06. «El Gran Día»

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Veo el reloj digital sobre la mesilla de noche a mi lado y reviso la hora. Apenas son las 5:36 am por lo que no hay rastro de los primeros rayos solares que suelen colarse por la ventana después de cada amanecer. Me siento en la cama y busco mis cómodas pantuflas mientras me pongo un camisón antes de caminar hacia el balcón a paso lento.

Una vez allí admiro el cielo crepuscular, una oportunidad de la cual nunca había disfrutado puesto que rara vez despierto tan temprano. Las capas más altas de la atmósfera se presentan tenuemente iluminadas por el Sol que aún no se vislumbra, y la luz se difunde en todas las direcciones posibles. Visualizo la difusa silueta de la Luna que se despide para invitar a descansar al hemisferio opuesto de la Tierra.

Continúo apreciando ese maravilloso espectáculo de colores que regala el alba, aspiro profundamente el aire puro y distingo a lo lejos el matutino cantar de las aves que al igual que yo, deben haber despertado hace poco.

Ya llegó, este es el día. El gran día.

La noche en que Fer me pidió matrimonio y yo acepté encantada, soñé con las sensaciones con las que despertaría el día de hoy. Creía que sentiría una emoción que no cabría en mí y que no podría parar de sonreír como tonta debido a tanta felicidad.

Por desgracia, me siento muy diferente a como lo había imaginado. Estoy tan preocupada, que mis nervios revolotean sin compasión en mi estómago y temo vomitar.

Toco el collar que siempre llevo para ver si me trae al menos un poco de paz y tranquilidad y me concentro en los lindos recuerdos que guardo junto a mis padres para así reunir fuerzas y encarar la ajetreada jornada que me espera. Del mismo modo, me convenzo de que, con el paso del tiempo, comenzaré a sentirme más a gusto.

Paso al lado de Fernando, que sigue durmiendo como un bebé, y acaricio y beso su cabello antes de dirigirme al sencillo altar en el corredor.

Me inclino de rodillas frente a la santa imagen de mi virgencita de Guadalupe y, desde el corazón, le hablo a mis padres:

—Mamá, papá, hoy es el gran día. Estoy tan nerviosa que apenas puedo respirar —Un extraño gemido ahogado abandona mi garganta en un vano intento por liberarme de la agotadora presión que pesa sobre mis hombros. —Me encantaría que estuvieran aquí —Miro con añoranza la foto enmarcada de ellos, acompañada por el precioso ramo de gardenias del que me ocupo diariamente. —Sin embargo, sé que a pesar del tiempo y la distancia siempre los voy a llevar conmigo, justo aquí —Señalo mi corazón de manera simbólica y simultáneamente una amarga lágrima se desliza por mi mejilla. —Los amo con toda mi alma.

Lloro en silencio durante un rato mientras dejo que mi nostalgia se desborde.

—Don Ramón, Doña Fabiana, me hubiese gustado mucho tener el placer de conocerlos —La voz de Fernando me toma por sorpresa, al igual que su mano en mi hombro y su abrazo de costado.

He estado tan ensimismada exteriorizando mi dolor que ni siquiera lo he visto u oído acercarse.

—En cambio, les agradezco y agradeceré eternamente este hermoso tesoro que ha llegado a mis manos, este obsequio suyo que prometo proteger por el resto de mi vida. Gracias por hacer de Nanda la mujer excepcional de la que estoy irremediablemente enamorado. Por ello, les juro aquí, frente a este altar, que la amaré y cuidaré hasta que la muerte nos separe.

Giro hacia él, extremadamente conmovida por su discurso y lloro en su pecho mientras me contiene con fuerza entre sus brazos.

—Los echo mucho de menos, Fer —me arreglo para confesar en medio de mi llanto.

—Lo sé amor, lo sé —Él limpia mis lágrimas y acaricia mi rostro con dulzura. —No tienes idea de cuánto me angustia no poder hacer más para ayudarte a sanar ese dolor con el que vives. Sin embargo, ¿sabes que sí puedo hacer? Esta promesa: Fernanda Cabral, prometo acompañarte por el resto de este viaje y asegurarme de que nunca más estés sola.¿Escuchaste? Nunca más.

Sonrío entre la neblina que cubre mis ojos llorosos. —Te amo.

Él me mira con adoración y siento mi corazón derritiéndose dentro de mi pecho.

—Yo te amo más —La convicción en su voz hace que tiemble de amor. —¿Y adivina qué? A partir de hoy, será irrevocable y permanente.

