Acto II: Capítulo 17

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—¡Mademoiselle Jones! —la madre de Jean exclamó, al verla entrar en la sala de estar de su casa junto a su hijo—. ¡Qué bueno es volver a verla!

—Buenas tardes, madame Chassier —sonrió con educación, de pronto cohibida—. ¿Cómo ha estado?

—Muy bien, gracias al buen Dios... ¿Y usted? ¿Ya se acostumbró a todos los aplausos y con la fama?... Jean me ha leído todos los artículos que han salido sobre su trayectoria, incluyendo el más reciente del Times, que alabó su interpretación como Desdémona y aumentó mis ganas de verla sobre el escenario... ¿Es cierto que ahora fue integrada al elenco de Hernani*?

Maman*... Lilian debe estar agotada luego de tantas horas de viaje, creo que es mejor si la dejamos descansar un poco antes de iniciar una conversación tan larga...

—Jean, no quiero ser descortés... —la rubia lo interrumpió.

—No, tranquila. Es perfectamente entendible que quiera descansar, el viaje de Carcosa aquí es cruel para los músculos y para la espalda. Él tiene razón, tendremos todo el tiempo del mundo para conversar más tarde —Anne gesticuló a las escaleras—. Hijo... ¿Le enseño yo dónde estará hospedada, o lo haces tú?

—Yo me encargo.

—Bueno... aprovecharé el tiempo e iré a la cocina a conversar con la madame Adele sobre los detalles de la cena. Perdón mademoiselle Jones, se me ha olvidado por completo preguntar, ¿ya ha comido algo?

—Me temo que no he tenido el tiempo.

—Eso mismo pensaba. Hoy preparamos costillar de cordero, ¿le gustaría probarlo? Si no le gusta, siempre podemos cocinarle algo más y llevárselo arriba.

—El costillar suena excelente, muchas gracias madame Chassier —Lilian respondió con genuina gratitud, antes de ser llevada a las escaleras por Jean.

—Subiré a llamarlos cuando todo esté listo.

—¡Gracias! —el dúo contestó, un poco antes de llegar al segundo piso.

—Wow... tu hogar es hermoso... —la rubia ojeó sus alrededores con fascinación, sorprendida por los minuciosos detalles que encontraba en la madera tallada de los muebles, en la diversidad de colores presentes en las alfombras y tapices, por el lustre elegante de las incontables pinturas al óleo colgadas de las paredes—. Ya había oído sobre la grandeza de la mansión, pero... es otra cosa verla en persona.

—Sí... supongo que no aprecié lo que tenía hasta que me marché —Jean se apoyó en el balaustre de las escaleras, dejándola que explorara el pasillo por su cuenta.

—¿Estos son tus padres? — ella indagó, apuntando a un daguerrotipo tomado a unos veinte años atrás.

En la imagen se veía a un muchacho apuesto, fornido, sentado sobre un sillón orejero. Su uniforme militar lleno de insignias y condecoraciones difería bastante de las ropas simples y modestas usadas por la muchacha a su lado. La joven, de pie al lado del mueble, tenía una mano sobre el hombro de su acompañante y la otra cerrada en un puño rígido, sujetando un par de guantes blancos.

—Sí... son ellos. Creo que esta fotografía fue hecha cuando la guerra aún no había acabado. Mi padre no lleva puesto la medalla que le dieron al asignarlo Maréchal. Ni sujeta su bastón, como en las otras fotos...

—Me asusta lo parecido que era a tu hermano... —la rubia comentó, cruzando sus brazos—. Sus rostros son iguales.

—No solo eso... todo es igual. Su personalidad, su astucia, su gallardía... hasta sus vicios son los mismos.

—De tal palo, tal astilla —Lilian se rio, observando los otros registros—. ¿Y ese de ahí? Me pregunto quién será —molestó a Jean, señalando a una foto que le habían hecho algunos años atrás, para una tarjeta de visita. En ella, el muchacho llevaba un atuendo similar al que había usado en el baile de invierno de aquel mismo año, pero sus anteojos aún no habían sido adquiridos, y las centenas de espinillas que cruzaban su piel aún no lo habían abandonado—. ¿Cuántos años tenías ahí?

