30 | a soul for a soul

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chapter xxx of the death season :
" IT'S OKAY. LET ME GO "

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" I got red in my ledger. I'd like to wipe it out. "

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1 de agosto, 2014

morag

HACE 9 AÑOS

MAMA...

Al tiempo que Clint enciende la Benatar para salir de Morag, Natasha levanta la vista desde donde está junto a la compuerta, sus ojos verdes suaves y curiosos mientras Svetlana se para frente a ella. La pelirroja no se encuentra con los suyos al apoyarse contra la pared de metal, retorciéndose las manos frente a ella, golpeando sus palmas.

—Yo... —la chica recupera el aliento, la suave voz rusa quebrándose—. Quería preguntarte...

Ella se queda en silencio, con las cejas rojas hundidas.

—¿Svetka? —Natasha se acerca con cautela, bajando la barbilla para tratar de encontrar su mirada—. ¿Qué pasa?

La vista de Svet se mantiene alejada de la cara de su madre, mordiendo su labio inferior.

—He pensado que es hora de volver a casa.

Natasha siente que su cuerpo se endurece, quedando mortalmente quieto. Contiene el aliento, asustada de que si dice algo, cualquier cosa, Svetlana cambiará de opinión. Pero más allá de su control, su mano levanta su barbilla para poder ver sus ojos: los de James, unos iguales al cielo.

—Todo este tiempo, todos estos años desde que perdimos... —los ojos de la niña son de un rojo aterrador y hay lágrimas que amenazan con derramarse—, he estado intentando encontrar mi lugar en el mundo. Después me di cuenta de que ese lugar es contigo.

Y luego susurra:

—¿Puedo volver a casa contigo, mamulya?

Hay un momento de silencio antes de que Natasha se ría tranquilamente y, cuando su hija se encuentra con su mirada, ella sonríe.

—Ya va siendo hora.

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wheaton, nueva jersey

7 de abril, 1978

HACE CUARENTA Y CINCO AÑOS

¡TÍO! ¡HAZ EL AMOR, NO LA GUERRA!

Una mano se asoma por la ventana, dando un signo de paz mientras un anciano hombre de pelo gris y una mujer gritan en un coche blanco con una pegatina que dice 'Nuff Said.

—¡Bien dicho, Stan! —en medio del polvo que dejan atrás, Lisa da un gran suspiro—. Dios, adoro a ese tipo.

—Lees, concéntrate, ¡vamos!

—Estoy concentrada —la chica gime ante sus persistentes palabras, trotando para alcanzar a los dos hombres que se abren paso a través de la base militar.

El campamento Leigh está lleno de actividad, ya que los hombres y las mujeres en varias divisiones del ejército no parecen darse cuenta de que los tres adultos están fuera de lugar. Camiones y otras máquinas verdes del ejército están esparcidas por el camino de tierra, y los hombres en uniforme pasan entre el trío sin una segunda mirada.

Con un traje vintage, Tony mira con cautela a través de sus gafas.

—Es evidente, que tú en realidad no naciste aquí.

—La idea de mí sí.

Lisa arrastra los pies torpemente mientras mete las manos en los bolsillos.

—Bueno, la idea de mí nació en un club nocturno en Las Vegas, por lo que este lugar definitivamente es un paso adelante.

Ambos hombres la miran con leve molestia. Lisa solo se encoge de hombros.

—Ya —Tony rápidamente se aleja de ese tema—. Imagina que eres S.H.I.E.L.D, dirigiendo una organización casi-fascista...

Malditos nazis —Lisa resopla por lo bajo, moviéndose incómoda con sus pantalones de cintura alta de los años 70 y su blusa color mostaza.

—... ¿dónde lo esconderías? —Tony mira dentro de una oficina cuando pasan.

Contemplando el búnker a través de las instalaciones, la barbilla de Steve se levanta y sus ojos azules se estrechan.

—A plena vista.

Solo unos minutos después, una vez que Tony puede confirmar que hay mucho más en el pequeño edificio de lo que parece, el grupo está de pie en el elevador del búnker tan discretamente como pueden. Sin embargo, no va muy bien, porque una mujer con un traje azul marino y una insignia de S.H.I.E.L.D. mira al capitán parado al otro lado de los Stark como si fuera un halcón.

Lisa mira a la mujer y fuerza una sonrisa incómoda con ambos labios presionados. La mujer no le devuelve la sonrisa. Entonces, Lisa abre mucho los ojos mientras mira hacia otro lado y golpea ligeramente a Tony. Alejándose del contacto, Tony capta la mirada sin pestañear muy sospechosa de la mujer antes de levantar la barbilla y deslizarse rápidamente en su línea de visión, mirando despreocupadamente el techo.

Lisa suda.

Cuando las puertas del elevador se abren con un suave tintineo, Tony sujeta su brazo con el de Lisa y baja la cabeza

—Suerte con su misión, Capitán.

—Suerte con vuestro... proyecto, doctores —dice Steve torpemente.

Lisa mira vacilante a Steve, quien solo aprieta la mandíbula y asiente.

Una vez en el laboratorio, Tony usa su guante de aleación de titanio para cortar la gruesa caja fuerte de metal que almacena el Teseracto mientras Lisa rebota nerviosamente a su lado. Tan pronto como el metal se abre, una luz azul brillante ilumina sus características y sonríen.

—Ah —Tony se burla e inclina su cabeza en victoria—, volvemos a jugar.

—Vale, mi turno —al apartarlo del camino, Lisa exhala con fuerza y alcanza el cubo azul brillante con las manos desnudas.

—¿Lo tienes?

—Sí —Lisa retrocede, colocando la Gema en el maletín que su padre acaba de robar.

Entonces, justo cuando el padre y la hija se preparan para irse, una voz distante llama desde atrás.

Arnim, ¿está ahí? ¡Arnim!

Ambos se congelan por completo, sus rasgos se contorsionan con sorpresa, sus ojos se abren y sus mandíbulas caen. Esa voz es familiar. Demasiado familiar. Los dedos de Lisa se clavan en el brazo de Tony cuando la pareja se gira lentamente para ver a un hombre vestido con un elegante traje, cabello gris oscuro y un bigote, parado en el extremo opuesto de la habitación.

Tony se endereza y sus labios se separan en shock, una inquietud inusual que se arrastra en su pecho.

—Oh, Dios mío... —Lisa exhala en pánico—. Papá, ¿ese es...?

—Abortar —Tony la agarra del codo y se aleja bruscamente con el estuche en la mano.

¡Eh!

Tony y Lisa se detienen temblorosamente.

Howard Stark se encuentra al final de las filas del escritorio, curiosamente mirando a los dos que algún día serán su hijo y su nieta.

¡La puerta está por aquí!

—Oh... —Tony se ríe torpemente, girando a Lisa una vez más, accidentalmente golpeando su rodilla contra un escritorio—. ¡Sí!

Con una lata de comida y flores en la mano, Howard camina casualmente hacia ellos.

Buscaba al Doctor Zola, ¿lo han visto?

Con Lisa todavía cojeando, Tony exclama:

—Sí, al doctor Zola, sí, no, que va, no vimos a nadie.

Tratando de aliviar la tensión clara y el dolor en la pierna, Lisa resopla.

Mirándola, Tony tropieza y se encuentra con una silla.

—Perdone.

Mientras su rodilla todavía palpita, Lisa mira con curiosidad a Tony, no acostumbrada a su lado torpe y nervioso. Incluso cuando era pequeña y vivían con el patriarca Stark, su padre siempre fue la imagen de la indignación y la amargura, pero también la imagen de la tranquilidad.

Inclinándose hacia atrás, los ojos de Howard se estrechan y los señala.

¿Os conozco?

—Aún no —suelta Lisa antes de poder detenerse.

Aparentemente, no es mucho mejor que Tony.

Su padre le da una rápida mirada sutil antes de inclinar la cabeza y dejar escapar un fuerte suspiro. Rasgándose las gafas, levanta un pase y tartamudea.

—Ella quiere decir que no, señor, somos, eh, visitantes del MIT.

Oh. Del MIT —Howard, sorprendentemente, está impresionado—. ¿Tienen nombre?

—Hazte el tonto —murmura Lisa, rascándose sutilmente la nariz.

—Uh... Howard.

Lisa apenas se resiste a poner los ojos en blanco.

—No tan tonto.

Será fácil de recordar, Howard...

Mirando a un lado, Tony piensa mucho.

—Potts.

Yo soy Howard Stark —El joven Howard mira a la que será su nieta—. ¿Y usted es?

Lisa se queda en blanco. Completamente en blanco y aterrorizada, buscando algún nombre en los recovecos de su cerebro, tartamudeando.

—Oh, eh... ¡Toni!

Con una ceja levantada, Howard prácticamente salta ante su repentino grito.

¿Disculpe?

—Mi nombre —Lisa todavía se rasca nerviosamente la repentina picazón en la nariz—. Es Toni, o, um, Antoinette, pero... me dicen Toni Potts.

El verdadero Tony la golpea ligeramente en el costado.

Oh —Howard mueve un dedo entre los dos—. ¿Casados?

—¡Dios mío, no! —Tony se sobresalta.

¡Ew! —dice Lisa.

