UNO

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— el comienzo —

La estrecha habitación dio un movimiento brusco antes de comenzar a moverse hacia arriba, como un ascensor oscuro y polvoriento. El lugar estaba repleto de grandes cajas de madera y jaulas con diversos animales que desprendían un fuerte olor, y en el medio, despertando de un profundo sueño, ella se encontraba a sí misma en el suelo.

Su cuerpo estaba tirado sobre el suelo metálico, algunos mechones de su largo cabello castaño oscuro se pegaban en su frente debido a las gotas de sudor que adornaban su rostro a pesar del aire fresco. Sus parpados se abrieron de golpe, y sus verdosos ojos intentaron examinar la habitación, tuvo que esperar a que se adecuaran a la oscuridad de la habitación.

Tan rápido como despertó, el pánico comenzó a inundar los pensamientos de la chica; tuvo que levantarse y apoyar su espalda en la dura pared de metal para poder respirar mejor. Los duros sonidos de cadenas y poleas que hacían eco no eran de ayuda y el constante balance le provocaban nauseas. Su mente era un desastre.

Intentó divagar por su mente, para lograr averiguar que era ese lugar, a donde se dirigía o quien la puso allí. Pero no podía recordar nada de su vida, ningún recuerdo. Pérdida de memoria. Fue lo primero que se le vino a la mente en esa situación, era lo más lógico, después de todo su mente funcionaba sin defectos y el conocimiento seguía intacto en su cabeza; hechos e imágenes, memorias y detalles del mundo y cómo funciona.

Sabía todo aquello, pero no recordaba de dónde venía, cuál era su nombre o quienes eran sus padres. No podía recordar a ni una sola persona con la que hubiera hablado o formara parte de su familia. Nada. No sabía nada de ella misma.

La habitación continuó su ascenso, balanceándose por un largo tiempo hasta que con un gemido y luego un clonk, el cuarto ascendente se detuvo; el cambio repentino la hizo perder el equilibrio. A medida que se puso en pie, sintió la sala mecerse cada vez menos hasta que finalmente se calmó. Todo quedó en silencio.

Largos minutos transcurrieron allí en la oscuridad, donde nada sucedía. La castaña no podía seguir esperando en la quietud, observó en todas direcciones, penetrando en la oscuridad que casi total. A simple vista no había ninguna salida, sólo el frío metal. Se obligó a pensar.

El impulso de gritar y pedir ayuda se fortalecía a cada segundo, pero no sabía con quién podía encontrarse ahí afuera, y no lo quería descubrir a las malas. Por suerte la solución no tardó en iluminarla, de todos modos, era una chica inteligente. La habitación asimilaba un gran ascensor, eso significaba que debía que tener una salida de emergencias en el techo. La mirada se clavó de inmediato en el cielo metálico. Estaba demasiado alto para su estatura, pero las grandes cajas la ayudarían a subir.

Con mucho esfuerzo logro su cometido, agarro una manilla oxidada que encontró, la empujo con todas sus fuerzas y de inmediato se encontró cegada por la luz que entró en la habitación. Tuvo que desviar la vista y cuando sus ojos podían ver con normalidad, echó un vistazo al exterior.

Sus piernas tambalearon cuando tocó la tierra firme, perdiendo la fuerza para sostener todo su peso. La sorpresa había sido mayor. Se encontraba de pie en un gigantesco terreno que se encontraba rodeado de enormes murallas hechas de piedra gris y cubiertas de gruesa hiedra. Las murallas debían ser de cientos de metros de alto y formaban un cuadrado perfecto alrededor de ella, cada lado estaba partido exactamente en la mitad por una abertura del mismo alto de las paredes que, por lo que pudo ver, llevaban a pasajes y corredores más allá.

—¿Hay alguien aquí? —El grito desgarró su garganta y se sorprendió del sonido de su voz, no era tan aguda como llegó a imaginar. De hecho, parecía ser profunda y en un tono medio.

El eco de su voz se expandió por el lugar, no parecía que hubiera alguien más. El lugar estaba desierto y la castaña era la única persona allí.

La chica mantenía sus manos apoyadas en su cintura, observando sus alrededores y pensando en que debía hacer primero. Decidió que lo mejor que podía hacer era recorrer el lugar y sin darse cuenta ya se encontraba frente a una de las grandes aberturas que había en cada muro. Echó un vistazo, se veía seguro.

No lo pensó mucho en realidad, rápidamente supuso que al estar rodeada por aquellos muros esas aberturas serían él único modo de encontrar a alguien más. Cuando entró por la abertura y comenzó a caminar, lo primero que notó fue que los muros eran igual de altos y estaban totalmente desiertos. Luego de recorrer el largo pasillo este doblaba hacia la derecha y a medida que más avanzaba se volvía aún más complicado encontrar el camino correcto, siempre llegaba a un pasillo sin salida y eso la frustraba. Era como un laberinto.

Había avanzado a tal punto que no recordaba como volver, había estado caminando por horas y sabía que pronto caería la noche, intento volver por sus pasos, pero le fue imposible. Se había perdido, estaba totalmente confundida en aquel lugar. Creía haber doblado a la izquierda así que dobló a la derecha, más sólo notó que había errado de camino una vez más. El pánico volvió a aparecer.

Mantenerse en calma no era fácil mientras continuaba caminando por los pasillos y doblando en distintas direcciones, tampoco lo fue cuando el cielo comenzó a oscurecer o cuando volvió a escuchar un ruido sordo. Fuerte y largo, que parecía provenir de los muros.

No esperó más señales y comenzó a correr, no era rápida ni ágil, pero en ese momento el pánico y la adrenalina actuaron en su cuerpo, dándole las fuerzas necesarias para seguir el eco del sonido. Fue repentino. Un escalofrío recorrió su espina y su cuerpo se paralizo, a sus oídos llegaron extraños ruidos que venían de las profundidades del laberinto, un bajo e inquietante sonido. Un constante zumbido metálico cada pocos segundos, como cuchillos afilados rozándose entre sí. Se hizo más fuerte a cada momento, y luego una serie de extraños clics chocando.

Un quejido apagado llenó el aire, y luego algo que sonaba como ruido de cadenas. Los ruidos crecían más fuertes y la chica seguía paralizada, era algo estúpido pensaba, mas no podía reaccionar. El rugido de motores se mezclaba con el sonido de algo rodando, fuertes sonidos como de cadenas de viejas máquinas, como de una antigua fábrica. Y entonces vino el olor: algo quemado, grasiento.

Los horribles sonidos de lo que fuera que estuviera en el laberinto se acercaban más cada segundo, resonando en los muros. Creyó ver destellos brillantes de luz muy lejos, iluminando el cielo nocturno, pero no estaba segura. Sin querer encontrar la fuente de esas luces o sonidos comenzó a alejarse, de forma silenciosa para no llamar la atención.

Como un reflejo se llevó ambas manos a la boca, evitando así soltar un chillido cuando un vio a la monstruosidad que se dirigía hacia ella justo por el pasillo al que había estado dando la espalda, parecía un experimento que había ido terriblemente mal, algo de una pesadilla.

Parte animal, parte máquina, su cuerpo se parecía a una babosa gigante escasamente cubierta de pelo y brillante por la baba, grotescamente pulsante de entrada y salida, respirando. No tenía cabeza ni cola distinguibles, era de unos seis metros de largo, cuatro metros de espesor. Cada diez o quince segundos, clavos metálicos afilados aparecían a través de su carne con bulbo y la criatura entera abruptamente se hacía un ovillo y se volvía hacia adelante. Entonces se establecía, aparentemente restableciendo sus rodamientos, las espigas retrocediendo hacia atrás a través de la piel húmeda, sorbiendo con un sonido enfermo. Hizo esto una y otra vez. Varios brazos metálicos puestos al azar sobresalían de aquí y allá, cada uno con un propósito diferente. Unos pocos tenían luces brillantes unidos a ellos. Otros tenían agujas largas, amenazantes. Uno tenía una garra de tres dedos que se separaban y se juntaban sin ninguna razón aparente...

Más que un sueño o una pesadilla, lo que Chloe estaba viendo en sus sueños era un vivido recuerdo de su llegada al Área; había sido una pesadilla que vivió en carne y hueso. Abrió los ojos de golpe. Se encontraba empapada de pies a cabeza en un sudor frío, las mantas que utilizaba para abrigarse durante las noches se le pegaban al cuerpo y notaba un intenso dolor en su cabeza.

Se obligó a levantarse para tomar un poco de agua, observó por la ventana de la pequeña habitación que las puertas aún no se abrían.

Ya habían pasado meses desde que llegó a aquellos terrenos, totalmente sola, a duras penas logró salir con vida de aquel enfrentamiento con el Penitente y al volver decidió que no volvería a poner un pie en aquel laberinto, era demasiado peligroso como para hacerlo.

La situación en el área ya había cambiado. Con el tiempo más personas llegaron, chicos, todos igual de confundidos como ella lo había estado, ninguno recordaba nada de su vida pasada y encontrar respuestas se les complicaba. Juntos descubrieron cual era el funcionamiento básico de aquel lugar: Cada semana la caja traía los recursos necesarios para sobrevivir allí y cada mes llegaba un nuevo chico sin memorias, un nuevo novato. Durante las noches las aperturas que daban al Laberinto se cerraban, protegiéndolos de los Penitentes, y volvían a abrirse por la mañana.

El grupo pasó por tiempos difíciles, oscuros; eran recuerdos que todos querían olvidar. Finalmente iniciaron con reuniones diarias para tomar decisiones y fue cuando se impusieron un par de reglas para mantener al grupo a salvo

1. Sólo los corredores pueden salir al Laberinto.

2. No se debe hacer daño a otro Habitante.

3. Todos deben hacer su trabajo.

También crearon distintas ocupaciones: constructores, cocineros y ese tipo de cosas para que el lugar se desarrollara. Era simple, pero útil. Habían creado las bases para vivir como una sociedad.

Fue Chloe quien se mantuvo a cargo durante todo el tiempo, los demás creían que al ser la primera en llegar eso le adjudicaba algún tipo de poder y confiaban en ella para mantener todo en control. Existían momentos en los que la contradecían por supuesto, más que nada porque creían que sí ella había sobrevivido una noche al laberinto, no debía ser tan difícil para los demás.

—¿Deberíamos confiar en ella? —Solían decir sus espaldas—. Es solo una chica, ¿por qué ella podría sobrevivir y nosotros no?

Entonces, cuando el siguiente habitante que contradijo su palabra y no volvió de su noche en el laberinto, comenzaron a creer en ella. Habían sufrido muchas pérdidas durante su tiempo en el área, pero fueron necesarias para que los chicos tomaran en serio a Chloe.

Su lugar en el área era simple: organizar y mantener el orden y, eventualmente, llevarlos a la salida del lugar. Era el cargo más poderoso, pero el más difícil de lograr a cabo. Con el paso de las semanas y los meses, era difícil mantener las esperanzas de encontrar una salida de aquel infierno. La desconfianza y las peleas iban en aumento, el miedo no ayudaba.

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