Golab

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Un nuevo trozo más de este relato^^ La de lafoto es Irina. Espero que os guste^^

―Que no se os olvide echar unas gotas de la medicina que os he dado en un vaso de leche antes de dormir durante diez días –les decía a sus pacientes con su voz de barítono―. A los tres días seguro que ya está bien pero es mejor evitar recaídas.

―Muchísimas gracias, señor Zaitsev. Que Dios le bendiga –repetía la mujer una y otra vez con los ojos anegados en lágrimas de felicidad.

Golab les condujo educadamente hasta la puerta y se despidió de ellos.

―El taxi que os he pedido no tardará en llegar –les aseguró.

―¿Qué tal ha ido, cariño? –preguntó Svetlana desde el otro lado de la cocina. Su tono de voz llevaba implícita cierta tensión.

―Bastante bien, ese niño se recuperará.

―¿Y el taxi también se lo has pagado tú?

La menuda figura de Svetlana apareció a través de la puerta. Llevaba las manos envueltas en un paño de cocina y los finos labios muy fruncidos.

―¿Cómo demonios iban a regresar a Moscú sino? Se congelarían por el camino –le replicó a su mujer. Su rostro se iluminó al verme―. ¡Duma! ¡Cuñado! No sabía que estabais aquí.  

―Con que señor Zaitsev, ¿eh? –dijo Urian sin levantarse del sofá.

Golab no necesitó verlo de frente para reconocerlo.

―¡Pero si es el infame Urian! ¿Qué se te ha perdido por Rusia, viejo amigo?

―Estoy buscando a una mujer tan hermosa como ruda y a su infalible compañero, un tipo serio en imponente pero que en el fondo es un idiota y un buenazo. ¿Te suenan de algo?

Golab adoptó un gesto pensativo.

―Quizás, quizás. ¿Qué porquería estás fumando? –dijo señalando con la vista el cigarrillo. Golab comenzó a rebuscar en uno de los armarios y extrajo una pequeña caja rectangular bañada en pan de oro. La destapó y nos ofreció a Urian y a mí su contenido―. Probad estos puros, ya veréis.

Urian y yo accedimos y él cogió otro para sí mismo. También le ofreció a Roman pero lo rechazó amablemente pues él no fumaba. A su mujer ni se molestó pues sabía muy bien que ella lo consideraba “muy poco femenino”. Con Golab presente no necesitábamos de encendedores.

―¿Qué le estás haciendo a tu prima, Sergey? –le preguntó a su hijo de forma autoritaria. Sergey, al escuchar la voz de su padre, se enderezó.

―Ella empezó…

Los ojos de Golab se dulcificaron.

―A las chicas guapas e inteligentes hay que tratarlas bien, no lo olvides.

Sergey arrugó el ceño, como si acabara de recaer en que Irina era una mujer.

―No la he tratado mal, solo me estaba defendiendo de esa loca… ―masculló en voz baja. Con todo, Irina le escuchó.

―Ya lamentarás el subestimarme...

―Aunque no lo parezca, son como uña y carne –le dije a Urian.

―Son entrañables –respondió Urian con cierto cinismo―. En el futuro resultarán un verdadero dolor para la Inquisición…

En ese momento llegó Svetlana con una bandeja que colocó en el centro de la mesa en torno a la cual estaban colocados los dos sofás y el sillón. En la bandeja había tres botellas: dos de vodka de la mejor calidad y una de kvas, siete vasitos de cristal y varios cuencos con caviar negro y varios tipos de ensaladas (de arenque y anchoas, de repollo fermentado, de mayonesa y patatas…).

―Sergey dice que quiere ser médico como su padre –comentó Svetlana al oírnos hablar de los críos―. Sólo espero que él no sea tan idiota y no les regale también a sus pacientes las medicinas.

 Golab la hizo sentarse sobre sus piernas y la besó en la mejilla.

―Irina dice sin embargo que quiere ser la Reina del mundo entero –añadí con una tenue sonrisa. Roman también sonrió. Los demás rieron por las ocurrencias de nuestra hija.

―Quién no quiere ser eso―musitó Urian recostándose más sobre el sillón.

Todos nos sentamos alrededor de la comida. Roman se colocó junto a mí. Al principio pensé que su presencia me incomodaría pero lo cierto es que se comportó más como el hombre de cuando le conocí que como el neandertal de la noche anterior.