—Quince. La tomaron el día de mi cumpleaños, el 24 de octubre de 1880. Me obligaron a usar ropas formales para el retrato, y me veo ridículo, lo sé.

—No, te ves adorable... y tan pequeño. —fingió ternura—. Pensar que en ese año yo ya estaba casada.

—Y yo aún ni había dado mi primer beso —él se hundió de hombros. Joffrey entonces apareció en las escaleras y rápidamente cruzó el piso a sus espaldas, cargando en silencio el equipaje de Lilian hacia la habitación de visitas—. ¿Vamos? —Jean inclinó la cabeza hacia la pieza.

La rubia le echó una última mirada a la adorable imagen antes de asentir y seguirlo hacia el recinto.

—¿Está bien su baúl aquí, madame Lilian? —el mayordomo preguntó, estirando la espalda.

—Sí... —concordó, de pronto sobrecogida con la belleza del lugar—. Gracias.

—Estoy para lo que necesite. Con su permiso —el hombre se marchó tan rápido como había llegado, dejándolos a solas nuevamente.

Lo primero que la bailarina notó fue el exagerado tamaño de la cama, en ambos grosor y largura. Ni en la antigua casa de sus padres, con todos sus lujos y privilegios, los colchones poseían semejante calidad. Aquel parecía el lecho de un rey o marajá. El edredón de plumas la invitaba a querer acurrucarse en su calidez y nunca más levantarse. Las abultadas almohadas se parecían a nubes, de tan blancas y suaves. Hasta las cortinas de brocatel que colgaban del dosel eran refinadas, verdaderas obras de arte en su propio mérito. Los demás muebles también eran cautivantes al ojo y agradables al alma. Si algo resaltaban, era el hecho de que nada allí estaba fuera de lugar, ni existía sin un propósito.

—Por tu expresión, no sé decir si te gustó la decoración, o si estás ya planeando cómo escapar de aquí por la noche, sin que nadie te vea.

—Jean... este cuarto es enorme. Cuando me dijiste que me podría quedar en la habitación de visitas, me imaginé algo más modesto, simple... esto es demasiado... demasiado —caminó hacia la cama y se sentó en uno de sus rincones, tocando las sábanas con cuidado, como si tuviera miedo de romperlas.

—¿Es eso malo o bueno? —él se apoyó contra la puerta.

—¿De verdad me preguntas? —rio—. ¡Esto es precioso!... Siento que estoy viviendo en un sueño —se desplomó sobre su espalda con un suspiro. Desde la entrada el músico la observaba con una sonrisa cariñosa, disfrutando su felicidad. Ella le hizo una seña para que se acercara y con un poco de insistencia, él lo hizo, tomando asiento a su lado—. Ahora que podemos conversar con calma y a solas...

—¿Hm?

—¿Cómo han estado las cosas con Elise? Puedes decirme toda la verdad.

Su expresión fue de calma a frustrada en menos de un segundo.

—No lo sé... no están malas, supongo. Pero no están bien tampoco, por más que me quiera convencer de lo contrario.

—¿Cómo así? — Lilian se acomodó sobre sus codos, elevando su torso para poder verlo mejor.

—No te lo conté cuando te visité en Carcosa porque no tuve el tiempo, pero ella intentó besarme, en la noche del baile de invierno.

—¡HA!... ¡Lo sabía! —la rubia exclamó—. ¡Sabía que ella aún sentía algo por ti!

—Sí, pero las cosas serían mucho más fáciles si no lo hiciera.

—¿Por qué? ¿Ya no la amas?

—Lo hago — la postura de Jean desinfló—. Pero no puedo decírselo porque sé que ella dejaría de lado a mi hermano si se enterara... Y me convencería a que volviéramos a estar juntos.

—Estoy confundida, ¿no eras eso lo que querías?

—En su debido momento, sí. Era lo que más quería. Pero ahora todo cambió. Ella está casada con Claude y espera un hijo suyo... y él, bueno... —exhaló—. Está a dos pasos de un colapso nervioso. Desde el escándalo del Times, la firma del acuerdo de suspensión, la muerte de nuestro padre... ya no es el mismo de antes. Se está destruyendo a sí mismo, de una manera tan agresiva... tengo claro que a estas alturas un divorcio lo mataría. Y puedo odiarlo por todo lo que nos hizo, pero sigue siendo mi hermano. No toleraría verlo muerto.

—Lo entiendo —la otra murmuró, mientras él se recostaba a su lado—. Entiendo por qué no quieres hacer su relación pública. Pero siempre podrían tener algo en privado. Pueden estar juntos, sin que nadie lo sepa.

—Lilian, insisto... ella firmó un acuerdo de suspensión de su matrimonio. Si alguien nos atrapa juntos, podríamos pasar tres años en la prisión.

—Conozco las reglas del acuerdo, varias amigas mías lo firmaron antes de optar por un divorcio. Suenan mucho más amenazadoras de lo que de verdad son... si nadie es testigo de la infracción y nadie presiona cargos, ambos están libres de hacer lo que quieran. El truco es ser sigiloso, mantener un perfil bajo, y no crear enemistades con ningún pariente cercano, o amigo de regular convivencia. En otras palabras, sin testigo no hay crimen.

—No sé si lograría hacerlo —él frunció el ceño—. Elise aún sigue siendo mi cuñada.

—Jean, ¿por acaso crees que Claude está respetando su parte del acuerdo? —ambos se miraron —. Si la moralidad es tu problema, reconsidera lo que piensas. Él no puede esperar fidelidad de alguien a quien él mismo engañó, y no hablo solo de Elise... si tú las amas de verdad y sientes que volver con ella es lo correcto, hazlo. Piensa en lo que quieres, por lo menos una vez.

—No es algo que haga a menudo.

—Pues deberías empezar —respondió con sinceridad—. Si vives por el bienestar ajeno, no estás viviendo, estás actuando. Y no existe una existencia más miserable que la de un actor de tiempo completo, atascado en una fantasía eterna por su propósito de complacer a los demás.

—Tienes razón —concedió con un respiro.

—Y otra cosa, si Elise lo abandona, ella estará en su derecho, así como tú estuviste en el tuyo de alejarte, después de que ellos te hayan traicionado.

—Lo sé —murmuró—. Supongo que tendré que aprender a reprimir mis ganas de controlarlo todo, de anhelar que todo sea perfecto.

—No, no reprimir —ella volvió a mirar al techo—. Pero sí aprender a convivir con ellas.


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Para un forastero cualquiera, la correría, la bulla y la animosidad de los vendedores y clientes del mercado central de Pétrie llegaba a ser mareante. Los olores, texturas y sabores de los alimentos allí vendidos, sin embargo, hacían el incómodo valer la pena. Elise había estado caminando a horas por ahí y hasta el momento no había perdido el interés. Cada puesto y tenderete despertaba más curiosidad que el anterior, y cada conversación que tenía con sus dueños, la dejaba aún más fascinada por la culinaria de la zona. Para su pasión y creatividad, el lugar era un paraíso.

Había vislumbrado partes del área mientras viajaba con Jean a la casa de gobierno, a asistir el baile de invierno. La fascinación que aquellos vistazos le despertaron se mantuvo constante desde su primera visita hasta el presente, y su creciente intriga por el sector pronto lo convirtió en su favorito en toda la ciudad. Iba allí siempre que podía, tanto para aprender más sobre la gastronomía local, como para practicar su francés porteño – bastante diferente en pronuncia al usado en el dialecto mixto de la capital-.

