Deseos que cuestan la vida

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Había sido un buen día pero ya habíamos abusado bastante de la bodega de Golab. Tenía muchas ganas de estar a solas con Roman, quizás porque me sentía feliz así que acosté pronto a Irina.

Mi hija se encontraba frente al pequeño tocador de su habitación, contemplando cómo resplandecía entre las hebras rojas de su precioso pelo la corona de juguete que Roman le había comprado. Los zafiros no podían ser más falsos pero emitían una luz irisada que la envolvían con un halo encantador. El rostro de Irina no denotaba mucho entusiasmo.

―Es ridícula –masculló.

Me acerqué a ella por detrás y besé su mejilla. Eso no dulcificó su expresión.

―Cuando se hace un regalo con el corazón, lo que importa es la intención.

―Os burláis de mi ambición.

―Nadie se burla de ti, hija mía.

―Abaddon lo hace cada día que tenemos que pasar ocultos soportando la forma en que nos miran esos humanos…

Así que a ella tampoco le había pasado desapercibido el temor en los ojos de Svetlana.

―¿Te trató bien tu tía?

―De la misma manera en que tratarías a un miembro del gobierno que de pronto llama a la puerta de tu casa.

―Si fueras más amable con ella…

―¡Soy todo lo amable que puedo ser!

―Hija mía, la amabilidad no es tu punto fuerte.

Comencé a peinar sus cabellos con un cepillo. No pude evitar recordar que la primera vez que vi a Roman pensé que si tenía una hija, quería que tuviese su mismo pelo.

―¿Prefieres que me comporte como esas niñas tontas y cursis?

―Quiero que seas simplemente Irina―volví a besarla―. Irina Romanóvna Zaitséva, ésa eres tú y estoy muy orgullosa de ti.

Irina sacudió la cabeza.

―Puedo sentir los deseos de la gente, madre. Sergey desea marcharse a ese viaje para aprender a desarrollar sus poderes, el tío Golab simplemente quiere que su familia sea feliz, tú deseas estar a solas con papá… –ante mi gesto sorprendido ella solo me lanzó una mirada de suficiencia a través del espejo―. Urian desea fama y reconocimiento…

―¿Urian?

―Bueno, con él está menos claro que con el resto. Es como si…―titubeó―tuviera una especie de barrera aislante, pero cuando dijo lo de que era más poderoso que los demás, aunque estaba bromeando…―dejó inconcluso.

Eso no tenía por qué significar nada. Urian no era de ese tipo de ángel que me utilizaría por acercarse a Raziel, siempre aceptó su posición sin rechistar y obedeció a su líder en todo sin poner objeción alguna. De hecho, solía ser él el que se ofrecía para las tareas más desagradables sabiendo el recelo de los demás. Urian era capaz de cualquier cosa pero era su odio hacia Abaddon lo que le movía…

―¿Te molesta que tu primo tenga tantas ganas de irse? –pregunté finalmente.

―Claro que sí, y me molesta también que la tía desee mi purificación con desesperación cada vez que me ve.

Irina se volvió, buscando apoyo en mí. De pronto el cepillo en mi mano se sentía muy pesado por lo que lo dejé de nuevo en su sitio.

―Es normal que la tía tenga recelos de los nephilim.

―¿Normal? ¿Sabe entonces lo miserable e inferior que es su raza?

―Tu odio hacia los humanos es injusto, Irina.

―¿Ella puede odiar a los nephilim pero es injusto que yo odie a los humanos?

Definitivamente el tener una hija tan espabilada resultaba problemático.