Hasta que no estuvimos todos sentados nuestra anfitriona no comenzó a llenar los vasos. A los mayores sirvió vodka, ella prefería de hecho el vino dulce pero sabía que yo preferiría vodka así que por no abrir una botella para ella sola se aguantó. A los niños les sirvió kvas, una popular bebida sin alcohol hecha de harina de centeno, malta y manzanas. Sergey protestó.

―En serio que no tenéis que tratarme como un niño ya, además ésta es una ocasión especial.

―Si Seriózha va a tomar vodka yo también –alegó Irina.

Svetlana buscó a su marido y me miró a mí para que nos impusiéramos. La verdad es que no tenía ni idea sobre la edad a la que dejaban beber normalmente a las niñas rusas. Lo que sí sabía es que el alcohol tenía significados diferentes que iban relacionados más bien con el honor y la hombría e Irina era una niña muy espabilada para su edad pero tampoco quería malcriarla.

―Ella también debería beber –defendió Sergey a su prima―.Tía, yo soy hombre y a su edad ya me dejaban beber en ocasiones especiales. ¡Sí a la igualdad!

Era típico de mi sobrino que saliera con algún comentario así. Sonreí. Golab miró a su hijo de forma seria. Sergey respetaba y admiraba a su padre por encima de todas las cosas.

―Sólo por los tres primeros brindis –cedió.

―¡Gracias papá!

―Gracias, tío. Lo tendré en cuenta cuando sea reina.

―¡Qué gran honor! –se tomó con humor Golab.

Urian se precipitó sobre una de las empanadillas rellenas.

―Primero se bebe, luego se come –le explicó Golab, sin embargo Urian hizo caso omiso y probó igualmente la comida―. Lo mejor son los postres, ya verás si sobrevives.

―Llevo siete siglos saliendo de juerga con vosotros, esto no es nada –declaró después de tragar.

De nuevo todos rompimos a reír. Antes de beber había que brindar. A los rusos les encantaba brindar. El primer brindis solía hacerse por el evento que se celebraba, después por los padres y los números impares se reservaban para el amor, las mujeres y esas cosas. Beberte los tres primeros brindis era obligatorio sino querías ofender a nadie.

―Por la verdadera amistad –proclamó Golab alzando su vasito.

Todos asentimos y nos llevamos nuestros vasos a los labios. El vodka estaba bien frío pero al tragarlo me dejó un calor reconfortante en el estómago. Svetlana e Irina pusieron unas muecas muy graciosas. A Svetlana no le importaba que notáramos su desagrado pero mi hija sí que se estaba esforzando por mostrarse imperturbable. Ese pequeño gesto me hizo sentir una gran ternura. De todas formas nadie la dijo nada para no herir su orgullo.

―Es hermosa, ¿verdad? –le preguntó Golab a Urian refiriéndose a su mujer.

―Tienes una esposa demasiado buena para ti –bromeó el segundo.

―Golab me salvó la vida. Es el mejor médico del mundo –defendió a su marido.

―Urian tiene razón. Gracias a Dios que te conocí.

Todos los caídos conocíamos la ironía que implicaba agradecerle a Dios algo.

Las agujas del reloj transcurrieron casi sin darnos cuenta. No recordaba haberme reído tanto en los últimos tiempos. El aire se había impregnado del humo del tabaco de calidad y de  nuestras risas. Las botellas y la comida habían desaparecido casi por arte de magia. Sin darme cuenta, Roman había entrelazado los dedos de su mano a los míos y yo no le había apartado. De hecho siguió portándose muy bien lo cual me desconcertaba porque Urian de vez en cuando me lanzaba una mirada de refilón, haciéndome recordar el beso voraz de la noche anterior. Tenía muy claro que no quería nada con él. Anoche me sentía algo despechada cuando me atreví a probar su sabor, pero no se volvería a repetir jamás. ¿Qué pensaría Raziel de esto si se enteraba? Afortunadamente la risa de mis compañeros me sacaba de estas cavilaciones. El aspecto de Golab era imponente pero cuando sonreía se convertía en el hombre más guapo del mundo, quizás incluso más que Raziel, y su risa contagiaba hasta a Urian que era en apariencia el más serio de los tres.

