Prólogo - El susurro del ángel.

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Los ojos del doctor empezaron a llorar debido al tremendo esfuerzo que estaban haciendo para no parpadear desde hacía demasiado tiempo.

—No parpadees— se dijo a sí mismo en voz alta—. Si lo haces estás muerto…

El ángel esperaba paciente, con los ojos tapados por sus manos, tan cerca del doctor que si el ser de piedra tuviera aliento, él podría notarlo en su piel.

El doctor intentó dar un paso hacia atrás y luego otro más, dio varios lentamente hasta que a su espalda chocó contra la pared de algún edificio. No sabía cual, no podía girarse, sabía que si dejaba de mirar un solo segundo a esa estatua de piedra, esta le atacaría y le enviaría a alguna época del pasado al azar.

Sus ojos ya le picaban y necesitó mirar su tardis de reojo, la cual apenas se veía desde donde estaba y sintió que iba a estar mucho tiempo sin ella. Respiró profundamente y pensó en cientos de cosas a la vez. Se lamentó de no tener cerca una puerta por donde huir, él siempre estaba cerca de una puerta, pero aquel maldito ángel le había pillado despistado y ese despiste le iba a costar su tiempo, quizás toda su vida.
Desde que Rose se había marchado de su vida definitivamente, el doctor estaba muy despistado, no podía dejar de lamentar haberla perdido. Saber que solo pudo despedirse de ella desde la Tardis, sin abrazarla de verdad una última vez le atormentaba. Rose… Ella se había ganado un hueco en sus corazones, al igual que tantos otros que habían viajado con él a través de sus siglos de existencia. Sonrió y se lamentó por todos. ¿Cómo podía haber amado y perdido tantas veces? Tantos rostros, tantas sonrisas y tantos llantos. También pensó en Marta, como le había destrozado la vida a ella y a su familia. Lo que habían sufrido aquel año que nadie recordaría. Estaba todo tan reciente aún… Pensando en todo ese año, vió a otra persona en rafaga, fue el que no quería recordar. El que amó más que a ningún otro y perdió el primero. Su gran amor y su gran enemigo. Se lamentó de haber pensado en él, pero no pudo evitarlo. Como lo vió morir en sus brazos hacía tan solo unas semanas, como sentía que esta vez lo había perdido para siempre.

Le temblaron los labios, intentó calmarse, no aguantó más, cerró los ojos y aceptó su destino. Entonces en menos de un instante notó un toque gélido, una mano de piedra que le agarró el brazo derecho y de pronto silencio.

— — — —

Tardó un poco en abrir los ojos, no quería ver dónde estaba, sabía que al abrirlos, su Tardis habría desaparecido y él estaría mucho tiempo atrás. Cuando al fin miró, el ángel no estaba, ni los edificios, árboles, personas… Y como había pensado, su Tardis ¿Que iba a hacer si ella? Eso es lo que más le asustaba.

Respiró y miró a su alrededor. Se vió en un pasillo gris y largo y recto de una nave espacial, su forma era hexagonal, muy nuevo pero bastante austero, también estaba razonablemente bien iluminado con luces azul claro casi blanco y amarillo palido. Había muchas puertas enormes, todas cerradas y grandes ventanales rectangulares, con los bordes redondeados que daban al espacio exterior. Estar en aquel lugar le sorprendió muchísimo, debería estar en el mismo planeta que estaba pero un tiempo más remoto. Miró por el enorme ventanal que tenía delante para situarse en la zona espacial donde estaba, sonrió porqué sintió que su Tadis le había hecho un último regalo antes de separarse indefinidamente y le había llevado allí. Quería creer eso, porque tampoco había otra explicación.

—Piensa, piensa, doctor, estupido Doctor. Lo primero es averiguar dónde estoy— se dijo a sí mismo mientras se pasaba las manos por su castaño pelo y lo dejaba más alborotado de lo que ya estaba.

No tardó mucho en escucharse una alarma y abrirse una de las puertas. Por ella entraron al pasillo una mujer con una pistola en la mano y dos hombres a sus lados con un arma similar a un rifle en la espada. Los tres vestidos iguales, con ropas de color y ajustada al cuerpo, con algunos motivos en gris plateado y un logo en el pecho derecho con el dibujo de un planeta. También llevaban botas altas y guantes. La cara la tenían al descubierto, por lo que podía verse que los tres eran de una edad adulta, pero ninguno parecía pasar de los cuarenta.

—¡Identificate!— dijo ella apuntando al doctor— ¿Qué haces en nuestra nave?
—Bueeenooo—Contestó él girándose mientras metía las manos en los bolsillos de la gabardina—Supongo que haciendo turismo.
—¡Cuidado! —Dijo uno de los hombres—Va a sacar un arma.
—Sois vosotros los que estáis apuntando con una.

