví mis caderas, buscando un ritmo que nos quedaba bien a ambas. Y antes de llegar al pináculo, a segundos de que mi cuerpo la arrastrara en mi placer, me incliné y susurré las palabras que sabía que aliviarían su dolorida alma.

—Te amo, Lalisa Manobal, y siempre seré tuya.

***

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