Decidí ofrecerme para ir a la cocina a recargar la bandeja, necesitaba despejarme un poco del cargado ambiente. Roman me había seguido. Nos encontrábamos solos en la pequeña cocina mientras que nos llegaban las risas de los demás procedentes del salón.

―Duma… ―comenzó a hablar. Le miré con reprobación―. Anoche estuve reflexionando y soy consciente de todo el daño que te he hecho. Sé que soy un miserable…pero junto a ti me siento dichoso.

Me rodeó la cintura con una mano y no fui capaz de apartarle. Ya se me había disculpado demasiadas veces y después nada cambiaba. ¿Por qué iba a creerle esta vez?

―Empiezo a cansarme de tus excusas…

―¡No son excusas! Quizás para ti es muy fácil juzgar a los demás pero trata de comprenderme un momento. ―Sus ojos verdes buscaron sumergirse en los míos. Como no le interrumpí, se animó a proseguir―. Mi verdadera pasión es dibujar y lo sabes, pero por culpa del régimen que había no podía expresar lo que realmente quería y los otros dibujos que hacía ya sabes que no tuvieron demasiado éxito así que tuve que dejar de lado lo que de verdad me apasionaba para poder mantener a mi familia. Trabajo demasiadas horas en una maldita empresa que apenas me paga una miseria mientras tú te encargas de cuidar de Irina.

―¡Hago mucho más que eso! Si los inquisidores nos encuentran…

Roman me atrajo más contra él.

―Aunque no lo parezca soy consciente de la clase de mujer de la que me he enamorado. Eres una mujer fuerte y apasionada. Aquí solo te aletargas y sé que un día aparecerá ese Raziel tuyo y te apartará de mi lado. Te llevará al campo de batalla y a Golab también.

―Raziel no hará eso. Él me dejará vivir una vida normal.

―Aunque eso no suceda, algún día aparecerán inquisidores, o un grupo de demonios o descubrirán la verdad. Eres un sueño maravilloso pero algún día se acabará.

―Si pusieras más de tu parte todo iría mucho mejor –repliqué.

―Una parte de mi vida está rota y llevo mucho tiempo intentándola arreglar sin éxito. Hasta que no la consiga arreglar seguiré funcionando mal, pero por favor, confía en mí. –Atrapó mi rostro con sus manos haciendo gala de su ternura innata y nuestras frentes se juntaron―. Te prometo que todo se solucionará.

Roman parecía a punto de echarse a llorar, sus ojos estaban vidriosos y sus manos temblaban. La mayoría de mujeres buscan un hombre fuerte que las proteja. Yo no necesitaba de eso, ya me tenía a mí misma. Lo que me gustaba de Roman es que era un chico tierno que sabía amarme cuando necesitaba de su calor. Acerqué mis labios a los suyos y le besé. Fue un beso tierno y cálido, lleno de esperanza. Cuando nos separamos, ambos sonreímos genuinamente. No nos demoramos mucho más en regresar junto a los demás.

Irina y Sergey se habían puesto a jugar al ajedrez en una mesita un poco más alejada del resto. Urian cada vez estaba más recostado en el sillón y Svetlana permanecía tan tímida como siempre. Golab parecía estar disfrutando de algo que había contado su amigo.

―Sigues teniendo ese acento irlandés –le dijo Golab a Urian.

―Anda que tú empiezas a hablar como esas teleoperadoras eróticas –contratacó.

―¿Y tú cómo diantres sabes la forma en que hablan las teleoperadoras eróticas? –dije apoyando la bandeja en la mesa.

―¡Ah! Buena pregunta –tonteó. Svetlana había comenzado a rellenar de nuevo los vasos―. ¿Por qué os fuisteis a un país como Rusia? ¿No podíais haber elegido una isla del Caribe?

―Pero si a ti no te gusta la playa―aventuré.

La mirada de Urian se intensificó.

―Pero habría merecido la pena haberte visto en bañador.

Roman arrugó la frente, no le había gustado nada ese comentario. Golab le lanzó a su amigo una mirada incriminadora pero éste la ignoró como si nada y yo tampoco me mostré afectada en absoluto, en realidad ya estaba acostumbrada a esta clase de comentarios como para tomármelos en serio.

―Los abrigos de piel también son muy sexys –intervino Golab para relajar el ambiente.

―El comunismo es muy aburrido. Os habéis perdido los 60 y los 70. Habría sido divertido veros con el pelo afro.

―¿Tú has llevado el pelo afro? –inquirí muy sorprendida tratando de imaginarme a Urian con semejante estilo.

―No, yo no –rió―. Pero los pantalones ajustados y de campana te habrían sentado horteramente bien.

―Y con el ombligo al aire –añadió Golab.

―Claro. Asumid que a mí todo me sienta estupendamente bien.

―Sobretodo el traje de vikinga –se rió Golab.

―¿Vivisteis en la época de los vikingos? –preguntó Svetlana, sorprendida.

―Tu marido y yo sí, pero Urian no se nos unió hasta la Baja Edad Media.

Verið heilir! –exclamó Golab poniendo voz grave y enérgica

Le tocaba brindar esta vez a Urian. Ya no sabíamos ni por qué brindar y reíamos proponiendo tonterías.

―Por la Reina Irina, futura soberana de los nephilim –propuso.

Al oír su nombre, Irina salió de su estado de concentración. Parecía encantada de que al fin alguien se tomara en serio sus proclamaciones. Sergey rio, divertido. Todos bebimos ese día por la gran reina Irina, futura soberana de los nephilim. Me pregunto si Urian lo dijo a propósito o si era ajeno a que probablemente de aquí Irina tomó la idea para sus planes venideros. Sergey movió su ficha e Irina volvió a sumirse en la partida.

―Parecen muy concentrados –comentó Svetlana.

A mí no me apasionaba el ajedrez, prefería el campo de batalla a un juego de mesa, pero esto era Rusia y aunque Roman era un pésimo jugador, hasta yo sabía cómo se jugaba. Golab sí que le había enseñado a su hijo estrategias para dirigir ejércitos.

―No quiere dejarse ganar por Irina. No se le da mal, sé que sería un gran General –comentó Golab lleno de orgullo―. Tu hija sin embargo abusa demasiado de gambitos.

Un gambito es el típico movimiento en que se sacrifica una ficha, generalmente un peón, para crear una apertura.

―¿Acaso el ajedrez no se trata de eso? Sacrificar fichas estratégicamente –la defendí.

―Hija, tienes el alfil blanco a tiro. Solo tienes que mover el caballo –la animó Roman.

―Papá, no tienes ni idea de jugar al ajedrez―espetó sin apartar la vista del tablero.

―Hazle caso a tu padre, ya verás –insistió.

―Pero quiero comerle el rey con mi reina. La reina es la mejor ficha de todas.

―Si no eliminas ahora que puedes al alfil te vas a arrepentir después.

Irina, resignada, decidió hacerle caso y con su caballo de obsidiana negro derribó al alfil blanco de Sergey. Éste se desanimó por unos segundos pero después una sonrisa brilló en su rostro. Movió una de las dos torres y se comió a la reina negra que había quedado desprotegida al mover el caballo.

―¡Ah prima! Una reina necesita de su caballero, ¿cómo se te ocurre separarlos? –se vanaglorió, aliviado de no perder contra una niña más joven que él.

Irina estaba muy crispada, nunca había tolerado muy bien el perder.

―¡Todo ha ido por tu culpa, humano idiota! –gritó temblando de ira para instantes después desparramar todas las fichas por el tablero y marcharse corriendo hacia el jardín.

Se formó un tenso silencio en el que nadie se atrevió a cometer ningún ruido. Decidí salir tras ella a arreglar la situación, había heredado sin duda mi temperamento. La encontré acuclillada en el porche, con la mirada gacha sumida en sus propias cavilaciones. Irina a veces parecía una niña muy…distante, como si su mente trabajara en niveles distintos a los demás.

―Te has pasado, ¿no crees? –la reprendí sin levantar el tono de voz―. Además ni siquiera perdiste la partida, sólo una ficha.

Por un momento pensé que fingiría no haberme escuchado, pero al final me respondió sin mirarme.

―Sin la reina ya no es divertido seguir jugando. El rey es un inútil… ¡y las demás fichas también! Sólo sirven para sacrificarlas.

―La reina también es una ficha. Son herramientas tuyas para ganar un juego.

―¿Entonces si algún día consigo convertirme en Reina seguiré siendo una ficha más? –preguntó levantando la cabeza un poco.

Suspiré y me senté junto a ella, pasando un brazo por encima y atrayéndola contra mí.