De alguna manera, ella se sentía segura entre las hordas de ciudadanos agitados que la rodeaban. La conmoción general la hacía pasar desapercibida y le otorgaba una anonimidad que no vivía desde su infancia. Además, la comodidad que la proseguía era bastante agradable, al punto de ser irresistible. Pero, lo que ella no logró percibir a tiempo fue que estas condiciones también eran peligrosas. Porque al quitarse la armadura, bajar sus defensas y disminuir su atención a sus cercanías, Elise abrió una brecha para que sus enemigos más feroces la atacaran en plena luz del día. Y en un pestañeo, toda felicidad traída por el paseo desvaneció - así como la mercancía que por ahí se vendía-, rematada por su inquietud.

—¿Ocupada? —la voz de su padre la hizo dar un brinco hacia el lado, por poco soltando su canasta y dejando caer al suelo sus compras.

Estaba vestido de civil y se veía tan discreto como ella. 

—¿Qué haces aquí?... ¿Qué quieres ahora?

—Quiero que estés muerta —Aurelio respondió, con una naturalidad escalofriante.

—Dime una novedad —ella decidió reaccionar con sarcasmo, pese a reconocer el riesgo que aquel pequeño golpe a su ego conllevaba.

El desgraciado, por alguna bendita razón, ignoró su atrevimiento y hasta lo encontró cómico. Se rio como el lunático que era y siguió hablando:

—¿Así que ahora estás viviendo en una choza en una playa alejada, lejos de la capital y de tu querido restaurante? —agarró una manzana entre sus dedos y la ojeó, antes de soltarla y buscar otra, más madura—. Creo que debe resultarte obvio lo estúpida que fue tu decisión de separarte del ministro, ¿no? Porque si sigues creyendo que fue una buena idea, debo preguntar: ¿es esta la vida que quieres? ¿estar abandonada en una pocilga, sin empleados que te atiendan, vestida como una cualquiera?

—Como bien has dicho, es mi vida. Hago lo que quiera con ella.

— Ah. ¿De veras? —él soltó las frutas y se inclinó hacia su hija.

—Si te atreves a acercar un paso más voy a gritar.

—¿Y crees que eso te ayudaría? —el hombre miró hacia los policías que guardaban la calle, que lo saludaron inclinando su sombrero y guiñando su ojo—. Pues te invitaría a pensar dos veces —pisó sobre la advertencia de Elise con fuerza y desinterés, reduciendo la distancia entre ellos hasta que sus cuerpos estuvieran pegados—. Te ordené que no te separaras del ministro, ese día en la estación de trenes. Y no tan solo me empujaste a un lado, también me desobedeciste, aun cuando yo te dije que las cosas se pondrían sangrientas... me decepcionas. Porque yo te lo dejé bien claro; "Si se te separas de Claude Chassier, lo mataré a él, a su hermano y a sus padres." ... y ahora Peter murió, por tu culpa.

La muchacha se palideció y tragó en seco.

—Tenía mis sospechas, pero... ¿de verdad mataste al padre de Claude?

—¿Te dije que lo haría, o no? —Aurelio se apartó y decidió, al final de cuentas, comprarle una manzana al vendedor a su lado.

—Eres un desgraciado.

—Pensé que eso era algo evidente —se rio, masticando un pedazo de la fruta—. Pero como soy tu padre, te perdonaré... y te diré lo siguiente: si no quieres que ese tu amigo violinista despierte en la morgue en esta misma semana, encuéntrate conmigo mañana en el teatro. Oí que se estrenará el cisne negro y una bailarina bastante famosa en Carcosa se presentará... ¿no es ella amiga de él? ¿Lilian Jones?

—¿Cómo carajos sabes eso? —Elise sacudió la cabeza, entre enfurecida y pasmada.

Él se rio.

—Hasta mañana —se contentó con decir, antes de morder otro pedazo de manzana, darse la vuelta, y desaparecer entre la multitud.



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"Hernani": Obra teatral de Victor Hugo.

"Maman": "Mamá" en francés.


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Encontré un dibujo muy, muy, muy, muuuuy viejo de Jean y Lilian en la playa, pero cuando más viejos:

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