Capitulo 18

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Lisa.

—¿En serio, Lisa? —gritó Eunha sobre mí—. Esto es inaceptable, especialmente para ti. Ponte tu puta ropa y trae tu culo abajo.

El lado de mi cara se pegó al cuero en el sofá y así estaba mi pene flácido. No sabía cuánto tiempo dormí, pero me desperté con la sensación de que había pasado tiempo con todas las mujeres de mi libro. Mi cuerpo se sentía relajado y saciado, y me sentía tan completamente agotada, que podría haber rodado sobre la espalda y volver directo a dormir.

Todo lo que sabía era que Holli había estado allí. Me demostró que valía la pena cada centavo y más, mucho más. También sabía en el momento que me desperté que Holli se había ido. Su calor no se presionaba contra mí de la forma en que había estado después de que volé mi carga.

Me hallaba tendida allí, fría y desnuda en mi sofá de cuero, con Eunha mirándome con ojos enojados, entrecerrados y brillantes.

—¿Qué demonios te ocurre? Nunca mezclaste negocios y placer.

Sin duda fui demasiado lejos. No planeaba follarla aún, de hecho, estuve jugando con la idea de dejarla ir. Pero el pequeño cóctel se abrió paso dentro de mí. No fui capaz de contenerme. No con ella tocándose y seduciéndome.

—¿Me escuchas? —preguntó Eunha.

Sus palabras interrumpieron mis recuerdos de la noche anterior, obligando a que el zumbido del día después se disuelva rápidamente.

—¿De qué hablas? La despedí. No mezclo nada. —Poniéndome de pie del sofá, estiré mi cuerpo desnudo y mi cuello.

—La estás follando en tu oficina, durante el horario del club. Esta es la segunda vez que esto sucede. Nunca habías traído tus chicas aquí. Esta mierda tiene que parar.

Me agaché y me puse los pantalones.

—Esta es mi oficina, Eunbi. Follaré todas las mujeres de mi libro, en mi puto escritorio, toda la noche, si quiero. —Busqué mi camisa y me la puse sobre mi top deportivo, metiendo mis brazos en ella—. ¿Desde cuándo te importa una mierda acerca de dónde y a quién me tiro? —pregunté, abotonándome la camisa.

—Desde que comenzaste a dejar que esta perra afecte tu trabajo —dijo, abriendo la puerta y dejando que la música desde abajo entrara—. Voy a bajar. Hay gente esperando para verte cuando hayas terminado de follar aquí.

La puerta se cerró con un golpe detrás de ella por enésima vez esta semana. A pesar de que debí haber estado muy cabreada por ser regañada así, no lo estaba. No podía pensar en nada, sino en la forma que Holli se sentía contra mi piel. Podía olerla alrededor mío. Nunca había sido así con ninguna otra mujer. Nunca.

Fue su primera vez. A pesar de que se suponía que era un momento especial para ella, no podía evitar sentir que el momento también fue especial para mí. ¿Por qué yo? ¿Por qué se entregó con tanta libertad a mí?


¿Por qué de la forma en que lo hizo? Aparte del dinero, no tuve que presionarla. Vino a , y eso lo hacía sentir totalmente diferente de alguna manera. Y lo que es peor, no lo odié.

Mierda, lo amé.

Pasé el resto de la noche emborrachándome como una cuba en la sección VIP. Me tomé un chupito tras otro, colgando mis brazos alrededor de los hombros de algunos de los más calientes y ricos de Nueva York. Me sentía relajada y lo pasaba bien en mi propio establecimiento, como si no estuviera en el trabajo.

Eunha no se dejaba ver por ningún lado y, por primera vez, me alegraba no tenerla cerniéndose sobre mí. Las camareras mantenían las bebidas de un lado a otro y no pasó mucho tiempo antes de que fuera la hora de cierre. De alguna manera, llegué arriba.

A la mañana siguiente me desperté desnudo, con una furiosa erección y un dolor de cabeza tan intenso que ni siquiera podía abrir los ojos. Todavía podía olerla en mi piel, y aunque sabía que era una idea terrible, necesitaba volver a verla.

—¿De qué color le gustaría? —preguntó la vendedora.

—Rojo.

El color de la lujuria y el pecado, y todas las otras cosas que se me ocurrían cuando pensaba en Holli. Ningún otro color le sentaría. Claro, lucía increíble en cualquier cosa, pero lo que me hacía sentir era prohibido, y quería recordarlo cada vez que mis ojos recorrieran su cuerpo.

Me paré a un lado y vi mientras la dama envolvía la lencería roja en una caja llena de papel de seda. No podía esperar a ver la tanga de encaje metida en las olas dulces de su trasero, o el sujetador transparente sexy, apenas cubriendo sus pechos turgentes. Iba a disfrutar de quitar estos costosos trozos de encaje de su cuerpo.


