Dios salve al Rey

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Fue dos días después de haberse instalado temporalmente en la capital cuando por fin, el emperador de Alem  arribó a las puertas del castillo.

O más bien a su explanada...

Esa mañana todos los invitados se reunieron en la parte más amplia del palacio, cerca del bosque, lo suficientemente grande para almacenar varios carruajes y caballos con el suficiente espacio para tener espacio para caminar libremente sin tropezarse con algo. Por fortuna el tiempo era bastante favorable y la temperatura era agradable, aún así, Hasen decidió usar uno de sus ligeros vestidos de terciopelo púrpura, con encaje blanco en los puños y en el ruedo de la falda, su madre le permitió usar el cabello suelto y decorado con una corona de flores de cempasuchil silvestres que la servidumbre había logrado conseguir en un mercado local.
El resto de las damas también llevaban adornos en el cabello;  discretos tocados hechos de plumas de quetzal o con tiaras de perlas y flores mas llamativas entrelazadas entre si. Solo la princesa María usaba una tiara de oro puro con diamantes y un óvalo de jade incrustado al centro.
Justo cuando Hasen iba a preguntarle a su hermano Cesar si le hacía gracia tener que levantarse tan temprano y esperar por una hora entera por un hombre más joven y poderoso que él, un estruendo sacudió los árboles a su alrededor y muchas de las personas ahí congregadas se apretujaron unas contra otras en busca de protección, Yareth apretó el mango de su espada y cuando un rugido estruendoso volvió a sacudir el lugar, le pidió que se quedara detrás suyo y optó una posición de protección, listo para desenfundar su arma en cualquier momento.

Sin embargo, pronto descubrieron el origen de todo ese alboroto y sonido ensordecesor.
Una sombra cubrió al comité de bienvenida de forma fugaz antes de que la luz del Sol los cegara nuevamente, uno de los chicos cerca de Hasen levantó la barbilla y enfocó su mirada en el cielo, antes de señalar con uno de sus dedos y gritar con insistencia qué todos debían imitarlo y enfocar su mirada en las nubes.

Fue ahí cuando los vió por primera vez.

Eran dragones.

Dragones de verdad.

Y a diferencia de lo que sintió cuando estaban a punto de entrar al viejo Castillo, muy distante del miedo y el terror, fue asombro lo que sacudió a su cuerpo entero.

Uno bastante grande, con la cola alargada y alas enormes, pero de tronco delgado y movimientos ágiles era el que lideraba a todos los demás, se trataba de un grupo de más o menos seis dragones sin contar al líder, estos eran más pequeños y parecían juguetear en el aire mientras emitía pequeños gruñidos más similares a ronroneos qué otra cosa.
El dragón más grande descendió de los cielos en un vuelo circular qué parecía no tener fin y a medida que se acercaba Hasen pudo ver más de cerca el color de sus escamas y como sus ojos dorados biellaban aún con la luminosidad de ese día particularmente despejado, sus escamas también parecían emitir luz propia y eran de un color blanco puro, sin ninguna mancha o suciedad en ellas, lo que lo volvía más elegante y extravagante al mismo tiempo, sus garras eran doradas y afiliadas al igual que los prominentes cuernos que sobresalian de su enorme cabeza. Su padre pocas veces se equivocaba y esa era una de esas raras ocasiones. Los dragones no eran solo "lagartijas con alas", como los llamaba él, o por lo menos, no ESE en específico. Era magnífico, ligero y gracil a pesar de su estructura osea alargada.
Finalmente aterrizó, haciendo temblar el suelo bajo sus patas y garras, rugio con ferocidad a la multitud congregada y michos retrocedieron, Yareth por su parte la acercó a él antes de colocarla detrás de su espalda, ya empuñando la afilada arma que traía siempre consigo. Hasen pudo notar su nerviosismo, las manos le temblaban y una gota de sudor le recorrió la frente, arrugó el entrecejo y apretó la mandíbula antes de pedirle que por favor se quedara detrás suyo, pues así le sería más fácil protegerla si las cosas se ponían feas, pues aunque esos gigantes reptiles ya no tuvieran su aliento de fuego como hace años atrás, aún podían devorar hombres enteros de un solo bocado y al observar la fila de sientes afilados qué parecían extenderse hasta la garganta de la criatura, Hasen entendió porque Alem continuaba siendo tan temido aún cuando no pudieran quemar ciudades enteras.

