Capítulo 3

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“Mi vida no puede estar peor”, pensé cuando me levanté la mañana siguiente, recibiendo un rayo de sol en mi rostro. Aún no estaba segura por qué, pero había quedado inconsciente la noche anterior cuando Devin, el demonio, había comenzado a beber de mi sangre. Examiné mi cuerpo, tratando de encontrar otras marcas pero, afortunadamente, solo estaba el corte en mi pierna y, alrededor del mismo, una aureola oscura como la que había tenido alrededor del ombligo la mañana anterior.

¿Qué significaba esa marca? Fuese lo que fuese, seguro tenía que ver con mis desmayos. Igualmente, tal vez era mejor que hubiese sucedido así. Vaya Dios a saber qué más me pudo haber hecho. No podía dejar de preguntarme eso.

Pero se iba a volver a repetir… ¿O no? Sí, Devin había prometido volver una y otra vez. Era un demonio y haría todo lo que se le diese la santísima gana conmigo, y yo debería obedientemente dejar que él lo hiciera porque… porque tenía miedo que matase a alguien que yo quería. No era justo. Realmente era una pesadilla tener que vivir de esta manera todos los días.

Sabía que no podría soportarlo por demasiado tiempo. Algo me decía que tenía que actuar y hacer algo para detener a ese perverso ser. Ese mismo día iría a la iglesia a hablar con el sacerdote. Tal vez él podría decirme qué hacer para deshacerme del demonio y me ayudaría a protegerme, o quizás sabría de alguien que pudiese detenerlo. Esa era mi única esperanza.

Me levanté de la cama y me tambaleé, casi cayéndome al suelo. Estaba muy débil, por lo que llegué a la conclusión de que Devin seguramente se estaba alimentando de mi energía. Las dos veces que había estado con él me había desmayado y había despertado debilitada; ahora incluso más que la mañana del día anterior. Así como los vampiros se alimentan de la sangre humana en las películas, ese demonio se estaba alimentando de mí, pero de mi energía, de mi fuente de vida, además de beber también un poco de mi sangre.

A duras penas logré llegar al baño. Hice pis y me cepillé los dientes. Mirándome al espejo me di cuenta que me veía aún peor que el día anterior. Creo que si un niño me viera, pensaría que estaba presenciando una aparición, o un zombi. Tal vez esa era la palabra más adecuada para describir mi mísero estado. 

Me lavé la cara y decidí darme una buena ducha antes de bajar a la cocina. No quería que mis padres me vieran de esa forma. Me duché y vendé la herida que el demonio me había dejado que, a decir verdad, me ardía en gran manera, como si fuera una quemadura en vez de un corte. Creo que esa era la misma sensación que había sentido también en mi ombligo.

Sorprendentemente, me sentí mucho mejor una vez que me había duchado. Hasta podía caminar con mayor facilidad, y logré disimular lo débil que estaba cuando bajé las escaleras hacia la cocina. Necesitaba desayunar algo para recuperar mis fuerzas.

Timmy estaba sentado en la mesa, garabateando en un papel. Mi hermano tenía quince años y a veces podía ser realmente molesto, pero yo lo quería muchísimo y no dejaría que nada le sucediese. Él siempre había sido importante para mí y  siempre había sentido el deber de protegerlo, como toda buena hermana mayor.

Timmy levantó la vista cuando me vio entrar a la cocina. No se lo veía muy contento conmigo, seguramente por el reto que mi madre le debía haber proferido la noche anterior.

—Celeste —me dijo, mirándome de reojo—. Yo no escribí nada en tu espejo.

—Lo sé —le dije, mientras sacaba una caja de leche de la heladera.

—¿Entonces sabes quién lo ha hecho? ¿O lo has hecho tú misma para que mamá me rete a mí?

—¿Qué es lo que dices, Timmy? No, no lo he hecho yo, ni sé quién fue. Solo estoy segura que no lo hiciste tú.

 —¿Cómo lo sabes entonces?

—No sé —le dije. No podía contarle que un demonio lo había hecho porque disfrutaba acosarme, entonces me quedé mirándolo por unos segundos, pensando qué decir—. Porque tú no me dirías que no lo hiciste si lo hubieras hecho… Al menos no de esa forma. —Timmy sacudió la cabeza.

—Sí, seguro. Como digas —me dijo con sarcasmo.

—¡En serio! —exclamé, mientras me servía leche en un vaso y me preparaba una rodaja de pan con mermelada—. No sabes mentir. Nunca lo has hecho bien.

Tenía razón, pero mi explicación no le resultó convincente a mi hermano, quien salió de la cocina y subió las escaleras para ir a su cuarto.

Desayuné lentamente, descubriendo que me molestaba un poco la garganta al tragar. Luego decidí que no perdería el tiempo e iría a la iglesia católica de mi barrio. Nunca me había gustado ir a ese lugar, pero de vez en cuando mis padres nos obligaban a ir, generalmente para viernes santo y navidad. El sacerdote de esa iglesia me caía bien, y era bastante atractivo a sus treinta y pico de años. Me parecía la mejor opción antes de tener que ir a una iglesia que estuviese más lejos, más que nada en el estado de debilidad en el que me encontraba.

Le dije a mi madre que me iba a la biblioteca a investigar un poco para un proyecto y salí de casa. Eran ya cerca de las diez de la mañana y el día estaba gris y oscuro, demasiado para mi gusto. Comencé a caminar rumbo a la iglesia, realmente esperanzada con que el sacerdote podría ayudarme. ¿Quién más si no? Mis piernas no tenían demasiada fuerza, por lo que debía caminar con lentitud, pero no demoraría más de unos cinco minutos en llegar a destino.

—¡Uuuuh! ¡Uuuuh! —chilló un búho desde un árbol cercano.

No me detuve a corroborar si era el que me acosaba, sino que apresuré el paso lo más que pude para evitar que el ave me diera alcance. Sabía que de alguna manera ese búho se relacionaba con Devin ya que no había dejado de seguirme desde esa noche en la que el demonio había entrado en mi vida.  

Finalmente logré llegar a la iglesia y me escabullí ahí enseguida. Tenía la sensación de que estaba protegida, que ningún demonio podría hacerme daño en ese lugar; pero, lamentablemente, no podría estar allí por siempre, y tampoco podría asegurarme que mis seres queridos estarían bien si decidía quedarme. Tarde o temprano iba a tener que salir.

El padre Felipe estaba justo en el hall de la iglesia, despidiéndose de una mujer vestida de negro que había venido a hablar con él. Al ver su lúgubre apariencia, supuse que se trataba de una viuda.

—Buenos días, padre —le dije, esbozando una tenue sonrisa.

—Buenos días, hija —me dijo él—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Quisiera hablar con usted en privado —le dije, esperando que tuviera tiempo para hablar conmigo.

—Muy bien, sígueme a mi oficina —respondió, y me guió por un pasillo que corría al costado de la iglesia, llevándome hasta el fondo, donde se encontraba su oficina. Era bastante pequeña, pero lucía acogedora. Pensé que el sacerdote me haría sentar frente a su escritorio, pero me indicó que tomase asiento en uno de los sillones marrones que tenía cerca de él.

—¿Qué es lo que te acongoja, hija? —preguntó él, habiendo ya examinado mi semblante. Yo me preguntaba si él se imaginaba lo que realmente me estaba sucediendo.

—Tengo un problema terrible —le dije. El padre Felipe había tomado asiento en otro sillón delante al mío, y se había servido un vaso de agua, que se disponía a beber.

—Cuéntame sobre tu problema —me dijo, tomando un sorbo.

Decidí ir directo al grano. Él, más que nadie, podría entender lo que estaba sucediendo. Miré sus bondadosos ojos azules, que en nada se asemejaban a los ojos del demonio, y comencé a contarle lo que me estaba pasando.

—Un demonio me está acosando, padre —dije con un tono que denotaba seriedad y sinceridad. El padre Felipe se atragantó con el agua que tenía en el vaso.

—¿Qué? ¿Un demonio? —me preguntó, pero su tono no era de incredulidad, sino más bien de sorpresa.

—Sí. Todo comenzó dos noches atrás. Desperté a las doce de la noche porque mi ventana se había abierto. La cerré, me dormí, pero a la hora estaba abierta nuevamente y había un búho en mi ventana. No lo pude espantar, por lo que me fui a dormir al sofá en la sala. A decir verdad, me daba miedo aquella ave…

—¿Qué más? —preguntó el padre, mientras tomaba un cuadernito en su mano y comenzaba a escribir en él.