―Las personas no somos fichas…y la vida tampoco es un juego―comenté acariciándola el pelo.

―No es cierto…los poderosos hacen con el resto del mundo lo que les da la gana. Los humanos no tienen mucho más cerebro que un peón –espetó amargamente.

No me había pasado desadvertida su costumbre de clasificar a la gente según su raza. A Golab y a mí nos respetaba porque éramos ángeles; a Sergey lo consideraba su igual; pero el resto…para ella eran simplemente humanos. ¿Y qué la iba a decir yo al respecto? “Hija, aunque no lo parezca, los humanos han sido siempre los favoritos de Dios así que tienes que protegerlos por encima de todas las cosas”. Eso sólo empeoraría la situación porque ante la injusticia que sufrían los nephilim, sólo se crearía más rencor en su corazón.

―Eso te pasa por seguir el consejo de alguien cuando tú estabas segura de lo que hacías. Es tu culpa por haberle hecho caso y de nadie más.

<<La intención de tu padre era buena pero de intenciones no se vive, ¿verdad?>>

Cuando regresamos al salón nadie parecía recordar la partida de ajedrez e Irina ya se había calmado aunque continuaba desanimada. Sergey fue bueno y en vez de molestarla por su inmadura reacción se acercó a ella con el fin de animarla. Svetlana se estaba poniendo el abrigo.

―¿Vas a salir?―pregunté.

―Voy a llegar tarde a la reunión.

―¿Qué reunión?

―La que hacemos todas las tardes en la parroquia. Leemos la palabra de Dios y rezamos por el resurgir del país –explicó como si fuera lo más obvio del mundo.

No podía dar crédito a que mi cuñada creyera en todas esas estupideces y que Golab la dejara ir. Todo lo que tuviese que ver con la religión dejaba siempre muy mal parados a los nephilim, Abaddon no se cansaba de inventar pasajes bíblicos.

―Será mejor que la acompañe –se ofreció Roman―. Está a punto de oscurecer y es peligroso que vaya sola, además así os dejamos que habléis a solas de vuestros asuntos…privados.

Asentí con la cabeza, qué remedio. El aire fresco le sentaría bien para despejarse la mente.

―Irina, despídete de tu padre y de tu tía –le ordené.

Irina puso cara de mártir, como si lo que la acababa de ordenar le supusiera un sobresfuerzo. Se giró lentamente hacia los dos humanos tratando de encontrar las palabras, pero no lo consiguió.

―Te compraré alguna muñeca. En la ciudad hay mejores jugueterías que aquí –trató Roman de disculparse con su hija.

―Si pasaras más tiempo en casa sabrías que yo nunca he jugado con muñecas…

―Oh –exclamó, incómodo―. Pues algún vestido, ya verás.

Svetlana intentaba evitar la mirada de la niña, su lenguaje corporal denotaba nerviosismo.

―Cuidaré de Sergey –fue la única forma de despedirse que Irina encontró.

―Gracias por cuidar de mí, querida prima, pero si no lo has notado yo soy mayor que tú, ¡y un brujo! –le dijo Sergey a su prima cuando ya se habían marchado―. Como anoche por ejemplo, que gracias a mis sabias ideas solucioné tu frío.

Si seguía así Irina le golpearía de nuevo. A veces una solo quiere que nos dejen en paz y no nos discutan ni nos lleven la contraria.

―No me gusta deberte favores así que ahora cuidaré yo de ti―declaró dando por zanjado el tema.

Yo me volví hacia Golab.

―Un oficial de Raziel casado con una fanática religiosa, muy coherente –le reprendí a mi amigo.

Irina y Sergey fingían estar a lo suyo pero en realidad permanecían pendientes. No me importó, era bueno que se fueran habituando a estas cosas.

―Los humanos necesitan tener fe –respondió Golab, inalterable.

―Pues que crea en nuestra causa, en la fuerza del amor por encima de todas las cosas por ejemplo o qué sé yo.

―Solamente va a leer unos textos antiguos y a relacionarse con la gente del pueblo, no hay nada peligroso en ello.

―¿No? –inquirí.

Los ojos de Golab se estrecharon. Se había puesto serio.

―Sólo quiero que ella sea feliz. Lo más feliz posible, dentro de lo que cabe.

