6. Quiero mi memoria

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Sexto capítulo.
QUIERO MI MEMORIA

➶ ❁۪ 。˚ ✧

❝ debéis recordar. debéis recordarme. debéis recordarnos ❞









Caire sospechaba que seguir la garganta hacia abajo había sido un error. Desde que había distinguido la figura de un león —no de uno cualquiera, sino del Gran León, según Lucy— indicando que siguieran la garganta hacia arriba. Pero no se había atrevido a insistir en el asunto; se sentía profundamente confundida desde aquel momento.

Sí que le había sorprendido que Elinor hubiera escogido ir hacia abajo en lugar de hacia arriba. Caire no había podido quitarle los ojos de encima desde aquel momento, algo preocupada por la de cabellos rojizos. Gracias a eso y a haberse colocado al final del grupo, junto a una desconsolada Lucy, fue capaz de escuchar su discusión con Edmund.

—¿Cómo es posible? —le escuchó exclamar, después de que éste le confesara haber tenido pesadillas en las que aparecían ella y la Bruja Blanca durante el transcurso de un año—. ¿Por qué...?

—¿No estuviste junto a mí en el castillo de Jadis? ¿No fuiste a verla en ningún momento?

—No —respondió Elinor tras unos segundos, negando—. Desde que te marchaste del dique de los castores, no volví a verte hasta que te trajeron al campamento. A Jadis no la vi hasta que apareció para hablar con Aslan y, luego, en la batalla. Yo nunca...

—En todas mis pesadillas, tú estabas con ella —cortó el Justo, negando con la cabeza—. Mira, puede que sea mentira, pero no puedo evitar desconfiar de ti. Apareciste de la nada, siendo la única de todos nosotros que recuerda todo eso. Lo siento, pero...

—¿Me lo estás diciendo en serio? —Elinor sonaba incluso más herida de lo que Caire hubiera esperado—. No sé por qué has tenido esas pesadillas, Ed, pero puedo asegurarte que no tengo nada que ver. —Negó con la cabeza—. Yo luché contra la bruja. Ayudé a tus hermanos a rescatarte pese a no conocerte apenas. Jamás estuve del lado de Jadis. No por nada ella me petrificó en la batalla, antes de que tú rompieras su varita. —Le dirigió una mirada severa. Edmund, que claramente no recordaba aquello, se quedó muy callado—. Y luego...

—¡Me acuerdo de eso! —La voz entrecortada de Lucy interrumpió súbitamente la discusión. Elinor y Edmund se dieron la vuelta al momento. Por sus expresiones, Caire supo que no habían advertido cuán elevadas se habían vuelto sus voces. Pero Lucy estaba demasiado sorprendida como para advertir eso—. ¡Después de curar a Ed, cuando Aslan deshizo el hechizo! Viniste a acompañarme mientras curaba a los heridos, me ayudaste con ellos. Lo hiciste en todas las batallas... —Lucy parpadeó, sorprendida, y una amplia sonrisa se formó en su rostro, muy lentamente—. ¡Elle, por el León!

Se abalanzó a abrazar a Elinor tan súbitamente que ésta a punto estuvo de tener un traspiés y caer al suelo. Una carcajada incrédula escapó de entre los labios de la Tenaz.

—¿Lu? —preguntó, mirando con fijeza a la más joven de los reyes—. ¿Has recordado?

—No recuerdo todo, pero a ti... ¡Por el León, Elinor! ¿Cómo he podido olvidarte? Yo... —La menor negó con la cabeza, sin dar crédito—. Solo son fragmentos, de después de alguna batalla, pero están ahí... —Su mirada fue a Caire, al tiempo que esbozaba una sonrisa—. Y tú también. ¡No me lo puedo creer! N-no entiendo qué...

—¿De verdad las recuerdas, Lucy? —Susan, quien se había detenido al igual que sus hermanos y el enano, contemplaba con asombro el abrazo de las dos reinas—. ¿Cómo es posible?

—No recuerdo todo —repitió la Valiente, con una amplia sonrisa en el rostro, tomando la mano de Elinor—. Pero sí se que estuvieron allí. Es... Ni siquiera sé exactamente cómo descubrirlo. El recuerdo ha llegado de la nada. —Apretó con más fuerza la mano de la Tenaz—. ¡Oh, Elle, no puedo creerlo!

Los ojos de Elinor brillaban un poco de más. La felicidad inundaba el rostro de la de cabellos rojizos, que aferró la mano de Lucy como la vida le dependiera de ello. Parecía haber olvidado por completo la discusión con Edmund de unos minutos atrás.

Éste contemplaba a ambas con una expresión diferente. Ya no lucía tan desconfiado, aunque sí cauteloso. Por otro lado, había casi alivio en su mirada. Caire no supo qué pensar de aquello.

—Entonces, es posible —susurró Elinor, sin dar crédito. Su mirada fue a los Pevensie mayores—. Podéis recordar. Debéis recordar. —Casi como una súplica, añadió—: Debéis recordarme. Debéis recordarnos. Todo lo que hicimos durante el reinado, todo lo que vivimos... Es posible recordar.

Susan le dirigió una larga mirada, al tiempo que formaba poco a poco una sonrisa. Dio un único asentimiento.

—Lo intentaremos —prometió—. Si Lucy ha sido capaz...

—Puede que todos podamos —asintió Peter, dirigiendo una leve sonrisa a Caire—. ¿Cómo lo has hecho, Lu?

—Estaba hablando de la Batalla de Beruna y, de repente, me ha llegado el recuerdo —explicó Lucy, pensativa—. Puede que, si recordamos momentos concretos, seamos capaces de acceder a esas memorias desaparecidas, ¿no?

Caire asintió muy despacio.

—Yo solo sé que quiero mi memoria de vuelta —declaró. Ahora que Lucy había podido, algo en ella le decía que también era capaz. Y, ya que había acabado en aquel mundo con aquellas personas, ¿no debería ser justo que fuera capaz de recordarlas?

—Habrá un modo de recuperarla, ya lo verás —prometió Peter.

Trumpkin se aclaró la garganta, algo incómodo.

—Majestades, sé que este momento es... Bueno, importante. También para mí, os lo aseguro. Pero el tiempo apremia, de modo que si continuamos nuestro camino...

Lucy, aún sujetando la mano de Elinor, tiró de ésta y reanudaron la marcha. Los dos mayores Pevensie y el enano la encabezaron, dejando a Caire y Edmund al final. La Prudente le dejó una mirada perspicaz.

—¿Realmente crees que Elinor podría no ser de fiar? —preguntó. A su parecer, aquello era absurdo.

—Ahora que Lucy... —Edmund soltó un largo suspiro—. No sé, ¿vale? Lo de las pesadillas... Hay algo que me impide confiar en ella. Pero, por otro lado...

Su expresión pensativa hizo fruncir el ceño a Caire.

—¿Qué?

Edmund bajó la voz al decir:

—Es como si hubiera algo en mí que me hace querer ayudarla, ¿sabes? Asegurarme de que esté bien. No lo comprendo del todo. Es decir, si fue mi esposa, entiendo que es natural que quiera protegerla, pero... No recuerdo nada de ella.

Caire soltó un prolongado suspiro.

—Todo esto de las memorias perdidas no es más que un quebradero de cabeza —opinó.

—Estoy completamente de acuerdo —bufó Edmund.

Como Caire ya había sospechado, la idea de descender siguiendo el curso del Torrente fue pésima: llegando a su destino, un puesto de avanzada telmarino cuya existencia desconocían comenzaron a dispararles flechas, no dejándoles más opción que, temiendo por sus vidas a cada momento, regresar por donde habían vuelto.

Caire, que había visto uno de los proyectiles clavarse a pocos centímetros de su cabeza, era incapaz de comprender cómo el resto parecía tan tranquilo: se había llevado un susto tan grande que se había quedado sin aire en los pulmones. Asfixiada, había tenido que arrastrarse hasta ponerse a salvo, como los demás. Había sido horrible.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Peter al ver su rostro pálido, una vez estuvieron fuera de peligro y ya en pie. Caire no fue capaz de responder.

Susan le ofreció un trago de agua que aceptó tras unos segundos.

—Tendrías que darme un coscorrón por haberos traído por aquí —dijo Peter, frustrado. Contemplaba con preocupación a Caire, aunque ésta ya sentía cómo iba recuperando algo de color.

—Al contrario, Majestad —replicó el enano—; en primer lugar no fuisteis vos, fue vuestro real hermano, el rey Edmund, quien sugirió ir por el Mar de Cristal.

—Me temo que QA tiene razón —corroboró éste, esbozando una mueca.

—Y por otra parte —continuó Trumpkin—, si hubierais seguido mi ruta, lo más probable es que hubiéramos ido a parar de cabeza a este nuevo puesto de avanzada, o al menos habríamos sufrido los mismos inconvenientes para esquivarlo. Creo que la ruta por el Mar de Cristal ha resultado ser la mejor.

—No hay mal que por bien no venga —dijo Susan, no muy convencida.

—¡Vaya consuelo! —exclamó Edmund, negando con la cabeza.

—Pues vaya mal el que nos ha tocado —opinó Elinor, disgustada. Llevó su mirada hacia Lucy, de quien no se había despegado en todo el trayecto—. Nunca debería haber votado el ir por abajo... Lo siento.

—Supongo que ahora tendremos que volver a ascender por toda la garganta —dijo ella sencillamente.

—Lu, eres una campeona —dijo Peter, soltando una carcajada—. Eso es lo más cerca que has estado hoy de decirnos «Ya os lo dije». Sigamos adelante.

—Y en cuanto estemos bien metidos en el bosque —declaró Trumpkin—, digáis lo que digáis, voy a encender una hoguera y a preparar la cena. Pero tenemos que irnos bien lejos de aquí.

—No me lo digas dos veces —farfulló Caire, deseosa de alejarse de aquel puesto de avanzada lo máximo posible.

El cansancio comenzaba a ganarle y era incapaz de comprender de dónde sacaban sus compañeros las fuerzas para seguir avanzando. Llegados a cierto punto, Peter, que se había ido quedando atrás al notar sus dificultades, le ofreció el brazo para ayudarla a avanzar.

—No creo que sea necesario... —trató de decir ella.

—Cuanto antes lleguemos a un lugar adecuado, antes descansaremos —respondió Peter, sin apartar el brazo—. Y tú lo necesitas, Cay. No te preocupes, lo importante ahora es avanzar rápido.

Caire terminó por acceder sin muchas protestas, pasando por alto el hecho de que había vuelto a llamarla por aquel apodo. Lo cierto era que estaba agotada. Peter, por otro lado, parecía capaz de recorrer diez kilómetros más por el bosque sin siquiera jadear. ¡Quién pudiera!

El Magnífico no dijo palabra mientras avanzaban, pero Caire no pudo evitar mirarle de reojo en más de una ocasión, pensando en lo que Edmund le había dicho horas atrás. Aquel impuso de proteger a Elinor podía ser un eco del amor que en algún momento habían compartido. ¿Sentiría Peter lo mismo por ella? Lo ignoraba. Ni siquiera sabía si ella misma lo sentía, aunque tenía claro que la compañía del Sumo Monarca le resultaba sumamente agradable.

Si Lucy había podido recordar, tal vez, ella también. Pero no tenía idea de cómo hacerlo. Ni Inanna ni Espejismo parecían traerle recuerdos. Tampoco Rhindon, empuñada por Peter. Ni siquiera ver el retrato de su boda o cuando Peter le había llamado «Cay» habían despertado nada en ella. Era frustrante, porque ¿no deberían, al menos, resultarle familiares?

«¿Tú querrías recordar?» «¿Recordar a mi esposa? Sí, la verdad.» Aquel intercambio le resonó en la cabeza, haciéndole dejar escapar un suspiro. Peter se volvió hacia ella.

—¿Necesitas parar?

—No, no es eso —se apresuró a decir Caire—. Solo pensaba. O, mejor dicho, trataba de recordar.

El Magnífico sonrió, divertido.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo va?

—Fatal, sinceramente. ¿Tú?

—No mucho mejor —admitió, suspirando—. A veces, me da la sensación de que tengo algo, pero luego... —Se encogió de hombros—. Es raro. No logro comprenderlo.

—Yo tampoco —admitió Caire, negando con la cabeza—. Es como... Tratar de entender por qué las flores se abren. Sinceramente, para mí resulta imposible de explicar, da igual que la biología lo haga. ¿Cómo pasan de un capullo pequeño, feo y verde a una preciosa flor, con todos sus pétalos y sus preciosos colores? —Caire soltó un suspiro—. O los nenúfares y las flores de loto, que crecen en el agua y...

Peter se detuvo bruscamente, con el ceño fruncido. Caire le miró, confundida.

—¿Sucede algo?

—Flores de loto —repitió Peter, muy despacio, mirando fijamente al frente—. Como... ¡tu corona!

—¿Mi...?

—Flores de loto y hojas de menta —dijo Peter, lentamente, asegurándose de estar diciéndolo bien—. Caire, tu corona...

Ella negó tras unos segundos de intentar con todas sus fuerzas recordar. Frustrada, dejó escapar un largo suspiro.

—No, no puedo.

—Igual, si tratas de recordar la mía —propuso Peter—. Era de oro, con grabados de bello...

Y, como si las palabras hubieran acudido solas a su boca, sin pasar por su cerebro, Caire exclamó:

—Bellotas y hojas de roble y manzano. —Le dirigió una mirada cargada de incredulidad a Peter—. Me he acordado. N-no sé exactamente cómo, pero... Está ahí. Como cuando te acuerdas en medio de un examen de lo que creías haber olvidado. ¡Lo he recordado!

Puede que no fuera gran cosa, pero había sido capaz de recuperarlo. ¿Y si, a partir de ahí, era capaz de seguir accediendo a recuerdos, ir reconstruyendo sus años de Narnia poco a poco en su memoria? ¿Le sería posible?

—Tenemos que tratar de encontrar palabras o momentos que nos hagan recordar —declaró Peter, muy decidido—. Lo haremos entre todos. Ya sabemos que es posible. Solo tenemos que seguir intentándolo.

Caire estaba bastante segura de que aquello que sentía en el pecho era esperanza. Asintió y, con fuerzas renovadas, reemprendió la marcha junto a Peter.

Caire despertó temprano a la mañana siguiente. Un rayo del sol, que se filtraba a través de las copas de los árboles, terminó dándole en pleno rostro, interrumpiendo su sueño antes de tiempo. Adormilada, se enderezó y restregó los ojos.

Aquella noche se habían dormido tan rápido como lo anterior: Narnia la agotaba, eso estaba garantizado. Los restos humeantes de la hoguera que Trumpkin había encendido la noche anterior estaban ahí, aunque ya apenas desprendían calor. No obstante, no era una mañana fría.

Los otros reyes y el enano aún dormían. Caire, que había terminado entre Peter y Elinor, vio a Susan y Edmund al otro lado de su hermano mayor. Trumpkin se había dormido con la pipa entre los labios. En cuanto a Lucy...

Caire abrió los ojos, alarmada. ¿Dónde estaba la Valiente? Se puso en pie al momento, angustiada al no ver ni rastro de ella. «Como siempre, se va sin avisar.» Aquel pensamiento súbito le hizo fruncir el ceño. ¿Cómo siempre?

Momentos después, comprendió que, tal vez, aquel era otro recuerdo. No obstante, no tuvo tiempo para alegrarse por ello: corrió a despertar al resto del grupo. No conocían aquellos bosques tan bien como Peter, Edmund y Elinor habían hecho en su época. Ya les había atacado un oso salvaje. Lo más cauto era no dejar a la menor sola entre los árboles.

—Otra vez no —suspiró Peter, corriendo a levantarse, tan pronto como ella le despertó lo suficiente como para que entendiera lo que sucedía—. Por el León, nunca sabe estarse quieta.

Pronto, los otros cinco estuvieron en pie. Peter salió a toda prisa en busca de la menor, mientras los demás aún trataban de despertarse un poco. Caire no dudó en seguir al Sumo Monarca, manteniendo la mano derecha sobre la empuñadura de Inanna. No sabía qué era, pero algo le hacía creer que la necesitaría.

Peter le indicó con un gesto que no hiciera ruido y Caire asintió, avanzando tan rápido como le era posible tras él. Después de unas cuantas horas de sueño, no se sentía tan agotada, y le alegró ver que era capaz de seguir su ritmo. Alcanzaron a ver la figura de Lucy y apretaron el paso. Ésta, ajena a su presencia, continuó caminando.

—¿Aslan? —llamó de pronto, en el mismo instante en el que su hermano mayor llegaba a su lado y le cubría la boca con la mano, para luego tirar de ella y ocultarse juntos tras un arbusto. Caire se acuclilló a su lado y se llevó el dedo a los labios, pidiendo silencio a Lucy. Habían escuchado ruidos y estaban seguros de que no pertenecían a los cuatro que habían dejado atrás.

Se asomaron con precaución. La visión de la criatura que caminaba por el bosque, mitad toro y mitad hombre —un minotauro, para ser exactos—, descolocó a Caire. ¿Qué clase de bestia era aquella? Además, por si su aspecto no resultaba lo bastante amenazante de por sí, iba armada hasta los dientes.

Sin embargo, tan pronto como vio a Peter avanzando sigilosamente hacia el monstruo, llevando su mano a la empuñadura de Rhindon, no vaciló en seguirle; más tarde, se preguntaría qué le había impulsado a ir tras él. Peter era un guerrero experimentado. Ella podría haberlo sido, pero no recordaba absolutamente nada, así que no debía de valer mucho.

Apretando los dedos en torno a Inanna, Caire siguió valientemente a Peter, desenvainando su espada cuando él hizo lo propio. Su peso le resultó reconfortante; el brillo de su hoja afilada la maravilló.

Entonces, se escuchó un grito y alguien se abalanzó sobre el Sumo Monarca, espada en mano. Las hojas produjeron un fuerte ruido metálico al entrechocar; Caire quiso intervenir, pero una segunda figura salió de entre la espesura y se le interpuso, también armada.

Caire no tuvo tiempo de cuestionarse por qué su adversaria empleaba una espada de hoja curva en lugar de recta; empleando a Inanna, detuvo su golpe, sintiendo su corazón acelerarse. «No tengo ni idea de pelear», se dijo, aterrada.

Pero otra voz respondió sin dudar: «Pues claro que la tengo.»

Sus brazos parecían moverse sin que ella los controlara, bloqueando estocadas y devolviendo ataques. Como si hubiera nacido para ello o, al menos, lo hubiera practicado durante muchos años. Quince, para ser exactos.

Podría decirse que, por primera vez desde su llegada a Narnia, Caire Benedict se creyó un poco más su pasado como gran guerrera, al tiempo que el que fue su reino veía resurgir durante la pelea a su Suma Monarca.

Como si en medio de una danza se encontrara, Caire descubrió que era capaz de mover los pies y la espada al mismo tiempo, convirtiendo el combate en un peligroso baile que su adversaria no tuvo problema alguno en seguir. El entrechocar de las espadas debería haberla asustado; sin embargo, su familiaridad la desconcertó.

«Realmente, fui reina aquí», se dijo, porque ¿qué otra explicación podía darle a aquel sentimiento que se apoderaba de su pecho en medio de aquel combate? Era euforia, y no terror, como debería haber sido. Sabía lo que estaba haciendo y que lo hacía bien, porque ya lo había hecho en centenares de ocasiones.

—¡No, para!

El grito de Lucy le hizo perder la concentración por unos instantes valiosísimos; de un momento a otro, fue derribada. Inanna se escurrió entre sus dedos y se encontró con el filo de la espalda enemiga a pocos centímetros de su cuello.

Demasiado cerca. Caire tragó saliva y elevó los ojos a la joven frente a ella. De piel color bronce y ojos furiosos, no parecía siquiera estremecerse ante la idea de acabar con su vida. Sus cabellos rizados y alborotados no habían supuesto un problema para ella en el combate, cosa que desconcertaba a Caire. Su espada curva —una cimitarra calormena— refulgía bajo la luz del sol.

La otra chica, de aproximadamente su edad, se la quedó contemplando fijamente unos segundos, desconcertada. Caire alcanzó a ver cómo a su alrededor comenzaban a aparecer todo tipo de criaturas fantásticas: faunos, enanos, centauros y diferentes animales que, si no se equivocaba, debían de ser Bestias Parlantes. Aquellos eran los viejos narnianos.

Peter se volvió hacia el que había sido su adversario, un joven que no podía ser mucho mayor que él, de pelo oscuro y porte demasiado correcto como para no ser de alguien que se había criado en la realeza. Caire solo podía ver su espalda, pero sí fue capaz de distinguir la expresión desconcertada de Peter al preguntar:

—¿Príncipe Caspian?

—Sí. —Su voz sonaba jadeante, cortante—. ¿Y tú quién eres?

—¡Peter! ¡Caire!

El grito de Susan hizo a todos volverse hacia la Benévola, que llegaba corriendo junto a Elinor, Edmund y Trumpkin. Los cuatro se detuvieron junto a Lucy; los reyes recién llegados contemplaron con asombro al grupo que se había reunido en aquel claro del bosque. Elinor y Edmund, que venían con las espadas en alto, bajaron lentamente las armas.

Los ojos de la joven calormena se abrieron con brusquedad ante el asombro. Ésta se apresuró a envainar su cimitarra, para alivio de Caire, que se puso en pie al momento y recogió su espada.

—Eres el Sumo Monarca. —La voz de Caspian destilaba asombro. Caire retrocedió unos pasos, yendo a colocarse junto a Lucy. Los ojos del príncipe fueron a la Prudente—. Y tú la Suma Monarca.

—Creo que nos has llamado —respondió Peter, arqueando las cejas.

—Sí, pero... —Caspian les dirigió una mirada vacilante. La calormena se había posicionado a su izquierda, pero no apartaba la vista de los cinco reyes que permanecían aún apartados—. Os creía mayores.

—Si lo prefieres, volvemos en unos años. —La respuesta de Peter consiguió sacarle una sonrisa a Caire, pero casi alarmó al príncipe.

—¡No! —se apresuró a decir éste—. No importa. Es solo que no sois como esperaba —aclaró, dirigiendo su mirada al pequeño grupo.

—Tampoco tú —observó Edmund.

Entonces, la joven calormena hincó la rodilla en el suelo y agachó la cabeza frente a Peter.

—Majestades —dijo, en voz alta y clara—. Es un gran honor teneros aquí. Os hemos aguardado durante siglos. Disculpad el malentendido que ha tenido lugar hace unos instantes, os lo rogamos. ¿No es así, Caspian?

—Sí, desde luego —se apresuró a decir el príncipe—. Lo lamentamos profundamente.

—Esperábamos con ansia vuestro regreso, Majestades. —Una nueva voz se unió a la conversación. Caire no pudo evitar su mueca de asombro al ver a un ratón de tamaño mucho más grande de lo normal en Inglaterra apareciendo a los pies de Peter—. Mi gente y yo estamos a vuestro servicio.

—Hay que reconocer que es muy mono —le susurró Lucy a su hermana mayor. El roedor desenvainó la espada al instante.

—¿Quién ha dicho eso? —bramó, dispuesto a pelear con cualquiera que hubiera osado hablar.

—Perdona —se apresuró a disculparse Lucy, avergonzada.

—Oh, ah. —Dio la impresión de que el ratón no sabía qué decir—. Majestad, con el debido respeto, opino que «valiente», «cortés» o «caballeroso» son más apropiados para un soldado de Narnia.

—No lo dudamos ni por un momento, amigo mío —dijo Elinor, con una sonrisita en el rostro—. ¿Cómo os llamáis, valiente guerrero?

—Reepicheep, Majestad. —Le dirigió una profunda reverencia a la Tenaz, claramente complacido—. Es un honor serviros.

—Al menos, algunos sabéis manejar la espada —bromeó Peter.

—Sin duda —dijo el roedor orgullosamente—. Y he hecho gala de ello recopilando armas para vuestro ejército, señor.

—Bien —asintió Peter, volviéndose hacia Caspian—, porque nos van a hacer mucha falta.

—Entonces, probablemente quieras recuperarla —respondió el príncipe, tendiéndole a Rhindon. Peter la aceptó sin decir palabra, devolviéndola a su vaina.

Al echar a andar el Sumo Monarca, todos le siguieron. Caire se encontró hombro con hombro con la calormena, que le dirigió una leve inclinación de cabeza.

—Os ruego nuevamente que disculpéis mi error, Majestad —pidió, sonando verdaderamente arrepentida—. Aunque cometeré la osadía de decir que pelear con una guerrera de vuestra talla ha sido un gran honor.

—Os lo agradezco —respondió Caire, titubeante—. ¿Cuál es vuestro nombre? Y, por favor, no hay necesidad de llamarme «Majestad».

—Malika, Maje... —Se detuvo y esbozó una sonrisa—. Provengo de Calormen, pese a que me he criado en Narnia. He pasado toda mi vida aguardando a vuestro regreso. Es lo que lleva haciendo mi familia generaciones. Y ahora que realmente estáis aquí... —Negó con la cabeza, ampliando su sonrisa—. Parece casi irreal.

—Creedme, para mí también —rio Caire—. Aún trato de acostumbrarme a este mundo, aunque no es fácil. Tengo mucho por conocer.

El ceño de la calormena se frunció levemente. Caire se dijo al momento que había metido la pata.

—¿A qué os referís?

—Malika —intervino Trumpkin, apareciendo junto a ésta—, trata de no atosigar a preguntas a la reina. Ha sufrido un pequeño problema al regresar.

—¿Qué quieres decir, Trumpkin? —preguntó Malika, desconcertada.

Elinor se colocó junto a Caire, sonriendo tranquilizadoramente. La Prudente lo agradeció. Puede que no fuera el momento de revelar ante todos su pérdida de memoria.

—La Suma Monarca solo está cansada, al igual que el resto de nosotros —aclaró, inclinando la cabeza a modo de saludo ante la calormena—. ¿Me equivoco al asumir que pertenecéis a una familia de tarkaanes, Malika? Vuestra espada y armadura así lo indican.

—Así es, Majestad —respondió la tarkina—. Mi padre es el embajador aquí, en Narnia, mas desciende de una larga estirpe de Tisrocs. Sin embargo, debéis saber que mi familia no venera a Tash ni sigue las tradiciones calormenas, más allá de aquellas que consideramos apreciables. Hace ya varias generaciones, comprometimos nuestra causa con la ayuda a la Vieja Narnia. Crecí escuchando historias sobre vuestro reinado. —La calormena sonreía nuevamente—. No sabéis la alegría que me produce estar presente en vuestro regreso, Majestades.

—Creedme. —Elinor tomó la mano de Caire, esbozando una deslumbrante sonrisa—. A nosotros también nos llena de felicidad.

La calormena se adelantó a buscar a Caspian, seguida de Trumpkin. La Tenaz le dirigió una mirada chispeante a la Suma Monarca.

—¿Has tenido muchos problemas para luchar?

—Sorprendentemente, no —admitió la Prudente, esbozando una leve sonrisa—. Elinor, creo que estoy empezando a recordar. Por ahora, no son más que cosas insignificantes, pero están ahí. Eso te lo puedo asegurar.


















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