primero | más allá

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El sol se desvanecía en el horizonte, dejando atrás una estela de naranjas apagados y rojos sangrientos que apenas lograban penetrar la espesura del bosque. Las sombras crecían a medida que la luz del día moría, alargando las siluetas de los árboles hasta que se entrelazaban unas con otras, como si estuvieran intentando ocultar un secreto bajo su manto oscuro. El frío del crepúsculo se infiltraba entre las ramas, recorriendo el suelo cubierto de hojas secas y musgo con una caricia helada que hacía temblar a Soobin mientras avanzaba entre el denso follaje.

El sendero que conducía al claro del bosque estaba cubierto de niebla, una niebla espesa y densa que parecía viva, moviéndose con un propósito, serpenteando alrededor de sus piernas como un animal curioso. Soobin caminaba despacio, sus pasos apenas audibles sobre las hojas mojadas, tratando de hacer el menor ruido posible. Sabía que no había nadie más en el bosque a esta hora, al menos nadie vivo. Era el único humano que se atrevía a adentrarse en la espesura cuando la oscuridad comenzaba a cubrir todo, pero las almas, las almas siempre estaban ahí, aguardando en las sombras, siempre observando.

A medida que se acercaba al claro, la sensación de estar siendo vigilado se intensificó. No era miedo lo que sentía, no exactamente. Había aprendido a vivir con esa sensación desde que era un niño, desde que su abuela le había enseñado a no temer a los espíritus, sino a comprenderlos. Pero esta noche, había algo diferente en el aire. Una energía inquietante que hacía que su piel se erizara y su corazón latiera un poco más rápido de lo normal.

"Relájate, Soobin", se dijo a sí mismo en un intento de calmarse. "Es solo una noche más."

Se detuvo al llegar al pequeño claro, un círculo casi perfecto rodeado de árboles altos y viejos cuyas ramas se entrelazaban por encima como si quisieran cerrar el paso a cualquier luz exterior. Este era su lugar, el lugar donde realizaba el ritual que había aprendido de su abuela, el ritual para guiar a las almas perdidas al otro lado. Arrodillándose en el suelo, comenzó a preparar el pequeño altar que había construido con piedras lisas y redondeadas, recogidas una a una del río cercano. Había algo meticuloso, casi reverente, en sus movimientos mientras colocaba las ramitas de roble, formando un patrón que sólo él entendía, siguiendo las instrucciones que se le habían grabado a fuego en la mente.

Sacó el pequeño frasco de aceite de su bolsa de cuero y vertió unas gotas sobre la madera seca, viendo cómo el líquido oscuro se deslizaba y se absorbía rápidamente. El olor a incienso y hierbas amargas llenó el aire, cortando el frío del bosque con su fragancia densa. Soobin encendió una cerilla y la dejó caer sobre las ramitas, observando cómo el fuego tomaba lentamente, crepitando en un sonido suave y reconfortante que contrastaba con el susurro inquietante del viento.

Miró a su alrededor. Las almas comenzaron a acercarse, atraídas por la luz del fuego y el aroma del incienso. Eran muchas, más de lo que recordaba haber visto en los últimos meses, y todas parecían igual de perdidas, sus ojos vacíos reflejando la luz con un brillo opaco, casi fantasmal. Eran figuras borrosas, translúcidas, casi como si estuvieran hechas de niebla, de humo. Soobin sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero ignoró el temor que empezaba a aflorar en su pecho. "No es más que otra noche", se repitió, con la esperanza de convencerse de que todo seguiría su curso normal.

Comenzó a murmurar las palabras del rezo, un rezo antiguo, en un idioma que ya nadie hablaba, salvo él. Su voz era baja, suave, casi como un susurro. Al principio, las palabras parecían trabarse en su garganta, pero pronto encontraron su ritmo, fluyendo como un río lento y constante. Las almas parecieron reaccionar, moviéndose más cerca, sus formas espectrales titilando como llamas en el viento. Soobin continuó su canto, sus ojos fijos en las almas que se deslizaban en su dirección, una a una. Algunas se arrodillaban, otras simplemente flotaban a unos centímetros del suelo, pero todas lo miraban con una intensidad que podía sentir, incluso aunque sus ojos no tuvieran expresión.