—Hija —Tony se apresura a explicar, tocando su hombro—. Es mi hija.

Bueno, hola —extiende una mano casual y Tony accidentalmente agarra su dedo—. ¿Me devuelve el dedo?

Tony suelta una carcajada leve antes de tragar saliva y succionar aire para sus pulmones. Lisa simplemente levanta una ceja ante esta nueva versión de Howard que nunca antes había conocido. Es extrañamente... amigable y como papá.

Tiene usted mala cara, Potts.

—Estoy bien —Tony finalmente exhala, con el corazón aún martilleando en su pecho mientras se hunde al lado de Lisa—. Es que trabajo muchas horas.

¿Tomamos el aire?

Tony solo lo mira con ojos pensativos antes de sonreír a un lado.

¿Hace esto a menudo? —Howard se ríe hacia Lisa—. Eh, Potts.

—Papá... —Lisa lo empuja suavemente antes de que él se mueva de nuevo, forzando una sonrisa.

—Sí. Me irá bien.

Cuando se dan la vuelta para irse, Howard se detiene detrás de ellos.

¿Necesitan el maletín?

Con un sonido ahogado, Lisa gira y le quita el maletín de la mano, sosteniéndolo en una tensa demostración. Tony se ve un poco entumecido a su lado, forzando una sonrisa que desaparece inmediatamente cuando salen rápidamente del laboratorio.

Howard solo bromea.

No será uno de esos beatnik, ¿verdad, Potts?

Lisa mira a Howard con una mirada inquisitiva, el escepticismo y la incertidumbre mezclándose en su cerebro. Él le da una sonrisa amistosa y le devuelve un guiño. Ella fuerza una sonrisa débil a cambio.

Se supone que debe odiarlo. Ella hizo. No, lo hace. Nunca fue muy amoroso con ella y, lo que es más importante, fue cruel con su padre. Algo así no es perdonado tan fácilmente, al menos por ella. Protege a su padre, igual que él a ella. Es solo que Howard no parece cómo lo recordaba.

Howard Stark sigue siendo un misterio.

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TRES GENERACIONES DE STARK ESTÁN JUNTAS OTRA VEZ.

Es un pensamiento impactante lo que se asienta en el pecho de Tony cuando entabla una conversación una vez en el ascensor.

—Flores y chucrut. ¿Tienes una cita importante?

Uh, mi esposa está en estado. Y, eh —con una sonrisa orgullosa en sus labios, Howard se estremece y levanta su propio maletín en exhibición—, estoy muchas horas en la oficina.

Los ojos de Lisa centellean al darse cuenta y mira a Tony, que murmura:

—Felicidades.

Gracias —responde el Stark más viejo antes de tenderle las flores a Tony—. Sujete esto.

—Sí, claro —Tony las toma rápidamente.

Lisa preguntar:

—¿De cuánto está su esposa, Howard?

Recuerdos amargos brillan en su mente; cómo se sintió cálida con todos en su familia, cómo llamarlos por sus títulos se volvió tan natural para todos excepto Howard. Fueron papá, la abuela y Howard hasta el final.

No sé, uh... Está en esa fase en la que no soporta oírme masticar —Tony no puede evitar sonreír—. Supongo que volveré a cenar en la despensa.

—Yo tengo otra niña y un par de nietos —le dice Tony rápidamente a su padre, casi como si todavía quisiera que se sintiera orgulloso de él, que supiera que hizo algo de sí mismo, que hizo una familia para él y para su hija.

Una niña estaría bien —responde Howard pensativamente, sin darse cuenta de la importancia de esta conversación—. Menos probabilidades de que se parezca a mí.

Tony sonríe un poco, sus ojos oscuros se dirigen hacia su hija muy parecida mientras pregunta suavemente:

—¿Qué tendría eso de malo?

Pues que el bien común raras veces ha pesado más que mi propio interés.

Tony y Lisa se miran con expresiones distantes.

Cuando las puertas del ascensor se abren y Howard y Lisa caminan hacia el centro de la base militar, Tony no puede evitar mirarlos con una expresión distante. Tres generaciones. Un legado. ¿No es eso de lo que tratan los Stark?

—Dime, Howard —dice Lisa, ansiosa por entender—, ¿cómo llevan lo de los nombres?

Pues, si es un niño, a mi mujer le gusta Almanzo.

Lisa no puede resistirse a hacer una mueca. Almanzo Edward Stark. No tan llamativo, un poco raro. No hace falta decir que no es fan.

—Huh. Mejor dejarlo reposar un poco —junto a ellos, Tony sonríe—, tienen tiempo.

El Stark más viejo de repente se detiene en medio de la concurrida base, girando con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados.