Trago saliva, aferrandose al brazo de su sirviente cuando enfocó su atención en otra parte...o persona.

El jinete de aquella bestia no era ninguna clase de Dios omnipotente, no media más de tres metros para dominar a aquel ser alado.
Detrás de él, descendieron los demás dragones, más pequeños, no tan hermosos y un poco menos amenazantes. Los hombres que los montaban llevaban armaduras blancas hechas de metal fundido, con cascos que les cubrían gran parte del rostro.

Pero el jinete del dragón blanco no llevaba ningún tipo de armadura y no era un hombre viejo.

Más bien un chico.
Más joven que Hernan.

Justo como lo dijo su hermano en esa cena familiar hace un mes.

Aquel chico tenía el cabello castaño claro, corto y ondulado, usaba lo que parecía ser un traje de esos que usan todos los militares de alto rango en el viejo continente, con medallas doradas y plateadas adornando su pecho cuanto con una banda que iba desde su hombro derecho hasta el inicio de su cadera, en donde se mostraba la bandera de Alem, casi presuntuosa. El jinete palmeo el cuello escamoso del animal y este giro un poco la cabeza para que el chico pudiera tomar uno de sus cuernos, cuando lo hizo, el dragón movió su cuello nuevamente, de forma que el jinete pudiera desmontarlo mientras se sostenía del cuerno dorado, cuando sus pies tocaron el pasto la multitud se quedó callada, para contemplar y escuchar al hombre por el cual se había armado tal movilización de tantas familias ricas e importantes en todo el país.

—S-su, m-ma...—el pequeño sirviente que había sido dispuesto para anunciar la llegada del emperador pareció quedarse paralizado ante el miedo, pues el dragón blanco no paraba de mirarle como si tuviera deseos de devorarlo ahí mismo, por lo que su lengua se atoraba dentro de sus mejillas y la voz le temblaba, así que el rey de Xentla se adelantó.

—¡Él es Su majestad Imperial Wilhelm II, de la casa Holstein-Schwarzenberg!, amo y protector del Imperio de Alem—todos agacharon las cabezas, haciendo reverencias exageradas, temerosos ante lo que pudiera suceder si no demostraban el suficiente respeto.

Todos menos el rey de Xentla.

Un gobernante no le hacía ninguna reverencia a otro.

En cambio se acercó hasta él y le extendió una de sus manos en señal de saludo, Wilhelm entendió el gesto y sellaron el saludo con un fuerte apretón de manos.

—Me disculpo por la reacción de mi gente, no estamos acostumbrados a la presencia de...—se detuvo un momento mientras enfocaba su mirada en el dragón—...bestias tan sublimes—dijo, como si no estuviera completamente convencido de ese cumplido y solo buscará agradar al jóven frente a él, que bien podría ser su nieto gracias a la diferencia clara de edades.

—No tiene que ofrecer disculpas, majestad, tal vez después de fortalecer la amistad entre nuestras naciones se acostumbren a ello—su voz no era grave ni imponente, más bien sonaba con un niño que hablaba demasiado propio para su edad, pero la seguridad con la que se comportaba, dejaba ver un poco la razón por la cual era emperador y no solo dueño de un único territorio...—Su rey ha sido muy amable conmigo y mis hombres al recibirme en su hogar—esta vez se dirigía a los nobles amontonados en un solo sitio, intentando discretamente escapar de las bestias que olfateaban el aire con insistencia.

Hasen no pudo evitar mirarlo con más atención mientras continuaba hablando con tanta tranquilidad. Era alto y atractivo, de rasgos varoniles qué aún estaban madurando, tenía las manos enguantadas y el cabello ligeramente desacomodado, muy probablemente por el viento que debía hacer allá arriba en las nubes y a diferencia de lo que ella esperaba, el emperador parecía dominar bastante bien el español, aunque con cierto acento marcado qué Hasen encontró llamativo y hasta algo gracioso pues casi parecía pronunciar la letra r con demasiada fuerza, aunque algo dentro de ella pedía escuchar esa misma voz hablando en su lengua natal.

Sintió escalofríos de tan solo imaginarlo...