—Almas perdidas, vagabundas del crepúsculo —entonó Soobin, sintiendo cómo el poder de las palabras llenaba el aire—. Esta noche os guío hacia el descanso eterno, hacia la luz que espera más allá de la oscuridad. Seguid mi voz, seguid mi luz...

Y entonces lo sintió. Una presencia diferente, una energía distinta que cortó el flujo de sus palabras como un cuchillo. Soobin se detuvo, su voz quedó atrapada en su garganta. Alzó la vista y la vio. Una figura, emergiendo de la niebla, caminando lentamente hacia él, sus pasos crujían sobre las hojas húmedas. A diferencia de las otras almas, esta figura parecía sólida, real. Había algo en su forma, en la manera en que su sombra se proyectaba sobre la tierra, que le resultaba diferente. Soobin entrecerró los ojos, intentando ver mejor, pero la niebla era densa, casi impenetrable.

Un escalofrío recorrió su espalda. Algo no estaba bien.

Se puso de pie lentamente, manteniendo la mirada fija en la figura que se acercaba. Su corazón latía con fuerza contra sus costillas, y notó cómo su respiración se volvía más rápida. No era una reacción que tuviera a menudo, pero había algo en esa presencia que lo inquietaba profundamente. Dio un paso hacia adelante, el crujido de las hojas bajo sus pies resonando en el silencio del bosque.

La figura se detuvo a unos metros de él, como si también estuviera midiendo la distancia. Soobin vio los ojos del chico brillando en la penumbra, grandes y oscuros, llenos de una mezcla de desconcierto y miedo. No era una mirada vacía, no era el tipo de mirada que una alma en pena tendría. Este chico estaba consciente, estaba vivo.

—¿Quién eres? —preguntó Soobin, su voz más firme de lo que se sentía. El viento se llevó sus palabras, pero no apartó la atención del chico.

El joven parecía aún más confundido, mirándolo como si no entendiera qué hacía ahí. Parpadeó varias veces, como tratando de despejar la niebla de su mente, antes de abrir la boca para hablar. Pero de sus labios no salió ninguna palabra, solo un jadeo de sorpresa.

—Tu nombre —insistió Soobin, sintiendo una punzada de ansiedad recorrerlo—. Necesito saber tu nombre.

El chico titubeó un momento antes de responder, como si la respuesta fuera algo que también buscaba en su interior.

—Yeonjun... —murmuró, como si apenas estuviera recordando su propio nombre.

El nombre flotó en el aire, y Soobin sintió un escalofrío recorrerle la piel. No había sentido nada igual antes. Se acercó un poco más, su mirada intensa buscando algún indicio en el rostro del chico, algo que explicara por qué estaba allí, por qué su alma se encontraba entre las demás. Las preguntas inundaban su mente: ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Qué era diferente en él?

—Debes cruzar, Yeonjun —dijo Soobin, alzando una mano hacia él—. Tienes que seguir mi voz. Déjame ayudarte a cruzar al otro lado.

Pero cuando trató de pronunciar las palabras del rezo, sintió como si un nudo invisible se apretara alrededor de su garganta. Intentó de nuevo, con más fuerza, pero las palabras no salían. Se atragantaban en su boca, como si fueran una mentira, una ofensa contra el mismo aire que respiraba. Soobin sintió que su corazón se aceleraba, su respiración se volvía más rápida y superficial. Nunca había experimentado algo así. El ritual siempre había funcionado. Siempre.

—No... —murmuró para sí, frustrado, y trató de calmarse. "Concéntrate, concéntrate," se ordenó mentalmente, pero las palabras seguían negándose a salir.

Yeonjun estaba frente a él, observándolo con una mezcla de miedo y curiosidad, su cuerpo apenas una sombra en la niebla, pero sus ojos, sus ojos oscuros eran lo suficientemente claros como para que Soobin pudiera verlos. De repente, lo entendió. Soobin sintió que su piel se enfriaba, una realización horrible perforando su mente. Este chico... no estaba muerto.

A pesar de que su alma estaba ahí, ante él, no pertenecía a este lugar. Su cuerpo seguía vivo en algún otro sitio, aferrándose a la vida con una fuerza invisible que Soobin no podía comprender del todo. La idea lo golpeó como una ola fría, dejándolo momentáneamente sin aliento. Había oído hablar de cosas así, de almas errantes que se desprendían de sus cuerpos en momentos de gran trauma o peligro, pero nunca había visto a una. Nunca había sentido la angustia latente que emanaba de ellas.

