prólogo | el sueño

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La niebla era tan densa que parecía tener peso propio, colgando del aire como un sudario pálido que cubría todo lo que tocaba. El bosque se extendía alrededor, oscuro y casi infinito, como si se moviera con una vida propia. Yeonjun sentía el frío colarse en sus huesos, un frío que no era simplemente la caricia helada de una brisa nocturna, sino algo más profundo, más antiguo, más inquietante.

Él sabía que estaba soñando; lo sabía por la forma en que el suelo se deslizaba bajo sus pies, como si cada paso no lo acercara a ningún lugar. Los árboles, altos y retorcidos, se inclinaban hacia él, sus ramas desnudas como dedos huesudos que intentaban alcanzarlo. Y en medio de ese sueño, la niebla no era solo una cortina sino una presencia viva, envolviendo su piel, rozando su rostro con un aliento frío. Pero había algo más en esa niebla, algo que parecía susurrar su nombre.

Yeonjun...

La voz era apenas un murmullo al principio, una mezcla de viento y hojas, de agua corriendo entre las raíces de los árboles. Él se detuvo, su respiración entrecortada, tratando de escuchar con más claridad. El sonido provenía de algún lugar más allá, más profundo en el bosque.

Yeonjun...

Esta vez, la voz era más clara, más cercana. Había un tono de urgencia, de súplica. Una voz suave, casi quebradiza, que lo llamaba desde la niebla. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, un estremecimiento que no tenía nada que ver con el frío. Sus ojos buscaron en la penumbra, entre los troncos de los árboles, pero no podía ver nada. Solo oscuridad. Solo niebla.

Avanzó unos pasos titubeantes, sin poder resistir el impulso de seguir aquella voz, como si sus pies respondieran a esa voz con voluntad propia. Cada fibra de su ser le decía que no debía seguir, que no debía escuchar. Pero había algo en esa voz, un hilo invisible que lo atraía, que tiraba de él, arrastrándolo hacia adelante, más allá de los límites de lo conocido.

A su alrededor, el bosque parecía moverse. Las sombras se alargaban y acortaban como si respiraran. Escuchó el crujido de hojas bajo sus pies, el susurro de las ramas al rozarse unas con otras. Todo a su alrededor parecía murmurar, como si el bosque entero le hablara en una lengua que no podía comprender.

Yeonjun... ven...

La voz se volvió más insistente, más fuerte. Era una voz que él sentía que conocía, aunque no podía recordar de dónde. Era una voz suave, pero cargada de tristeza, como un lamento que flotaba en el aire. No era una voz que diera miedo, pero sí una que lo llenaba de un dolor inexplicable, una sensación que no tenía nombre, como si le desgarran el pecho y estrujaran su corazón hasta dejarlo sin aliento.

Yeonjun sintió sus piernas moverse, sus pies avanzar a pesar del peso que parecía aferrarse a sus tobillos. El aire se volvió más espeso, más denso, como si estuviera respirando agua en lugar de oxígeno. Cada inhalación era un esfuerzo, cada paso una lucha contra una fuerza invisible que trataba de retenerlo. Pero seguía adelante, hacia donde la voz lo guiaba. De repente, se detuvo.

Cerró los ojos un segundo, tratando de calmarse. Era solo un sueño, un sueño extraño que había tenido más veces de las que podía contar. Y sin embargo, cada vez se sentía más real, más palpable.

Abrió los ojos de nuevo y, entonces, la vio.

La niebla comenzó a disiparse lentamente, revelando un claro en el bosque, bañado por una luz plateada que parecía provenir de ninguna parte. Y en el centro de ese claro, apenas visible, había una figura.

Era solo una sombra, una silueta vaga en medio de la niebla. No podía distinguir rasgos, solo la forma de un cuerpo humano, inmóvil, esperando. Su corazón latía con fuerza en su pecho, como si quisiera romper sus costillas y escapar.

Yeonjun...

La voz era ahora un susurro en su oído, tan cerca que casi podía sentir el aliento tibio en su piel. Una oleada de frío recorrió su espalda. Parecía provenir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. Tragó saliva, intentando decir algo, pero su garganta se cerró. No había palabras. No había nada que pudiera romper ese hechizo que parecía envolverlo.

Quería acercarse más, pero sus pies se clavaron en el suelo como raíces profundas. Observó la silueta, intentando ver algo más, algún detalle que le diera una pista, pero la figura permanecía inmóvil, apenas una sombra en el borde de la visión.

—¿Quién eres? —su voz sonó débil, apenas un murmullo que se perdió entre los árboles.

El silencio respondió por un momento, un silencio tan profundo que parecía absorber todos los sonidos del bosque. Pero entonces, la figura dio un paso hacia adelante, y por un segundo, el corazón de Yeonjun se detuvo.

Alta, delgada, con los contornos difuminados. Yeonjun entrecerró los ojos, tratando de enfocarla, de distinguir algún rasgo, pero la niebla la envolvía como un velo, como si quisiera mantenerla oculta. Sin embargo, únicamente podía ver unos ojos, oscuros y profundos, que lo miraban con una intensidad que lo hizo temblar.

—Estoy aquí —dijo la voz, ahora con una certeza que parecía cortar el aire como una cuchilla—. Estoy aquí... esperando.

Yeonjun sintió su corazón latir con fuerza en su pecho. Una parte de él quería correr, alejarse de esa figura desconocida, de esa voz que parecía llamarlo desde algún lugar entre la vida y la muerte. Pero otra parte, una parte más profunda, más oscura, quería acercarse. Quería saber quién estaba esperando. Quería entender por qué sentía ese vacío en el pecho, un vacío que parecía crecer con cada segundo que pasaba.

—¿Esperando a quién? —preguntó, su voz temblando.

—A ti, Yeonjun. A ti.

La respuesta lo golpeó como un trueno en medio de una tormenta. Sus piernas temblaron, sus manos se cerraron en puños. Quería retroceder, alejarse de esa presencia que ahora parecía más real, más sólida. Pero algo, alguna fuerza invisible, lo mantenía allí, en ese claro en el bosque, atrapado entre el deseo de huir y la necesidad de saber.

El bosque susurraba a su alrededor, como si compartiera un secreto que él no podía entender. La figura dio un paso más, y ahora podía ver un destello de cabello oscuro, una mano pálida alzándose hacia él.

—Debes venir... —murmuró la voz— antes de que sea demasiado tarde.

Yeonjun sintió un nudo formarse en su garganta, una sensación de asfixia que se mezclaba con el miedo. Pero, ¿miedo a qué? No podía entenderlo.

—¿Demasiado tarde para qué? —quiso preguntar, pero las palabras se atascaron en su boca.

La figura no se movió, simplemente lo miró, con esos ojos oscuros que parecían verlo todo, que parecían ver más allá de la piel, más allá de las máscaras que todos llevaban.

El viento volvió a soplar, fuerte y gélido, arrastrando consigo las últimas palabras de Soobin.

—Encuéntrame...

Yeonjun cerró los ojos, tratando de grabar esa voz en su memoria, de aferrarse a ella como un ancla en medio de una tormenta.

Y entonces, de repente, la niebla se alzó de nuevo, envolviéndolo todo en un torbellino blanco. La figura se desvaneció, y con ella, la voz, dejándolo solo en la oscuridad.

El sueño comenzó a desvanecerse, las sombras del bosque fundiéndose en el vacío, pero la sensación persistía: la sensación de que alguien, en algún lugar, estaba esperando. Esperando por él.

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