―No quiero verla rociando con agua bendita a mi hija.

―¡Sveta no haría algo así!

Urian decidió intervenir.

―¿Cómo se ha tomado ella lo del entrenamiento?

Golab tardó unos segundos en responder.

―No muy bien, la verdad.

―¿Es por eso que estaba un poco resentida contigo? –apunté.

―No se te escapa una, ¿eh?  Ayer discutimos, no entiende por qué debo separarla de su hijo.

―Quizás si le explicaras que es un brujo y que tiene un gran potencial por desarrollar… ―sugirió Urian.

―No, Svetlana no tolera mucho lo sobrenatural. Comprende que por amor estoy aquí con ella pero tiene miedo de que nuestra unión sea un pecado.

―Es tu culpa  por dejarla pertenecer a esa secta –reclamé con malicia.

―Ambos tenéis unas familias muy disfuncionales –comentó Urian en tono burlesco.

―Pero Seriózha se va a ir de viaje, ¿verdad? –se entrometió de repente Irina.

―¡Yo quiero ir, papá! Tengo que ir, ya soy mayor.

―Ya nos ha quedado a todos muy claro lo mayor que eres –le reprendió su padre.

―¿Entonces cuál es el plan? –quiso saber Urian.

―Svetlana se quedará en casa de Duma. Sergey y yo pasaremos un par de años en Siberia. Hay un grupo de caídos allí, liderado por Cypher.

Yo no conocía de mucho al tal Cypher, pero por lo visto Golab si había coincidido con él en alguna misión.

―¿Entonces sí que voy a ir? –se alegró mi sobrino.

Irina le lanzó una larga mirada silenciosa a su primo. Me preguntaba qué pensaba ella respecto a perder a su único amigo.

―Ahora mismo eres un blandengue –aludió―. Necesitas un duro entrenamiento para transformarte en un superhéroe, quizás en mi caballero.

―Seguro que ser tu caballero es un gran honor, prima, por eso prefiero ser caritativo y dejarle ese honor a gente menos idiota que yo.

Irina fue a reclamar, pero se lo pensó mejor y al final se conformó con morderse la lengua.

―Tu prima sólo te estaba apoyando –le explicó Golab.

Esta vez fue Sergey el que se quedó observando a Irina.

―Bueno, dejemos a un lado vuestro drama familiar y centrémonos en asuntos más serios –interrumpió Urian―. ¿Habéis oído las nuevas noticias?

―¿Qué noticias? –inquirí.

―Menadel se ha hecho con el apoyo del Segundo y Tercer Coro.

Bufé, decepcionada. Menadel era un ex―inquisidor, el principal opositor a Abaddon. Al principio de esta locura, cuando  Abaddon se hizo con el poder del Cielo, adquirió el control absoluto pero unos siglos atrás Menadel se le había rebelado y ahora existían dos bandos enfrentados entre sí. Menadel no estaba de acuerdo con aniquilar nephilim, defendía que eran seres vivos y tenían tanto derecho a vivir como el resto por lo que era algo menos odioso que Abaddon, pero condenaba de todas formas el comportamiento de los Caídos así que seguíamos igualmente jodidos independientemente del bando. Desde mi punto de vista, todos en el Cielo estaban podridos. Si ellos eran unos reprimidos muy bien, cada uno tenía derecho elegir cómo quería vivir su vida, pero que nos dejaran a los demás en paz.

―Raziel también lo subestima pero no deberíamos –prosiguió el infame ángel. Sacó de su chaqueta un mapa doblado en varios pliegues y lo extendió sobre la mesa―. Es un ángel joven pero tiene un don excepcional para la batalla. Ha liberado muchas ciudades del yugo de los demonios aunque Abaddon ha tenido que tapar estos hechos rescribiéndolos a su conveniencia –señaló en el mapa localizaciones como Escocia, Marruecos y Grecia―. Además los rumores apuntan a que es el poseedor actual de la espada Yesleg.

―Si tuviera a Yesleg ya habría atravesado el pecho de Abaddon con ella―contravino Golab.

―Bueno, supongo que no es fácil que alguien tan famoso como él llegue ante Abaddon, supere a los arcángeles, a los serafines y le clave la espada en el pecho –defendió Urian su teoría.

―Podría disfrazarse –aventuró Golab alzando las cejas. Urian no disimuló su escepticismo―. Además si su fama de guerrero excepcional es cierta, podría con todos.

―Contra algún serafín o algún arcángel quizás, pero contra Abaddon…

―Que se ponga a la cola, nosotros llevamos más tiempo deseando la cabeza de Gruñón –sentencié―. De verdad que me cuesta creer que alguien haya forjado una espada que mate ángeles. Hay que ser idiota.

―Abaddon fue el que la encontró primero, es lo único que se sabe. Existen varias reliquias así, ya lo sabéis. De lo que sí estoy seguro es que él no la forjó –opinó Urian―. Ni siquiera él es partidario de asesinar ángeles. A veces recurre a la anulación pero para hacerse con el poder no lo necesitó.

La única forma de matar a un ángel es mediante la anulación que consiste en acumular tal cantidad de energía que ni siquiera nuestros cuerpos lo pueden soportar y al final acaban estallando en infinitas partículas. Como he dicho, requiere de muchísima energía, por lo que muchas veces se optaba por desterrarlos a la Tierra simplemente aunque eso significara un adepto más en su contra. A veces, los orgullosos ángeles consideraban mucho más denigrante condenar a un resplandeciente ángel a la mugre y miseria de la Tierra cortándoles las alas y no todos se acababan uniendo a nuestras filas. Por increíble que parezca, los había que preferían seguir lloriqueando con la esperanza de que su Señor Abaddon les perdonase algún día.

―Entonces se supone que Menadel tiene a Yesleg –encauzó de nuevo la conversación Golab.

―Bueno, la última vez que se vio a la mítica espada fue con él, aunque por lo visto eso sucedió hace setecientos años.

―Entonces no la tiene―declaré―. Al menos ya no.

―¿Estáis hablando de una espada súper mágica? –intervino Sergey―. ¡Yo la encontraré! Así evitaré que caiga en malas manos.

―¿Y qué piensa hacer un renacuajo como tú con un objeto tan poderoso? –le dijo Urian.

―Proteger a la gente de los inquisidores –respondió flamante de convicción―. ¿Qué harías tú si tuvieras ese poder?

Urian le miró de forma indescifrable, después sonrió sardónicamente.

―Acabaría con mis enemigos también.

―Es una respuesta justa –afirmó.

―Lo es.

―Siempre y cuando los enemigos sean malos de verdad –agregó.

Urian le miraba de forma evaluadora.

―¿Y me quieres explicar cómo distingues el bien del mal?

―¿Es una pregunta con trampa? –preguntó Sergey con escepticismo puesto que la respuesta la parecía obvia.

―En absoluto.

―¡Yo sé la respuesta! –exclamó Irina que no quería quedar excluida de la conversación.

―Creo que deberíais dejar que los mayores sigamos hablando de nuestros asuntos –intervino Golab. No le gustaba el cauce que estaba tomando la conversación.

―Déjala que responda –rio Urian.

Irina absorbía la habitación con su mirada felina. Siempre había encontrado algo magnético en ella.

―El bien y el mal no existen, dependen de cada uno. ¡Y no me intentéis engañar con esas charlas de personas aburridas!

―Entonces no entiendo por qué nos regañan por beber vodka si el mal no existe. ¡Eres genial, prima! Lo digo en serio…

Obviamente, Irina le miró mal.

―Abaddon dice que los nephilim somos el mal pero lo cierto es que nos tiene miedo –insistió mi hija.

―¿Miedo? –volvió a reír Urian―. Cuando estés frente a él y sientas cómo desuella tu alma y su abisal mirada quiebre tu mente comprenderás que eso no tiene sentido.

―Cuando esté frente a él será divertido.

―No, no lo será, Irina –dije.

―¿Entonces por qué nos odia tanto? Sabe que somos una raza superior y por eso nos discrimina. Siempre sucede igual, como con las mujeres…

―Ésa es una buena pregunta, pequeña. No creo que exista una respuesta demasiado lógica –expuso Golab.

―Yo he respondido a Urian, quiero que él me responda a mí.

―¿Qué por qué pienso yo que Abaddon odia a los nephilim? –torció la boca en un gesto pensativo―. Se supone que es porque si el orden natural se altera, se adelanta el final… pero de todas formas creo que a quien odia realmente es a Raziel. Raziel traicionó a Abaddon convirtiéndose en el padre del primer nephilim y por eso los odia. Los nephilim simplemente no deberían existir.

Eso reforzaba mi teoría principal de que Abaddon estaba loco por Raziel, pero claro, Raziel se reía de ello.

―Abaddon está loco –declaró Sergey.

―Todos lo estamos –masculló Urian―. De alguna forma todos le seguimos el juego.

―Cuando sea reina, se demostrará que yo tengo razón y entonces sí que existirá un bien y un mal.

―Y entonces serías Abaddon 2.0 –la encaró Sergey―. Él dice que los nephilims son malos y como él manda, así se acepta. Si tú impones tus ideas estarás haciendo lo mismo que él.

―No, porque Abaddon está equivocado, yo no.

―¿Y eso cómo lo sabes?

―Sentido común. Si las cosas funcionan bien es que lo estoy haciendo bien.

―De aquí a unos años pensaréis de forma diferente. La vida siempre da muchas vueltas ―dio por concluida Golab la discusión.

En realidad yo sabía lo que pensaba Golab al respecto. Él era consciente de que éramos rebeldes y que habíamos hecho algo que estaba prohibido y como tal, traía consecuencias. Luchaba por su vida por egoísmo, como todo el mundo, pero también estaba dispuesto a pagar por sus actos si eso solucionaba algo. Pero no lo haría. Entregarnos a Abaddon sería inútil. Dios nos había abandonado. Ya solo quedaba luchar por la vida, no contra ella.

―En realidad Abaddon no es tan poderoso –dijo de pronto Urian―. Él antes estaba en el mismo equipo que Duma y Raziel, ¿lo sabíais?

―No… –respondió Sergey.

―¡Yo sí! –exclamó Irina, orgullosa de saber esas  cosas.

Urian prosiguió. Los dos jóvenes le miraban con curiosidad.

―En una misión perseguían a una demonio muy poderosa, la terrible Iset.

―¿Iset? No me suena de nada –inquirió Irina, decepcionada.

―Claro, porque acabé con ella. Pero en su día sí que su nombre hacía estremecer… El caso es que ninguno de los tres pudo con ella, pero yo sí por lo que en realidad yo soy el más poderoso de todos. No sé cómo no me he dado cuenta antes―sonrió.

―¡Serás fresco! –exclamé haciéndome la indignada.

Golab soltó una sonora  carcajada.

―No le hagáis caso –desmentí―. No dimos con ella porque es una cobarde que no daba la cara. Hay una historia de Urian el Infame al respecto y no habla muy bien de él.

―Historias…si supierais la verdad os decepcionaría.

―Nunca hemos oído la verdadera versión ahora que lo dices –inquirió Golab.

―¿Es una historia morbosa? –preguntó entusiasmado Sergey.

―Va a ser que no –ante las miradas expectantes de todos se decidió a contarlo―. En realidad todo fue un plan de Abaddon para distraerles mientras Gabriel preparaba todo lo de la espada para inculpar a Duma. Había pactado con Iset de antemano.

―¿Los ángeles pactan con los demonios?

―De toda la vida, es una forma de hallar el equilibrio –ignoró la cara de aprehensión del joven brujo y prosiguió―. El caso es que Iset tenía un trato con Abaddon que impedía que ningún ángel la matara, pero el trato no decía nada de absorberla la energía y dejarla sumamente debilitada, así que simplemente me aproveché de ese vacío legal.

―Deberían llamarte Urian el Traidor –bromeé.

―Vamos, era un maldito demonio. Sería traición en todo caso si hubiera hecho lo que esas otras historias dicen. 

―Habría que preguntarle a esa Iset a ver qué opina ella.

Se encogió de hombros.

―Bueno, es imposible ganarte la aprobación de todo el mundo, siempre habrá alguien que proteste aunque hayas hecho lo que se debería hacer. Estoy acostumbrado a cargar con eso.

―¿Te ocurre algo, hijo? –le preguntó Golab a Sergey quien se había quedado más pensativo y serio de lo que era habitual en él.

―Estaba pensando…Raziel y Abaddon están en guerra pero, ¿y quién sufre las consecuencias?

―Los débiles que están siempre en medio –contestó Irina.

―Eso no es justo. Los poderosos deberíamos aprovechar nuestro poder para protegerlos, no para dañarlos.

CONTINUARÁ...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro