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El sonido del gis deslizándose sobre la pizarra resonaba por el aula, interrumpido solo por el ocasional murmullo de los estudiantes que intentaban seguir el ritmo. Jennie, sin embargo, no podía apartar la vista de Lisa. Estaba absorta observando la manera en que sus manos grandes y largas sostenían el gis, dibujando sin esfuerzo las complejas integrales que parecían desafiar al resto de la clase.

El flequillo de Lisa, perfectamente peinado, adornaba su frente, dándole un aire casi angelical, aunque la intensidad de su mirada mostraba lo contrario. Había algo en la concentración absoluta de la pelinegra que provocaba en Jennie una mezcla de fascinación y celos. Era imposible no desear ser cualquier cosa que pudiera captar la atención de Lisa de esa manera. Pero, a los ojos de Lalisa Manobal, Jennie no era más que una chica fresa y popular que salvaba las materias por su cara bonita.

O al menos eso decían los amigos de Lisa. A ella no parecía importarle en absoluto la existencia de Jennie, y eso era lo que más le atraía, casi como un imán al que no podía resistirse.

Desde siempre, Jennie se había sentido atraída por las personas inteligentes. No había nada más cautivador para ella que alguien con un coeficiente más alto que el suyo, alguien que pudiera desafiarla mentalmente. Al contrario de otros, que se sentirían intimidados, a Jennie le encantaba. Y Lisa, con su habilidad para resolver las integrales más difíciles sin pensarlo dos veces, encarnaba esa perfección intelectual que tanto le atraía.

Las veces eran incontables. Jennie, sola en su habitación, intentando hacer su tarea de matemáticas, se encontraba imaginando a Lisa junto a ella, explicándole los conceptos con ese tono de voz tan sexy e intelectual que hacía que su corazón se acelerara. La idea de Lisa inclinándose sobre su cuaderno, corrigiendo sus errores, mientras su flequillo rozaba su piel... era casi demasiado para soportar.

La clase continuó, pero Jennie apenas escuchaba al profesor. Todo lo que podía pensar era en lo mucho que deseaba que Lisa se diera cuenta de ella, que la mirara con esa misma intensidad que ahora dedicaba a la pizarra. ¿Qué tenía que hacer para capturar la atención de alguien que parecía tan ajena a su mundo?

La campana sonó, sacando a Jennie de sus pensamientos. Los estudiantes comenzaron a recoger sus cosas, pero Jennie se quedó sentada, observando cómo Lisa guardaba su cuaderno y se dirigía hacia la puerta sin siquiera un vistazo en su dirección.

—¿Vas a quedarte ahí todo el día, Jen? —preguntó Jisoo, que había estado observando la escena con una sonrisa divertida.

Jennie suspiró, recogiendo lentamente sus pertenencias. —No lo entiendes, Jisoo. Ella es... diferente.

—Oh, lo entiendo perfectamente. Pero tú también eres diferente, Jennie. Tienes algo que nadie más tiene.

—¿Y qué es eso? —preguntó Jennie, sin mucho ánimo.

Jisoo sonrió con complicidad. —Persistencia. Lisa puede ser inteligente, pero tú tienes determinación. No subestimes el poder de eso.

Jennie se quedó pensativa mientras salían del aula. Quizás Jisoo tenía razón. Quizás, con suficiente determinación, podría lograr que Lisa la viera de una manera diferente.

Mientras caminaba por los pasillos, Jennie sintió una renovada oleada de energía. Había algo adictivo en la idea de conquistar lo imposible. Y Lalisa Manobal, con todo su intelecto y su indiferencia, era exactamente eso: un desafío imposible, pero irresistiblemente atractivo.

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