Capítulo 4

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Luego de llorar durante varias horas, logré tranquilizarme y dormir un rato más. El demonio no había venido en toda la noche, excepto por mi pesadilla, lo cual era una buena señal. Seguro el crucifijo me protegía de él. A la mañana incluso logré estudiar un poco, ya que estaba bastante más tranquila. Al fin pude darme un respiro de toda la preocupación.

Los padres de Rose llamaron cerca del mediodía para decirme que ella aún estaba en terapia intensiva, se había roto varios huesos y había perdido bastante sangre, además estaba inconsciente pero estable por el momento. Prometieron volver a llamar si había más noticias.

El resto del día lo pasé en mi habitación, ya que allí me sentía más segura. El domingo pasó más rápido y fue más tranquilo de lo esperado, y tuve tiempo para recuperar mis fuerzas y energías. Decidí que no podía dejar que el demonio despedazara mi alma en mil pedazos, por más sufrimiento que me causase, debía mantenerme cuerda; necesitaba ser fuerte. Necesitaba esforzarme el doble.

El domingo de noche tampoco supe nada de él, ni tuve pesadillas. Me desperté el lunes de mañana pensando que todo se estaría bien, que, a pesar de todo, todavía podría ganar esa batalla. Caminé hacia la escuela sin ver el búho en ninguna parte, sentía que hasta podía respirar mejor, más calmada después de tantos días.

Fue durante la clase de historia que me di cuenta que en vano había cultivado la esperanza que Devin me dejase en paz. Mi móvil vibró en el bolsillo de mi pantalón y, mientras la profesora escribía en el pizarrón, miré el mensaje entrante.

“Tu tarea empieza hoy. ¿Lo recuerdas? ¿Pensaste que te librarías de mí? Durante el almuerzo tendrás más pistas”.

“No puede ser”, pensé, tratando de ni siquiera imaginarme qué sería lo que este demonio me haría hacer ahora.

Pasé el resto de la mañana muy nerviosa, imaginándome diversos escenarios. Devin me envió otro mensaje recién al mediodía.

“Cuando vayas a la cafetería, siéntate con Ned, actúa de manera natural”, decía simplemente el mensaje.

“Bueno, no es algo tan complicado al fin y al cabo”, pensé, aunque no sabía cómo reaccionarían Jessica y Mary al verme sentada con él. Pensé que supondrían que me había dado cuenta de que Ned me gustaba. En realidad… tal vez sí me gustaba un poco. Pero solo eso, un poco.

Caminé hasta la cafetería, casi última como siempre, y busqué una bandeja con comida. Nada se veía absolutamente delicioso pero servía para nutrirme y eso era lo que ahora importaba.

Con una amplia sonrisa en mis labios, tratando de disimular que estaba siendo obligada  a hacer esto, me dirigí a la mesa en la que Ned estaba solo, y me senté frente a él. Ned levantó su mirada, sorprendido de verme allí. No estaba acostumbrado a que nadie quisiera sentarse con él. Era tímido y no se daba mucho con las personas. Pero era un buen chico, y yo lo apreciaba mucho por eso.

—Hola Ned —lo saludé—. ¿Puedo sentarme contigo?

—Claro… —contestó él, evidentemente un poco nervioso—. ¿Problemas con tus amigas? —Sacudí mi cabeza.

—No. Simplemente tenía ganas de sentarme contigo. ¿Algún problema?

—No, para nada —me contestó, y levantó su tenedor, comenzando a comer de su plato. Me di cuenta que mi presencia lo inquietaba un poco. Tal vez realmente era cierto que yo le gustaba. Comencé a comer también, y me mantuve en silencio, sin saber qué hacer ni qué decir, hasta que sentí mi móvil vibrar en mi bolsillo. Era otro mensaje de Devin.

“Pregúntale si puede ayudarte con matemática, esta tarde, en casa de él”.

¡Genial! Este demonio sabía todo, inclusive que me costaba matemática más que nada, y que Ned era bueno con eso, casi como con todas las otras asignaturas. La pregunta era… ¿Por qué este demonio quería que me acercase a Ned?

—Ned… —dije, rompiendo nuevamente el silencio—. ¿Qué haces esta tarde? —Ned casi se atragantó al escuchar mi pregunta.

—Ehm… No tengo planes —respondió—. ¿Por qué preguntas?

—Quería saber si te molestaría explicarme un poco de matemática… Realmente me está costando mucho, y pensé que podrías ayudarme —le pedí con una dulce sonrisa.

—Claro… —dijo él. Me pude dar cuenta que sus manos estaban temblando un poco—. ¿Dónde nos encontramos?

—En tu casa, si no es problema —contesté sin dudar.

—Bueno —accedió, tomando un poco de zumo de naranja—. Te espero a las cinco.

Terminé mi almuerzo en silencio, aliviada porque Devin no me había enviado más mensajes, y porque no había sucedido nada escalofriante en la cafetería. Tal vez había visto demasiadas películas de terror en la que las cafeterías de la escuela suelen terminar en un inevitable baño de sangre. Prometí dejar de verlas, si sobrevivía todo esto, por supuesto.

Luego de salir del instituto, pasé por el hospital para ver si había noticias de Rose, o si había chances de verla. Su madre estaba allí, y lucía realmente terrible. Nunca la había visto de esa forma. Ella me dijo que todo seguía igual, y que de momento estaban esperando que Rose recuperase la conciencia, pero cada hora que pasaba perdían más y más las esperanzas. No se sabía si sobreviviría.

***

Cuando salía del hospital, recibí otro mensaje:

“Si obedeces y haces todo lo que te he pedido hoy, puede que tu amiga no muera. Todo depende de ti”.

¡Fantástico! Estaba obligada a obedecer a ese demonio si quería que Rose viviera. Me sentía como una esclava, una triste y sucia esclava.

A las cinco en punto, ni más ni menos, estaba golpeando la puerta de la casa de Ned. No era una casa de las más lujosas, ni de las más grandes, y eso podía verse desde el exterior. Simplemente tenía una planta, y allí vivía él junto a su madre, ya que su padre los había abandonado cuando él era muy pequeño.

Ned abrió la puerta, luciendo una tenue sonrisa en su rostro, cuya belleza yo estaba comenzando a apreciar.

—Adelante —me dijo.

Estaba bien vestido, y tenía aroma a colonia de hombre. Obviamente se había preparado para mí, pensé, sin poder evitar sentirme alagada al respecto.

Entré a la pequeña habitación, que era una sala y comedor al mismo tiempo. Sobre la pequeña mesa de madera se encontraban unos libros de matemática. Realmente no tenía ganas de estudiar matemáticas, pero ya que estaba allí aprovecharía. ¿Tal vez el demonio quería que yo aprobase mis exámenes? No, no podía serlo. Algo tétrico debía estar tramando. Casi podía decir que lo conocía bien.

Tomé asiento y comenzamos a estudiar. Ned era realmente bueno explicando, aunque yo no podía evitar distraerme mirando sus hermosos ojos verdes de tanto en tanto.

Estábamos completamente solos. Su madre trabajaba doce horas por día para poder mantener la casa. Era realmente una mujer admirable, a quien le había tocado criar a su hijo prácticamente sola.  

Mientras yo estaba resolviendo un ejercicio y pensando en lo que conocía de la vida de Ned, me llegó otro mensaje más.

“Demuestra más interés por él. Invítalo a cenar”.

“¡Mierda!”, pensé, dando un enorme suspiro. ¿Por qué me hacía hacer esas cosas?

—¿Sucede algo? —preguntó Ned, preocupado al ver mi cambio de humor.

—Eh… no es nada. Solo que debo volver a casa de inmediato.

—Oh, está bien —replicó.

—He disfrutado mucho la clase —le dije con una sonrisa que intentaba ser convincente—. ¿Quisieras cenar esta noche conmigo? —Ned no me contestó por unos segundos. Estaba realmente sorprendido.

—Como… ¿Como en una cita? —me preguntó, un poco incrédulo.

—Sí, como en una cita —dije poniéndome de pie, metiendo mi cuaderno en mi mochila.

Él parecía dudarlo un poco. Podía sentir su nerviosismo.

—Yo invito —le informé—. Te lo mereces por darme tan maravillosa clase. ¿Me pasas a buscar por casa dentro de dos horas? —Ned finalmente asintió.

—Está bien, Celeste. Será un placer.

Volví a casa caminando a paso apurado. Ese demonio definitivamente estaba por hacerme poner de novia con Ned. ¿O no era eso lo que estaba intentando? No me gustaba nada todo aquello, aunque Ned no me resultaba nada desagradable. Simplemente odiaba la forma en la que ese demonio me estaba manipulando. ¿Acaso no había otra opción más que obedecerle? No. No existía dicha alternativa… y si la tomaba, me costaría demasiado caro.  

Cuando llegué a casa, mi madre se sorprendió en gran manera cuando le anuncié que tendría una cita, pero estaba contenta que al fin estaba demostrando interés en un chico. Me dio la charla sobre los cuidados que debía tener si alguna vez tenía relaciones con uno; charla que odié tener que escuchar, y hasta me dio una tira de preservativos, a lo que respondí que aquello era completamente innecesario. No planeaba tener sexo con nadie, y esperaba que eso no estuviera en los planes del demonio manipulador.

Me puse unos jeans negros y una blusa rosada. Estaba por maquillarme cuando me llegó otro mensaje de Devin.

“No, así no. Muestra más piel”.

Miré para todos lados. ¿Cómo sabía ese demonio cómo yo estaba vestida? ¿Era acaso esa mosca que estaba pegada en la pared? ¿Cómo hacía para saberlo todo?

 Volví a cambiarme. Esta vez me puse un vestido rojo que me llegaba unos dos centímetros por encima de mis rodillas. Era un poco más escotado que lo que yo solía usar, pero bueno… Jess me lo había regalado. No podía despreciar el regalo de una amiga así que me lo había quedado. Esa sería la primera vez que lo usaba.

El siguiente mensaje me confirmó que el demonio estaba conforme con lo que me había puesto.

“Muy bien”, decía. “Ahora ponte tacos y maquíllate bien. No se te ocurra llevar sostén”.

Suspiré, quitándome el sostén. Me maquillé y tomé prestados unos zapatos de taco de mi madre. Creo que nunca en mi vida había lucido tan bella. Mi hermano no podía creer lo que estaba viendo cuando pasé delante de él para bajar las escaleras. “¿Cuándo se había transformado su propia hermana en una chica sexy?”, casi podía escucharlo preguntándose eso. 

Ned pronto llegó a buscarme. Conducía la vieja camioneta oxidada de su madre, y estaba bien vestido. Tenía un pantalón negro y una camisa blanca con el primer botón desprendido. Sonreí al ver que llevaba una rosa roja en la mano para mí.

—Gracias —le dije al aceptarla. Ned no podía dejar de mirarme. Seguro tampoco se había imaginado que yo podía lucir tan bella cuando estaba producida. Ni siquiera yo me lo había imaginado.

Me abrió la puerta de la camioneta, comportándose como todo un caballero. Se podía escuchar una suave melodía romántica sonando en su reproductor de CD. Pensé que quizás esa noche sería una buena velada.

No debería haberme olvidado nunca que tenía un demonio detrás de mí, controlando todas mis acciones, ya que el minuto que lo hice, dejé mi corazón vulnerable y con la puerta abierta… aunque, a pesar de las consecuencias, jamás me arrepentiría de haberlo hecho.

***

Ned condujo al restaurante que habíamos escogido. No había mucho que elegir en el pequeño pueblo donde vivíamos, pero no estaba nada mal. Era un lugar tranquilo, con unas mesas redondas con manteles blancos y floreros como centros de mesa. Una suave música tocaba de fondo. Prácticamente estábamos solos, casi nadie salía a cenar un lunes de noche por aquí.

Ned abrió la puerta de la camioneta y me ayudó a bajar, luego me acompañó adentro. Se notaba que estábamos nerviosos; era la primera cita para ambos y ninguno sabía bien qué esperarse. Seguro él estaba tratando de descifrar qué me había llevado a invitarlo a salir, y cuál era mi interés. Por otro lado, yo aún estaba intentando explicarme por qué me sentía tan atraída hacia él, por más que se suponía que esto sería solo una misión encargada por aquel maldito demonio cuyo único pasatiempo era manipularme y causarme sufrimiento.

Nada bueno podía salir de esa cita.

Nos sentamos en una mesa alejada de la puerta y comenzamos a conversar mientras esperábamos la comida. Él era bastante tímido, pero se empezó a soltar una vez que entró en confianza. Creo que nunca lo había escuchado hablar tanto y con tanta fluidez. Evidentemente yo le gustaba… y él también me gustaba a mí.

Pronto llegó otro mensaje. Mi teléfono comenzó a vibrar en mi cartera y lo tomé tras dar una excusa, diciendo que tal vez serían noticias de Rose. No quería quedar como una maleducada mirando mi móvil en el medio de una cita.

“Sigue así”, decía el mensaje. El demonio estaba conforme con mi actuación. Yo esperaba que no me pidiera nada extraño y que todo siguiera como hasta el momento.

—¿Cómo está Rose? —preguntó Ned—. ¿Hay novedades?

Suspiré, mirando levemente hacia abajo. Me sentía culpable por lo que le había sucedido a mi amiga.

—No se sabe si sobrevivirá. Está inconsciente. Por ahora no hay noticias nuevas. Realmente espero que todo salga bien.

—Yo también —me dijo—. Estaré rezando por ella.

Ned siempre había sido bastante religioso. Las pocas veces que yo iba a la iglesia, él siempre estaba allí. Es más, uno de sus tíos era sacerdote, aunque no era el padre Felipe sino uno que vivía en otro lugar no muy lejos.

—Gracias —dije con sinceridad—. Lo aprecio mucho.

—No he podido evitar notar que llevas un crucifijo —comentó—. ¿Es por algún motivo en  especial? No te lo he visto antes.

—Oh. Es un regalo de mi abuela —mentí—. Sé que es extraño en mí, ya que no soy practicante. Pero es como que… me da fuerzas para afrontar toda esta situación. —Ned me sonrió.

—Claro que sí, estar cerca de Dios siempre nos da fortaleza.

Cambié de tema, y charlamos un rato más mientras comíamos.

—¿Te llevo a casa, o quieres ir a alguna otra parte? —preguntó. Sonreí sin saber qué decirle. Mi móvil de pronto vibró nuevamente, y lo miré sin contestarle.

“Dile que quieres ir a mirar las estrellas”, decía el mensaje.

Puse el teléfono de nuevo en la cartera, y le regalé a Ned una amplia sonrisa.

—¿Te gustaría ir a mirar las estrellas conmigo? —Su rostro se iluminó.

 —Claro. Me encantaría.

Pagué la cuenta y salimos. Ned condujo rumbo a las afueras del pueblo. Allí cerca corría un río, y era normal para las parejas ir a ese lugar por las noches para pasear por la ribera mirando la luna y las estrellas.

Ned estacionó su camioneta a unos metros del río. Comenzamos a caminar por la orilla y antes de que nos diéramos cuenta, estábamos tomados de la mano. Anduvimos unos metros hasta que encontramos un banco, donde nos sentamos mirando hacia la tranquilidad del agua.

—Nunca me imaginé que querrías salir conmigo —confesó Ned.

—¿Por qué no? —le pregunté, aun sabiendo que, si no fuese por la intervención de Devin, yo no estaría con él, mucho menos en ese lugar tan romántico.

—No lo sé… tal vez por mi fama de nerd. No soy uno de los chicos más sociables ni de los más populares. Las chicas como tú no se fijan en los chicos como yo.

—Oh… no digas eso, Ned. Yo no soy tan popular tampoco, y no me interesa que los chicos sean tan populares. La verdad es que… bueno, a decir verdad tampoco me interesabas demasiado hasta hace poco. Ningún tipo de chico en absoluto.

—Bueno… supongo que las cosas cambian entonces —me dijo con su sonrisa radiante y segura.

—Sí, así es —contesté, sintiendo en esos momentos la vibración de mi móvil.

—Disculpa —me excusé—. Debo revisar mi móvil.

Era otro mensaje de Devin. “Bésalo”, decía. Me gustaba mucho Ned, y ahora no podía negarlo. Pero, ¿no era demasiado pronto para estar besándolo? ¿Y por qué querría este demonio que yo hiciera todo eso? No le encontraba ningún sentido.  Parecía estar haciendo el trabajo de casamentero.

—Siempre pienso que puede ser un mensaje con noticias sobre Rose, pero no es nada… tan solo Jessica que quiere saber cómo nos está yendo en la cita. —Era una mentira de las grandes, que Ned se creyó fácilmente, ya que Jessica ni siquiera estaba al tanto de que en esos momentos estaba con él.

Me acerqué un poco más a él, sin saber exactamente cómo haría para darle un beso. Mis manos buscaron las suyas un tanto torpemente mientras le sonreía con dulzura, mi rostro frente al suyo.

Todo sucedió muy rápido. Ni siquiera sé con certeza si fue él quien me besó o si yo lo besé a él. Nuestros labios se unieron en un beso tierno y suave. Nunca me había imaginado lo dulce que se sentiría tener mis labios junto a los de Ned. Sentía cosquillas en todo mi cuerpo, especialmente en mi estómago. Definitivamente me estaba enamorando irremediablemente de él, aunque no quería admitirlo.

—Debemos volver —me informó él, mirando la hora unos segundos después de que rompiéramos el beso. Eran las doce menos cuarto, y al día siguiente teníamos que levantarnos temprano para ir al instituto.

Me llevó de vuelta a casa. Nos dimos otro beso más antes de que me bajara de la camioneta, y luego se fue. Me quedé mirándolo desde la puerta de mi casa, con una sonrisa en mis labios. ¡Dios! ¡Cómo me había conquistado el corazón ese chico! Estaba embobada, casi me estaba olvidando que era Devin quien lo había orquestado todo.

De pronto, comencé a sentir frío. La temperatura había descendido bruscamente. Podía escuchar el reloj de la sala tocando las doce de la noche.

“¡Las doce!”, pensé de golpe, entrando a casa lo más rápido posible, cerrando la puerta tras de mí. Cuando me di la vuelta, me di cuenta que Devin estaba esperándome en la sala, donde no había ningún crucifijo que le impidiese la entrada.

—Buenas noches, Celeste —me dijo en su usual tono demoníaco—. Veo que has tenido una buena cita. Hmmm… cómo puedo oler tus hormonas desde aquí.

—¿Es para eso que me estás pidiendo que lo vea? —le cuestioné, atreviéndome a arrugar mi cara en señal de reproche.

—Entre otras cosas… —contestó, acercándose a mí—. No me gusta ese crucifico que has instalado en tu habitación, ¿sabes? Aunque no impide que pueda buscarte en tus sueños…

—¿Entonces el sueño fue real? —pregunté, quedándome inmóvil. La proximidad de ese demonio comenzaba a afectarme, se me estaba haciendo imposible moverme.

—Claro que lo fue. ¿Y sabes qué es lo bueno de los sueños? Puedo quitarte tu inocencia una y otra vez, una y otra vez, hasta que me canse de hacer lo que se me dé la gana con tu cuerpo. Puedo recrear tus peores miedos para alimentarme de tu terror. Hmmm… es tan satisfactorio hacerlo.

—¿Por qué? ¿Por qué me haces esto? —reclamé, apenas pudiendo contener las estúpidas lágrimas que amenazaban con escaparse de mis ojos. ¿Qué clase de ingenua había sido al pensar que ese demonio se contentaría con enviarme mensajes de texto?

—Porque puedo hacerlo —dijo en tono directo, un poco divertido.

—¿Por qué a mí? ¿Por qué me has escogido a mí? —insistí.

—Vamos Celeste, no seas patética. Créeme, no necesitas saberlo.

—¡Pero…!

—Shh —dijo, parándose delante de mí, mientras llevaba su dedo índice a sus sensuales labios carnosos. Quise decir algo más, pero simplemente no podía hacerlo. No podía hablar. El demonio tomó mi brazo, e inmediatamente lo soltó, como si se hubiera quemado al tocar mi piel.

—¡Lo que imaginé! —exclamó enfadado—. Crucifijo bendecido. ¡Quítatelo!

No lo quería hacer. ¿Qué me haría él cuando me quitase lo que justamente me estaba protegiendo? Me quedé quieta, sin hacer nada.

—Celeste, con un solo chasquido de mis dedos puedo hacer que tu amiga deje de respirar. ¿Realmente quieres eso?

Bien… me había ganado. No podía desobedecerle si contraatacaba con ese tipo de amenazas. Me desprendí el crucifijo y lo tiré al suelo. Una malvada sonrisa se dibujó en su rostro. Sus ojos brillaron intensamente cuando llevó su mano nuevamente a mi brazo, recorriéndolo con su frío dedo índice.

—Realmente luces encantadora en ese vestido… estás para comerte. Pero aún no es hora, tendré paciencia y te seguiré probando poco a poco hasta que llegue el día de consumirte entera. La verdad, no puedo esperar —dijo Devin, llevando su nariz a mi cuello, haciendo mi cabello a un lado mientras me olfateaba.

“¿Me morderá como se supone que lo hacen los vampiros?”, no pude evitar pensar.

—No soy un vampiro —replicó ante mi silenciosa pregunta, mientras llevaba sus manos a mi cintura, acercándome contra su cuerpo—. Pero desearías que lo fuera. Un vampiro terminaría tu sufrimiento de manera rápida. En cambio, yo no pienso hacerlo.

Comencé a tiritar de frío. Este demonio realmente emanaba frío, y más al tener su cuerpo pegado al mío. Quise llorar, pero ya había llorado suficiente, y era consciente que no ganaba nada con hacerlo.

La mano del demonio comenzó a subir suavemente por mi pierna, debajo de mi corto vestido rojo, mientras que su rostro bajaba, deteniéndose sobre mis senos. Luego, me desprendió el cierre del vestido y me lo quitó.

Deseaba poder escapar de allí, pero había aprendido no había forma de huir de él.  Y si lo hacía, sabía que no lograría nada, era inútil.

—Me encanta cómo reacciona tu cuerpo cuando lo toco —continuó él, pasando su fría mano sobre mi espalda, deteniéndose sobre mi trasero por unos segundos, para luego arrancar mi tanga de un solo tirón.

¿Qué me iba a hacer? Eso no podía estar pasando. No podía evitar pensar que me haría lo mismo que en el sueño. “¿Por qué? ¿Por qué a mí?”, me pregunté.

Su mano comenzó a rozar mi zona íntima, que no parecía estar tan aterrorizada como yo, y luego él llevó sus fríos labios a mi boca temblorosa, introduciendo su fría y oscura lengua dentro de ella mientras me besaba con gran apetito. Y por tercera vez al encontrarme con él, no pude evitar perder el conocimiento.

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