Pedí que le entregaran los paquetes porque no me sentía bien haciéndolo personalmente. Entregar regalos en persona no era algo que solía hacer. Infiernos, comprar regalos era algo totalmente diferente, pero no veía a Holli gastar dinero frívolamente sobre sí misma. No era ese tipo de chica. Ella estaba dando, y no podía esperar hasta que me diera lo que quería de nuevo.

Por más difícil que fue, me quedé lejos de ella. Se tornó casi imposible, pero necesario. Pasé mis noches en el club y mis tardes con negocios y papeleo. Siempre que Euna venía, fingí ser tan normal como era posible. Desde luego, no necesitaba su mierda.

Mi alejamiento duró dos días enteros. Fue entonces cuando me hallé conduciendo al condominio de Holli. Quería verla y no me importaba una mierda lo que nadie más tenía que decir al respecto. Me encontraba en un semáforo, en el centro de la ciudad, cuando el familiar tono amarillo me llamó la atención.

Holli caminaba por la acera con una sonrisa de felicidad en su rostro. Llevaba un simple par de pantalones vaqueros, una camiseta negra con un logotipo desteñido, y un par de zapatillas bajas. Tan simple, pero tan gloriosa al mismo tiempo.

Sin saber que estaba siendo observaba, noté lo elegante y única que se movía, distinguiéndose de entre la multitud. Su luz era demasiado brillante como para ser solo una de la multitud.

Un hombre sin hogar se encontraba apoyado contra la pared de un edificio, ropas agujereadas colgaban de su cuerpo, y su mano extendía una taza esperando para el cambio. Holli le sonrió, antes de buscar en los bolsillos y dejar caer cualquier cambio que tenía, en su taza.

Allí estaba ella, sin saber que había rellenado su cuenta, y le daba a un hombre sin hogar lo último de su dinero. Hablaba mucho sobre el tipo de persona que era, el tipo de persona que podría haber amado cuando era más joven. Pero eso era cuando mi vida era un caos total y pensaba que las emociones eran importantes.

Los coches detrás de mí comenzaron a tocar la bocina y despegué hacia su lugar. Sabía que llegaría antes que ella, pero de alguna manera me gustó el elemento de sorpresa.

Salió del ascensor y entró en su apartamento con una sonrisa y una mano llena de papeles. Se quitó sus zapatos y suspiró, agachándose para frotar sus pies. Me gustaba el hecho de que ella parecía muy cómoda en la casa que le había dado. Me hizo sentir realizada, como que había hecho más en mi vida que el club.

Sin notarme sentada en su sofá, se fue a la cocina, colocó los documentos en el mostrador, y llenó un vaso con agua. Su garganta se movió arriba y abajo mientras se tragaba todo el contenido del vaso. Su camisa se aferraba a su cuerpo, dejándome ver cada pendiente y curva.

—¿Disfrutaste tu paseo? —pregunté.

Sus ojos se agrandaron y se tapó la boca para evitar escupir el agua.

—Lisa, me asustaste —dijo, colocando su vaso vacío sobre la encimera.

—No puedo dejar de preguntarme si estarías tan nerviosa si tuviera una pistola por aquí.

El recuerdo de su rostro pálido y la forma en que se estremecía después de que habíamos sido encañonadas, se quedó en la parte frontal de mi mente. No me gustaba la idea de ella caminando por las calles de Nueva York sin protección.

—No quiero hablar de armas de nuevo —dijo, rodeando el mostrador y caminando en el espacio donde había estado sentado.

—¿Por qué estabas caminando? Podrías haber llamado a Martin. —Cambié de tema.

—Está hermoso afuera hoy y no tenía que ir muy lejos. Necesitaba el ejercicio de todos modos.


—¿Qué son esos papeles? —Señalé a la pila sobre el mostrador.

—Ese es mi plan de cinco años. —Dio un paso atrás a la barra y tomó los papeles.

Me puse de pie y me acerqué a ella. Tomando los papeles de su mano, me incliné e hice la única cosa que había estado pensando hacer desde que la vi caminando por la acera.

La besé.

No fue el beso usual, fuerte y duro, sino uno rápido que me satisfizo hasta que no podía conseguir más.

Cuando retrocedí, la sorpresa en su cara era cómica. Me encantaba como cambiaba gráficas con ella. Antes, mi agresividad la conmocionó. Y ahora, en cualquier momento hacía algo normal o incluso remotamente agradable, y no sabía cómo actuar. Era sin duda divertido jugar con ella.

hola

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