Bianca y Alondra son las primeras en llegar junto a la tierna compañía de Romina; la señora Ingrid se une un poco más tarde, luego de ajustar algunos pormenores finales de la celebración.

Mis mejores amigas se encargan de charlar sin pausas para alejar mis nervios mientras un equipo de profesionales se encarga de peinarme y maquillarme.

—Estás quedando hermosa.

La curiosa voz de la niña me hace sonreír y a pesar de que debo mantener mis párpados cerrados, pues hay un chico retocando mi rostro con algún polvo extraño, le digo con cariño:

—Gracias, estoy segura de que tú también estás preciosa. ¿Te gusta tu vestido?

Aunque Ingrid intentó impedirlo, permití que Romi eligiera el vestido que más le gustara. Como la dulce nena de nueve años que es, optó por uno blanco de mangas cortas con florecillas rosadas repartidas por doquier. Verla probándoselo fue una imagen completamente adorable que me dará al menos una década de vida.

—Es bellísimo. Gracias por permitirme elegirlo.

—No es nada, corazón.

Finalmente tengo luz verde para abrir mis ojos y contemplar a la nueva yo en el espejo. Y digo “nueva yo”, porque esta persona en el reflejo frente a mí es una total desconocida. Se los juro, jamás la había visto.

Mi cabello está cuidadosamente recogido en un intrincado moño que no tengo idea de cómo zafaré más tarde. Es sumamente extraño porque siempre suelo llevar mi larga melena suelta u ocasionalmente recogida en una coleta, no en un peinado tan elaborado.

Además, está el excesivo maquillaje: mis cejas y nariz nunca habían estado tan perfectamente perfiladas, ni mi piel tan brillosa, mucho menos mis labios tan llamativos (el rojo pasión nunca ha sido mi tono de labial favorito). Y, para terminar, mis ojos. Jamás los había visto tan obscuros. Sí, son marrones, mas es raro porque a pesar de su color suelen verse vivos y chispeantes, sin embargo, hoy simplemente lucen apagados.
Un pensamiento fugaz me dice que quizás esto último no es consecuencia del maquillaje, sino de mi deprimente estado de ánimo.

—Te ves grandiosa —Sonrío, no obstante, luce más como una mueca, ante el entusiasmo de la que pronto se convertirá en mi hermanita.

—Es solo que… no me siento yo —Me percibo tan incómoda en mi propio cuerpo y frente a mi propia imagen que me obligo a decirlo en voz alta.

«¿Es normal que solo tenga ganas de ahogarme en un profundo mar de autocompasión hasta que todos se vayan?»

—Si supieras cuántas veces he oído esa línea —Una de las maquillistas habla como si fuese un fenómeno de todos los días, al mismo tiempo en que ella y sus compañeros terminan de guardar las decenas de utensilios empleados en mi rostro y pelo. —Estoy segura de que eres el tipo de chica que habitualmente usa muy poco maquillaje y se esmera en verse natural —Soy descrita en sus palabras. Sin embargo, ¿por qué siento que es alguna clase de insulto? —Pero este es un día más que especial. Habrá reporteros y cientos de cámaras pululando a tu alrededor y pendientes a cada detalle, así que debes verte perfecta. Ya te acostumbrarás, y sé que acabarás amándolo. Todas lo hacen con el tiempo.

—Supongo… —suelto no muy convencida.

Una inusual sensación de desconsuelo se instala en mi abdomen y me provoca náuseas. Sinceramente, me siento débil y vulnerable.

La letra y melodía de “Reflection” en la poderosa voz de Christina Aguilera se abren paso a través de mi afligida mente y sé que nunca antes me he sentido tan identificada con la posición de Mulán. Ni siquiera cuando tenía once y vi la película por primera vez.

Mi niña interior se entristece y mi yo más adulta viaja a una obra literaria que leí más recientemente: “La Metamorfosis” de Franz Kafka. Nunca llegué a entender en su totalidad el concepto de la alienación cuando leí el relato. Ahora comienzo a comprenderlo y, ¡alerta de spoiler!: no es nada bonito.

Ninguna de las dos comparaciones que establezco es agradable y mi dilema interno debe ser visible en mi rostro porque una mano se posa en mi hombro para sustraerme de mis pensamientos.

—Tranquila, estoy segura de que con el vestido te sentirás más a gusto.

Me aferro como un último soporte a las palabras de Ingrid, aunque, siendo honesta, no termino de creerlas.

Vale, ya sé por qué no terminaba de creerlas y era, porque no tenía razón.

Al contrario, el vestido solo empeoró la situación. Me siento fuera de mi piel, como una espectadora dentro de mi propia vida, y no me gusta en lo absoluto.

—Creo… —Paso saliva con rudeza para mantener la calma porque presiento que tendré un ataque de pánico pronto. —Creo que necesito un momento a solas.

He estado intentando hacer esta petición desde hace casi una hora, pero justo en este momento es que he tenido el valor de hacerlo, o, siendo más honesta, justo en este momento es que he alcanzado el punto máximo de la urgencia de necesitarlo. Confieso que temía ofender a Ingrid o a mis amigas aunque en este instante un poco de privacidad es primordial para mi equilibrio mental.

—¿Estás segura Nanda? Luces repentinamente pálida.

—¿Quieres que te traiga algo? ¿Un vaso de agua quizás?

Alondra y Bianca saltan de sus lugares en ese orden y se acercan precipitadamente a mí.

También quería evitar esto, que se alertaran por mi estado—. No, no, solo necesito un poco de tiempo a solas. Para mentalizarme.

Mi suegra viene en mi auxilio, restándole trascendencia a mi pedido para que no reaccionen exageradamente.

—No se preocupen chicas, son los típicos nervios de la novia. Nada fuera de lo común. Es casi parte de la tradición —Toma a cada una por un hombro y las redirige sutilmente hacia la salida. —Nos quedaremos afuera durante un rato para permitirle digerir lo que está a punto de suceder. Es un paso muy importante en la vida de su amiga y tiene que prepararse —Me asombra de manera positiva el deje maternal con el que les habla. Es un tono parecido al que utiliza con Romina. —Nanda, si necesitas algo, basta con decirlo; estaremos al tanto.

Apenas tengo ánimos para asentir en su dirección y ella cierra la puerta una vez sale de la habitación, dejándome finalmente sola.

Rápidamente bajo del podio en el que me encuentro y huyo de ese maldito espejo para sentarme en una silla al otro extremo de la sala, frente a un escritorio de madera.

Un grueso nudo se forma en mi garganta y de golpe, tengo la sensación de que no puedo respirar. Reconozco lo que me está pasando de inmediato. «Genial, lo que me faltaba. Un ataque de pánico.»

La ansiedad se intensifica en cuestión de segundos y acribilla mi mente sin piedad con pensamientos dañinos, sacando todas mis inseguridades a flote. Intento tomar bocanadas de aire con regularidad para calmarme, sin embargo, mi respiración se entrecorta y no puedo controlarla. Los sonidos a mi alrededor comienzan oírse lejanos, como si se trataran de un eco distante. Tal es el caso de los puntuales tic tac del reloj cucú en la pared lateral, que pasan de ser constantes a perderse entre la bruma que nubla mi cabeza.

Hago un esfuerzo tras otro por ralentizar mi respiración, pero cada uno de ellos parece ser en balde. Comienzo a marearme, así que me sujeto al borde de la mesa de caoba para no caer al suelo allí mismo. Dejo salir otro suspiro entrecortado y pongo todo de mí para detener esta caída en picada y dejar de hundirme en este pozo de desesperación sin fondo.

Para ello, me concentro en mi lugar feliz. Rememoro los mejores momentos que pasé junto a mis padres, mi amistad con Bianca y Alondra y, para cerrar con broche de oro, todos los recuerdos que tengo con Fer.

Proyecto nuestra historia en mi mente y de forma gradual, las buenas memorias me ayudan a serenarme. Progresivamente, consigo que mi respiración retome su ritmo natural y es entonces que estoy segura de que el ataque ha pasado.

Sigo concentrada en cada inhalación y exhalación cuando la puerta es abierta bruscamente.

—Chicas, les dije que necesitaba tiempo a solas —digo sin siquiera ver hacia la entrada—.

De lo contrario, me hubiese percatado de que no eran mis amigas, sino Fer.

—Pues esto no puede esperar más.

Cuando detecto la voz del que será mi esposo en unos minutos, me giro hoscamente hacia él y lo miro con los ojos abiertos.

—Cariño, ¿qué haces aquí?

—Averiguando si mi prometida continúas siendo tú o esa fue otra cosa de la que se encargó mi madre.

De acuerdo, incluso si hubiese tenido tiempo para pensarlo con detenimiento, entre los posibles motivos que podría haber imaginado capaces de traerlo hasta acá, ese nunca habría figurado en la hipotética lista.