Deja que le haga una pregunta, Potts: cuando nacieron sus niños... ¿estaba nervioso?

Lisa sonríe y baja la mirada hacia sus talones y Tony se encoge de hombros como si fuera obvio.

—Tremendamente. Sí.

¿Se sintió capacitado? ¿Como si supiera cómo manejar con éxito la situación? —Howard de repente le hace un gesto a Lisa.

—¡Hey! —la chica se ríe en fingida ofensa, entrecerrando los ojos al hombre que se ríe en silencio.

—Fui actuando sobre la marcha —dice Tony un poco nostálgico—. Pensé en lo que hizo mi padre y...

Distrayendo a los dos Starks más jóvenes, Steve aparece repentinamente desde la espalda de Howard y les da a ambos un rápido pulgar hacia arriba.

Mi viejo resolvía los problemas con un cinturón.

Lisa mira a Howard por un largo momento.

—Yo creía que mi padre era duro conmigo —responde Tony—. Y ahora solo recuerdo las cosas buenas. Me dejó auténticas perlas.

¿Si? —las cejas de Howard se levantan con interés—. ¿Cómo qué?

—No hay dinero que pueda comprar un segundo de tiempo.

Un tipo listo.

—Hizo cuanto pudo.

Lisa se levanta para mirar a su padre, con los ojos muy abiertos por la sorpresa. Pero Tony simplemente sonríe, dándose cuenta ahora de que incluso si Howard nunca pudo pedir perdón, él tiene el poder de perdonarlo. Finalmente puede dejarlo ir.

Yo haría lo que fuera por mi hijo que aún no ha nacido —Howard solo sonríe cariñosamente para sí mismo, hablando sinceramente.

Cuando Howard se da vuelta para encontrarse con su conductor, los ojos de Tony van lentamente y la expresión de Lisa se suaviza. Cuando Tony intenta indicarle a Steve que tienen el Teseracto, Lisa deja escapar un suspiro bajo y silencioso y mira a su padre. No olvida nada de lo que hizo Howard, la forma en que nunca le mostró a su hijo que le importaba, que lo hacía sentir no deseado, que a ella la hacía sentir como un error. Pero ahora Lisa se da cuenta de que si Tony puede dejarlo ir, ella también puede.

Está bien dejarlo ir.

—Encantado, señor Potts, señorita Potts —Howard retrocede con una sonrisa y extiende la mano para estrecharla.

Lisa lo mira a los ojos y toma la mano de su abuelo, asintiendo.

—Sí, Howard... Todo va a salir bien —con un aliento bajo y una sonrisa finalmente de aceptación, Tony le da la otra mano. Y luego, de repente, atrae a los tres Stark en un fuerte y extraño abrazo—. Gracias por... lo que ha hecho por este país.

Lisa solo lo mira por encima del hombro de Howard y Tony visiblemente se encoge de hombros antes de que se alejen. Con un movimiento juguetón de los ojos, Lisa desvía la mirada solo para jadear por quien se encuentra a unos metros de distancia.

—¡Jarvis! —la palabra sale de los labios de Lisa antes de que se dé cuenta.

El viejo mayordomo británico la mira con curiosidad.

¿Puedo ayudarla, señorita?

—Oh, eh, no, yo... —Lisa se detiene, con la garganta apretada cuando sonríe—. Soy una gran admiradora de sus aventuras con la Directora Carter.

Oh —Jarvis se endereza con orgullo, se arregla la corbata y sonríe—. Gracias, gracias. Qué placer que alguien haya oído hablar de ellas.

Lisa se arriesga y se acerca, estirando una mano con cautela.

Edwin Jarvis todavía luce algo confundido, pero toma su mano y suavemente le da un beso, recordándole todos esos años atrás cuando llegó a casa, cuando todavía estaba magullada y asustada, y la hizo sentir como algo que valía la pena mirar.

Y con lágrimas en los ojos, Lisa Stark susurra:

—El placer ha sido todo mío, señor Jarvis.

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1 de agosto

vormir

HACE NUEVE AÑOS

OJOS AZULES BAILAN A TRAVÉS DEL SIEMPRE ATARDECER, púrpuras y rosas se reflejan en el suave azul de Svetlana.

Gruesos rizos rojos rozan contra sus mejillas cuando sopla el viento, el mundo está en silencio a excepción de su respiración. La nieve flota en pequeños cristales del cielo interminable, fría y derritiéndose contra su carne cálida y viva. Una sola montaña se eleva sobre el trío, con la Benatar pequeña una vez más y las dunas que los han llevado a su destino final.