Yeonjun estaba vivo.

Soobin sintió una oleada de pánico mezclada con algo más, algo que no pudo identificar de inmediato. La situación había pasado de ser incómoda a convertirse en un completo enigma, una contradicción viviente que desafiaba su don, su propósito. ¿Cómo podía guiar un alma que aún no había abandonado su cuerpo por completo? ¿Qué significaba esto para él, para su responsabilidad?

—Yeonjun... —repitió, su voz ahora más suave, casi quebrada, mientras buscaba una respuesta en el rostro del chico—. ¿Sabes dónde estás?

Yeonjun negó con la cabeza lentamente, su expresión se había tornado en algo más que desconcierto, era un miedo puro, un terror que Soobin podía casi palpar. Sus ojos se movieron de un lado a otro, escudriñando el bosque oscuro, buscando algo familiar que no lograba encontrar.

—No sé... no sé cómo llegué aquí... —su voz era un susurro roto, como si cada palabra le costara un esfuerzo inmenso—. Solo recuerdo... estaba caminando... y luego...

Yeonjun se llevó una mano al pecho, como si tratara de recordar algo que se le escapaba, algo importante. Su frente se arrugó en una mueca de dolor, y su respiración se hizo más rápida, casi desesperada. Soobin dio un paso más cerca, instintivamente extendiendo una mano, pero se detuvo antes de tocarlo, inseguro de lo que pasaría si lo hacía.

Las palabras de su abuela resonaron en su mente como una advertencia: "Del cuervo negro, un beso basta para marchitar el primer amor, y la vida frágil con un roce ha de terminar."

Soobin se estremeció. Había oído esas palabras tantas veces, siempre de labios de su abuela, siempre con ese tono grave, casi profético, que las hacía parecer una sentencia de muerte. Ella había dicho que su don traería bendiciones y maldiciones, y que debía tener cuidado, especialmente con aquellos que parecieran vivos pero que pertenecían al reino de los muertos.

—Espera... —musitó Soobin, alzando una mano como si pudiera detener el avance de alguna fuerza invisible—. No te muevas.

Yeonjun lo miró con una mezcla de miedo y confusión, pero obedeció. Soobin cerró los ojos, tratando de encontrar su centro, de calmar su respiración. Debía pensar con claridad, debía encontrar la manera de resolver este enigma. Nunca antes había fallado en un ritual, nunca antes había sentido que su don lo traicionaba de esta manera. Abrió los ojos y miró fijamente a Yeonjun.

—¿Puedes recordar algo más? —insistió, su voz se tornó más urgente—. ¿Algo que hayas visto, escuchado... algún detalle?

Yeonjun frunció el ceño, forzando su mente a recordar. La niebla se movía lentamente a su alrededor, como si estuviera viva, rodeándolo, escondiéndolo del mundo exterior. Sus ojos se entrecerraron, buscando en las sombras de su memoria algún rastro de lo que había sucedido.

—Había... —Yeonjun hizo una pausa, sus labios temblaban ligeramente—. Había un cuervo, negro como la noche... estaba posado en una rama, observándome. Recuerdo... su mirada fija, sus ojos eran como dos agujeros en la oscuridad. Luego... luego sentí un frío, como si todo el calor se hubiera ido, y cuando parpadeé... estaba aquí.

Soobin sintió una oleada de electricidad recorrer su cuerpo. Un cuervo. Su abuela había hablado de los cuervos como mensajeros entre los mundos, como heraldos de algo más grande, algo que él no comprendía del todo. Pero un cuervo negro, en este contexto, solo podía significar una cosa: el presagio de una muerte cercana. El cuervo había sido la señal, la advertencia.

—Yeonjun... —comenzó Soobin, sin saber muy bien cómo continuar, cómo decirle al chico que estaba en un peligro que ni él mismo comprendía del todo—. Creo que tu cuerpo aún está vivo, en alguna parte... pero algo está muy mal. Tu alma... tu alma está aquí, cuando no debería estarlo.

Yeonjun lo miró fijamente, y por un momento, Soobin vio una chispa de comprensión en sus ojos. Luego, de repente, sus ojos se abrieron más, y su cuerpo comenzó a temblar.

