17- Kaldor

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Las estrellas del cielo contemplaban en caóticas filas a los mortales de esa noche.

Y un mortal, el más raro de todos, se alejaba a paso rápido de la fortaleza de piedra.

Kaldor trataba de asimilar lo que había sucedido. Esa perra desquiciada, estaba escondida debajo de la cama, él había ido a buscarla y cuando quiso averiguar por qué se había ocultado de todos los sirvientes y oficiales que rastillaban el castillo para hallarla, ella le rompió el espejo. Lo peor de todo era que, por alguna extraña razón, tenía caza recompensas buscándola.

No solo era una gruñona demente y llorona también era tan tarada como para cagarla en grande, porque en menos de unas horas se había hecho enemigos, antes de entrar a Catedral todos la amaban y ahora había gente que la quería muerta. Vaya chica.

Esa noche Kaldor no estaba interesado en morir, tal vez a la mañana siguiente o a media tarde, pero no en ese instante, primero se tomaría una copa y luego descubriría si valía la pena continuar vivo en ese mundo.

Estaba a más de trescientos metros del castillo, ya adentrándose en los jardines, cuando oyó el sonido que desgarró la calma de la noche:

—¡Código azul! ¡Código azul! —gritó alguien desde una atalaya, se oyeron trompetas y campanadas—. ¡Código azul! ¡Código azul! ¡Código azul! —bramaba junto al tañido.

No sabía lo que significaba, pero apretó el paso.

Kaldor, como toda persona sensata sabía identificar los problemas. Pero él no era como el resto de las aburridas personas, iba más allá, incluso podía deducir cuando un problema sería divertido y cuando solo era peligroso.

Por ejemplo, aquella vez que mientras limpiaba la autopista repleta de vasos desechables, cartón meado y envoltorios aplastados, Robin le había dicho que cuando el guardia se distrajera podían correr a los matorrales, caminar tres cuadras abajo e ir hasta Privet Mercon, una calle cercana que tenía bares y putas. El mejor de todos esos antros era O'Mally una tienda con luces de neón violetas. Eso había sido buscarse pleitos con los guardias que no necesitaban muchas excusas para blandir las porras o usar el bastón de electrochoques. Sin embargo, Robin prometía una aventura divertida, eran problemas que valían la pena. Si la azúcar fuera veneno ya todos estarían muertos, solía decir Robin, porque la gente prefería destruirse por algunas buenas razones.

De todos modos, nunca habían logrado ir al bar porque el guardia jamás se distrajo, pero había aprendido una importante lección.

Olivia era un problema aburrido y peligroso, no valía la pena.

Y mierda santa, era una asesina experta, le faltaban muchos jugadores a esa cancha y de seguro era porque los había matado también.

No le había temblado el pulso al asesinar a ese tal Mike y cuando lo hizo no se había conformado con ganar el ataque, esa yegua aristócrata quiso castigarlo, profanar su cuerpo y dejar su cabeza como mermelada vieja.

«Esto es lo que te ganas por traicionarme Mike, ahora nadie más volverá a ver ese rostro de traidor» había chillado ella mientras lo acuchillaba.

No es que a Kaldor le desagradara la sangre, quién era para juzgar, había visto cosas peores, pero mucho no quería estar cerca de esa muchacha sobre todo cuando el destino los vinculaba de una forma no muy amigable ¿Proteger a Olivia? ¡Si ella había matado a alguien con una puta maceta! Si Olivia tenía una barra de jabón convertiría a todo el pabellón de la cárcel en sus perras.

No hay mal que por bien no venga, se dijo Kaldor. Había que ser optimistas, mientras ella se entretenía masacrando la cara de un viejo amigo él revolvió su habitación en busca de un espejo de mano y aunque no encontró nada pudo recaudar más dinero que agregó al de la caja registradora, oculto en su bolcillo. También encontró maquillaje, tenían el mismo tono de tez, sin que Olivia saliera de tu transe de violencia desenfrenada él trató de pintarse todas las mejillas con base de piel, había logrado tapar las manchas, pero se movían así que necesitaría más maquillaje, cubrirse todo, de pies cabeza, de todos modos, se llevó su maquillaje también. Estuvo tentado a jugar con el labial, pero le pareció demasiado innecesarito y lo dejó en su sitio.

Sin embargo, no encontró espejos en su tocador. Se fue al cuarto de baño que había a un lado de la cama, allí también estaba atestado de plantas, todas eran quietos vigilantes. Se enjugó el maquillaje de la cara porque se sentía inseguro y registró el lugar, pero allí tampoco había espejos, lo que resultaba no solo curioso, también extraño. Tal vez la chica tenía mala autoestima.

Creía que las princesas eran un poco más egocéntricas y narcisistas.

Luego regresó a la habitación para comprobar que ella no había terminado de acuchillarlo, solo la fuente sabría cuánto tiempo le tomaría, agarró la pistola que encontró en el suelo, tenía quince balas en el cartucho, el cañón era largo y cilíndrico porque cargaba un silenciador y estaba compuesta de metal gris. Era una Stevenson 52, las que usaba la policía. Pues hola, oficial Kaldor.

Optó por llevársela también, miró a Olivia en su estado de psicópata, dedujo que ella era un problema que no valía la pena y se marchó del castillo.

Había creído que Olivia era la única carta que tenía para ejecutar su venganza, un comodín, pero se equivocaba, ella era la ficha más difícil de manejar de todo el juego.

Tenía que buscar un trago y un espejo. Con urgencia ¡Máxima! Cuando estuviera más mamado planearía algo contra la familia real, los grandes imperios no nacen de la noche a la mañana y las venganzas maestras tampoco. Además, primero tenía que matar a alguien, debutar, la impertinente de Alicia le había quitado la oportunidad, pero había conseguido una pistola y ahora todo sería más fácil.

Tal vez podía volarle los sesos a alguien como esa roca le rompería el cráneo a Rex en los siguientes días o mejor aún, las pelotas.

Un camino de roca lo condujo a la feria que se celebraba en los elegantes y extensos jardines, la gente continuaba festejando, bailando, subiendo a juegos y admirando las esculturas de flores. Sus risas sonaban como gritos. Atravesó la muralla y se adentró en el pueblo. Caminó por callejuelas empedradas bordeadas por paredes de mampostería y casas pequeñas. Las villas estaban deshabitadas como un bosque quemado, cada alma se encontraba en la feria.

De repente encontró un charco de agua que se había acumulado por un pozo, en mitad de la calle del pavimento. La luna se reflejaba en la superficie. Suspiró aliviado, se arrodilló con delicadeza para no perturbar el charco y asomó su rostro hasta que pudo reflejar.

Reflejo apareció. No estaba nítido, la luz escaseaba, la imagen era peltre y distorsionada, sus ojos eran una mancha dudosa y su boca una línea sin forma, pero más allá de eso podría verse su silueta, la quijada, la nariz, sus pecas y las cejas, estaba lo principal.

—Esa chic... te dio una paliza de la put... adre.

Kaldor masculló una maldición.

Cuando el reflejo no era nítido no solo podía obtener respuestas mentirosas, también se distorsionaba la voz. Podía suceder que respondiera con interferencia, que susurrara bajito como si contara un secreto o en el peor caso de todos que su voz se volviera grabe y ronca como la de un demonio. A Kaldor no le gustaba cuando sucedía eso último porque reflejo se volvía verdaderamente agresivo y gritaba hasta dañar.

En aquella ocasión oía palabras sueltas, le llegaban lejanas, como ecos, al igual que si hablara en una cueva y a él solo llegaran los últimos fragmentos de la conversación.

