1-Kaldor

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Ese día saldría de la cárcel, el lugar donde había estado encerrado toda su vida.

No había pegado un ojo a lo largo de la noche, estaba ansioso y se apresuraba en afilar el hueso de perro que había conseguido en el patio de juegos. Tenía un arma. Había extrañado la sensación de una en sus dedos.

No veía la hora de salir de prisión y cometer un crimen, uno que justificara todos estos años de inocencia. La asistente social había dicho que era un psicópata, un monstruo, todo porque le había cortado la mejilla con una barra de jabón y eso que había sido paciente, ella se merecía cosas peores por sisear tanto con su lengua de serpiente.

La aborrecía, odiaba a esa maldita mujer que lo llamaba por su nombre completo o le decía señor como si fuese uno de ellos «Tranquilícese, señor»

¿Tranquilo? ¿Él? Había nacido en la puta cárcel no conocía la palabra tranquilidad, solo había visto tranquilidad cuando uno se moría en el pabellón. En los ojos fríos y húmedos de un cadáver. O cuando abusaban de los nuevos y quedaba desechos... algunos.

Quería salir de una putísima vez. Quería matar a alguien y comprobar si se sentiría igual de satisfactorio que en su imaginación.

Pero debía asesinar a una persona que dejara conmocionado a todo el mundo.

A todo ese jodido mundo exterior que nunca había visto pero estaba seguro que odiaba. Debía aniquilar la vida de una persona que el pueblo entero amara.

Como la reina.

Rio exageradamente. Robin se revolvió en su catre.

—Cierra la boca, mocoso.

—Vuelve a llamarme así y te corto la lengua —amenazó a su compañero de celda.

El muy pollera gruñó y calló, o se durmió. Kaldor continuó con su tarea, imaginando a la reina muerta y a todo ese pueblo de mierda llorando su perdida. En sus fantasías había mucha sangre. Rojo, su color favorito, el que aparecía cuando se mordía la lengua. En sus sueños más alegres veía el cadáver, en el medio de un río de sangre real, abriéndose como un abanico en un día caluroso.

Soltó una risilla. Lo verían como un monstruo y se lo habría ganado. Al fin se habría ganado algo de lo que tenía.

Sí, iba a asesinar a la reina. O morir.

Teníatantas ganas de matar. Y de morir.

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