Enajenación

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La belleza, ese concepto tan subjetivo y, sin embargo, universalmente anhelado.

¿Qué es realmente?

Desde mi perspectiva, es mucho más que una simple apariencia. Es un poder, una fuerza que tiene la capacidad de transformar nuestras vidas y de elevar nuestras almas.

En mi tienda de vestidos de novia, asisto a mujeres en la búsqueda de su belleza para un día especial. Me esfuerzo por ayudarlas a alcanzar esa belleza, no solo en términos de vestimenta, sino también en su confianza y autoestima. La belleza, después de todo, reside en la percepción que tenemos de nosotros mismos y en cómo nos proyectamos al mundo.

Pero, a menudo, la sociedad nos impone estándares de belleza poco realistas. Nos dicen que debemos ser perfectos, sin defectos. Y es en ese punto donde las cosas se tuercen. La perfección es un mito, una ilusión que solo nos lleva a la insatisfacción y la autocrítica. ¿Y quién decide lo que es perfecto? ¿Quién dicta las reglas de lo que es bello y lo que no lo es?

Como diseñador, busco liberar a las mujeres de las expectativas de belleza idealizada y permitirles ser auténticas, con vestidos que realzan su singularidad. A pesar de malentendidos y críticas, desafío la norma para destacar la belleza única de cada mujer.

—Buenos días, Eduardo —escucho canturrear a Lucas, mi ayudante, mientras al mismo tiempo la campanilla de la puerta principal suena—. Disculpa la tardanza, pero hay demasiado movimiento activista en las calles por líderes de la comunidad afroamericana.

Lucas, es tan fuera de norma como mis vestidos. Tiene un característico entusiasmo y encanto, que las mujeres que suelen visitarnos, adoran y que le permite relacionarse fácilmente con ellas. No puedo negar que es un mejor vendedor que yo y que también siente una pasión por la moda y la belleza. Siempre está dispuesto a ayudar a las clientas y aconsejarlas sobre qué vestido les queda mejor, lo que lo convierte en un empleado valioso para mí.

—No te preocupes, yo estoy desde temprano. Allí en el mostrador tienes café —respondo desde la sala de confecciones.

Sé que la época no es ajena a las tensiones raciales, por lo que me mantengo al tanto de los acontecimientos en la ciudad. Sin embargo, las perspectivas de los descendientes europeos y los afroamericanos sobre los suramericanos no solo contrastan, sino que los hacen únicos. 

Por un lado, La clase alta blanca, compuesta en su mayoría por anglosajones y europeos, ve a los sudamericanos como desconocidos, percibiendo América del Sur como un lugar exótico y lejano. Existe una curiosidad acerca de nuestras culturas y costumbres, y algunos creen que todos los sudamericanos somos ricos debido a la asociación con países como Argentina y Brasil, o que somos apasionados y temperamentales debido a nuestra historia y cultura. Esto es reforzado por el hecho de que poseo una de las tiendas de vestidos de novia más costosas en Coral Gables, Miami.

Por otro lado, la clase alta negra en los Estados Unidos, a menudo compuesta por personas influyentes en la comunidad afroamericana, se centra en la lucha por los derechos civiles y la igualdad racial. Nos consideran como otra de las minorías oprimidas y nos instan cada vez más a apoyar sus luchas por la igualdad.

A pesar de que el presidente actual de México es Manuel Ávila Camacho, conocido como el "milagro mexicano" debido al crecimiento económico y la estabilidad política, la realidad es diferente. Un gran número significativo de mexicanos emigramos a los Estados Unidos en busca de trabajo y mejores oportunidades económicas, especialmente cuando la Segunda Guerra Mundial se está llevando a cabo.

Sí, está habiendo avances y cambios significativos en mi país, pero estos movimientos migratorios se deben a la demanda de mano de obra relacionada con la guerra, como la manufactura, la agricultura y la construcción. Los empleadores estadounidenses han recurrido a la contratación de trabajadores mexicanos para llenar los puestos de trabajo vacantes debido a la beligerancia. Además, Estados Unidos y México han acordado un programa de trabajadores temporales conocido como el Programa Bracero para cubrir la escasez de mano de obra en la agricultura estadounidense. El factor que más influye en nuestra decisión de emigrar es el ofrecimiento de salarios más altos en comparación con los trabajos disponibles en México.

—¿Trabajas en el pedido de la señorita Rachel? —Conociendo a Lucas y el tono que usa, sé de inmediato que tiene curiosidad.

—Claro, por eso he llegado temprano. Sabes como soy cuando tengo que entregar algo pronto —respondo, con un deje de desgana y pereza en mi voz. Trabajar largas horas y desde muy temprano es absolutamente forzado. Pero mi responsabilidad está primero, antes que nada—. ¿Qué sabes sobre la desaparición de la señorita Isabella?

Hago la pregunta porque Isabella Sinclair nos visitó hace unos meses. Lucas y ella habían tenido una fuerte conexión. ¿Y quién no la tendría? Una joven de 28 años, de Miami, Florida, hermosa y encantadora, proveniente de una familia acaudalada. Era conocida por su elegancia y gracia en la alta sociedad local, siendo una de las jóvenes más destacadas en eventos y fiestas de la elite de la ciudad. La consideraban como una joven prometedora con un futuro brillante. Su boda debió haber sido hace un par de día atrás con un prominente empresario.

—Nada —Lucas responde, sin saber que me he levantado, y ahora, desde el marco de la puerta, puedo observar cada uno de sus gestos.

Entre la luz del sol que atravesaba las cortinas entreabiertas, pintando con destellos dorados el suelo de madera pulida, veo a Lucas. Con su sonrisa encantadora y cabello oscuro cuidadosamente peinado hacia atrás, está ocupado en el mostrador, organizando algunas muestras de tela. La radio de la tienda, un antiguo modelo de baquelita, descansa en una esquina, silenciosa hasta que Lucas decide animar el ambiente.

Estimados oyentes, les traemos una fascinante historia que ha cautivado a los habitantes de Chihuahua y que data desde los años 30. Se trata de La Pascualita, una figura que, según cuentan, cobra vida en las noches...

—Últimamente ha habido muchas desapariciones, pero no entiendo el por qué, en especial en alguien como Isabella.

Su voz debía sonar triste, pero en realidad no. Tiene más bien una mezcla de alivio y algo más...

Corría el 25 de marzo de 1930, el Día de la Encarnación, cuando un maniquí llegó a la tienda La Popular en Chihuahua. Bautizada como "La Chonita" y posteriormente conocida como "La Pascualita", esta hermosa figura era tan realista que sus encantos físicos dejaron a todos los presentes asombrados...

—Era conocida por su dulzura, amabilidad, su inteligencia y carisma, que créeme, Eduardo dejaba una impresión duradera en todos los que la conocían, incluyéndome —Parece que la conoce demasiado y solo había tratado un par de veces con ella en la tienda—. Su belleza es evidente —noto la mueca que hace, como si fuera doloroso mencionarlo—. Pero su personalidad amable y atenta es lo que más destaca. Además, es apreciada por su familia y amigos. Como sea, su desaparición tiene a la alta sociedad de Miami cons-ter-nada.

...No solo poseía una figura esbelta, sino también detalles hiperrealistas. Con pliegues delicados en las manos e incluso grietas en las yemas de los dedos, que parecían huellas dactilares. Sus ojos brillaban, de tal manera, que daban la impresión de estar vivos y que seguían a los visitantes con la mirada...

—Suenas como un fan —agrego, solo para seguir viendo desde mi posición sus reacciones.

—¿Para qué mentir si siempre has sido perspicaz? Me parece bonita. Si hubiera nacido mujer, habría dado gracias a los cielos si hubiera tenido que estar bajo la piel de Isabella. Aunque si el destino de ella estaba en desaparecer, me alegro de haber nacido como Lucas.

¿Bajo su piel? ¿Qué querrá decir Lucas?

...Según se cuenta, fue traída desde Francia por encargo de la señora Pascualita Esparza Perales de Pérez, encargada de la tienda de ropa La Popular. Sin embargo, alrededor de este maniquí se han tejido diversas historias y leyendas...

Mis ojos se desvían hacia la entrada de la puerta principal cuando nuevamente suena la campanilla. La mujer que ha llegado debe tener, máximo, unos veinticinco años. Es rubia, de ojos claros y vivaces, y lleva consigo un vestido de falda con vuelo hasta la pantorrilla y de cintura marcada, color salmón, que realza su silueta femenina. Un sombrero cloché y unos zapatos de tacón del mismo color hacen juego.

—¡Buenos días, señorita Diana! ¡Qué placer verla de nuevo! —La voz de Lucas es cálida y llena de entusiasmo genuino. Otra vez veo esa capacidad innata que tiene con las clientas para hacer que se sientan especiales.

...Algunas sostienen que muchos hombres se han enamorado perdidamente de su belleza, al punto de perder la cordura...

—Buenos días, jovencito, el gusto es mío también... —La voz de la mujer es suave y alegre, supongo que debe ser una de las clientas habituales. 

 Decido sentarme de nuevo, para seguir cosiendo el vestido, mientras escucho la conversación que se desarrolla en el área principal de la tienda:

—Hemos hecho algunos diseños nuevos esta semana, y estoy seguro de que encontrarás el vestido perfecto. Permítame mostrarle nuestras últimas incorporaciones. Incluso puedo imaginarme con uno de ellos, de no ser porque soy hombre y tengo una esposa esperándome en casa.

...Pero, la que más destaca entre todas las historias, por su particular tristeza, es que, la imponente figura del maniquí era la propia hija de la señora Esparza...

Sonrío, Lucas hace comentarios ingeniosos y a veces un tanto mordaces como ese.

—Eres una de nuestras clientas más afortunadas, ¿sabes? —dice Lucas, con la misma chispa—. La semana anterior no te habían gustado ninguno de los modelos que teníamos, pero Eduardo es un genio, cuando le comenté lo que buscabas, se preparó para crearte unos especialmente para ti...

También es un buen mentiroso.

...Se dice, que La Pascualita tenía un futuro prometedor: era hermosa, inteligente y de buen corazón. Pero la muerte la sorprendió en el día de su boda, cuando sufrió la picadura de un alacrán que le arrebató la vida y sus sueños...

—Sí, ese le queda genuinamente bien. ¡Mire que estilo! Ahora creo que debería empezar a tomar lecciones de moda contigo.

Escucho a la clienta reír por el comentario del chico.

—Mi querido joven, Lucas, aprecio muy bien tu buen ánimo, pero debes tener cuidado con ciertos comentarios. Si mi prometido o mi madre te escucharan, es posible que hagan cerrar este lugar.

Por supuesto, ese comentario me alarma y decido levantarme de nuevo para mirar. Pero el vestidor, desde donde estoy, no alcanza a verse. Era cierto que desde 1910 hasta 1940, la sociedad había cambiado considerablemente, pero la actitud a la que la señora se refiere sobre Lucas, tanto en la sociedad en general como en la clase alta, es en gran medida similar. Aunque esta última tenga más acceso a la educación y a una mentalidad más abierta, siguen existiendo prejuicios y estigmatización hacia las personas como Lucas. Es un tema que se mantiene en privado y se trata con discreción.

...Ante la desoladora pérdida, la señora Esparza, consumida por el dolor, decidió embalsamar a su hija para poder verla hasta el final de sus días. Surgieron rumores perturbadores sobre esta acción, y, sin embargo, hasta la fecha, las habladurías no se han confirmado ni desmentido...

Un recuerdo que me persigue como una sombra oscura en mis noches de insomnio llega, al resonar la voz de mi madre desde la distancia de mi mente: "¿Qué estás haciendo, Eduardo?" Los ojos de mi madre se llenaron de un miedo que nunca olvidaré. Yo, con tan solo doce años, había cometido un acto que mi padre consideró imperdonable.

Recuerdo haber encontrado el vestido de bodas de mi madre, en una pequeña caja dentro de un espacio que nunca debí explorar. Era de un blanco inmaculado y sus bordados eran detalles únicos y suaves al tacto. La atracción que sentí hacia ese vestido fue instantánea. Mi madre siempre había sido una mujer hermosa y elegante, y aquel traje era la personificación de su belleza. Era un tesoro que nunca debía haber tocado, pero no pude resistir la tentación.

Me lo coloqué, sintiendo el suave roce de la tela contra mi piel. Me miré en el espejo y, por un breve instante, me vi transformado. No era Eduardo, el niño travieso, sino una visión de gracia y belleza. Me sentí completo, bello.

Sin embargo, mi éxtasis se desvaneció cuando mi padre irrumpió en la habitación.

"¿Qué mierda haces, Eduardo?", su rostro se contorsionó en una expresión de rabia.

No puedo describir la furia que destilaba su mirada. Me golpeó, me gritó, me humilló. Me arrancó el vestido como si quisiera desarraigarme de mi propia piel y me haló del brazo hasta le patio donde me desnudó, explicándome lo que representaba tener un miembro como el que llevaba entre mis piernas.

Después de ese momento, los maltratos no acabaron, ni la represalias. Yo mismo me golpeaba en mi cuarto cuando me descubrían con otros vestidos o tacones de mi madre. Hui de México después de la muerte de mis padres y en Miami encontré un refugio para empezar de nuevo, decidido a no ser consumido por la belleza misma.

Así que, cuando la cliente sugirió eso sobre Lucas, sentí la necesidad de advertirlo y de protegerlo de los peligros que acechaban a los que se atrevían a ser diferentes. Como yo, él es seducido por la belleza en su propia forma. Y como yo, debe aprender a ocultar sus verdaderos deseos en un mundo que no siempre está dispuesto a entender.

...Con el paso del tiempo, La Popular tuvo nuevos propietarios y, gracias a La Pascualita, se convirtió en un lugar de gran tradición. Además, se dice que este maniquí trae buena suerte a todas las mujeres que están a punto de casarse. Si desean obtener esa bendición, solo tienen que adquirir el vestido que La Pascualita luce y así tendrán un matrimonio duradero y lleno de dicha...

—Mil disculpas, señorita —por primera vez, la voz de Lucas no solo se oye nerviosa, sino aterrada—. Lamento mi atrevimiento y si mi comportamiento o mis comentarios le dieron a interpretar algo sobre mí, inadecuadamente.

Suspiro, al menos supo responder. Vuelvo a sentarme enfrente de la máquina de coser, con la tenue luz de la habitación, tan opaca en aquella habitación oscura, que deprime a cualquier alma.

—No me importa mis interpretaciones, pero debes tener cuidado a quién muestras esas libertades. Solo me preocupo por ti y de este lugar, sería una pena perder un sitio como este por malas interpretaciones —responde Diana, comprensivamente, pero con todo el aire que representa ser de la clase alta.

Veo a la mujer pasar enfrente del taller hacia la salida aliviado de que se vaya, con Lucas detrás de ella cortésmente, cuando noto que se detiene, y con un gesto de incomodidad en su rostro se vuelve a Lucas:

—Por cierto, creo que deberías cambiar de emisora de radio. Esa historia es un poco espeluznante, ¿no crees?

Lucas asiente.

—Sí señorita, mil disculpas de nuevo —contesta.

Sin embargo, justo en el umbral de la puerta, La mirada de aquella mujer se desvía justo hacia donde me encuentro.

—¡Oh, por Dios! —exclama, con los ojos abiertos, empujando a Lucas para acercarse al taller—. ¡Ese vestido es!...

Sobre aquel maniquí, está una prenda a medio confeccionar. El vestido, en tonos blancos y marfiles, refleja una elegancia atemporal. Los detalles intricados y los bordados de encaje añaden un toque de esplendor y majestuosidad.

—Y ese maniquí... —aquella mujer no solo irrumpe en el taller, sino que toca y da vueltas alrededor del maniquí.

Claro, aquella muñeca posee una figura divina, con una belleza hiperrealista que parece trascender lo humano. Sus ojos brillan con una luz enigmática, como si estuviera viva, y su rostro parece esculpido por los mismos dioses; cabellos castaños, labios carnosos y una piel perfecta.

—Ese es uno de los diseños especiales de Eduardo —dice Lucas—. Una creación única, tan hermosa como la mismísima Isabella Sinclair.

Tanto yo, como la clienta miramos a Lucas. El comentario, dadas las circunstancias, está no solo fuera de lugar, sino que, viendo bien a la muñeca, se le asemeja. Qué yo sepa, Lucas es el encargado de vestir a los maniquíes y de conseguir los nuevos.

—Creo que no es buen momento mencionar ese nombre —dijo la clienta—, pero, la verdad es que quiero este vestido —parece hipnotizada—. Es simplemente... perfecto.

Cuando la cliente se va. Puedo ver a Lucas en el mostrador, aparentemente ocupado, pero con la mirada perdida. Sabe que no necesito decir nada para notar su tristeza. Aprecio su ayuda, pero he decidido encargarme personalmente de la próxima atención. Después de todo, el consejo de Diana sobre ocultar sus gustos personales, más la reacción de ella al decirle que el vestido no está disponible, solo terminó afectándolo. Al final, tuve que proponerle a Diana confeccionarle uno nuevo la próxima semana.

—Lucas, la próxima vez atenderé yo —le digo con suavidad, tratando de reconfortarlo, sin mencionar directamente lo que pienso.

Pero él, con una expresión un tanto preocupante, me mira y dice:

—Bien, necesito salir. Hay algunos pendientes que debo resolver.

Me inquieto, porque sé que Lucas solo sale cuando algo le afecta profundamente. Y cada vez que lo hace, al día siguiente desaparece una mujer.

Me esfuerzo por disimular mi ansiedad. No puedo evitar pensar en el extraño patrón de las desapariciones que parece seguirlo a él como una sombra oscura. Lucas siempre ha sido un enigma para mí, y aunque no sé exactamente qué oculta, su presencia en mi vida me atormenta.

Antes de irse, me lanza un comentario en un tono casual, como si nada pasara:

—Por cierto, la señorita Clinton no parece apreciar esa grabación de radio sobre La Pascualita que tanto te obsesiona. Pasaré a conseguir algo que ayude a la tienda, tal vez algo de Mozart o Vivaldi. Ah... y... esa maniquí que conseguiste es impresionante. No tiene nada que envidiar a Isabella. Qué envidia.

Sus palabras retumban en mi mente mientras observo cómo se aleja.

Sonrío.

Era normal que la viera. La belleza estaba para admirarse y demostrarse, así como Isabella Sinclair.  

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