Tenía muchas cosas para preguntarle cómo qué había vuelto loca a Olivia, dónde estaban Cer y Río, cómo llegaba al bar más cercano o por qué Olivia no tenía espejos en su habitación.

—¿Dónde puedo conseguir un espejo?

—Ya sabía que ibas...olver arrastrándo... ocoso asquero....

—¿Dónde? —insistió Kaldor con paciencia.

—En cualquier lado, imbécil. Ponte creati...o, jo...r.

—¿Dónde están Cer y Río?

—En tu culo —reflejo se esforzó para que esa parte llegara clara como el agua.

—Vamos ¿qué fue de ellos?

—Los destinos que le tocaron... una verdadera ... —hubo un momento en donde Kaldor veía a reflejo hablar y mover los labios, pero no llegaba a oír lo que decía—, entonces Cer se levantó de su... todos miraron... ¡ES LA ÚLTIMA VEZ! ¡NADIE PUEDE SUFRIR TANTO! ¡PIEDAD!... pero eso no fue...

Kaldor apoyó las manos en los contornos del charco sin perturbar su superficie.

—Dime solo dónde están, reflejo, esto no está funcionando.

—¡Muro Verde! ¡Ve a Muro Verde! —bramó con poca paciencia y se marchó.

Kaldor dudó. Muro Verde.

Era el bosque desconocido, donde acababan los desgraciados que habían obtenido un destino tan desafortunado que preferían ser malditos por la fuente, contraer una enfermedad terminal y ser desterrados a que cumplir su papeleta. Tu destino tenía que ser verdaderamente fatal, incluso peor que convertirse en un puente. Si preferías la deshonra de ser desterrado, el desprecio que generaba desobedecer a la diosa y el dolor mortal de la enfermedad-maldición, significaba que tu papel en el mundo era mucho peor que todo eso.

Al cumplir tu destino te sentías completo, pleno, feliz e iluminado. Eso solían decir.

Quien ignoraba su destino, su papel en el mundo, era obligado a morir en el bosque y jamás regresar. Los magos y brujas de Reino habían creado un muro de enredaderas y cardos. O eso se rumoreaba, realmente se desconocía el origen del muro, lo único verdadero era que se desconocían las tierras del otro lado.

El muro se abría cuando querías entrar, como se apartan las aguas cuando cae una roca en un lago, pero te impedían salir. La roca no vuelve a emerger luego de ahogarse, su destino son las entrañas oscuras del lago... para la eternidad.

Una vez que Kaldor atravesara ese muro no podría regresar jamás. O tal vez sí era posible un retorno, solamente que nadie lo había intentado antes porque ese lugar estaba repleto de moribundos apestosos. Él prontamente sería uno porque no tenía ni idea de lo que le pedía su destino, de haberlo sabido tampoco lo hubiera cumplido.

Un desconocido cementerio de huesos y árboles, del que no podría regresar nunca jamás. Si se metía en el bosque las posibilidades de vengarse sobre la familia real serían muy escasas, casi nulas, debía elegir entre su ira y unos extraños. Desconocía cuáles habían sido los motivos que impulsaron a Cer y Río a desterrarse en aquellos bosques, pero ellos no regresarían.

Le resultaba curioso ver qué habría detrás de los matorrales.

Sonrió de lado, atravesar Muro Verde era un problema que valía la pena.





 No puedo creer que ya estemos en septiembre D:

¿Soy la única a la que le pasó el año volando?

 Pensé en que si cada viernes publico sin falta y me leen las mismas personas (así es los tengo fichados @Da_mian  @NohSeQuep0ner  @-Ash_Sanchez-  @IsamarRodriguez542 y otros más que no me salen ahora) podríamos hacer alguna interacción como, no sé, pasarnos música. 

 Empiezo yo, estos días estuve obsesionada con Sing de Hozier. La escucho una y otra vez, está muy buena.  

Espero que les haya gustado el capítulo y nos vemos el siguiente viernes :D

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