07. «El NO Gran Día»

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

—Fernando de la Torre y Vázquez, ¿qué estás haciendo aquí? —Parece que la inclinación por entrar abruptamente a este sitio forma parte del componente genético de la familia, porque Ingrid irrumpe tal como su hijo hace pocos minutos—. Nanda saldrá en breve y tu puesto es en el altar, junto al arzobispo.

—Ya voy, ya voy…

Él rueda los ojos con expresión aburrida por el mandato de su progenitora y yo sonrío mientras la señora de la Torre continua con sus indicaciones.

—¡Te quiero fuera en este instante!

Él rezonga un ratito más antes de rozar nuestros labios de manera casta para finalmente hacerle caso a mi suegra e irse.

—¿Estás lista? Román vendrá por ti en el momento exacto —Asiento estoicamente a su aviso—. Todo saldrá bien, mi niña. Tú y Fer serán muy felices.

Ella repasa por última vez mi aspecto y alisa algunas arrugas imaginarias en el vestido.

—Lo sé —Sonrío cortamente al mismo tiempo en que ella avanza hacia la puerta—. ¿Señora De la Torre? —Ella se gira al escucharme llamándola—. Gracias.

—Es hora de que empieces a tutearme, ¿no te parece? —Yo río por su simpático reclamo—. Me alegro mucho de que mi hijo te haya encontrado. Bienvenida a la familia, Nanda.

Asiento, muy impresionada por sus palabras y ella cierra la puerta, dejándome sola nuevamente.

Me pierdo en mis pensamientos durante algunos instantes hasta que mi meditación se ve pausada cuando mis amigas entran en la habitación.

—Ya debo irme a mi sitio —Bianca se acerca con premura y besa mi mejilla mientras me abraza—. Todo saldrá de maravilla. Suerte.

De momento, no puedo hablar. Tengo la vista empañada por lágrimas de emoción que no pueden ser derramadas pues arruinarían mi maquillaje así que solo afirmo con la cabeza. Cuando finalmente soy capaz de vocalizar un ronco “Mil gracias por todo tu apoyo”, ella toma mis manos y las soba con cariño.

—Siempre podrás contar conmigo.

Bianca se ve forzada a salir precipitadamente ya que la hora marcada para el inicio de la ceremonia se acerca peligrosamente y es el turno de Alondra de estrecharme con fuerza.

—Sé que no te lo he dicho con palabras, pero me siento muy honrada de ser tu dama de honor.

—Me alegra que hayas aceptado el puesto.

—No podría haber sido de otra forma —Abanico mi cara con las manos, debí haber aceptado cuando esa chica me propuso hacer mi maquillaje a prueba de agua—.

Aunque en mi defensa, nunca imaginé que fuera a ponerme tan sensible. ¡Y ni siquiera he pisado el altar aún!

—No importa lo que pase, siempre estaré allí —Su sonrisa brillante me convence de que esa promesa es completamente sincera y que puedo confiar ciegamente en su cumplimiento—. Te quiero.

—Yo igual —murmuro en un chillido antes de que mi garganta vuelva a cerrarse—.

Siento los toques en la puerta y al señor Román del otro lado, preguntando si estamos listas para salir.

—Es la hora.

El apretón de Alondra a mi mano es como una inyección de determinación en mi cuerpo que me impulsa a enfrentar lo que venga.

Me repongo después de una mañana severamente turbulenta y tomo mi ramo antes de salir.

Cuando me detengo junto al señor de la Torre en el extremo más lejano del altar, al comienzo de una gruesa alfombra roja, siento la bilis subiendo por mi garganta y los fuertes latidos de mi corazón desbocado.

Un recuerdo fugaz con extractos de todos los libros y películas que he leído o visto respectivamente sobre una boda golpean mi mente. En la mayoría de ellos, (excepto los pocos que hacían referencia a matrimonios por conveniencia) describen la caminata al altar como un paseo mágico e inolvidable donde hasta los más terribles acontecimientos que hayan oscurecido tu vida cobran sentido y tu alrededor se siente en perfecta armonía.

Percibo un sabor ácido en mi boca, porque lamentablemente, no me siento así.

Agradezco la disposición de mi suegro de acompañarme en este momento, mas no me encuentro cien por ciento cómoda con esta situación. Anhelo terriblemente a mi padre, y ese deseo imposible de que haga esto conmigo solo lastima todavía más mi alma ya herida por su ausencia. No puedo evitar pensar que hoy lo echo en falta más que nunca, especialmente en este instante.

La marcha nupcial, interpretada por un resonante órgano, inunda la iglesia y los murmullos bajos se detienen, mientras los presentes se levantan y dirigen sus penetrantes ojos hacia mí. Me es difícil explicarles la intimidante sensación de exposición que recorre mi espina dorsal y pone mi piel de gallina. Tal y como dijo Fer, apenas y conozco a algunos pocos de los cientos de personas en el lugar.

El señor Román me advierte que debemos comenzar a caminar y me concentro en cada paso porque tengo un creciente miedo de caer y hacer el peor ridículo de mi vida. Estoy tan nerviosa que debo reprimir el impulso de encogerme sobre mí misma y hacerme una bolita sobre el suelo. Casi sin darme cuenta, empiezo a sudar como si estuviera en un sauna.

Ya que los rostros de los asistentes no representan ningún tipo de apoyo para mí, decido concentrarme en el local. La Catedral Metropolitana de la Ciudad de México es enorme y sin duda no decepciona mis expectativas preconcebidas. Nunca había estado aquí, y es una locura que la primera vez que lo haga sea precisamente para casarme.

El templo hace honor a su título como la mayor catedral del continente y una de las obras más sobresalientes del arte hispanoamericano. La capilla está ricamente adornada con majestuosos altares, complejos retablos, pinturas llamativas, exquisitos muebles y preciosas esculturas.

Soy capaz de percibir un toque solemne en el ambiente que refleja este sitio y la lejana figura del padre me hace aterrizar en la realidad: «¡Santo Dios, el arzobispo oficiará mi boda!»

Retrocedo al pasado, donde la pequeña e introvertida Nanda de cinco años se encamina con temor a su primer día de escuela y mi comparación con ella es inevitable, salvo que esa niña es llevada por las manos de sus padres, quienes le muestran su apoyo incondicional y yo me encuentro sola amén de la exuberante cantidad de personas a mi alrededor.

Es en ese momento que me lanzo desesperadamente en busca de un salvavidas, o de lo contrario voy a desmayarme.

Mis ojos vuelan por toda la sala sin saber con certeza cuál es su objetivo, intentando localizar algo en lo que distraerme o a lo que aferrarme y allí es cuando enfoco mi mirada en Fer, justo al lado del cura.

Antes, (y con este adverbio me refiero a cuando irrumpió en mi pobre intento de oasis de paz hace apenas unos minutos), no pude apreciar por completo lo espectacular que le queda el traje que lleva puesto. Su imagen a la distancia, se asemeja a la de un príncipe de cuento de hadas y ese pensamiento me mantiene a flote mientras me acerco a él. Durante el resto del trayecto, sin despegar mis ojos de los suyos, recupero mi fe y recuerdo exactamente por qué quiero hacer esto a pesar de todo.

«¿Qué importa lo demás cuando voy a casarme con el amor de mi vida?»

Mando al diablo a mi estúpida inseguridad y así, los escasos pasos restantes transcurren sin temor o indecisión, mientras permanezco totalmente inmersa en mi espléndido futuro marido.

Al llegar a él, Fernando toma mi mano a la par que deja suaves caricias en ella y nos comunicamos con miradas antes de arrodillarnos frente al arzobispo.

Seguidamente, la ceremonia tradicional a la que apenas presto atención inicia. Quizás mi falta de interés se deba a lo intimidada que aún me siento por este nivel de exhibición al que no estoy acostumbrada, la melancolía que todavía me embarga por la falta de mis padres, la anticipación sobre esta nueva etapa de mi vida que comenzará a partir de hoy o a una bizarra mezcla de esas revoltosas emociones que me quitan el aliento y hacen constante la imparable actividad de mi corazón.

Un lapso de tiempo indeterminable para mí transcurre en tanto soy consumida por todas esas sensaciones, y solo reacciono cuando escucho al arzobispo anunciar que es hora de los votos y su amable voz llamando a mi prometido:

—Fernando de la Torre y Vázquez, ¿quieres recibir a Fernanda Cabral Iglesias como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?

Sonrío al escuchar la típica fórmula de los votos recientemente pronunciada por el sacerdote. Fue una petición explícita de Romina, quien aseveró que de otro modo no sería tan genial pues así lo hacen en los filmes. Yo no puse reparos, porque siendo honesta, no hay nada que le pueda negar a esa pequeña cuando pone su cara de cachorrito. «Lo admito, soy una criatura débil.»

Tardo en darme cuenta de que mi prometido parece perdido en algún limbo mental y no ha contestado a la pregunta del padre, que empieza a impacientarse por su demora.

—¿Fernando? ¿Hijo? —la autoridad católica le habla en tono bajo—. Estamos esperando tu respuesta.

Él finalmente reacciona y responde ambiguamente. —Quiero…

El cura lo observa extrañado para ver si le ocurre algo malo, mas continua al no ver otro cambio:

—Fernanda Cabral Iglesias…

—Quiero, pero no puedo —la inesperada interrupción de Fer atrae la atención de todos. —No así.

Mi prometido luce indeciso y abrumado antes de comenzar a hablar nuevamente. Yo empiezo a sentir espasmos en mi cuerpo.

—Nanda, yo te amo y te juro que quiero casarme contigo, pero no de este modo. No rodeados de desconocidos, ni cámaras. No contigo luciendo como el arquetipo que siempre he evitado. No con una falsa tú.

Yo comienzo a negar y mis ojos se cristalizan antes de que las lágrimas comiencen a escapar de ellos.

—En verdad, lo siento.

Un cúmulo de potentes emociones revolucionan mi pecho y pierdo la consciencia de mis acciones. Lo último que recuerdo son varios gritos con mi nombre contenido y la molesta sensación de mis tacones lastimando mis pies mientras huyo.

Nota de la autora: Hm, sí, parece que hubo un ligero cambio de planes a última hora, ¿no? Son cosas que ocurren.

Entonces, yo voy a dejar esto por aquí, y me deslizaré lentamente hacia el siguiente capítulo, ¿están de acuerdo?

¡Chao, chao!

Little Butterfly

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro