Habían pasado las semanas. Yoongi y Jimin no pasaban tanto tiempo juntos como antes.

Jimin se la pasaba armando una coreografía que fuera de acuerdo a la música instrumental que acababa de descargar. Si no trabajaba en casa, lo hacía en la academia de baile, pero sus días ya no estaban tan llenos de visitas a Yoongi como antes.

—Podríamos estar juntos si no se hiciera el difícil y se presentara conmigo— refunfuñaba el castaño mientras caminaba por los pasillos de la academia de arte, deteniendo su paso al oír una melodía cercana que cautivó sus sentidos.

Venía de la sala 5, la que se prestaba a los alumnos que querían ensayar algo en solitario.

Asomó su cabecita por la rendija de la puerta, y sus ojitos se abrieron al ver a su hyung sobre un banco, al lado de su piano, posando como si fuese un bailarín de ballet.

Luego de unos minutos de verlo moverse de sitio y demás, pudo escuchar algo que apretó su corazón.

—No creo que sea seguro para Jimin bailar de esa manera, ni siquiera sé si le va a gustar la canción — el pelinegro bajó de un salto y volvió a sentarse en el banquito del piano.

Jimin se cubrió la boca para no lanzar un gritito de ternura, ¿eso significaba que su Yoongi hyung estaba trabajando en una presentación para los dos después de todo?

Jimin no se aguantó, tocó la puerta con una sonrisa y un sonrojo bonito en su rostro.

—Sin dudas eres el mejor hyung del mundo entero.

Yoongi casi se cae de su silla.