2- Olivia

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Le temblaban las manos. Como un moribundo, alguien que se balancea entre dos mundos, sin pertenecer ni a uno o a otro.

Pero ella no estaba falleciendo, al contrario, su vida, ese día, comenzaría.

Ella estaba cansada de dar vueltas en su habitación así que salió de allí y fue corriendo cautelosamente con dirección a la recamara de Abbi, sin que nadie la viera. Lo cierto es que con o sin esfuerzo, de todos modos, nadie la hubiera notado, hace años se había convertido en una sombra vieja en su propia casa.

Olivia tenía cuatro hermanas menores, pero Abbi era la más pequeña de todas, diminuta, como ese retoño que demora en germinar.

Abbi cargaba tan solo con seis meses en este mundo, los mejores seis meses que Olivia podía recordar en toda su vida.

Había escuchado a la empleada que le pondrían un vestido azul para el Ritual de Nacimiento y sentía la imperante necesidad de verla. Encontró a Abbi en su mecedor, estirando sus brazos para alcanzar el móvil de ribetes dorados que colgaba sobre ella. Le sonrió y ella le devolvió el gesto.

Estaba más hermosa de lo que había imaginado, el vestido era de raso, suave al tacto y opacamente brilloso. Alguien había esparcido perfume de lavanda en su recamara, que hasta ahora era el santuario de millones de regalos de todo el pueblo, como juguetes, cuadros o flores.

No había nadie en toda la tierra que no quisiera a Abbi o a su madre, a mucha honra sabía que eran gente querida y aunque eran única en su tipo se hacían apreciar, como esos pájaros que cantan en noche cerrada.

Su corazón estaba a punto de estallar de alegría, más de lo habitual, porque Olivia frecuentemente solo podía sentir felicidad, pero ese día saboreaba una euforia anómala, enfermiza y frenética. Alejó sus manos de la bebé. No quería estrujarla en sus brazos porque eso provocaba que Abbi estuviera de mal humor, pero su mofletudo rostro porcelano era demasiado adorable.

Que me sonriera hacía el trabajo más difícil.

—Hola, Abbi querida, te ves hermosa para mi Ritual de Nacimiento —una risa involuntaria escapó por sus labios, no podía retener esas cataratas de sentimientos extraños que encontraba brotando de ella.

Todos eran sentimientos buenos, pasión, entusiasmo, nervios e incertidumbre, la hacían temblar como si la sacudieran, parecía que su corazón fuera unas vegetas repiqueteando y ella el tambor.

Se mordí el labio.

Dentro de Olivia llovía una alegría mezquina y obscena, pero también preocupación, por sus amigos.

—Oh, Abbi tengo tanto miedo por Cacto y Mochina, verás, ellas son mis mejores amigas y, al igual que yo, este año cumplieron dieciocho por eso deben atravesar el Ritual de Nacimiento. Todos en Reino afrontan el Ritual porque allí les dan su propósito en el mundo, nuestro destino. Verás, cuando naces eres como una hoja en blanco por eso tienes que escribir sobre ella y la Fuente te dice qué redactar.

Abbi la observó con sus inmensos ojos azules, le estaba creciendo un mechón rojizo de cabello, sería igualita a Olivia, estaba segura. Acarició sus minúsculos nudillos con el dedo índice.

—Pero ellas no corren la misma suerte que yo. Porque no estarás al tanto, querida, queridísima Abbi, pero nosotras pertenecemos a la familia más suertuda y bondadosa de todo Reino. El mundo donde naciste es maravilloso, pero no siempre fue así. Atravesó épocas oscuras, tan oscuras que la gente ya no recuerda qué se vio en ese período. A su mente solo acude penumbra —tragó saliva, se sabía el discurso de memoria, era la historia que solía contarle su padre—. Es que, hace miles de años, las criaturas mágicas estaban en caos, a su suerte, pero alguien, no se sabe muy bien quién, creo una fuente magia. Se llamó La Fuente Madre. La fuente es un estanque encantado de aguas doradas donde en su superficie flotan papeletas con destinos. Solo basta coger un papel y la fuente te dirá lo que será de tu vida.

Abbi cogió con su pequeña manita el dedo de Olivia, sonrieron ambas como si compartieran un secreto que nadie más entendería, de haberlo sabido. Agradeció tener el cabello recogido porque de otro modo hubiera tirado de su melena, a ella le encantaban las cosas brillantes y sedosas.

—Tu destino puede ser cualquiera, por ejemplo, tu cuidadora, Bianca, es tu cuidadora porque eso dictaba el papel que extrajo de la fuente. Ella cuando cumplió dieciocho extrajo un papel que le redactaba su vida, decía que debía casarse a los veinticinco con la primera persona que le regalara un narciso, esa fue su mejor amiga un día de primavera, cuando acampaban al lado de un álamo, dos años después. El papel también indicaba que trabajaría en Palacio cuidando a la hija de cabellos rojos. Esa eres tú. Bianca sabe cómo morirá, su papeleta también se lo confesó, ella padecerá por la vejez a los setenta y siete.

Suspiró. Bianca había tenido tanta suerte, rogaba que sus dos mejores amigas obtuvieran destinos tan buenos como esos. Le rogaba a la fuente, a la fortuna y a todo dios que pudiera escucharla.

—Nosotras pertenecemos a la estirpe de reyes, por lo cual, nuestro destino será igual al de nuestros antecesores —musitó y repitió las palabras que sabía le tocarían ese día en el Ritual de Nacimiento—: «Seguir con el deber real» Así fue por cientos de años, eso estaba escrito en el papel que sacó mamá de la fuente, y a nuestro hermano mayor, Darius, le tocó el mismo destino. Me tocará a mí, des eso estoy completamente segura, y te saldrá a ti. Porque no solamente compartimos una sonrisa encantadora...

Hizo un esfuerzo para sonreír, ahí venía la parte dolorosa.

—También compartimos destino.

Sintió cómo la sombra de la preocupación caía sobre ella.

—Pero no todo el mundo sabe qué le tocará en su destino y mis amigas... temo por ellas, Abbi, no sé qué papeleta les tocará en la fuente. Cacto dice que siempre tuvo mala suerte así que le tocará ser un sacrificio porque es bruja y las brujas no son de tener destinos grandiosos. Y debes cumplir tu destino, nadie puede desobedecer a la Fuente Madre o ella te encargará de que todos sepan que fuiste en contra del orden del mudo. Ella te dará una maldición, una enfermedad... te enfermará tanto que se te caerá la piel o se te llenara de llagas, explotarás o te derretirás de a poco, todos los enfermos huyen a las afueras, al Muro Verde, el bosque maldito. Y jamás regresan.

Meneó la cabeza, horrorizada con la idea. Todo lo que dijera la fuente era lo correcto, pero si alguna de sus amigas moría antes de cumplir diecinueve o si su destino era ser sacrificada en una hoguera o ser devorado por una familia de salvajes como le había ocurrido al mejor amigo de Darius ... le temblaba la sonrisa mezquina de solo pensarlo.

Porque ella sabía que no le tocaría esa fortuna, se había salvado, su vida sería extraordinaria pero el resto...

Retrocedió y dejó a Abbi sola para que no pudiera verla llorar. Desde la ventana de Abbi podía ver su jardín, allí había plantado desde azaleas, margaritas, jancitos, malvas, pinos y árboles frutales. Sus padres le habían regalado esa parte del patio de Palacio.

Olivia disfrutaba cuidar de las plantas, porque le gustaba saber que alguien la necesitaba.

Se secó las lágrimas cuando la criadora, Bianca, entró a la habitación y la saludó cordialmente, reverenciándola, como era correcto.

Olivia era la única de la familia real que le había pedido a todos los sirvientes que dejaran atrás los protocolos; después de mucho esfuerzo logró que entraran a habitaciones donde estaba ella sin que le pidieran permiso y se movieran a sus anchas por el palacio, también consiguió que dejaran de arrodillarse y le mostraran el respeto y amor con una ligera inclinación de cabeza, que ella respondía por igual.

Pero no ese día. Olivia permaneció en su lugar, la saludó de espaldas y respondió una excusa lánguida mientras miraba por la ventana y aparentaba felicidad e indiferencia.

No era que no estuviera feliz. Claro que lo estaba, era el día más importante de su vida, recibiría su destino, su propósito en el mundo. Pero no podía quitarse de la cabeza la preocupación ¿Y si morían? ¿Y si sus mejores amigas en todo el mundo morían? ¿Cómo aguantaría ella tantos años sin su compañía?

Alguien siempre moría. La muerte se aparece, aunque no tenga invitación.

El estómago se le contrajo en un nudo del tamaño de una moneda. Depositó una mano sobre su abdomen y suspiré.

Y ella ni siquiera era Cacto y Mochina, ambas deberían estar muertas de miedo.

Suspiró nuevamente, buscando calma, papá era bueno manejando sus demonios, conservaba siempre el temple, debía imitar su ejemplo, aunque no estuviera ahí. Giró, la cuidadora estaba colocando a Abbi en una carriola y le cantaba alegremente.

Bianca era una mujer bastante amable.

Estaban a tres cuadras de los jardines de La Catedral, donde se ubicaba La Fuente. Todo el año permanecía cerrado ese sitio, a excepción de hoy. Era tradición que fueran caminando, pero Olivia no podía soportar un segundo más y se adelantaría con Bianca y Abbi, las personas que más quería en esa casa.

El resto de sus hermanitas gritaría mucho, chillarían canciones de Ritual o hablaría de posibles destinos para sus amigos, lo que solo acrecentaría los nervios de Olivia.

Una persona interrumpió sus siniestros pensamientos. Era mamá. De repente todas las mañosas voces de su cabeza se callaron. Le agradeció en silencio que la salvara de ella misma.

Mamá entró a la habitación con la gracia y elegancia que solo ella tenía. Cuando caminaba parecía que flotaba.

—Bianca, déjanos solas —pidió con una sonrisa.

Tragó saliva, su expresión no anticipaba nada bueno. 

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