Cuando lo piensa, Svetlana no puede entender cuán precisamente llegó a este momento. Thanos mismo lo dijo. Ella era solo un animalillo. Una debilucha. Un experimento fallido considerado improbable para sobrevivir a los rigores de las pruebas. Se suponía que no debía pasar de la concepción. No debía ser humana. Incluso cuando lo logró, se suponía que era un plan de respaldo, un soldado, una asesina sin madre y con un padre que no podía recordar quién era.

Ahora es una Vengadora, una heroína. Tiene una madre, tíos, amigos, la promesa de un hogar. Está parada en el espacio exterior, cerca de la cima de una montaña donde puede obtener una gema mágica para salvar a su padre y al resto de perdidos.

El destino siempre ha tenido planes extraños y trágicos para Svetlana Barnes.

Cuando finalmente alcanzan la cima de la montaña, el trío jadea y Natasha se queja frente a Svet.

—¡Seguro que el mapache no ha tenido que escalar una montaña!

Técnicamente —Clint va a corregirla, sacudiendo un dedo y respirando con dificultad—, no es un mapache, ¿sabes?

—Lo que tú digas —Natasha pone los ojos en blanco con una burla—. ¡Come basura!

—Y huele a eso también —Svet sonríe, empujando un rizo rojo detrás de su oreja antes de hacer una mueca—. Al principio... pensé que era un hámster.

—¿Huh? —Clint se detiene.

Natasha resopla.

—Svetti, ¿que tú qué?

La chica está a punto de reír de verdad cuando una repentina presencia aparece detrás de su madre y su tío. Oscura. Fría. Antes de que ella pueda siquiera gritar una palabra de advertencia, todo el grupo se ha dado la vuelta con sus armas listas para atacar.

Una capa negra ondea en el viento y una voz baja murmura:

Bienvenidos, Natalia, hija de Ivan. Svetlana, hija de James. Clint, hijo de Edith.

Svetlana recupera el aliento, sus ojos se dirigen a su madre, cuyos ojos cambian, sacudidos por esta oscura criatura frente a ellos, aterrorizada de que sepa más sobre que ellos mismos.

—¿Qué demonios? —Svet susurra para sí misma, con manos temblorosas mientras mantiene su Skorpion en alto.

Con las armas aún levantadas, el trío se acerca lentamente.

—¿Quién eres?

Consideradme una guía —su voz hace eco a su alrededor—. Vuestro y de los que buscan la Gema del Alma.

—Oh, bien —le responde Natasha, fingiendo despreocupación en su miedo—. Dinos dónde está y seguiremos nuestro camino.

Ah, liebchen —él canta, saliendo a la luz para revelar a Red Skull con una sonrisa oscura—. Si fuera tan sencillo.

Svet retrocede un poco, con los ojos parpadeando en su familia. Clint sofoca un suspiro y Natasha inclina la cabeza antes de seguir con cautela a Red Skull.

Lo que buscáis está delante de vosotros —advierte, guiándolos al borde de un gran acantilado—, igual que lo que teméis.

Svet recupera el aliento cuando mira por encima del borde y ve las rocas a miles de metros por debajo. Algo sobre la altura hace que su cabeza gire y sus palmas suden. Nadie podría sobrevivir a una caída como esa. Nadie.

—La gema está allí —se da cuenta Natasha, hablando más para sí misma que para cualquier otra persona.

Para dos de vosotros —confirma Red Skull—. Para el otro...

No termina del todo, sus ojos negros se posan lentamente en la chica pelirroja que no puede mirar hacia otro lado.

Para hacerte con la Gema, debes perder aquello que amas —Natasha va junto a su hija y se paran lado a lado mientras Red Skull explica la verdad, su destino—. Un intercambio eterno. Un alma por un alma.

La expresión de Svet cae lentamente a medida que se da cuenta.

No todos volverán a casa.

Ninguno puede hablar.

Están atrapados en este silencio aterrador donde todos saben lo que se debe hacer, lo que uno de ellos debe hacer, aunque ninguno puede aceptarlo todavía. No quieren.

No todos volverán a casa.

Aún así, hay algo hipnotizante sobre estar al borde del mundo, la escala entre la vida y la muerte, esa tentadora tentación de caer. Sentirse ingrávida, sentir toda esa terrible culpa alzándose en sus hombros hasta que su columna vertebral golpea el suelo de forma brutal.

No todos volverán a casa.

—¿Qué tal? —Clint se burla irritado ante Red Skull, paseando por la cima de la montaña—. Dios mío... Puede que se lo esté inventando.

Sentada a un lado, Natasha aprieta los dientes y sacude la cabeza.

—No. Creo que no.

Svetlana camina lentamente de un lado a otro por el borde del acantilado, mirando pequeñas piedras caer desde la cornisa hasta el fondo.