—...majestad, pasemos al interior del castillo, he encargado que preparen nuestros mejores platillos y manjares, esperando que sean de su agrado—el monarca de Xentla le colocó una mano amistosa sobre la espalda al jóven emperador, que era por lo menos dos cabezas más alto, aún así se dejó guiar por el espeso bosque hasta llegar al gran salón donde se llevaría a cabo la convivencia el resto de la tarde hasta bien entrada la noche, en una fiesta que parecía ser casi interminable debido a la llegada de aquel misterioso gobernante.

—Me encantaría, pero me temo que mis dragones también tienen hambre, si fuera tan generoso de brindarles un par de ovejas...—Hasen no alcanzó a escuchar el resto de la conversación, pues la gran masa de gente perfumada y decorada en exceso comenzó a movilizarse detrás de ambos monarcas, escuchando atentamente a todo lo que tenían que decir, y riendo de vez en cuando con las ocurrencias del jinete de dragón.
Hasen miro por encima de su hombro a la bestia blanca que yacia recostada en el suelo junto con sus compañeros, parecia cansado y hasta algo decaído, quien sabe cuantos kilómetros y días enteros estuvo volando para llegar a Xentla. En un pensamiento demasiado arriesgado (incluso para ella), creyó que sería buena idea acercarse para ver más de cerca a esas fascinantes criaturas escamosas, no sería peligroso, se quedaría a unos seis o ocho metros de distancia para no correr ningún tipo de peligro, además, si Yareth estaba ahí con ella para protegerla, nada sucedería, no saldría lastimada.

¿Verdad?

Se detuvo en medio de la congregación y quiso volver sobre sus pasos, ignorando el hecho de que sus padres siguieron avanzando, hasta que su protector se interpuso entre ella y su ventajosa vista hacía el dragón que ya había cerrado los ojos, dispuesto a dormir.

Y de alguna u otra forma la obligó a continuar caminando, sin siquiera tocarla.

La comida fue especialmente aburrida, y no por el hecho de que el sabor no fuera bueno o no disfrutaste de ello, pero sus hermanos hablaban con sus esposas y sus padres cuchicheaban con otros matrimonios cercanos a ellos en cuanto a poder y posición económica, ella solo se encontraba al borde de toda la situación, observando a las personas ir de aquí para allá, intentando acercarse al jóven regente de Alem, quien se mantuvo sentado junto al rey  de Xentla en todo momento, no podía escuchar su conversación a la distancia en la que se encontraban, pero parecían reír y a veces brindaban con sus copas y bebian de sus vasos traslúcidos lo que era bien conocido y por todos como mezcal. Probablemente el emperador Wilhelm acabaría con dolor de cabeza a la mañana siguiente, justo como solía pasarse a Hernan y a Cesar después de una larga noche de juerga en las bodegas de la casona.
Observó también a un grupo de señoritas que debían tener más o menos su edad, se susurraban cosas al oído para luego reír cubriendose con sus respectivos abanicos, de vez en cuando miraban en dirección a la ubicación de los gobernantes y las mejillas se les ponían rojas, Hasen supuso que ese efecto era causado por Wilhelm y a decir verdad no las culpaba, pues, su majestad imperial era un hombre guapo a su propio parecer e incluso ella misma se sorprendió con la temperatura del rostro elevada cuando en cierto momento dado cruzó miradas con él.

Apartó la vista de inmediato, simulando beber agua de naranja de uno de los vasos que tenía a su disposición, solo para luego volver a mirarlo de forma más discreta. Se llevó una sorpresa enorme cuando notó que en realidad el chico no le había quitado la mirada de encima, o si lo hacía no tardaba mucho en volver a observarla en pequeños vistazos qué duraban un poco más allá de un segundo o dos; algo incomoda se movió sobre su respectivo asiento, como si aquella acción ayudara en algo.

¿El emperador la consideraría rara?
¿Era algo en su aspecto?, tal vez lucia demacrada, pues no estuvo durmiendo bien últimamente.
¿O era su corona de flores?