—¡Ayúdame! —gritó Yeonjun, y su voz resonó en el bosque con una fuerza que sorprendió a Soobin—. ¡Por favor, ayúdame!

Antes de que Soobin pudiera reaccionar, una ráfaga de viento atravesó el claro, tan fría y violenta que casi lo derribó. Las llamas en su altar parpadearon y se apagaron de golpe, sumiendo todo en una penumbra inquietante. El aire se llenó de susurros, voces apenas audibles, como un murmullo constante que lo rodeaba. Podía escuchar las palabras de la profecía de su abuela mezcladas con otras voces, otras advertencias, otras sombras que se movían en la periferia de su visión.

—Del cuervo negro... un beso basta... para marchitar... el primer amor... —las palabras se repetían, como un eco interminable, resonando en cada rincón del bosque.

Soobin sintió un nudo en la garganta, una sensación de impotencia mezclada con un miedo que no había sentido antes. Se giró hacia Yeonjun, pero antes de que pudiera moverse, el chico comenzó a desvanecerse, su figura se volvía translúcida, como si estuviera siendo absorbida por la niebla que los rodeaba.

—¡No! —gritó Soobin, corriendo hacia él, extendiendo una mano para tratar de alcanzarlo—. ¡No desaparezcas!

Pero era demasiado tarde. Justo antes de que sus dedos tocaran la piel de Yeonjun, la figura del chico se desvaneció por completo, dejando tras de sí solo un rastro de aire frío y la sensación de que algo fundamental había cambiado en el tejido mismo del universo. Soobin se quedó de pie en medio del claro, con la mano aún extendida, su corazón latía desbocado en su pecho.

El viento cesó de repente, dejando tras de sí un silencio sepulcral que lo envolvió como una manta. Soobin bajó la mano lentamente, su mente giraba con preguntas sin respuesta, y el miedo y la frustración se mezclaban en su pecho, formando un nudo de desesperación.

"¿Qué se supone que debo hacer ahora?" pensó, sintiéndose más perdido que nunca.

Entonces, como si el bosque mismo respondiera a su pregunta, escuchó un último susurro, uno que era inconfundible, la voz de su abuela, calmada y firme, resonando en su mente.

—Del cuervo negro un beso basta... para marchitar el primer amor...

Soobin se quedó quieto, sintiendo el eco de esas palabras en su interior. Había algo más en ese presagio, algo que se le escapaba, algo que debía entender. Pero esta vez, no estaba seguro de querer saberlo.

El viento volvió a soplar, suave, llevando consigo el sonido lejano de un cuervo que graznaba en la distancia. Soobin sabía que esto era sólo el comienzo. Sabía que tenía que encontrar a Yeonjun de nuevo, antes de que fuera demasiado tarde.

Porque de alguna manera, en algún lugar, su vida, la de ambos, dependía de ello.

-

Yeonjun despertó con un sobresalto, su corazón latiendo como un tambor en su pecho y una película de sudor frío cubriendo su frente. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la tenue luz de la luna que se filtraba por la ventana. Su respiración era irregular, entrecortada, y el frío seguía aferrándose a su piel, como si el sueño no lo hubiera dejado ir del todo.

Se llevó una mano al pecho, sintiendo los latidos frenéticos de su corazón. Cerró los ojos, intentando calmar la tormenta que rugía dentro de él. Pero la calma no llegaba. Podía sentir la adrenalina corriendo por sus venas, cada latido de su corazón golpeando con fuerza en sus costillas como si estuviera tratando de recordarle que lo que había visto, lo que había sentido, era más que un simple sueño.

Se obligó a respirar profundamente, el aire frío de la noche entrando en sus pulmones y tratando de calmar el fuego que ardía en su pecho. Era solo un sueño, se dijo. Un sueño extraño, sí, pero no más que eso. Cerró los ojos de nuevo, esta vez con fuerza, tratando de obligarse a olvidar, a dejar atrás esa sensación de vacío, esa urgencia que se había instalado en su pecho desde el primer instante en que había escuchado esa voz.

Pero el sueño no lo dejaba ir. No del todo.

Se levantó de la cama de un solo movimiento, ignorando el temblor en sus manos mientras se dirigía hacia la ventana. Apartó la cortina con un gesto brusco, dejando que la luz de la luna bañara su rostro, y miró hacia afuera. La calle estaba vacía, silenciosa, como si el mundo entero estuviera reteniendo el aliento. Todo parecía normal, tan normal como una noche en ese pequeño pueblo podía ser. Pero Yeonjun sentía que algo había cambiado.

Algo había despertado.

Sus dedos apretaron con fuerza el borde de la cortina, sus nudillos volviéndose blancos. "Encuéntrame..." La palabra resonó en su mente, una y otra vez, como un mantra, una súplica. ¿Pero cómo? ¿Dónde? No sabía ni siquiera quién era esa persona, esa figura que lo llamaba desde la niebla.

Un ruido repentino en la calle lo hizo sobresaltarse, y su mirada se dirigió rápidamente hacia el origen del sonido. Una sombra se movió cerca de un árbol, pero cuando enfocó mejor, no había nada. El viento agitó las hojas de manera inquietante, y por un segundo, Yeonjun pensó que escuchó la risa suave de alguien, pero se desvaneció tan rápido como había llegado.

Sacudió la cabeza, tratando de despejar la bruma que todavía lo rodeaba. "Estás imaginando cosas," se dijo a sí mismo. "Sólo fue un sueño." Pero mientras lo repetía, algo en su interior sabía que no era verdad. Sabía que esto iba más allá de un sueño, que lo que había visto, lo que había sentido, era real, de una manera que aún no comprendía.

Se apartó de la ventana y comenzó a caminar por su habitación, el suelo de madera crujía bajo sus pies descalzos. Trató de ordenar sus pensamientos, de encontrarle sentido a todo. ¿Por qué sentía esa urgencia? ¿Por qué esa voz, ese nombre, lo habían afectado tanto?

Yeonjun miró el reloj de la pared. Las agujas marcaban las tres de la mañana. Sabía que no podría volver a dormir, no con esa sensación de inquietud que lo rodeaba. Así que tomó su chaqueta de la silla junto a su escritorio y se la puso de un solo movimiento. Si no podía dormir, tal vez un paseo lo ayudaría a despejar su mente.

Bajó las escaleras con cuidado, tratando de no hacer ruido, y abrió la puerta principal con sigilo. El aire de la noche lo golpeó como una bofetada, fresco y helado, pero al menos era real, tangible. Salió de la casa y comenzó a caminar por la calle desierta, sintiendo la gravilla bajo sus pies y el viento acariciando su rostro.

El pueblo estaba envuelto en el mismo silencio inquietante del sueño, pero había una calma en el aire que lo reconfortaba de alguna manera. Miró hacia el cielo, buscando consuelo en las estrellas, pero las nubes las cubrían, dejando solo pequeños parches de luz aquí y allá.

Encuéntrame... —murmuró una vez más, su voz apenas un susurro en la brisa. Y entonces, casi como si el mismo viento le respondiera, sintió una ráfaga que le revolvió el cabello y le erizó la piel. Un escalofrío recorrió su espalda, y por un momento, estuvo seguro de que no estaba solo.

Giró rápidamente, su corazón dando un vuelco en su pecho, pero no había nadie. Solo el vacío de la noche, la calle solitaria y la luna oculta tras las nubes.

Suspiró, cerrando los ojos un instante. Tal vez realmente estaba perdiendo la cabeza. Pero cuando volvió a abrirlos, vio algo en el suelo, justo donde había sentido la ráfaga de aire.

Se agachó, parpadeando para asegurarse de que no era solo su imaginación. Allí, en la gravilla, había algo pequeño, algo que brillaba débilmente bajo la luz de la luna. Alzó la mano temblorosa y lo recogió.

Era una pluma negra, suave al tacto, pero extrañamente fría. La miró de cerca, sintiendo una extraña conexión con ese simple objeto, como si fuera una respuesta a las preguntas que no sabía que estaba haciendo.

"Encuéntrame..." La voz volvió a sonar en su mente, más clara esta vez, más segura. Y Yeonjun, con la pluma en la mano y la sensación de que acababa de cruzar un umbral invisible, supo que ese era solo el comienzo.

Sabía que no tenía otra opción. Tenía que encontrar esa voz, donde quiera que estuviera.

La noche oscura pareció susurrar a su alrededor, como un testigo silencioso de lo que estaba por venir.

Y Yeonjun, con el pulso acelerado y la pluma apretada entre sus dedos, se preparó para lo que sentía que sería el camino más extraño y peligroso de su vida.

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