—Vi una sombra fuera de mi casa, supuse que quien estaba allí subiría por el árbol y entraría por la ventana abierta. Intenté llamar al 911 pero la línea estaba cortada. Entonces me encerré en el armario de la sala. Pero él supo que yo estaba allí y que tenía miedo. Comenzó a hablarme desde detrás de la puerta y me dijo que si no salía de allí mataría a mi familia. Junté coraje y salí…

—¿Qué fue lo que viste? —preguntó el sacerdote, aprovechando que yo había hecho un corte para tomar un respiro.

—Era el hombre más apuesto que yo jamás hubiera visto. Parecía tener alrededor de veinte años, tal vez un poco más. Sus ojos azules brillaban en la oscuridad, era alto y tenía el cabello castaño. Vestía de negro y su sonrisa irradiaba maldad. —El padre Felipe seguía tomando notas en su cuadernito con toda la velocidad que le daba su mano.

—¿Te habló? ¿Qué fue lo que te dijo? —Asentí, tratando de mantener la calma y no llorar mientras recordaba todo lo que había sucedido esa noche.

 —Sí. Me habló.  Me dijo que era un demonio, aunque yo simplemente  creí que estaba loco. Me dijo que no me mataría, al menos no ese día, pero que volvería una y otra vez hasta que no me quedase más nada que dar. Me dijo que disfrutaba de mi sufrimiento… Padre… podía leerme los pensamientos. Yo no lo creía posible, pero él realmente podía hacerlo.

—¿Qué más? —volvió a preguntar el sacerdote quien ya visiblemente manifestaba estar bastante turbado.

—Me acorraló contra la pared. Comenzó a lamer mi cuello con su lengua fría y me desprendió el pijama. Todo eso me da vergüenza contarle, padre… de veras creí que él me quitaría la inocencia. Sentía que no podía luchar contra él, y que mi cuerpo le respondía, por más que suene extraño decirlo. Luego, él comenzó a besar mi ombligo, y yo perdí el conocimiento.

—¿Qué recuerdas después de eso?

—Nada. Simplemente desperté a la mañana acostada en mi habitación. La ventana estaba cerrada. Pensé que había sido una tonta pesadilla pero los hechos que ocurrieron durante el transcurso del día me demostraron lo contrario. Resumiendo tenía una marca en el ombligo, me sentía débil y estaba pálida, un búho comenzó a seguirme cuando iba a la escuela, posiblemente el mismo de la noche anterior… Luego, llegué a casa y planeé salir con mis amigas. Me bañé y en el espejo había un mensaje que me ordenaba no salir. No le hice caso y salí igual… Fui a la casa de mi amiga Jessica y allí comenzamos a ver una peli mientras comíamos algo. La luz se cortó y a mis amigas no se les ocurrió nada mejor que jugar a la ouija.

—¡¿La ouija?! —exclamó, mirándome como si yo estuviese loca.

—Ya lo sé, padre. Yo no quise jugar a ese maldito juego, pero mis amigas insistieron. Comenzamos a hacer preguntas, y el indicador comenzó a moverse. Era él, el demonio quien respondía las preguntas. Dijo que se llamaba Devin y que mataría a todas mis amigas, pero no a mí. Mis amigas pensaron que yo les estaba jugando una broma y se fueron a sus casas. Yo también me fui a casa y me encontré con un mensaje escrito en el espejo de mi habitación, diciendo que él me había dicho que no saliese. Llamé a mi madre y le conté todo lo que me había pasado, pero ella creyó que había sido una pesadilla, y que el mensaje lo había escrito mi hermano.

—Déjame adivinar —interrumpió el padre Felipe antes que pudiera seguir con mi historia—, alrededor de las doce de la noche el demonio volvió a aparecer. —Asentí. Estaba en lo cierto.

—Sí, lo hizo. Sentí pasos primero, luego se abrió mi ventana y, unos minutos después, él apareció en mi habitación. Yo no podía gritar, ni podía moverme. Me dijo que debía hacer todo lo que él me dijese, y que si no lo hacía, mataría a mis amigos y a mi familia. Realmente me asustó mucho, padre. Luego me hizo un corte en la pierna y bebió un poco de mi sangre. Me volví a desmayar como la noche anterior…No ha sido nada lindo. Una verdadera pesadilla de la cual me gustaría despertar… Esperaba que usted tal vez pudiera decirme qué hacer al respecto.

—Déjame que te diga que esta es una situación altamente delicada —me dijo, aunque sabía que no quería alarmarme—. Ese demonio te ha elegido como su juguete, y como su sustento, por alguna determinada razón. ¿Hiciste algo recientemente que pueda haber atraído su presencia? —Sacudí la cabeza.

—No lo creo, padre. Mi vida siempre ha sido relativamente normal. No he hecho nada que pudiera haberlo atraído.

—Bien —profirió el sacerdote, levantándose para buscar un libro en su biblioteca—. Según la descripción que me has dado, puedo decirte que este es un rhycolas.

—¡¿Un rhy qué?! —pregunté. Nunca antes había escuchado el nombre.

—Un rhycolas. Es una especie de demonio con apariencia atractiva, que puede materializarse entre las doce de la noche y las tres de la madrugada. Durante las demás horas puede aparecer entre las sombras, o con la forma de un ave, como ser un búho o un cuervo, aunque bien pueden ser otras aves, excepto las palomas. Elige a muchachas vírgenes para alimentarse de ellas y pervertirlas, se alimenta de su energía vital y de sus temores. Puede jugar con su víctima por un tiempo indefinido hasta que le parece que su alma está lo suficientemente manchada como para llevársela al infierno, es ahí que se da un festín con su energía vital, matándola. Lo más posible es que esa misma muchacha termine convirtiéndose en un succubus, un demonio femenino que se alimenta de la energía sexual de los hombres, más que nada dentro de sus sueños.

Respiré profundamente. Era demasiado para asimilar.

—¿Qué puedo hacer para defenderme de él, padre? —pregunté, esperando que hubiese algo para protegerme.

—Hay muchas cosas que puedes hacer para repelerlo. Reza por las noches antes de irte a dormir, cuelga un crucifijo en tu habitación,  en la cabecera de tu cama y siempre usa uno. Lleva agua bendita contigo, si lo rocías un poco con ella, el demonio desaparecerá por unas horas. Y eso es todo lo que puedes hacer por el momento… Un cazador de demonios puede encargarse de enviarlo de nuevo al infierno. —Mi rostro se llenó de esperanza.

—¿Un cazador de demonios? ¿Cómo puedo contactar a uno? —El padre Felipe suspiró.

—Lamentablemente no abundan, hija. Los cazadores de demonios nacen, no se hacen. Solo conozco uno, y en estos momentos no está cerca de aquí. Pero haré lo posible para contactarlo, y le diré que venga ni bien pueda.

—Gracias, padre —le dije con una sonrisa de genuino agradecimiento. Realmente me había hecho sentir mucho mejor el haber hablado con él.

—Ve con Dios, y ten mucho cuidado, querida. Con los demonios no se juega. No tanto por tu bien físico, sino por el de tu alma. Debes intentar mantenerla a salvo sin importar cómo.

El padre Felipe luego me dio una botella llena de agua bendita y bendijo un crucifijo de madera para que yo pusiera en mi habitación y me dio uno de plata para que llevase puesto. Me lo puse inclusive antes de salir de la iglesia. Sabía que necesitaría toda la protección posible. Le di las gracias nuevamente y salí de allí  para volver a casa.

El día se había vuelto aún más oscuro, y estaba ventoso. “Definitivamente se viene una tormenta”, pensé mientras caminaba rápidamente hacia mi casa. No había hecho unas cuadras cuando mi móvil comenzó a vibrar en mi bolsillo. Me detuve y lo tomé para leer el mensaje que recién había llegado. Entré en pánico cuando vi aquel mensaje de un número desconocido:

“Me desobedeciste. Prepárate para sufrir las consecuencias”.

—¡Oh, Dios! —exclamé. Mis amigas estaban en peligro. Todas ellas lo estaban y debía advertirles, aunque posiblemente de nada me serviría hacerlo ya que nunca me creerían.

¿A quién advertir primero? ¡Si tan solo supiese a quién él iba a atacar! Lo único que se me ocurrió fue enviarles un mensaje a las tres y esperar que lo leyesen. Tomé mi móvil y comencé a escribirlo, pero en medio de esa actividad, la pantalla de mi teléfono se quedó negra. Se había apagado.

—¡Mierda, mierda, mierda! —exclamé, apurándome para llegar a casa. Las llamaría por teléfono una por una.

Las pocas cuadras que debía caminar se volvieron interminables. Encima, tenía viento en contra y este llevaba polvo consigo, lo que hacía casi imposible mantener los ojos abiertos e ir a una velocidad más rápida de lo normal.

“Por favor Dios, no permitas que le pase algo a nadie”, comencé a rezar dentro de mí. No sabía si Dios podría ayudarme en esos momentos, más que nada teniendo en cuenta cuánto me había olvidado yo de él en el pasado, pero valía la pena intentarlo.

Cuando llegué a casa entré casi corriendo, con la intención de llegar al teléfono lo antes posible, pero no tuve suerte ya que mi madre estaba pegada a él. No podía creerlo, me estaba muriendo de nervios. No podía tener tanta mala suerte.

Me senté en el sillón de la sala, moviendo mis pies impacientemente mientras esperaba que ella desocupase el teléfono. Pronto me percaté que la conversación parecía ser muy seria, y mi madre lucía muy pálida.

—Sí… Sí, Jessica. Yo le digo, no te preocupes.

¡Era Jessica! ¿Por qué habría llamado a casa? ¿Por qué estaba teniendo una conversación de ese tipo con mi madre? ¿Qué había sucedido?

—¿Qué sucede mamá? —pregunté una vez que mi madre finalizó la llamada, mientras me ponía de pie y me acercaba a ella.

—Lo siento mucho, hija —dijo ella, dándome un repentino y fuerte abrazo.

—¡Mamá! ¿Qué ha sucedido?

—Es Rose… —sollozó mi madre.

—¿Rose? ¿Qué le pasó? —pregunté, ya sumida  en un estado de pánico—.

—Ha intentado suicidarse, cariño.

—¡¿Qué?! —exclamé con incredulidad y sorpresa. No era posible, no podía serlo.

—Ha saltado desde el balcón del departamento de su familia hace unos diez minutos aproximadamente. Parece que aún está viva. La están llevando al hospital. Esperemos que lleguen a tiempo.

Rose vivía en un cuarto piso. El daño que debía haberse hecho al saltar, o al ser empujada desde allí,  debía de haber sido enorme.

—¿Sobrevivirá, mamá? —pregunté, rompiendo en llanto. ¿Por qué? ¿Por qué había osado desobedecer a ese maldito demonio? Ahora por mi culpa Rose estaba al borde de la muerte. Todo era mi culpa, solamente mía.

—No se sabe, hija. Jessica llamó para pedirte que vayas al hospital.

—¡Llévame! ¡Llévame ahora! —supliqué, como si la vida de Rose dependiera de mi presencia en aquel sitio.

—Está bien, ya te llevo —estuvo de acuerdo mi madre—. ¿Has dejado tu móvil en tu cuarto? Jessica ha dicho que te llamó pero que no le contestabas.

—No. Lo llevé conmigo pero parece que ha muerto, no puedo encenderlo —dije, sacando mi móvil de mi bolsillo, entregándoselo a mi madre para que lo viese. El móvil se encendió ni bien ella lo tocó.

—¡Pero si funciona bien! —exclamó mi madre, devolviéndomelo—. Ven, vamos al hospital.

—Debe haberse vuelto loco, entonces —expliqué, mientras seguía a mi madre al coche.

Volví a mirar mi móvil mientras mi madre conducía hacia al hospital, viendo que otra vez tenía un mensaje de ese número desconocido. No me atrevía a mirarlo. Sabía que podía ser cualquier cosa. Pero finalmente no me contuve.

“Ahora aprenderás a obedecer. De ello depende que tu amiga siga con vida o no”, decía el mensaje.

—Mamá —dije—. ¿Cómo ha sido que Jessica se ha enterado tan rápido sobre lo que sucedió con Rose?

—Ella estaba en su casa. Creo que iban a estudiar juntas o algo así. Mary aún no había llegado. De pronto, Rose caminó hasta el balcón y simplemente pegó un salto. Ella lo vio todo, pobrecilla —me contó mi madre tras inspirar profundamente. No era una situación que le resultase fácil de tratar.

—¿Pero por qué saltaría con Jessica allí a la vista? —pregunté, aunque bien sabía qué había sucedido. Devin la había inducido a hacerlo. No podría haber sucedido de otra forma.

—¿Insinúas que Jessica la empujó? —preguntó mi madre, mirándome de reojo.

—No. No, claro que no. Jessica nunca haría eso. Solo que me parece raro que Rose hiciera eso, mucho menos delante de una amiga. Eso es todo.

—Vaya uno a saber qué estaría pasando por la mente de esa pobre chica —dijo mi madre, mientras estacionaba frente al hospital.

De inmediato bajé del auto y me apresuré a entrar. Recorrí los pasillos hasta llegar fuera de la sala de terapia intensiva. Jessica estaba allí en un estado caótico. Lloraba, temblaba y sollozaba. Los padres de Rose no estaban. Seguramente ni siquiera habían estado en la casa cuando todo había sucedido.

Abracé a Jessica con fuerza, y las dos lloramos juntas por unos largos minutos antes que ambas pronunciásemos palabra.

—¡Dios, Cele! ¿Por qué se nos tiene que haber ocurrido jugar a ese maldito juego? —preguntó Jessica entre lágrimas—. Ese demonio dijo que nos mataría a todas, y lo está haciendo… ¡Lo está haciendo!

—Tranquila, Jessica —intenté tranquilizarla—. ¿No has dicho que Rose ha saltado?

—Sí —asintió—, pero… mira, estábamos sentadas, charlando, cuando de pronto ella se paró y comenzó a caminar directo al balcón. Parecía poseída… caminaba como un sonámbulo. No era ella misma, ella no se suicidaría. Tú sabes que no lo haría.

—Tienes razón. Es todo demasiado extraño. Tal vez sí haya sido la ouija.

—Lo que no entiendo —comentó ella—, es por qué el demonio dijo que no te mataría a ti. —Me encogí de hombros y mentí. Mentí porque tenía prohibido hablar de lo que estaba sucediéndome, y no quería volver a desobedecer a ese perverso demonio, por el bien de todos.

—No lo sé, Jess. Tal vez lo que quería era que me culpasen a mí de todo. Vaya uno a saber cuáles son las intenciones de alguien tan malvado.

Minutos más tarde llegó Mary, quien lucía peor que Jessica y yo. Mary y Rose eran muy unidas, tanto como nosotras dos. Las tres hablamos durante un buen rato sobre lo que había sucedido la noche anterior, y todas pensábamos que era el demonio quien estaba detrás de todo. Ambas decidieron que era mejor tomar precauciones; comenzaríamos a usar crucifijos hasta que estuviéramos a salvo de su amenaza. Yo les dije que era una buena idea, y me alivié un poco al saber que ellas estarían protegidas, y que no había necesitado contarles toda la verdad, cosa que solo me causaría problemas si lo hacía.

Creía que estarían a salvo y no sabía lo equivocada que estaba.Pronto el demonio me demostraría que no sería tan fácil lidiar con él.

***

Los padres de Rose demoraron unas cuantas horas en llegar ya que estaban fuera de la cuidad. Los doctores y enfermeros entraban y salían de la sala, y de todos los que interrogamos, ninguno nos quiso informar sobre el estado de nuestra amiga, lo que aumentaba nuestra preocupación. Pronto decidimos volver cada una a nuestros hogares, y los padres de Rose prometieron avisarnos si sabían algo más.

Había estado durante varias horas en el hospital y me estaba muriendo de hambre cuando llegué a casa, pero parecía que no había nada que pudiera digerir debido al nudo que se había formado en mi estómago así que, al final, lo único que pude comer fue un pequeño pote de yogur.

Subí a mi habitación y me acordé de las cosas que había traído de la iglesia. Supuse que no contaba como una desobediencia utilizarlas, ya que el demonio no había mencionado nada al respecto, por lo que ubiqué el crucifijo en la pared, sobre la cabecera de mi cama. Repartí el agua en cinco pequeñas botellas de plástico; metí dos en mi cartera, dejé una dentro del cajón de mi mesita de noche, otra sobre esta, y la última en el baño. Eso debería ayudarme de momento.

Cuando me dispuse a cambiarme la ropa y ponerme más cómoda para dormir una siesta, que tanto necesitaba, encontré una hoja en mi closet, con una nota escrita en rojo.

“¿Quieres salvar a tus amigas? El lunes comienza tu primera misión. Pronto te diré qué hacer”.

“¡Genial!”, pensé. “Ahora esté demonio me dará órdenes. ¿Qué más podría sucederme?”, me pregunté a mí misma, aunque realmente no quería saber la respuesta. Luego me tumbé en la cama y me dormí completamente.

***

Abrí los ojos y me encontré en una inmensa cama en el medio de un espeso y oscuro bosque. Arriba de esta caían las ramas de un frondoso árbol y allí, parado en una de las ramas, se encontraba el gran búho que ya había comenzado a hartarme. El ave me observaba fijamente y yo no estaba del todo segura por qué, hasta que me miré y, descubriendo la razón, en seguida di  un tremendo salto, terminando fuera de la cama.

Estaba completamente desnuda, y mi cuerpo estaba cubierto con una sangre pegajosa que parecía haber estado sobre mí durante varias horas. Horribles gusanos cubrían la cama, lo que me causaba mucho más terror que ver la sangre que me envolvía. Comencé a correr con desesperación, jadeando, alejándome del lugar donde se encontraba esa cama del horror. 

El búho comenzó a seguirme una vez que me alejé unos metros. Cada vez que miraba hacia atrás, parecía que se volvía más grande, llegando a tener casi el mismo tamaño de una persona. Era ya un búho enorme, monstruoso. Tenía la certeza de que no podía permitir que me alcanzase, eso significaría mi perdición.

Pronto tuve una sensación extraña en mis pies; algo los tomó, y me caí al suelo. Unas raíces verdes y húmedas con vida propia estaban comenzando a treparse por mis pies, imposibilitándome el movimiento. Me di la vuelta en el suelo, mirando hacia arriba, y entonces las raíces comenzaron a treparse también por mis manos. Estaba realmente desesperada, luchaba con todas mis fuerzas por liberarme de ellas pero era en vano. Por más que luchase, no podía soltarme.

Sentí unos pasos acercándose a mí. Alcancé a levantar la cabeza, pero lo único que pude ver fue la oscuridad infinita. De pronto, dos círculos azules brillantes aparecieron en la oscuridad. Era él, eran los ojos de Devin.

—¡Déjame salir de aquí! —reclamé con valentía.

—¿Pero por qué te dejaría ir si la diversión recién comienza? —preguntó él, su cuerpo pronto comenzando a hacerse visible. Devin estaba… ¡estaba desnudo!

“¡Oh, Dios!”, pensé al verlo así, apartando mi mirada. No podía mirar a aquel que tanto odiaba por hacer mi vida tan miserable porque su cuerpo, en vez de causarme repulsión, me atraía en gran manera. Me era imposible negar que me parecía atractivo. ¡Vamos! Era atractivísimo. Todos sus músculos estaban visiblemente marcados, y no le sobraba ni faltaba nada. Realmente era el epítome del cuerpo masculino.

—¿Qué quieres conmigo? —pregunté.

—Yo solo quiero divertirme —me dijo, parado ya a mi lado, mirando mi cuerpo desnudo que ya no estaba cubierto de sangre, sino que de repente se encontraba completamente limpio, como si las ramas se hubiesen encargado de absorber la sangre que me había estado envolviendo.

Empecé a sollozar. Yo estaba desnuda… él estaba desnudo. ¿Qué me iba a hacer? ¿Qué iba a suceder? ¿Ocurriría lo que más me temía desde hacía tiempo?

Sin perder el tiempo Devin se recostó sobre mi cuerpo, tapando mi boca con su mano derecha para que yo no pudiese hablar ni quejarme. Su mano izquierda comenzó a trepar por mi pierna derecha. Podía sentir su miembro viril sobre mi pelvis y estaba aterrorizada.  

—Shhh —me dijo, intentando calmar mis sollozos—. Te prometo que no te dolerá. —Creo que nunca había sentido tanto miedo como hasta ese momento. Nunca. Ninguna promesa de ese malvado me calmaría.

Devin comenzó a acariciar mis partes femeninas, que respondían a su tacto, mientras que grandes lágrimas caían por mi rostro. Yo mantenía los ojos cerrados para no verlo, pero sabía que él me estaba mirando fijamente, podía sentir sus ojos sobre mi esbelto y bien formado cuerpo.

Devin comenzó a lamer mis lágrimas con su fría lengua, mientras yo sentía un terrible dolor inundarme entre mis piernas. Algo se introducía dentro de mí. Estaba perdiendo mi virginidad.

Y fue en ese momento de tremenda desesperación que desperté. Mi corazón latía a más no poder. Estaba sudando y llorando, pero gracias a Dios todo había sido un sueño… solo había sido un sueño, por más real que lo hubiese sentido.

Ya eran las dos de la mañana. Había estado dormida por más de ocho horas. Rompí en llanto allí mismo, sobre mi cama. Ese demonio estaba logrando corromperme. Lloré y lloré durante horas, hasta que ya no tenía más lágrimas que volcar. Me sentía realmente destruida. Estaba perdiendo las fuerzas, cada vez me estaba costando más mantenerme en pie y luchar.

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