Quizás era demasiado para solo la hija de un noble más.
Trago saliva y suavemente se quitó la corona de la cabeza para observarla a más detalle. Las flores de cempasuchil eran grandes y frondosas, mientras que la flor morada de terciopelo era pesada y difícil de manejar.
Tal vez un tocado tan grande en un rostro tan pequeño como el suyo la hiciera ver cómica y hasta ridícula.
Aún así a ella le gustaba, y mucho, así que la colocó nuevamente sobre su cabeza y continuó comiendo sin volver a mirar el frente, ignorando la sensación cosquilleante en su pecho.
Se llevó un trozo de tortilla bañada en salsa verde con carne de pollo en su interior a la boca y saboreo la comida con gusto antes de preguntarse si debía socializar con las demás damas invitadas, pues lucían bastante divertidas y animadas para una reunión meramente política. Tal vez ellas quisieran recorrer con ella el castillo, puesto que ninguno de sus hermanos o cuñadas quiso acompañarla después del viaje y sus padres le habían pedido a Yareth que la mantuviera cerca de la misma ala donde se estaban hospedando.

Era injusto encerrarla en un lugar tan propicio para la aventura y pedirle que se quedara quieta en un solo lugar como un animal enjaulado.
Sin embargo cuando lo intentó las demás jóvenes insistieron en que podrían perderse y no encontrar la forma de regresar a sus respectivas zonas asignadas, además de que querían ver más de cerca a Wilhelm antes de que se marchara a descansar del largo trayecto desde Alem.
También intentó mencionar su fascinación por los dragones qué dormitaban en el bosque y ninguna compartió su fascinación por ellos, ya que solo les evocaban terror e incertidumbre.

Y bueno, ¿a quién no?

Así que no le quedó de otra más que charlar sobre lo que usarían la noche siguiente para el baile, no es que le disgustase hablar de vestidos y el tipo de peinado que pretendía hacerse para la ocasión especial. Solo le parecía un poco monótono, aún así no se despegó de la mesa y su nuevo grupo de conocidas.

Mariam de Castilla era una muchacha regordeta, le gustaban los vestidos amarillos y llenos de adornos, resultó ser su prima lejana por parte de la familia de su madre, era graciosa y muy amable pues la cobijo bajo sus cálidos brazos en cuanto se enteró del parentesco entre ellas y mando a traer una gran porción de pastelillos de maíz para comer juntas.

Socorro Herrera era la hija mayor de uno de los nobles más importantes en el negocio de los vinos, venía desde el norte del país, y tenía un acento muy marcado, medio cantadito al momento de pronunciar ciertas palabras, su padre la había llevado a la capital con el único propósito de conseguirle un esposo y hacer alianzas con otras familias igual o más adineradas. También la acompañaban sus hermanos, pero ellos iban a aprender como manejar el negocio familiar y desenvolverse en sociedad. A ella solo se le veía como una moneda de cambio que en ese momento valía un poco más porque si lograba atrapar a un pez gordo, su familia se volvería más rica.

Ernestina Montemayor ya había cumplido los dieciocho años y también buscaba un "partido aceptable" para por fin ser desposada y no quedarse vistiendo santos, pues la iglesia no terminaba de convencerla, era algo distraída, pero usaba palabras elocuentes al momento de hablar, se emocionó bastante cuando uno de los hermanos de Hasen se aproximo hasta ellas para decirle a su hermana que debía volver pronto a sus aposentos para arreglarse. Sin embargo el entusiasmo se le pasó rápido cuando se entero que ya estaba casado y con dos hijos pequeños esperándolo en casa.

Las familias de las tres eran ricas y de sangre casi azul, con rasgos característicos y casi endémicos de dichas dinastías, pues así como los Valtrot tenían sus marcados rizos oscuros, y ojos marrones ligeramente rasgados, los De Castilla eran de complexión más ancha y piel apiñonada, los Montemayor compartían muchas características con los Fendienses y quizás tenían la sangre más pura que el propio rey, pero los Herrera eran de cabello rubio y piel blanca casi traslúcida.

Le gustaba observar a la gente y pensar en sus características hereditarias.

La combinación de rasgos le parecía algo hermoso, maravilloso y casi divino. Aunque de cierta forma eso fuera parte de su tortura diaria. Quizás si no se pareciera tanto a Natalia, no se sentiría con la enfermiza obsesión por actuar como ella, lucir como ella y pensar como lo haría su hermana muerta.

Nunca la conoció más allá de su famoso retrato enmarcado en el salón principal de la casona.