—¿De qué estás hablando?

—Nanda, nada allá fuera está relacionado contigo. La capilla está decorada con rosas blancas, ¿entiendes? ¡Rosas! ¡Tú detestas las rosas, amor! Tus flores favoritas son las gardenias y no hay una ni de casualidad —Fer se ve verdaderamente enojado y completamente fuera de sí, lo que empeora cuando recae en el bouquet que descansa sobre el escritorio—. ¿Y este es tu ramo? ¿Son crisantemos? —En otras circunstancias, estaría obnubilada por los sorprendentemente amplios conocimientos botánicos de mi prometido, aunque ahora mismo solo puedo enfocarme en su inusual estado actual de furia desorbitada. —¿Qué rayos ocurre en este lugar? Esto es obra de mi madre, ¿verdad? ¿Ella se impuso sobre tu voluntad?

—Fer… —trato de intervenir para hacerlo razonar y tranquilizarse, mas tiene demasiada rabia concentrada en su sistema para atenderme siquiera.

—Estoy casi seguro de que eso fue lo que pasó. Es la única explicación de por qué nuestra boda no tiene una pizca de ti. No conozco ni a un tercio de los invitados y sé que si reconoces a una docena sería demasiado.

—Fer…

Él empieza a dar vueltas por el sitio como un león enjaulado mientras continúa despotricando.

—Te pregunté mil veces, amor. Y siempre dijiste que no estaba ocurriendo nada, que Ingrid solo te estaba apoyando y ahora me encuentro con que todo fue malditamente planeado por ella. ¡Y no quieras mentirme porque veo sus huellas por todas partes! Cada centímetro de este sitio tiene su sello.

—Fer…

De buenas a primeras me encara y camina hacia mí a paso rápido, tanto que temo que choquemos hasta que se detiene de golpe enfrente mío.

—¿Por qué Nanda? ¿Por qué lo permitiste ¿Por qué no hablaste conmigo de lo que estaba sucediendo?

Veo un rastro de decepción cruzar sus ojos y entiendo que lo he defraudado. Inmediatamente siento mis ojos cristalizarse.

—Es tu familia.

Él suspira y niega—. Al igual que tú. Tú también eres mi familia, amor. La familia que elegí. Quiero toda una vida contigo, Nanda. Y no hay manera de que empiece así.

Su frase final me hace entrar en pánico.

—¿E-estás… —Ni siquiera tengo el coraje para terminar la pregunta en mi primer intento. —¿Estás cancelando la boda?

—¿Te refieres a este acto circense de carácter mediático armado por mi madre? Por supuesto—–Él toma mi mano y entrelaza nuestros dedos. —Tú y yo vamos a casarnos a nuestro modo.

—Pero, ¿qu-qué hay de los invitados? —Estoy tan nerviosa que empiezo a tartamudear.

—Pues que se vayan todos al infierno.

El primogénito De la Torre da media vuelta dispuesto a salir, suspender el evento a gritos y echar a los presentes a puntapié, si se requiere. Yo corro, lo que es fruto de un golpe de adrenalina porque con este vestido es casi imposible, y lucho por retenerlo para hacerlo entrar en razón.

—No, Fer, no lo hagas. Te lo dije antes, te dije que si me casaba contigo no importaba el resto y lo sostengo.

Me interpongo en su camino hacia la puerta y él no tiene otra opción que detenerse, sería incapaz de hacerme a un lado.

—Se supone que hoy se trata de ti y de mí, Nanda. De nosotros y nuestro amor —Mi novio ajusta sus manos en mi cintura y aprecio en sus ojos la determinación de hacer lo que cree correcto—. No puedo permitir que renuncies a lo que has soñado por tanto tiempo solo para cumplir los caprichos de mi madre.

Yo tomo su rostro y, debido a la diferencia de altura, me elevo sobre la punta de mis tacones para hacer que nuestras frentes se toquen—. Tú eres mi mayor sueño hecho realidad Fer, y con eso es más que suficiente.

Él no parece cien por ciento convencido pero un profundo beso mío hace que sus dudas se esfumen. —Entonces, ¿estás segura de querer seguir con esto?

Asiento con decisión antes de volver a besarlo.

Nota de la autora: Bueno, hay un par de nubes en el cielo de nuestro paraíso pero tal parece que no serán impedimento para Nanda y Fer.

¡Nos vemos muy pronto! ;)

Little Butterfly

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro