Acto II: Capítulo 16

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Puerto de Levon, 15 de septiembre de 1888

Decir que Elise estaba asombrada era menospreciar la magnitud de sus sentimientos. Cinco meses de embarazo y Jean aún seguía a su lado, prestando su apoyo con lo que fuera que necesitara. Le hacía las compras, garantizaba la limpieza de su hogar, la cuidaba cuando se sentía enferma, animaba cuando se sentía triste, y lo más importante de todo, consentía sus antojos sin cuestionarlos. ¿Chocolate? Siempre que lo anhelaba, lo tenía. ¿Tortas, pastelillos y merengues? Viajaba hasta el centro de la ciudad para conseguírselos. ¿Salchichas con mermelada? Se reía, pero le preparaba el plato de igual forma.

Para él, no le resultaba difícil complacerla. Lo veía como un honor, como un gusto. Pero para la empresaria, sus acciones transcendían la casualidad de su actitud. Por primera vez en su vida, más que querida o deseada, se sentía amada.

La revelación no tan solo triplicó la culpa y el arrepentimiento que guardaba en su pecho, pero también reforzó sus motivos para no regresar jamás a los brazos de Claude. Ahora que experimentaba la completa intensidad e intimidad de aquel sentimiento junto a otro hombre en un contexto amistoso, se preguntaba si su esposo de verdad la había amado tanto como lo había jurado. Lo reconocía; su relación había sido pasional y física, disfrutable y divertida, pero en ningún momento había demostrado tener la estabilidad y la confianza que experimentaba en el presente. Con él, el afecto físico fue indudable, pero el espiritual, inmaterial e intocable, no había sido constante.

Aun así, había llegado a la conclusión de que no se arrepentía de haberse rendido ante el ministro. Su corto romance pudo haber terminado de manera trágica y dolorosa, pero las memorias que tenía de él no eran del todo malas. Además, su corazón partido le había enseñado lecciones memorables, y la había acercado a Jean mucho más de lo que se hubiera imaginado.

—Más a la derecha —ella le dijo, mientras lo veía arrastrar una pesada cuna de madera hacia pared oeste de su habitación—. No, no... a mi derecha —él giró los ojos, pero hizo conforme ordenado—. Sabes qué... —entrecerró sus ojos y mordió su labio—. Creo que debería estar más cerca de mi cama.

—Elise... —el músico imploró por un descanso, jadeante—. No te quiero presionar, pero esto realmente pesa.

—No reclames, te hace falta un poco de ejercicio —hizo un gesto para que volviera a mover el mueble. Incrédulo, él se rio, estiró la espalda y subió las mangas de la camisa. Ella esperó a que pusiera sus manos sobre la cuna nuevamente para detenerlo—. ¡Estoy bromeando!

—Gracias a Dios —exhaló, aliviado—. ¡No te rías, es difícil levantar esta cosa solo!

—Sí... lo sé —se le acercó, y le dio un apretón al hombro—. De verdad te agradezco por la ayuda.

—Es siempre un placer, aunque mi espalda diga lo contrario —Jean sonrió, recogiendo su abrigo de encima de la cama. Sacó su reloj de bolsillo, revisó la hora e hizo una mueca—. Estoy atrasado.

—¿Para qué?

—¿No te conté? —se vistió—. Tengo que ir a recoger a Lilian a la estación de Pétrie. Vendrá a hacer un espectáculo en el teatro mañana por la noche y se quedará hospedada en mi casa.

—Claro —Elise giró los ojos—. Ahí viene Lilian Jonas otra vez.

—Es Jones —se volvió a acercar, divirtiéndose con sus celos—. Y no tienes por qué preocuparte...

—¿Preocuparme?

—Porque nunca fuimos una pareja —la expresión juguetona del violinista rápidamente se transformó en una de culpa—. Yo... te mentí porque quería que sintieras la misma envidia que yo sentía, al verte al lado de mi hermano... wuería que sufrieras tanto como yo. Así que hice un acuerdo con Lilian, para que fingiéramos ser una pareja —decidió no continuar con el resto de la historia, estando demasiado avergonzado para hacerlo.

Elise, por su parte. se demoró en entender el verdadero peso de la confesión. No tan solo había sido engañada, pero por motivos completamente distintos a los de su infiel esposo. Y otra vez, había caído en el cuento, sin percatarse de ninguna incongruencia.

—Ustedes... nunca estuvieron juntos.

—No.

—¿Nunca se besaron?

—Tampoco.

—¿Nunca...? —pausó, enrojeciendo a Jean con la connotación de su silencio.

—N-no... no —aseguró—. Nunca estuvimos juntos de esa forma. Solo somos buenos amigos...

—No me mientas.

—No lo hago. De nuevo no —por lo cohibido que se encontraba, evidenció su honestidad—. Es una amiga muy cercana, pero no de esa manera.

—Hm —la empresaria sacudió la cabeza.

—¿Estás enojada?

—No... no enojada —el alivio que sentía no era algo que podía, ni quería, explicar—. Estoy... sorprendida, por lo que medijiste.

—Entonces... ¿aún estás celosa de ella, ahora que conoces la verdad?—él volvió a bromear.

—¿Celosa? ¿Yo? ¿Cuándo he estado celosa de ella? ¡Eso es ridículo!

—Elise... —Jean se rio—. Tus miradas y expresiones no son tan disimuladas como crees. Cuando me vino a visitar al hospital parecías que estabas a un segundo de ahorcarla a muerte.

—No la quería ahorcar...

—Hm —él copió su gruñido incrédulo—. Esa es una mentira trasparente, pero fingiré creerla... Así como creíste que ella era una dama refinada de Inglaterra y que ambos éramos pareja.

—Eres insoportable —la empresaria replicó con una sonrisa irritada—. Oye, ¿no que te tienes que ir?

—De hecho, sí —concedió—. Pero volveré más tarde... por si necesitas que cambie la cuna de lugar otra vez.

Ella le dio un golpe débil al pecho.

—Insisto, insoportable.

—Aun así, me amas.

—Lo peor es que lo hago —la muchacha fingió disgusto.

Él apenas sacudió la cabeza y le dio un cariñoso abrazo de despedida.

—Te veo pronto —caminó hacia la puerta.

—Ten cuidado.

—Lo tendré. Y Elise... —llamó su atención, deteniéndose a mitad de camino—. Lo siento por mentirte No debí hacerlo. Pero si te sirve de algún consuelo saber, por más cercanos que yo y Lilian seamos... ella nunca tomará tu lugar en mi corazón.

—Jean... —murmuró, enternecida.

—Hasta luego.

Y en un pestañeo, ya se había ido.


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La estación de trenes de Pétrie estaba, como siempre, repleta de turistas. La densidad de la muchedumbre era tanta, que Jean se vio forzado a caminar con pasos de pingüino a la plataforma número tres, donde el tren de la bailarina acababa de arribar. Mientras la blanquecina nube de humo de la maquinaria descendía, él examinó sus alrededores, buscando a la rubia entre la marea de cabezas. Al encontrarla, su expresión estresada se disolvió en una de puro júbilo.

—¡Bienvenida a Levon! —exclamó, al verla descender de un vagón a unos pocos pasos de distancia, cargando un baúl de viaje en una mano, y un ostentoso abrigo en la otra.

La sonrisa de la mujer al volver a oír su voz fue más que radiante. Demostraba una añoranza, una dulzura, reservada apenas a las más fieles amistades; a vínculos fuertes, que transcendían lo material y lo tangible. Y ambos se miraron como almas solitarias, separadas por años, décadas, siglos. Ella no necesitó decir nada para que él se le acercara - ignorando el público que los acompañaba- y la atrapara en un abrazo apretado. Y lo dejó balancerla de un lado a otro mientras se reían, sin emitir una sola queja al respecto.

—Te extrañé tanto, narigón —Lilian murmuró, antes de separarse de él—. ¿Cómo has estado?

—De maravillas... Elise está segura y feliz; mi madre está en paz, al fin... —Jean exhaló, encogiendo sus hombros—. Mientras ellas estén bien, yo estoy bien. Pero lo que me interesa ahora, es saber cómo has estado... He leído los artículos que han salido a tu respeto. ¿Es verdad que todos los asientos para las funciones de Otelo* se vendieron? 

Tal como lo había presentido a tantos meses atrás, cuando la vio danzar por primera vez, la rubia tenía un potencial infinito de grandeza. Desde su estreno en "Giselle", hasta su rol más reciente en la adaptación al ballet de "Otelo" –interpretando a bella veneciana Desdémona-, Lilian se había ganado el corazón del público de Carcosa, siendo coronada con la fama de una taquilla exitosa, y un salario generoso.

Para proteger su privacidad, había comenzado a usar una peluca pelirroja en sus actuaciones y en eventos públicos, así como unos anteojos de lentes verdes que pronto se volvieron una sensación entre la alta sociedad Carcoseña. Aquella mañana, sin embargo, había dejado su disfraz dentro de su baúl. No quería tener que fingir ser otra persona, no estando al lado de su ángel guardián.

—¿Cómo estás lidiando con toda la presión? —el muchacho en sí le preguntó, recogiendo su equipaje para que ella se pudiera abrigar.

—Todavía me cuesta entender en que punto todo cambió, para ser honesta —respondió una vez vestida, estirando su palma para agarrar sus pertenencias otra vez. Él apenas sacudió la cabeza, cargando el peso en su lugar, y dejándola que prosiguiera con su relato mientras caminaban a la salida—. Lo que más me sorprende hasta ahora es estar en la calle y que la gente me detenga para hablarme, o pedirme que les firme algo. No lo sé, todo esto es algo... algo...

—¿Inimaginable?

—Sí... —se rio, nerviosa—. Juro que todavía no comprendo por qué todo ocurrió como ocurrió... o de dónde surgieron tantas sorpresas y alegrías. Lo intento, pero no es posible. Y Jean... —lo tomó de la mano, deteniéndolo antes de que pudieran salir al aire libre—. Sé que ya lo he dicho un millón de veces, pero te agradezco profundamente lo que hiciste por mí. Sin ti... ni siquiera sé si seguiría viva ahora.

—No, no digas eso — él respondió, entristecido—. No me necesitas agradecer por nada, nunca. Tu talento y tu esfuerzo te llevaron hasta aquí.

—Pero tú me diste la oportunidad que necesitaba para levantarme otra vez. Sé que no quieres menospreciar mi dedicación, pero ella no serviría de nada si aún estuviera trabajando en el Triomphe.

—Lilian...

—Solo acepta el cumplido —la dama contestó de buen humor, sacudiéndole la cabellera para irritarlo.

—Bien... —giró los ojos mientras ella se reía, y los dos volvieron a caminar—. Nuestro carruaje nos espera un poco más adelante. Mi madre envió el más espacioso y cómodo que tenemos.

—¿Tienen más de uno? —ella no ocultó su estupefacción. Él a la vez hizo una mueca incómoda, peromantuvo el silencio—. ¡Ha!... Claro que lo tienen, son la familia más rica del país, no sé por qué aún me sorprendo.

—¡Eso no es cierto!... No somos los más ricos...

—Tienen más de un carruaje, son propietarios de una infinidad de mansiones, ¡lograron organizar una boda en una catedral!...

—Iglesia...

—¡Una iglesia gigante! ¡que debería ser llamada de catedral!... ¡Es lo mismo!  ¡Son ricos y privilegiados! ¡No tienen como negarlo!

—No lo niego, solo digo que no somos la familia más rica del país. Después de robarle tanto al tesoro nacional, ese título lo sostiene la familia del primer ministro.

Lilian soltó una tremenda e inesperada carcajada, que logró sacarle una risa a él también.

—Bueno... Cuando lo pones así, puede que tengas razón —concordó, y esperó hasta que su seriedad regresara para volver a hablarle—. Y, ehm... en un tema aparte... ¿Cómo está ella?

—¿Hm?

—¿La madame Chassier?

—¿La nueva o la antigua?

—La antigua.

—Está... ¿bien? Supongo... Obviamente sufrió mucho con la muerte de mi padre, se conocían desde su juventud... y un amor así nunca se olvida —Jean respiró hondo—. Pero Joffrey la ha estado ayudando a superar la pérdida...

—¿Joffrey?

—Es... su mayordomo —señaló a su carruaje, detenido en la lejanía. La rubia, al entender las implicancias y el peligro de aquella relación, frunció el ceño—. No me ha dicho nada al respecto en persona, pero yo ya percibí su... cercanía.

—No te opones, ¿o sí?

—No, claro que no. Él la trata como a una reina, y no solo porque es su patrona... además, después de todo lo que mi padre le hizo, ella se merece ese tipo de atención —la miró por un instante. —¿No te molesta tampoco, cierto?

—No, no en lo absoluto. Pero sí me preocupa.

—¿Por qué?

—Porque es peligroso, para ambos... ¿Una mujer de clase alta, viuda de un veterano de guerra, comprometida con un liberto? Piensa en lo que les pasaría si la persona equivocada lo descubre...

—Lo sé... y confieso que pensar en eso también me asusta. Pero confío en mi madre. Ella es inteligente, no hará nada que los comprometa.

—Espero que tengas razón.

—Ella te tiene mucha estima, ¿lo sabías? Después de confrontar a mi padre y defenderme en esa fiesta en la casa de Claude, te ganaste su respeto.

—Vaya... oír eso me rejuveneció las arrugas, me bajó el peso y disminuyó mi dolor de espalda, gracias —él se divirtió con la respuesta de Lilian, y aún más sabiendo que era sincera —Me siento halagada. Tu madre es una de mis mayores heroínas.

—También es la mía —Jean comentó, cruzando la calle hacia la vereda dónde su vehículo se había aparcado.

—¡Ah! Se me olvidó por completo preguntar, perdón... ¿Cómo está tu hombro?

—Mucho mejor que cuando nos vimos por última vez, eso te puedo asegurar. Ya no me duele tanto y de a poco he logrado recuperar mi velocidad tocando el violín, lo que es un alivio...

—Gracias a Dios. Verte sobre esa cama de hospital me asustó, pero la posibilidad de que no pudieras regresar a la orquesta...

—Sí... ese no fue un periodo agradable —él bromeó con absurda casualidad—. Pero ahora estoy vivo, en una sola pieza, todos estamos en paz, y Aurelio no ha vuelto a aparecer...

—Y esperemos que no lo haga nunca más.

—Que los cielos te escuchen —apenas terminó de hablar, Jean le hizo una seña a Joffrey, anunciando su regreso.

—¡Buenos días! —el hombre en cuestión se bajó del pescante, removiendo el pesado baúl de las manos del violinista para luego mirar a su compañera—. Espero que usted haya tenido un buen viaje, mademoiselle Jones.

—Lo tuve, monsieur Joffrey, muchas gracias por preguntar. ¿Y usted? ¿Ha tenido una buena mañana?

—Una excelente mañana. Pero se ha puesto bastante mejor ahora que he tenido el placer de conocerla y de comprobar que es tan radiante en persona como los diarios la describen.

Bah, no soy gran cosa. Pero gracias de todas formas. Todo cumplido es bienvenido.

Joffrey sonrió, y se sorprendió a sí mismo al hacerlo. Generalmente, las visitas de Anne y Jean no le hablaban, mucho menos con simpatía. Recogió su equipaje mientras el violinista volvía a hablarle a la bailarina, y le extendía la mano.

—¿Quieres ayuda?

—Todo un caballero, como siempre —ella aceptó su propuesta, usando su apoyo para entrar al carruaje.

Lilian decidió retribuir el gesto estirándole su propia palma. Él giró los ojos, pero la tomó de todas formas, siento jalado adentro con apuro.

—Gracias —Jean cerró la puerta y se recostó sobre su asiento, esperando a que su viaje comenzara—. No me acuerdo si te lo he preguntado antes, así que perdóname si es que me estoy repitiendo, pero ¿esta es tu primera vez visitando Levon?

—No, no... ya vine aquí antes. Pero no puedo decir que la conozco, mucho menos explorado. La única vez que la visité fue con mi marido... él vino a trabajo. Pero era un hombre bastante celoso, posesivo... —bajó su mirada hacia su dedo anular, donde la cicatriz dejada por su alianza le recordaba todo el dolor que aquella repugnante unión le había traído—. Y no me dejó salir del hotel. Lo único que observé de la ciudad fue lo que vi a través de la ventana de mi habitación. Eso sería todo.

—Que bastardo —el músico bufó, haciendo suyas las penurias de la mujer—. Lilian...

—¿Hm?

—Sé que no hablas mucho sobre él, y sé que tienes tus motivos para mantener el silencio... —se inclinó hacia adelante, sintiendo el carruaje sacudirse y comenzar a avanzar—. Pero si en algún momento quieres desahogarte... espero que sepas que estoy aquí. No le diré nada a nadie, ni te juzgaré por nada... sin importar qué haya pasado entre los dos.

La bailarina asintió y tragó en seco, cruzando sus brazos. Hasta intentó evitar su mirada, pero el magnetismo de aquellos brillantes ojos verdes venció a su voluntad.

—Y si jamás te cuento nada? ¿Te ofenderías?

—No —Jean contestó con simplicidad, manteniendo una expresión pasiva, tranquila.

Ella, tomada de sorpresa por su amena reacción y respuesta, sintió que su tono defensivo y amedrentado había sido innecesario. Era claro que él no la presionaría a hablar, ni sometería a ningún interrogatorio; apenas demostraba estar preocupado e interesado en su persona – algo a lo que no estaba acostumbrada-.

—Mi esposo trabajaba en el gobierno... —empezó, decidiendo luchar contra su temor a la vulnerabilidad—. Era un veterano de guerra, mucho mayor que yo... en edad y en tamaño —pestañeó, intentando despejar su vista.

—¿Cómo lo conociste?

—Es una historia larga...

—Te escucho.

Ella contempló su oferta, asintió y miró hacia la ventana.

—Como ya sabes, yo nací en Merchant. Mi familia era adinerada, mis padres influyentes... pero con la epidemia de varicela, las muertes que generó, el cierre de negocios... la economía de la ciudad colapsó. Mis hermanos perdieron sus empleos, el sueldo de mi padre no era suficiente para mantenernos a todos y él se desesperó. Lo atraparon desviando dinero público y sobornando a fiscales. Fue a juicio, perdió su carrera, y todos fuimos forzados a abandonar el sur... Para restablecer el nombre de nuestra familia en la alta sociedad y recuperar nuestro prestigio, mi madre nos casó, a mí y a mis hermanas con hombres adinerados, de cargos importantes en Las Oficinas. Escribanos, abogados, policías; tú nómbralo. Yo fui la última en comprometerme... y lo hice más por obligación que por querer. Mi corazón ya le pertenecía a otra persona en ese entonces, pero no tuve opción... y a los diecisiete años, me uní a ese cerdo.

—Lo lamento. Mucho —el muchacho comentó, estirándole las manos. Ella las tomó, luego de limpiarse los ojos, pero no se atrevió a subir la mirada—. Sabes... ahora tengo a otra heroína, tan valiente, audaz, y fuerte como mi madre —le sonrió, y llevó sus palmas a sus labios, besándolas con cariño.

Luego de unos minutos en silencio, luchando para no derrumbarse en lágrimas al frente de su mejor y único amigo, ella respondió:

—No hagas eso al frente de Elise, o nos matará.

Él se rio, pero las volvió a besar.

—No te preocupes, soy un excelente escudo contra disparos y golpes; mi hombro que lo diga.

—Hombro, cabeza, torso... después de todas las cosas que te han pasado me sorprender que sigas vivo.

—A mí también. Por eso ya tengo el traje del funeral separado.

—Conociéndote, no me sorprendería si eso fuera verdad.

—¿Y quién dice que no lo es?

La rubia sonrió, apretando su palma como agradecimiento. Para su suerte y alivio, no volvieron a hablar sobre su pasado por el resto del viaje.


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"Otelo": Obra teatral de William Shakespeare.

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