7. La Mesa de Piedra

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Séptimo capítulo.
LA MESA DE PIEDRA

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❝ ¿realmente creéis que podéis hacer frente a esto sin vuestros recuerdos? ❞









Elinor no dejaba de repetirse que aún valía la pena conservar la esperanza. Lucy había recordado, Caire estaba comenzando a hacerlo. No todo estaba perdido, después de todo.

—¿Os encontráis bien, Majestad?

La voz preocupada de Malika le hizo sonreír. La reina asintió al momento.

—Sin duda, Malika. Estoy deseando alcanzar finalmente el Altozano.

—No nos queda mucho —afirmó la joven calormena—. En pocos minutos saldremos de los bosques y divisaremos nuestro destino.

Elinor dirigió su mirada al frente. Caspian y Peter encabezaban la marcha. Edmund y Susan caminaban uno junto al otro varios metros por detrás, mientras Lucy charlaba con Caire. Elinor había ido ralentizando el paso, permitiendo a numerosos miembros del ejército narniano colocarse por delante de ella.

Necesitaba algo de tiempo para reflexionar. Cuando la Prudente le había dicho que comenzaba a recordar, la esperanza le había invadido al instante, del mismo modo que cuando Lucy había hecho lo propio. Se obligaba a recordar que Caire aún apenas estaba segura, que Peter, Susan y Edmund no recordaban nada aún. Que Edmund no confiaba en ella por aquellas pesadillas que no llegaba a comprender. Pero no podía evitar sentirse esperanzada.

—Me pregunto cuán diferente será la Mesa de Piedra ahora.

Tal y como Malika había prometido, pronto dejaron los árboles atrás, encontrándose frente a una enorme explanada verde. Un altozano se alzaba en la lejanía y, sin lugar a dudas, aquel era su destino. Elinor lo contempló con curiosidad: aquello poco o nada tenía que ver con sus recuerdos de aquel lugar.

—¡Elle, ven!

El llamado de Lucy le hizo llevar la vista hasta ésta. La Valiente agitaba la mano en su dirección, haciéndole gestos para que se acercara a ella y a Caire. Con un suspiro y una sonrisa en los labios, Elinor avanzó hasta Lucy.

—¿Sucede algo?

—Creo que acabo de recordar una de nuestras excursiones hasta aquí. —La cobriza parecía emocionada—. Aquella en la que Edmund casi fue derribado del caballo mientras intentaba alcanzar esas frutas para nosotras.

Elinor dejó escapar una risa, divertida ante el recuerdo.

—Luego, se ofendió muchísimo porque nos burlamos de él, sí... Y, poco después, empezó a llover y dijo que era debido a que habíamos ido cantando por el camino.

Había sucedido en su cuarto año de reinado, poco antes del anuncio del compromiso de Peter y Caire. Había sido la última excursión que habían disfrutado juntos, antes de verse envueltos en interminables preparativos de bodas.

Por aquel entonces, Elinor y Edmund eran únicamente buenos amigos. Su amor había tardado más tiempo en florecer que el de Peter y Caire. Había sido Lucy quien había propuesto aquella salida a los otros dos reyes más jóvenes. Habían reído durante horas, lejos de todo lo que Cair Paravel era para ellos: su hogar, el sitio que más amaban, pero también donde debían actuar como adultos, asumir responsabilidades enormes y velar por su pueblo. En sus excursiones, sin embargo, podían disfrutar como si se trataran de adolescentes normales.

—Mirad —les susurró Caire con asombro, conforme se aproximaban a la entrada que conducía al interior del altozano; los centauros se alineaban a ambos lados de la rampa de piedra, con expresiones solemnes.

—Así solía ser —le susurró Elinor, dirigiéndole una pequeña sonrisa.

Los seis reyes y reinas y el príncipe se habían congregado al inicio del grupo. Tan pronto alcanzaron a los centauros, éstos desenvainaron sus espadas, dándoles la bienvenida. Elinor no vaciló, dando un paso al frente, y tomando a Caire de la mano para que la siguiera. Los monarcas avanzaron a la vez, como habían hecho infinidad de veces en el pasado. Y Elinor supo, por la mirada de la Prudente, que todo aquello no le resultaba completamente desconocido.

El refugio de los aliados de Caspian se componía de una serie de pasadizos subterráneos ocultos bajo el Altozano de Aslan. Elinor tardó unos minutos en acostumbrarse a la oscuridad de su interior. Las antorchas adornaban las paredes, pero proporcionaban una escasa iluminación. Los seis reyes y reinas, seguidos del resto del grupo, avanzaron por los pasillos de piedra, contemplando a los miembros del ejército preparándose lo mejor que podían.

—Estaréis acostumbrados a otra cosa, pero... Es defendible —explicó Caspian, deteniéndose junto a los dos reyes y a Elinor, mientras Susan, Lucy y Caire avanzaban.

—O un callejón sin salida —masculló la Tenaz, contemplando con preocupación a su alrededor.

—¡Peter! —llamó entonces la Benévola—. Ven a ver esto.

Los tres reyes, así como Caspian y Malika, fueron hacia ésta, curiosos. Susan, Lucy y Caire se habían adentrado en un pasillo incluso más oscuro que los anteriores. Elinor tomó una antorcha que colgaba de la pared, tratando de divisar lo que Susan había creído tan importante enseñarles.

Sus ojos fueron hasta los grabados que adornaban las paredes. Tragó saliva al distinguir el más cercano a ella: seis tronos, todos idénticos, ordenados uno junto a otro. A la izquierda de cada uno de ellos estaban los reyes que los habían ocupado en algún momento, que no eran otros que ellos mismos, vestidos del mismo modo que el día de su coronación. El impulso de acariciar los grabados le hizo extender el brazo hacia ellos, pero se detuvo antes de rozar la piedra.

—Somos nosotros —dijo Susan, desconcertada.

—¿Qué es este lugar? —cuestionó Lucy, volviendo la mirada a Caspian y Malika.

—¿No lo conocéis? —preguntó Caspian, sorprendido.

—Aquí estaba la Mesa de Piedra —asintió Elinor, frunciendo el ceño—. Eso lo sabemos. Pero todo es tan... diferente.

El príncipe tomó otra de las antorchas que iluminaban el lugar y les indicó que le siguieran, a lo que todos obedecieron. Les condujo por un pasillo completamente oscuro; parecía ser que no habían tenido tiempo o deseos de iluminarlo, puesto que ninguna antorcha adornaba sus paredes. Únicamente las tres que llevaban Caspian, Peter y Elinor les permitían ver por dónde avanzaban.

El pasillo desembocaba en una sala tan oscura como el corredor. El príncipe empleó su antorcha para encender las apagados brasas que en algún momento debían haber dado luz al espacio.

Los grabados de las paredes dejaron sin habla a Elinor. Habían construido una especie de templo alrededor de la Mesa de Piedra, venerando aquel lugar por motivos que ella no alcanzaba a comprender. A ella solo le traía malos recuerdos. Observando la tabla de piedra partida en dos, era incapaz de no regresar al momento en que había visto a la Bruja Blanca levantar su cuchillo, dando fin a la vida de Aslan.

La magia se respiraba en el aire de la estancia, o esa impresión le daba. Un escalofrío la recorrió. No le gustaba en absoluto aquel lugar. Únicamente deseaba abandonarlo cuanto antes. Lucy avanzó lentamente, siendo, como siempre, la primera en hacerlo. Sus dedos rozaron la mesa y se volvió hacia Susan y Elinor, sabiendo que ellas la recordaban con tanta claridad como ella misma.

—Sabrá por qué lo hace —habló, pese a la preocupación que inundaba su rostro.

Ninguna de las dos supo qué responder. Fue Peter quien habló.

—Ahora es cosa nuestra —declaró con firmeza.

—Pero nos debe respuestas —opinó Elinor, apretando los labios—. Y nos debe saber qué fue de los recuerdos perdidos.

—Dudo que Aslan deba nada a nadie —comentó Edmund, pensativo.

La Tenaz suspiró.

—¿De qué recuerdos habláis, Majestad?

La voz de Malika hizo recordar a Elinor que no estaban únicamente ellos seis en la sala. Caspian y la calormena contemplaban a los monarcas desde la entrada. Los ojos pardos de Elinor fueron hasta Caire, que asintió. Con un aspecto tan resuelto como el que había tenido mientras combatía contra Malika, la Suma Monarca dio un paso al frente.

—Por motivos que desconocemos, al volver a nuestro mundo, olvidé todo lo relacionado con Narnia —explicó, con voz pausada. Puede que no lo supiera, pero tenía la misma expresión que siempre que hablaba durante las sesiones del Consejo: tranquila, severa y atenta—. No recuerdo haber gobernado aquí, haber vivido aquí, no recuerdo a los otros reyes. Creo que mis memorias están regresando poco a poco, pero apenas es nada. Ellos —añadió, señalando a los cuatro hermanos— sí recuerdan todo eso, con la excepción de a Elinor y a mí. Es como si nunca hubiéramos existido para ellos.

—Ya no —apostilló Lucy—. Al menos, no para mí. Pero me ha tomado un tiempo para recordar. No comprendemos aún lo que ha sucedido, pero Elinor parece ser la única que tiene memorias de todo. Ni yo ni mis hermanos las recordábamos cuando nos encontramos por primera vez.

—¿Cómo es posible? —exclamó Caspian, incrédulo.

—Lo desconocemos —admitió Elinor—. Es por ello que Aslan... Podría responder a nuestras preguntas, me temo. Pero no se ha dejado ver por el momento.

—Lo hará —aseguró Lucy. La Tenaz le dirigió una mirada pesarosa al grabado del Gran León en la pared; ella no se sentía tan segura como la menor.

—Majestad —llamó entonces Malika, mirando a Caire con ojos preocupados—. ¿Realmente creéis que podéis hacer frente a esto sin vuestros recuerdos?

La Prudente soltó un suspiro.

—Creo que puedo recuperarlos, pero me tomará tiempo. —Bajó la mirada, apretando los dedos en torno a la empuñadura de Inanna—. Fui capaz de combatir pese a no recordar cómo hacerlo, y eso me trajo de vuelta... algo. No puedo llamarlo un recuerdo completo, pero sí sé que fue importante. Creo que hacer frente a esto me ayudará a recordar y, hum... —Sus ojos fueron hacia Peter, que la contemplaba fijamente—. Y siento que debo estar aquí. Deseo hacerlo. Sea lo que sea que sucedió para que perdiera mis memorias, creo que puede solucionarse. Y deseo que suceda. Deseo recordar.

Los otros reyes y reinas se miraron entre ellos. Elinor distinguió la expresión resuelta de Peter, a Susan asentir, el ceño fruncido de Edmund. Caire deseaba recordar. ¿Y ellos?

—Yo también —asintió Peter, dirigiendo la mirada a sus hermanos—. Lu ya ha podido, lo que significa que nosotros también lo haremos. Estoy seguro de ello.

—Y yo. —Escuchar a Susan, quien solía ser la más desconfiada en aquel tipo de asuntos, hablar de ese modo, hizo que Elinor sonriera—. Debemos intentarlo, al menos.

Los ojos de todos, a excepción de los de Elinor, que ya estaban fijos en Edmund, fueron hacia el Justo. Su expresión indescifrable no le daba ninguna tranquilidad a la Tenaz, pero entonces él asintió y dirigió su mirada hacia ella.

—Veamos si es posible, ¿no, Elle?

La confusión invadió a Elinor al escucharle llamarla por su apodo. Había una especie de brillo retador en sus ojos, lo había pronunciado casi con esfuerzo. No sabía si trataba de ponerle a prueba u otra cosa, pero ella tenía bien presente que él no confiaba en ella. Algo en Edmund le preocupaba, pero, aún así, Elinor asintió una única vez, al tiempo que deseaba de corazón que, como él decía, fuera posible.













FIN DE LA PRIMERA PARTE


















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