Pero por alguna razón sentía que estaba incompleta...sin su hermana a su lado.
Se levantó de la mesa y les ofreció sinceras disculpas a las damas que la acompañaban, pues debía cambiarse y arreglarse para el baile de esa noche. Los ojos de Wilhelm ya no la seguían cuando atravesó el comedor real para salir de ahí y comenzar a caminar hasta sus aposentos, con Yareth detrás suyo, esta vez más cerca de lo habitual, cuidándole la espalda.

Su hermana había fallecido hace quince años atrás, si siguiera viva probablemente tendría unos treinta y tantos, casi podía verla usando su largo y hermoso vestido púrpura deambulando por los pasillos de la casona, bien sabía que no era un alma en pena, más bien se trataba de una especie de alucinación suya debido a su obsesión por ella, según tenía entendido jamás se caso y fue la viruela lo que la envió al mundo de los muertos, la misma enfermedad que sello la caída de la gran Tenochtitlan y el del gran imperio que dominaba Xentla antes de la conquista Fendiense. Los relatos de sus hermanos y padres decían que era muy hermosa, con rasgos delicados pero con mucha, mucha inteligencia, quizás demasiada para su propio bien, siempre olía a lavanda y solía pintarse los ojos con cierta tinta negra traída desde oriente para resaltar sus ojos gatunos, le gustaba llevar anillos de plata, largos y afilados en los dedos, disfrutaba de la lectura y la música tanto como de la arqueria siempre tenía un tema de conversación interesante y su voz era suave y evocaba calidez.
Si hubiese nacido varón probablemente se habría vuelto el heredero que tanto deseaba Don Santiago, pero por alguna razón, Dios o...los Dioses del nuevo mundo decidieron que naceria como una mujer. Cuando ella pereció, la familia Valtrot atravesó una experiencia tan traumatica que los campos de maíz dejaron de producir, y el dinero comenzó a escasear, incluso consideraron hipotecar la casona y retirarse a una residencia en la ciudad mucho más pequeña y humilde.

Sin embargo, meses más tarde nació Hasen.

Y en cuanto la hinchazón y el color rojizo característico de un recién nacido comenzó a desaparecer, todos concluyeron en que era Natalia renacida...o una parte de su alma se había adherido a la bebé que lloraba por hambre dentro de su cuna. Desde ese momento las cosas comenzaron a mejorar para todos, la lluvia calló en sus parcelas después de una sequía que parecía interminable, los trabajadores volvieron a sus puestos y pronto recuperaron el dinero que perdieron, con la venta de sus cosechas regresaron a tener la vida cómoda y lujosa a la que ya estaban bastante bien acostumbrados. Hasen comenzó a crecer, más pequeña que el promedio de las mujeres comunes, pero igual de bella, alegre y tierna que la misma Natalia en su época de infante.
Sus padres solían repetirle que fue gracias a su nacimiento que la vida comenzó a ser buena de nuevo y Don Santiago encontró en ella a la hija que ya había perdido una vez, sin poder hacer nada para evitarlo...

Aunque disfrutaba del amor con el cual fue bendecida desde bebé, a veces sentía que era más una réplica no precisamente perfecta de su hermana mayor. A ella le gustaban los vestidos rojos, los corsets con tejidos coloridos los pendientes de diamantes, prefería estar afuera entrenando con su padre y hermanos. Pero usaba los vestidos púrpuras para encarnar una versión más joven de su hermana mayor, porque los ojos de su padre brillaban cuando la veía engalanada en dichas prendas, a lo mejor porque se veía hermosa en ellas, o porque al mirarla encontraba a su hija favorita.

Cuando entró a los aposentos Yareth se quedó de pie haciendo guardia en la enorme puerta de madera. La servidumbre la dirigió hasta el baño donde una tina con agua caliente la esperaba.

Se dejó bañar y perfumar al gusto de sus padres y también permitió que le colocaran el vestido que su madre eligió para esa ocasión. A diferencia de lo que ella esperaba, la vestimenta era muy poco llamativa, al menos para un baile, pero no dejaba de ser encantador. Descubierto de los hombros, con mangas sueltas hechas de encaje y seda, la falda y el corset era azul celeste con pequeños destellos dorados, la crinolina que debía llevar bajo el vestido era amplia y algo estorbosa, muy distinta a su vestimenta habitual, a veces ni siquiera usaba crinolina debajo de las faldas.