—¿Porque sabe el nombre de tu padre? —pregunta Clint detrás de ella.

—Y yo no —Natasha respira en silencio, con las manos cruzadas frente a su boca, sumida en sus pensamientos—. Thanos salió de aquí con la Gema... pero sin su hija. No es una coincidencia.

Los ojos de Svet miran lentamente desde el borde para encontrar a su propia madre, la tristeza construyendo una bomba en su pecho.

—Cueste lo que cueste.

—Cueste lo que cueste.

Cueste lo que cueste —Svetlana está tranquilamente de acuerdo.

No todos volverán a casa.

Natasha se pone de pie de repente, una nueva determinación encontrada se adueña de su voz.

—Si no conseguimos esa Gema, mucha gente seguirá muerta...

—Por eso lo haré yo.

Los dos adultos se dan la vuelta para mirar a la chica de pelo rojo.

Svetlana Barnes está parada frente a ellos, luciendo muy audaz. Tan joven y sin embargo tan vieja. Lista para morir. Y con las lágrimas ya encontrando un hogar dentro de sus ojos, Svetlana asiente brusca y rápidamente, casi desesperada. Como si lo estuviera rogando. Como si no hubiera nada que ella quisiera más.

—No pasa nada, mama. No tengo miedo —la mirada en sus ojos la traiciona, el miedo claro y desesperado que brilla en sus iris azules—. ¡Puedo hacerlo! Por mi padre. Por tío Sam, por Wanda, y el resto. Para traerlos de vuelta a todos, yo seré la que salte.

Natasha inmediatamente sacude la cabeza y se acerca, tomando a la chica jadeante en sus brazos, asegurándose de que esté cerca y protegida.

—Svet... Svet, no —la mujer descansa bruscamente sus manos a ambos lados del rostro de su hija, con la preocupación torcida en un ceño fruncido y una sonrisa triste—. ¿Crees que podría vivir si lo hicieras? No, Svetti, de ninguna manera saltarás de ese acantilado.

—Puedo hacerlo —susurra Svetlana con vehemencia, la voz vacila ligeramente cuando murmura—. No me hará daño.

—No, bebé... —Natasha acaricia la mejilla de Svet—. No es cosa tuya.

Y viendo la escena que se desarrolla ante él, Clint sabe que no tiene otra opción. No hay otra que no sea que su mejor amiga y su hija se vayan a casa. Juntas. El hombre, una vez conocido como Ojo de Halcón, respira profundamente y aprieta la mandíbula para luchar contra la emoción que se arremolina dentro.

Clint asiente con firmeza.

—Los tres sabemos quién tiene que ser.

—Supongo que sí.

Svet se clava los dientes superiores en el labio y muerde hasta que puede saborear la sangre en lugar de la bilis. Su cabeza no deja de temblar de un lado a otro en una súplica silenciosa. No puede recuperar el aliento. Su pecho se siente como si se derrumbara. Delgados dedos temblorosos se desgarran a través de un lío de rizos mientras se tapa las orejas con las manos, incapaz de soportar este silencio, este conocimiento de lo que vendrá después.

Clint lentamente toma la mano de su mejor amiga, mirándola con cautela.

—Creo que no hablamos de la misma persona, Natasha.

Ella se queda en silencio durante medio segundo antes de defenderse, tratando de razonar por qué debería ser esa madre la que salte en lugar de ese padre. Al final, no hay victorias. De cualquier manera, alguien perderá. Habrá niños que tendrán que vivir sin uno de ellos esta noche.

Clint se burla.

—Ahora no te pongas en plan santurrona.

—¿Crees que quiero hacerlo? —con los ojos muy abiertos, Natasha casi se burla—. Intento salvaros la vida, idiota.

—Ya, pues no quiero que lo hagas —Clint se acerca más, no queriendo dejarla ir—. Natasha, sabes lo que he hecho. Sabes en que me he convertido.

Los ojos oscuros de Svet se cierran. ¿En qué se ha convertido ella? Un monstruo. Una asesina. Nada más que la asesina en la que la convirtieron. ¿Merece incluso volver a casa? Cuando el resto de su familia luchó para ser buena, para ser mejor, ella se rindió en la oscuridad. Y con ese pecado sobre sus hombros, ¿cómo puede ser la que vive? ¿Podría ser esta la forma de acabar con el rojo en su cuenta?

—Yo no juzgo a la gente por sus peores errores —Natasha tiene una sonrisa fulminante.

Clint niega con la cabeza.

—Tal vez deberías.

no lo hiciste —señala Natasha, una suave sonrisa rompiendo su firme rostro.

Svet se tambalea hacia atrás cuando su interior revuelve. Dios mío, ¡esto no puede estar pasando! ¡Esto no puede ser lo correcto! Después de todo lo que han pasado, ¿este es el momento? ¿Estar al borde de un acantilado donde Svetlana podría perder la última pieza de sí misma?

—Mama, por favor, no lo hagas —Svetlana jadea por aire, gira la cabeza mientras su lengua se tropieza sobre sí misma, luchando por encontrar las palabras que le permitan cambiar de lugar—. No me hagas esto...

—Svetlana —murmura Natasha, tomando suavemente la cara de su hija en sus manos una vez más.

La chica se queda en silencio y su cabeza cae hacia un lado mientras Natasha toma una última mirada, sosteniendo esta imagen mental. Su largo dedo traza suavemente las facciones de su hija, los pómulos afilados, esos labios llenos de durazno, hermosas pestañas empapadas de lágrimas. Dulcemente, aparta un mechón rojo que se aferra a la frente de su bebé, y trata de sonreír.

No verá a Svetlana envejecer. No la verá encontrar el amor, tener hijos propios, tomar su lugar en el mundo. No se despedirá de Steve, Tony, Lisa y el resto. Nunca volverá a ver a James. Nunca tendrán su segunda oportunidad.

Aún así, en esta montaña con su hija, Natasha tiene todo lo que siempre ha soñado.

Pero ahora es el momento de decir adiós.

—No te preocupes, Svetti —Natasha solo sonríe y sacude la cabeza—. Vas a estar bien, mi amor.

—No sin ti, no puedo porque... —la voz de Svet muere, sus manos caen, y luego un grito silencioso ondea por su pecho—, te acabo de recuperar.

La madre y la hija se paran una frente a la otra, con las manos agarradas tan fuerte como pueden. Svet jadea para forzar el oxígeno a sus pulmones que de repente se sienten rotos otra vez. El labio inferior de Natasha tiembla mientras cepilla el cabello rojo de su bebé hacia atrás y presiona un último beso en su frente. Ella se demora, respirando, tratando de recordar.

—Ojalá tuviéramos más tiempo.

Luego se vuelve hacia Clint con una sonrisa triste, asintiendo con la cabeza.

—Déjame hacer esto.

—Eres como un grano en el trasero —los mejores amigos descansan suavemente sus frentes, diciendo un último adiós—. Vale. Tú ganas.

Respirando pesadamente, con el pecho temblando y los ojos ardiendo, Svetlana retrocede.

Y de repente, Clint patea las piernas a Natasha y la golpea con fuerza contra el suelo. Incapaz de detener el gruñido áspero que se le escapa, Natasha lo mira con la boca abierta y horror en sus ojos.

—Dile a mi familia que la quiero.

La mujer lanza rápidamente una mordedura de viuda, enviando electricidad a través de todo su cuerpo.

Lanzándolo de vuelta al suelo, Natasha sonríe y mantiene su brazo erguido.

—Díselo tú mismo.

Y mientras Clint se pone de pie, Natasha se gira hacia el borde del acantilado y deja escapar un suspiro, sabiendo que esto es lo que tiene que hacer, que tiene que aprovechar la oportunidad. Traga saliva y apenas está a medio camino cuando Clint dispara una flecha explosiva que la arroja al suelo con dureza. Natasha grita y se desliza sobre las rocas, mirando hacia arriba con brillantes ojos verdes muy abiertos y aterrorizados. Su mejor amigo lanza su arco a un lado, le da un pequeño y tranquilizador asentimiento, y luego corre para poner punto y final al desenlace.

Pero al final, su lucha ni siquiera importa.

Ni siquiera significa nada.

Porque alguien ya se encuentra al borde del acantilado en Vormir.

Ni una madre, ni un padre, sino una hija.

Todo se ralentiza, todo queda en silencio, como si concediera un último deseo, solo un último momento de paz.

Una chica con el pelo rojo rizado y ojos celestes mira hacia el fondo del acantilado. No dolerá por mucho tiempo. Será rápido. Una larga caída, una parada repentina, y luego el dolor terminará, este horrible dolor en su corazón desaparecerá y no habrá perdido a nadie. Finalmente, la chica que siempre dejan atrás será la que se vaya.

Todo el rojo en su cuenta finalmente desaparecerá.

Svetlana se vuelve para mirar a su familia con una pequeña sonrisa suave, como si tuviera un secreto, como si supiera algo que ellos no.

Corriendo con pies vacilantes, los ojos de Clint se abren y su respiración se detiene. Natasha sigue bruscamente su mirada, el miedo brota en su pecho, como si ya supiera lo que va a ver. El cuerpo de la madre se mueve instintivamente hacia adelante y un grito ahogado sale de sus labios al ver que los pies de Svet comienzan a resbalar, sin haberlo visto venir, sin esperar que Svet sea tan inteligente. Su pequeño zorro, su pequeño bebé.

Y al igual que Thanos... Natasha se irá de aquí sin su hija.

No todos volverán a casa.

—¡Bebé, por favor, no...!

La chica que todavía no parece tener más de dieciocho años cierra los ojos celestes, extiende los brazos y se deja caer.

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SVETLANA NO LLEGA A TOCAR EL SUELO.

Svet cierra los ojos mientras cae en picado hacia la tierra de abajo, hasta que repente es retenida y lanza un grito de dolor que estalla en su hombro, sacando su brazo de su lugar. El pánico de sus ojos se cambia por horror y Svet se ahoga al ver a su madre apenas logrando agarrar su muñeca y a Clint en la parte superior del acantilado, aferrándose desesperadamente a una cuerda que solo sostiene a uno de ellos.

Svetlana gime al ver la cuerda que de alguna manera ahora se engancha a su cadera, asegurándola en su lugar mientras sus músculos se quejan y duelen por el peso de ser desgarrada entre su tío y su madre.

Svet lo comprende. Uno, y ahora... no será Svetlana.

¡No! —chilla la chica con furia—. ¡No, mama, no! ¡¿Por qué me has frenado?!

Las lágrimas queman las mejillas de Svet, finalmente rompiendo ese caparazón frío que permitió arrullarla, finalmente volviendo a la vida cuando su madre cuelga de sus manos debilitadas.

Y esa única emoción, esa pequeña y terrible palabra de la que tenía tanto miedo, esa emoción por la que se encerró y dejó de ser Svetlana Barnes para esconderse.

Dolor.

Sus ojos están inundados de él. No, no es solo dolor, también agonía. Esta palabra poco convincente es impotente para describir el inconmensurable y poderoso sentimiento que ondula y recorre su cuerpo y destroza su corazón.

—Vas a irte a casa.

Su madre no deja lugar para discusiones o desacuerdos.

Uno u otro, así es como tiene que ser. Madre o padre. Nunca 'ambos'. Nunca un 'y'. Después de todo, ¿cómo podría permitirse Svetlana tener a los dos? El destino no es así.

Pero ahora... no será ninguno.

Natasha mira hacia la roca fría y dura a miles de pies por debajo, sabiendo lo que tiene que hacer. Que ya es hora. Después de todos estos años de lucha, ha encontrado su lugar en el mundo: entre su hija y la muerte misma.

Entonces, mira a su niña con mucha paz en su rostro. Y luego susurra:

—Suéltame, Svetlana.

La chica recupera el aliento.

—¡No! —Clint gruñe desde muy arriba—. No... ¡Por favor, no!

—Svetlana, te quiero mucho —la voz de Natasha se interrumpe, pero su expresión nunca flaquea.

—Mama, por favor... —grita la suave voz de Svet, temblando—. Juntos o no, ¡¿recuerdas?! ¡Por favor, no me hagas...!

—Ve a casa con tu padre, Svetti, dile que todo está bien —la mujer asiente lentamente con la cabeza hacia su mejor amigo: el hombre que la ha acompañado durante todo el proceso, que le dio una segunda oportunidad, que le dio a los Vengadores, un hogar, una familia—. Cuida de mi bebé, Clint.

Las palmas de Svet comienzan a sudar.

Sus dedos a resbalar.

—¡No puedo perderte a ti también, mamulya! ¡No me hagas esto!

Natasha da una sonrisa suave y tranquila, no la infame, sino la que está vacía de engaño, mentiras y llena de verdad.

Está bien.

Y así, con esta última sonrisa, Natasha se levanta del acantilado, obligando a su hija a soltarla para caer.

Svetlana grita.

Algo inhumano. Un inexplicable sonido de pura tortura saliendo de su alma; primitivo, salvaje, animal en su clamor por su madre.

Clint no puede soportar mirar, así que ve hacia otro lado, golpeando furiosamente el acantilado.

Pero Svetlana no puede mirar. Y por mucho que grite y llore, no se permite mirar hacia otro lado. Quiere ver a la mujer que la amaba, que la creó, que la protegió.

Una última vez.

Y así, la chica ve cómo su madre toca el suelo, mientras su columna vertebral se rompe, su cráneo se abre y su sangre se derrama...

Svetlana Anastasiya Barnes observa cómo se convierte en huérfana.

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[ But nothin' is better sometimes

Once we've both said our goodbyes

Let's just let it go, let me let you go

Quiet when I'm comin' home

and I'm on my own ]

xxx. when the party's over billie eilish

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