―El mes pasado un daimon y su compañera extraordinaria causaron problemas y hubo víctimas. Los extraordinarios son una raza que posee una autoregeneración asombrosa, la única forma de matarlos es cortándoles la cabeza e inmediatamente después quemarla. Golab se la cortó a esa extraordinaria delante de tu tía y más civiles, no le quedó más remedio, pero al estar luchando a la vez contra el daimon no le dio tiempo a quemarle la cabeza y se regeneró antes y asesinó a su amiga de la infancia. Sveta contempló todo eso. Hay humanos buenos y humanos malos; nephilims buenos y nehilims malos, ángeles buenos y…no tanto. Los únicos que siempre son caóticos y malvados son los demonios, ¿entiendes?

―¿Y cómo es posible que nadie hable de lo sucedido? –preguntó más interesada por la batalla que hubo que por la enseñanza moral que estaba intentando transmitirla.

―Tuvimos que borrarles la memoria después a todos. Golab le iba a borrar la memoria también a su esposa pero ella le pidió que no lo hiciera. Es normal que tenga miedo de lo sobrenatural, pero tú la convencerás de que no tiene que temerte. ¿De acuerdo?

Irina no parecía del todo convencida pero no insistió. La dejé soñando con cosas inocentes y felices, incluso ella una vez tuvo sueños propios de una niña normal antes de sumirse en la tela de araña en que se convirtió su vida. Yo esa noche hice el amor intensamente con Roman. Los días que vinieron después los calificaría como aquella dulce e ingenua calma que precede a la tempestad.

Llegó la primavera, los gélidos vientos se marcharon y el hielo de las montañas y  lagos comenzó a derretirse. Cuando Irina abrazó por última vez a Sergey antes de que marchara se mantuvo firme, transmitiéndole a través de su tacto todo lo que no sabía expresarle con palabras, pero en cuanto volvimos a estar a solas, no lo pudo soportar más y se deshizo en lágrimas. Estaba muy hermosa con el rostro brillante y afligido por la pérdida de su único amigo. Las únicas veces que la he visto llorar han sido siempre por lo mucho que echaba de menos a su primo y siempre, aunque ahora fuese una mujer hecha y derecha, me acababa haciendo recordar este momento, la niña que una vez fue y que en el fondo quería creer que todavía existía en su interior.

―Ya verás como el tiempo pasa más rápido de lo que crees y antes de lo que te imaginas ya habrán regresado –traté de consolarla―. ¿Te gusta el ballet?

―¿Ballet?

―Me gustaría que fueras una bailarina excepcional. Todavía estás en la edad de ser admitida en alguna escuela prestigiosa.

A Irina le vendría bien algo así. Estaría distraída hartándose de música clásica y conociendo otras chicas de su edad y al mismo tiempo estaría lejos de Svetlana. Si yo hubiese podido escoger una profesión normal, habría escogido bailarina, pero eso era imposible para la lugarteniente de Raziel, llamaría demasiado la atención, sin embargo mi hija podía llevarse toda la gloria. La dejé tiempo para que se lo pensara, todavía tenía que encontrar una forma de quitarla esos tatuajes.

Roman volvió a tomar por costumbre el llegar de madrugada a casa y siempre me decía lo mismo: “Todo se arreglará, por favor confía en mí”. Sus ojos vidriosos y su desesperación me confundían. Sinceramente, no sabía qué hacer con él. Necesitaba ayuda pero no quería contarme qué le sucedía y eso me enfadaba muchísimo, pero por el contrario, cuanto más me enfadaba con él más me evadía después. Svetlana no decía nada, se limitaba a ulular por la casa como un fantasma silencioso. Evitaba a Irina y cuando me hablaba a mí no se atrevía a mirarme a los ojos. Golab adoraba a esa mujer por lo que no hice nada al respecto. Me centré más en mi hija. Jugaba con ella entre las flores y aprendí a hacer muchos tipos de tartas. Aproveché para enseñarla a hablar en enoquiano y a bloquear su mente a los demás, de esa forma ningún ángel ni ningún ser podría leerle los pensamientos. Un día decidí retirarme a meditar y entrenar yo sola, hacía mucho tiempo que no lo hacía y había oído que La Inquisición estaba intentando extenderse hasta el este por lo que prefería encontrarme en forma. En cuanto regresé, supe de inmediato que algo iba tremendamente mal.

La televisión estaba encendida y mostraba uno de esos programas aburridos que Svetlana veía pero ella no estaba en la sala de estar. El abrigo de Roman estaba arrojado sobre una silla por lo que supe que él había regresado a casa demasiado temprano. El grito desgarrador de Svetlana me hizo acudir a toda velocidad al dormitorio de Irina, de donde procedía el grito. Junto a la puerta estaba Svetlana con el rostro desencajado, las manos contraídas tratando de ocultar su pavor y la piel más pálida que la cera. Gimoteaba cosas si sentido incapaz de despegar su vista de lo que tenía delante. Irina temblaba también aunque su rostro estaba más inexpresivo, como si la hubieran despejado de toda emoción y tratase de expresar aun así lo grotesco que le parecía el mundo. Sus ojos brillaban encendidos por una luz sobrenatural azul al igual que los tatuajes de su cuerpo que se habían extendido cubriendo toda la piel. Un halo de humo con olor a incienso la envolvía. El cuerpo de Roman yacía en el suelo, inerte y frío, como un maniquí. No necesité ver en el suelo la estaca de plata bañada en sangre para comprender lo que había sucedido.

―Vete al salón –le ordené a Svetlana.

La humana tardó en poder moverse pero finalmente se marchó corriendo quizás a buscar su rosario, no le presté atención. Me acerqué a mi hija y la rodeé con mi cuerpo para reconfortarla.

―Lo siento, Irina. Todo ha sido culpa mía.

No podía dejar de acariciarla el pelo. La magia de Irina ya se había apagado y volvía  a parecer una niña normal. Pero no lo era.

―¿Todos los humanos son así? –preguntó.

―Eres un djinn. De ahora en adelante tendrás que tener sumo cuidado pues habrá más que intentarán utilizarte. No solo los humanos, el poder nos afecta a todos.

―Le advertí. De verdad que lo hice pero no me escuchó. Me amenazó y me obligó a hacerlo.

―Lo sé, lo sé.

En esos momentos me odié a mí misma por haber permitido algo así. Tenía que haberlo previsto pero en lugar de eso preferí ser optimista y dejarme llevar por la ilusión. Le habíamos advertido a Roman pero insistió hasta el punto de amenazar a su propia hija. Estaba furiosa conmigo misma pero eso no solucionaría nada.

―¿Qué deseo pidió? –le pregunté. <<El deseo que le costó la vida>>

Irina dudó antes de responder.

―Mucho dinero… ―algo me decía que no había sido eso pero no insistí, el dolor me quemaba el pecho y no conseguía pensar con la claridad suficiente.

Si le contaba a Golab lo sucedido, serían capaces de anular el viaje por lo que decidí seguir adelante y hacerme cargo de la situación yo sola. Encontré a Svetlana encogida en una esquina, temblando de miedo y salmodiando oraciones en latín a diestro y siniestro mientras sus manos temblorosas se aferraban con desesperación a un pequeño rosario con perlas engastadas. Tuve que detenerla, si seguía así podía invocar la presencia de algún ángel de Abaddon, y la dormí en un profundo sueño. Modifiqué su mente y le hice creer que Roman había sido asesinado de camino a casa; con todo, un miedo irracional se apoderaba de ella cada vez que veía a mi hija. Irina no podía seguir aquí por lo que finalmente decidí ingresarla en la escuela de ballet más prestigiosa de todo Moscú. Me costaba separarme de ella pero era lo mejor. El problema, el asunto de los tatuajes.

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Hasta aquí por hoy^^ Espero que os esté gustando, gracias a todos quienes me leéis y votais por la historia. Éste también te lo dedico a ti CC que fuiste la que me recodaste que debía actualizar xD y además me animaste mucho respecto a la historia <3

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