Para cuando se reunió con su familia, juntos ingresaron al salón de baile, era enorme, con una cúpula como techo y miles de calendabros con velas que emitian olores florales y frutales, el vitral de las ventanas representaba un episodio de la formación del reino de Xentla como capítulos importantes en la historia de su país. Las pesadas cortinas estaban abiertas de par en par para dejar que la luz de la luna iluminara aún más el recinto y ya podían escucharse risas y distintas conversaciones entre los invitados. Sirvientes iban de allá para acá con bandejas llenas de bizcochos y tartaletas, las bebidas no podían faltar, servidas en finas copas de cristal, desde finos vinos hasta botellas de tequila que eran vaciadas de a poco en diminutos vasos llamados caballitos.
Como "la noche de todos los santos" se encontraba cerca por lo que papel picado adornaba el techo y las paredes del lugar, de las columnas colgaban adornos florales y un discreto olor a copal se alcanzaba a percibir solo por las narices más experimentada o acostumbradas a ello.

Después de un rato de conversaciones sobre números y hectáreas de tierra, finalmente los músicos prepararon sus guitarras y el resto de sus instrumentos para dar inicio a la atracción principal de la noche: El baile.

Era obligación de la familia real abrir la pista de baile, sin embargo, la ausencia de una reina, obligaba a la princesa María a bailar con su padre, con todos los ojos de la corte encima de ellos. Juzgandolos, pidiendo que tropezaran, que fueran tan torpes como para cometer un error tan vergonzoso y burlarse de ellos entre susurros.

La guitarras comenzaron a sonar y la pareja avanzó hasta la pista, con el pisto recubierto de mármol negro y blanco, iban tomados de la mano, pero todos podían ver que lo que menos deseaban era tocarse de alguna forma, la incomodidad de la princesa era casi palpable. Su padre posiciono una mano en la cintura de la princesa después de haberse ofrecido una reverencia mutuamente y comenzaron a girar alrededor de toda la pista, la falda de la princesa se movía de aquí para allá, con sus destellos dorados eclipsado la atención de todos. Wilhelm parecía observar la escena con bastante aburrimiento hasta que el monarca decidió que era suficiente, al menos por esa noche. Soltó a la princesa y la música se detuvo súbitamente, la corte se quedo en silencio, observando la escena. El rey emprendió camino hasta el pie de las escaleras y solicito la presencia del emperador en la pista de baile. Excusandose en que sus rodillas ya no eran tan fuertes como antes, así 1ue necesitaba que alguien más joven y fuerte, le hiciera el honor de bailar con su hija mayor, para dar inicio a la celebración.

Wilhelm ni corto ni perezoso tomo la mano de María, sin demostrar ninguna señal de desagrado en ello y la condujo entre vueltas y saltos por todo el lugar hasta que la música subió de nivel, volviendose más alegre y rítmica.
Varias parejas se unieron a la gran danza que acababa de comenzar y el ambiente volvió a animarse, tanto o más que hace un momento atrás.

Hasen miraba todo recargada en una de la paredes de la sala, aplaudia divertida, mirando a las parejas ir de allá para acá, a veces separándose solo para encontrarse con una nueva pareja de baile y continuar moviendo los pies al ritmo de la música.
La diferencia entre ellos y el viejo mundo, era que allá todo era mucho más frío, menos animado y quizás con una etiqueta demasiado rigurosa, en cambio, las canciones de su patria eran amenas, divertidas y calidas, te invitaban a sonreír aunque estuvieses pasando una mala noche. Le hubiera gustado bailar, y ser sostenida por algún galante caballero mientras la hacia dar vueltas en el aire antes de regresar los pies al suelto y continuar danzando. Pero no veía a ningún jóven lo suficientemente animado para invitarla, así que algo decaída, se refugio a un par de centímetros de Yareth, para que no pareciera que estaban hablando de forma tan...

Amistosa.

—...me hubiera gustado invitarla a bailar—le dijo él, en un susurro casi imperceptible que se ocultaba muy pode debajo de las guitarras y las risas.
—¿Sabes hacerlo?—quiso saber ella, pues aunque fuera muy bueno con la espada, la danza era algo distinto, y en definitiva probablemente Yareth no había recibido la educación suficiente para saber como difigir a una dama en ese tipo de fiestas.
—Creo tener dos pies izquierdos para este tipo de cosas—comentó—Pero podría aprender...si a usted le parece bien, tal vez, en otro momento...—Yareth enfocó sus ojos en ella, aún sin moverse y ella lo imito.

¿Eso era una invitación?

Trago saliva, antes de responder.

—Claro, tal vez, en otra ocasión sea más...oportuno—ambos se sonrieron. Pues sabían lo que significaba ese tipo de conversaciones aparentemente fugaces. Habían aprendido a leer entre líneas para comunicar sus verdaderos deseos a través de promesas a medias. Además de ser protector y protegida, eran cómplices para las travesuras menos aceptables entre la alta nobleza.

La canción llegó a su final y todos los invitados aplaudieron, tanto para los músicos como para los bailarines que habían cerrado esa primera ronda. Wilhelm inclinó la cabeza en señal de respeto hacía la princesa María antes de acompañarla hasta su sitio predilecto en una elegante silla decorada con flores que hacía al frente de ese hermoso salón, después de eso, tomó asiento en su propio trono improvisado y se dedicó a pedir vino y beber lo junto al rey una buena parte de la noche mientras los invitados hacían de las suyas, danzando en círculos una y otra vez hasta que las suelas de los zapatos les lastimasen y los músculos de sus piernas se sintieran adoloridos.
Los padres de Hasen permanecieron cerca de la mesa de postres y panes, bebiendo chocolate caliente en tazas de barro y hablando con los demás grandes señores de Xentla, Hernan y Cesar se dedicaron a honrar a la pista en compañía de sus esposas, sin detenerse para descansar en ningún momento, parecían euforicos y comenzaban a sudar debido al esfuerzo físico, pero al parecer eso poco les importaba.

Hasen a veces bebía uno o dos sorbos de su taza de chocolate, ignorando por completo las bebidas embriagadoras y las tartaletas con frutas exóticas mientras permanecía junto a sus padres, con Yareth cuidándola. Todo parecía un poco aburrido para ese momento y esperaba poder ir a dormir pronto.

Hasta que dejó de ser aburrido, al menos para ella.

Alcanzó a mirar los tronos de sus respectivas majestades y se encontró con la completa ausencia del rey de Xentla, pensó que tal vez se había cansado y terminó desapareciendo de su propia fiesta, aunque hubiese digo grosero dejar a su majestad imperial Wilhelm abandonado de tal forma.
O eso pensó, hasta que de alguna forma se materializo frente a ella. Con su gran barriga y barba grisacea demasiado cerca de ella. Jamás lo había visto tan de cerca y debía admitir que no estaba deseosa por ello, pero cuando el hombre le extendió una mano con la palma abierta, supo que en definitiva no iba a ser una buena noche, ni un buen primer baile.

—Quiero que seas mi pareja de baile en esta pieza—y sin dejarla opinar, ni refutar al respecto, la arrastró hasta llegar al centro de la pista.

Hasen solo pudo mirar a Yareth de reojo, quien se había quedado igual o más sorprendido que ella misma, junto a sus padres, ellos miraban la escena con algo de miedo y aunque Hasen no quería ni soñaba tener que bailar con el rey, támpoco es que creyera oportuno asustarse a tal grado. ¿O si?
Sin mucho que hacer, tuvo que aceptar su destino, aunque se tranquilizó repitiendose así misma que al final de todo, por muy feo que el hombre fuese, seguía siendo el rey, y para serlo debía ser primero que nada, un buen hombre, quizás gentil, fue educado en la más alta clase, en la realeza, así que debía ser todo un caballero y la trataría bien mientras estuviesen bailando. Támpoco debía sentirse especial, quizás debía cumplir un mínimo de interacciones con sus subditos y en su desesperación, solo la encontró a ella, a la solitaria chica que no había bailado ni una sola vez en toda la noche y decidió que sería un gesto amable sacarla un poco de su aburrimiento.

Cuando la música comenzó a sonar, la tomo firmemente de le cintura, tal vez demasiado fuerte, apretó la mano frágil de Hasen y de manera tosca comenzó a dirigir aquel baile que parecía un poco desesperado y poco gracil en comparación a los demás bailarines. Aún así, Hasen no dijo nada y se limitó a sonreírle, intentando crear una atmósfera agradable para ambos, aunque su majestad no le despegaba la mirada de encima, ni a su rostro, ni al escote de su vestido, ni siquiera esforzaba en disimularlo un poco.
Algo que se le antojo bastante desagradable por no decir vulgar.