Sacó las manos con rapidez, en una de ellas llevaba el papel psíquico y lo abrió. La otra la mostró para que vieran que estaba vacía.

—No soy un enemigo, lo prometo. Tengo mis motivos para estar aquí. ¡Mirad!

La mujer bajó un poco el arma, se acercó un poco y miró el papel con desconfianza:

—¿En serio?— Dijo tras leer el papel— ¿Control de calidad? ¡Pero si ya hemos pasado todas las revisiones de seguridad! Esto no es justo.
—¿Control de calidad, en serio?—preguntó en voz baja el doctor—. Vaya, estoy perdiendo facultades… Bueno, supongo que vale.

Sonrió y se arregló un poco la gabardina:

—¡John Smith, del departamento interestelar de control de calidad de las naves interplanetarias!

—Ya, ya… —Contestó la mujer algo frustrada—Bueno, entonces supongo que eres nuestro invitado. Dadle una habitación, una de las mejores. Luego te enviaré a alguien para que te haga un tour por las instalaciones.
—Gracias, sois muy amables, lo apuntaré todo en el informe ¿En que nave estamos?— dijo acercándose un poco más a ellos—. Es parte del procedimiento.
—¿En serio? Bueno, estamos en la Taurus III, recorriendo el límite exterior del gran y generoso imperio humano. Investigamos planetas con vida dispuestos a formar parte del imperio o a comerciar con nosotros. Yo soy una de los tres comandantes que dirigen la nave, Marythe Leaf.
—¿Y ellos?
—Bueno, son solo dos agentes de seguridad…
—Nunca menosprecies a los que tienen menos rasgo que tú, Marythe…

Ella titubeó un poco, y dijo:

—Son Adam y Leonard…
—Bien, eso está mejor, Gracias a los tres.

Comenzaron a caminar y Marythe dijo:

—Llevamos dos meses de una misión de más de cinco años, esta nave es lo mejor de lo mejor, contiene la tecnología más moderna del imperio. Se invirtió mucho dinero y esfuerzo, es un honor poder servir en esta nave. Somos más de quinientas personas entre militares, exploradores, comerciantes, médicos y servicios varios. Hemos dado todo en esto, es una oportunidad única.
—¡Que maravillosos sois la raza humana! Siempre os superáis, me gusta vuestro esfuerzo. De verdad—dijo el doctor sonriendo mientras se ponía las gafas para ver mejor—. Seguro que tenéis muchas ganas de ver todo lo que hay allí fuera. ¿A que sí?
—Sí, el espacio es tan inmenso— Dijo Leonard de pronto—. A mi siempre me has fascinado y quiero saber que hay más allá. Por eso me uní aquí. Nunca estoy mucho tiempo en un sitio.
—Entiendo ese sentimiento. ¡Bien por ti, Leonard! ¿Y qué hay de ti, Adam, cual es tu historia?
—Yo vine por mi padre, él era el que iba a venir, pero se puso muy enfermo… Ahora ya no está con nosotros, quiero cumplir su sueño.

El doctor sonrió de nuevo y dijo:

—Tienes buen corazón Adam. Lamento la pérdida de tu padre, pero mírate, aquí estás cumpliendo su sueño.

Los chicos se rieron un poco y continuaron andando un buen rato más por ese interminable y repetitivo pasillo. Marythe al fin se detuvo y señaló una puerta.

—Aquí tienes, este será tu cuarto el tiempo que decidas estar.

La mujer rebuscó en la bandolera que llevaba en el cinturón y sacó una tarjeta. La miró un momento, se la dió y dijo:

—Con ella podrás entrar en tu cuarto y en las salas comunes, para ir a ver la sala de máquinas, el puente y algunos lugares más, tendrás que ir acompañado por uno de nosotros u otros agentes.
—Entiendo, pero bueno, no os preocupéis por mí, No os robaré mucho tiempo. Bajaré en el primer planeta al que vayáis.
—Me parece bien, no quiero que estés mucho tiempo fisgando por nuestra nave. Aún así estarás con nosotros un par de semanas… Tiempo suficiente para verlo todo.
—¿Ah sí, dos semanas?—preguntó curioso—. Vais entonces muy lejos, que interesante ¿Qué rumbo lleváis ahora mismo?
—No sé como se llama el planeta que ha contactado con nosotros ahora mismo, pero sé que estamos yendo a la constelación Kasterborous.
—Gallifrey, señora. El planeta se llama Gallifrey— dijo Adam con voz amable.
—Eso, Gallifrey, gracias Adam.
—¿Qué? No puede ser.—Gritó el doctor con cara de pánico.

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