Capitulo 20

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Lisa

Dormía a mi lado, un sonido ocasional venía de ella, como si soñara y estuviera en peligro. Su cabello rubio cubría la mayor parte de su rostro, pero aún podía ver la hinchazón de sus labios carnosos.

Me encontraba en un lugar jodido, mentalmente. Peor que todo lo que pasé cuando era más joven, a excepción de la noche que rondaba continuamente mis sueños. La experiencia me endureció y me transformó en la mujer que era hoy. La forma en que pude atravesar la vida después de esa noche, fue no sentir nada en absoluto. Era eso, o morir a causa de dolor de cabeza.

Holli rompió el muro que construí, y reaccioné mal porque me daba miedo. Técnicamente no tenía miedo de tener sentimientos por ella, tenía miedo de sentir algo en absoluto. Trabajé duro en bloquear todo para atravesar mis días, para llevarme a mí misma a atravesar un solo momento que definió el resto de mi vida.

Y la peor parte fue que le hice daño. Lo pude ver en sus ojos cuando le mentí a la cara, diciéndole que nunca sería sobre amor.

Extendiendo la mano, tomé un mechón de su cabello y lo froté entre dos dedos. Era cierto, tuve que admitirlo a mí misma. Me estaba enamorando de ella. Yo... Alguien que no creía en la jodida palabra que todos lanzaban en todas partes, la mujer que pensaba que el amor era una palabra tonta.

Realmente siempre creí que las personas no eran realmente capaces de amar, sobre todo un alguien como yo. Sin embargo, ahí estaba, mirando hacia esta criatura aparentemente perfecta, y tratando de averiguar exactamente lo que yo sentía.

Todo el asunto se sentía sofocante, como si el aire a mi alrededor fuera demasiado espeso, demasiado húmedo. Ya fuera por pensar en mis sentimientos o por no estar cerca de ella, constantemente sentía que no podía respirar. Un peso tan inmenso como la ciudad de Nueva York presionaba contra mi pecho, y no podía levantarlo, no importaba cuán enojada o loca estuviera. Simplemente no daba su jodido brazo a torcer.

Y esos ojos... similares a los de un gatito, confiados y bellos ojos. No podía alejar el condenado momento en que el pesar entró en esos ojos. Me atormentaban porque fui la causa de ese dolor.

Deslizándome fuera de la cama, me vestí en silencio, con cuidado de no despertarla. Mirándola mientras dormía, vi sus pechos levantarse con cada respiración profunda. Me hallaba hipnotizada, capturada efectivamente en una telaraña que tejí personalmente. Tenía que salir de ahí. Tenía que liberarme, antes de que no pudiera.

El aire fresco de la noche me hizo temblar cuando salí y esperé a que el valet trajera mi auto. Las luces de la ciudad parpadeaban como si el universo tratara de transmitir un mensaje secreto solo a mí, un tipo de código Morse visual para la jodida loca. Cerré los ante él y los mantuve cerrados, hasta que escuché el ronroneo de mi Jaguar estacionándose.

Una vez me encontré dentro del calor del auto, permanecí ahí sentada y contemplé volver a entrar. El valet se situó en la ventana del lado del conductor, esperando a que volviera a salir. Agarré el volante y me sacudí. Pasar la noche no era lo mío. Para nada pasar tiempo después de tener sexo, era algo que siempre evitaba. Obviamente, era diferente con Holli.

Decidí no hacerlo y salí hacia la carretera, conduciendo despacio para darme tiempo a pensar, superé la vida nocturna y traté de precisar el momento exacto en que ocurrió el cambio en mí.

Cuando llegué al club, el lugar se hallaba vivo, arrasado por una multitud de personas como yo solía ser. Ya no me sentía como esa persona.

Moviéndome a través de la habitación, me encontré con bailarines y saludé con la cabeza a los que sabían mi nombre, pero no me conocían.

Demonios, no me conocía yo, no en realidad.

No fui a mi oficina porque no quería tratar con Eunha. En su lugar, fui a mi apartamento. Caminando a través de mi casa, fui directamente al baño para ducharme. Me quité la ropa, que olía a Holli, y me puse bajo el chorro caliente en el silencio de la habitación llena de baldosas. Parecía ser que era el único lugar en el que podía pensar. Mi oficina gritaba Holli, el club, el auto, todo se encontraba contaminado con su recuerdo.

Me quedé dentro más de lo habitual, dejando el agua cayera sobre mi cabeza; adormeciendo la piel con el calor y esperando que adormeciera también mis pensamientos. Cuando salí, agarré una toalla y encontré a Eunha apoyada en la puerta con los brazos cruzados.

—¿Ignorándome? —preguntó con una ceja levantada.

Pasé la toalla por mi rostro y el cabello, antes de envolverla alrededor de mi cuerpo y salir de la ducha.

—Necesitaba una ducha antes de lidiar con tu mierda.

Tomé mi cepillo de dientes, unté una capa de pasta de dientes sobre él y comencé a cepillarme los dientes. Ella me estaba enfadando, de pie junto a mí con brazos cruzados, como si me controlara. Ya era hora de que la bajara de nuevo a su nivel.

Me enjuagué la boca, tomé otra toalla más pequeña y me limpié el rostro. Caminé a su lado y entré al dormitorio. Me siguió. Sacando un par de bóxer y un top deportivo del cajón superior, cubrí mi trasero y me dirigí al armario.

—¿Qué sucede con nosotras, Lalisa? Solíamos ser tan cercanas. Ya ni siquiera hablas conmigo. Es una mierda, y lo sabes.

Tuve suficiente. Me volví hacia ella con rapidez, acercándome y haciéndola dar un paso atrás. Nunca le haría daño, pero esta mierda tenía que detenerse.

—Eunbi, ya me hartaste. Por años he cubierto tu trasero, poniendo la otra mejilla a alguna mierda realmente jodida, ¿y así es como me lo pagas? Estoy así de cerca —Sostuve dos dedos hacia arriba—, de botar tu trasero en donde te encontré. ¡Ahora déjame jodidamente en paz!

Vi mientras sucedía, pero no podía creerlo. Su rostro estoico se derrumbó, y la temida expresión de la que pasé una buena cantidad de tiempo huyendo, se extendió por su rostro. Sus ojos se humedecieron y sus labios temblaron... y fue entonces cuando lo supe, simplemente lo supe.

Eunha se mantuvo alrededor para ayudarme, por lealtad y dinero, pero había algo más que no noté. ¿Cómo es que algo tan grande se mantuvo fuera de mi radar? Era algo de lo que creí incapaz a Eunha. Ella mostró emoción, y fue por mí.

Veía a Eunha como a una hermana, y ahora pude ver que albergaba sentimientos prohibidos por alguien más, hasta hacía poco, no sabía que era capaz de sentir algo.

—No. Tú no. Esto no puede estar pasando —rogué en voz baja.

—Lisa...

—Vete —exigí.

—Lisa, por favor escucha... —comenzó a decir.

—¡Dije, lárgate al carajo de mi apartamento, ahora!

Me miró como si fuera a cambiar de opinión, luego se giró y se fue sin decir nada más.

En lugar de ir al club y socializar, permanecí en mi oficina el resto de la noche. Me ensimismé tanto en el papeleo, que me desconecté del mundo exterior.

Esa mañana, fui a la cama con pensamientos de Holli caminando sola por las calles. De repente, la idea de que algo terrible le sucediera me consumía. Pensé en su miedo a las armas y me pregunté qué podría haberle ocurrido para causarle ese miedo. Había tantas cosas que quería saber, tantas cosas que ya podría conocer si no hubiera sido un idiota egoísta.

En lugar de mi pesadilla habitual, soñé con Holli, con sus labios suaves y ojos confiados. El sueño se convirtió en una pesadilla y me encontré mirándola mientras ella moría en mis brazos.

A la tarde siguiente, fui a un sitio al que no visitaba desde hacía tiempo. Grady, el hombre detrás del mostrador, me saludó con la cabeza cuando entré. Era un italiano viejo con un marcado acento de Jersey.

Su espeso cabello negro se hallaba teñido y engominado en una ola perfecta, sus brazos peludos y pecho eran visibles a través de camisa a botones. La apariencia completa era rematada con una colección de cadenas de oro. Era de la vieja Italia.

Incursionando un poco en todo, era el hombre a buscar si necesitabas cualquier cosa. Solo utilizaba sus servicios para una cosa y solo una cosa. El resto de la mierda ilegal permanecía en mi pasado, donde en realidad se quedaría.

—Mucho tiempo sin verte, Manobal. ¿Qué puedo hacer por ti?

Encendió el final de su cigarro, llenando la habitación con su penetrante olor acre.

—Busco algo femenino, pero aun lo bastante potente como para derribar a un hombre.

Mirándome por unos breves segundos, tomó otra bocanada de su cigarro y asintió. —Creo que tengo justo lo que buscas.

Girándose, abrió un armario y sacó una bonita pieza. Era pequeña y pintada de rosa. Holli definitivamente la odiaría, pero una chica como ella necesitaba saber cómo protegerse en caso de que tuviera razón y no me quedara. Lo cual, si fuera sincera, tenía que suceder en algún momento.

Salí de Grady con exactamente lo que venía a comprar. A Holli podría no gustarle, pero me sentiría mejor acerca de que estuviera sola si estaba haciendo las maletas. Tendría mucho que aprender acerca de cómo usarla.

Me aseguraría de que entendiera que significaba apretar el gatillo, antes de que en realidad jalara de él.



»Eunha en multimedia.

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