—Dime tu nombre—le ordenó, casi con urgencia.

—Me temo que no hemos sido presentados adecuadamente, majestad—trato de sonar tranquila, pero en realidad estaba comenzando a sentirse demasiado incomoda—Soy Hasen Valtrot, mi padre me ha hablado mucho sobre usted y su reinado—y no precisamente cosas buenas, o de las cuales pudiera sentirse orgulloso, pero aún así debía ser cordial y quizás intentar agradarle un poco.—Esta celebración es muy bella, los adornos son...

—¿Te han dicho que eres mucho más hermosa que tu hermana mayor?—ese comentario apago toda índole de querer agradarle y transformó su rostro en una obvia expresión de confusión que trato de disimular.

—Es el primero que me menciona algo así, majestad—solo quería que la música se detuviera, que un flautista se equivocara, o que a un sirviente se le cayera la charola entera con comida. Lo que fuera para crear una distracción convincente, pero su corazón y su cuerpo entero le pedían que se fuera de ahí, y lo estaban pidiendo a gritos.

—No pretendo ofender a su hermana, que Dios la tenga en su santa gloria—la hizo girar antes de sostenerle la cintura con más firmeza—Era una mujer hermosa, mucho más que mi propia hija, debo admitir, pero no tiene comparación con la exquisitez que es usted—una sensación ácida comenzó a recorrerle el estómago. Pretendió tropezar, pero el hombre la sustuvo fuerte entre sus brazos anchos y poco firmes—Dime, ¿cuántos años tienes?

—Cumplí los quince recientemente—algo en la mirada del hombre pareció brillar de la emoción ante tal verdad.

Él podría ser fácilmente su padre, o su abuelo, alguno de ambos, ¿qué pretendía con toda eso?

—Veo que le agrada la capital, me gustaría ofrecerle su estancia permanente—eso era mentira, no le agradaba la capital, le parecía triste y ajetreada. Prefería mil veces la neblina y los bosques húmedos de su ciudad natal y si por ella fuese, jamás volvería a poner un pie en el castillo, mucho menos después de lo que estaba sucediendo.

—Lamentablemente mi familia no puede ausentarse tanto de nuestras tierras, pues...

—Solo se lo estoy ofreciendo a usted, señorita Valtrot, no me serviría de nada que los herederos de su padre se quedasen aquí, no es su compañía lo que pido—Hasen se alejo un poco, aún sostenida de una de sus manos por el monarca, pues el paso de baile así lo marcaba—Es la de usted, la que deseo tener a mi lado, ya es toda una mujer y una muy hermosa—de pronto sintió el aliento cálido y desagradable sobre sus mejillas—No me gustaría que su...virtud quedase oculta entre las montañas, cuando podría quedarse aquí, en el palacio...—en un movimiento brusco se alejo de él. Con al respiración agitada y las mejillas rojas a causa del enojo.

¿Pero qué tipo de propuesta era esa?

Negó con la cabeza antes de hablar.

—Me temo que ha sido mal informado de mis objetivos al venir aquí, no busco un lugar en la corte, ni en ninguna parte del castillo—a pesar de haberse quedado de pie, casi inmóviles, nadie pareció notarlo debido a las muchas parejas que se movían alrededor de ellos—Soy una dama, mi rey y no creo ser merecedora de la propuesta ni del trato que acaba de darme, cualquier caballero se hubiese acercado para tratar el asunto personalmente con mi padre.

—Pero soy el rey, no un caballero—aquella respuesta la dejó fría y por un momento considero quedarse callada, pero no lo hizo.

Jamás lo hacía, ni con los comentarios burlones de sus hermanos ni las reprimendas de su institutriz cada vez que hacía algo mal. No lo haría ahora.

—Y yo sigo siendo una dama. Con su permiso, majestad—doblo un poco ambas rodillas antes de agachar la cabeza y sin mirarlo de nuevo, camino entre las parejas que se movían de allá para acá, mientras buscaba a sus padres, o a Yareth.

Quería salir de ahí.
No podían quedarse mucho tiempo, porque con la mirada de su rey clavada en su espalda como un montón de afiliadas espadas, supo que tal vez había hecho algo muy malo.

Después de todo, no había dama en el reino que hubiera rechazado al rey en persona.

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