18- Olivia

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De su andar gallardo y sus movimientos agraciados ya quedaban poco, se sentía sin esqueleto, hueca, como un saco de piel.

Aún ataviada en su vestido verde oliva de Ritual, con el cuello, la barbilla, las manos y el mentón goteando sangre caliente y ajena, ella corrió por un pueblo oscuro y fantasma. Las casas la veían pasar como si fueran esclavos en fila, con sus ojos abiertos y curiosos, mirándola en soledad.

Los fuegos artificiales que cerraron el festival en los patios reales, estallaron en el firmamento, de todos los colores y formas, se despedían burlonamente de ella como si dijera: ¡Adiós, Olivia, buen viaje, nunca regreses!

Siguió a Vidente sin que él lo notara, cuando se detuvo a hablar con el suelo ella tomó aire detrás de una farola. Sentía inseguridad con la idea se perseguir a un asesino, un presidiario, un monstruo. Pero no podía hacer otra cosa, esconderse en el pueblo no era una opción. Esa mañana había despertado como una persona amada y admirada, si le hubiera pedido refugio a cualquier ciudadano ellos le habrían dado acilo sin dudarlo. Pero esa noche Darius, sus hermanas y su padrastro habían dado falsa información a la prensa.

Le dirían a todos que ella era una loca peligrosa y que estuviera revestida con la sangre de Mike Lana no ayudaba a mejorar su imagen. Las lágrimas le impidieron ver que Kaldor se ponía de pie y caminaba con tranquilidad por el empedrado. Miró los fuegos artificiales, se quedó fascinada un minuto con ellos, había un unicornio y un dragón en el cielo, ambos galopaban sobre las nubes. Esa siempre había sido su parte favorita del festival. Perdió interés como si no fuera nada grandioso y continuo con su marcha.

A Olivia los fuegos artificiales le parecían divertidos, papá había hecho que le gustaran porque decía que eran como estrellas de mar en aguas astrales. Papá solía tener una manera hermosamente peculiar de ver el mundo. Lo echaba tanto de menos, de seguro él, en aquel momento, le hubiera dicho algo que pudiera sosegar su angustiado corazón.

Después de quince minutos de caminata las casas del pueblo comenzaban a menguar, unos campos de hierbas salvajes crecieron ganando terreno, la Luna los abrigaba bajo su manto de plata. Acechó el rastro de vidente, debía guardar más distancia porque de otro modo él la vería, ya no había callejones o paredes donde ocultarse esta vez, eran las únicas personas en esos desolados campos baldíos de hierbas.

A lo lejos, como montañas, notaba un cinturón oscuro y recto, prolongándose horizontalmente hasta el infinito. Era Muro Verde. Olivia tragó saliva, sus padres jamás le permitían acercarse a esa zona, de hecho, todos los habitantes de Reino la evitaban, solo acudían a esos confines los fotógrafos para capturar su maligna majestuosidad y venderla a los libros informativos. Libros y revistas que Olivia había leído con morbosa fascinación.

Recordaba que Cacto y Mochina le habían dicho que no leyera esas revistas o le darían pesadillas. Pues ahora la pesadilla ya había llegado y no tenía forma de despertar.

Pasaron unas dos horas en los cuales Olivia los recorrió marchando apresuradamente hacia esa línea negra que cada vez iba ensanchándose más y más hasta engullir el cielo y todo el espacio.

Sentía que sería devorada, devorada, devorada. Desde que Vidente había asesinado a Mike Lana no podía pensar con claridad, ni en su familia ni en qué sería de ella. Sentía que la verdadera Olivia estaba perdida en una niebla blanca, escondida en algún lugar al que no podría regresar.

De repente estaba parada ante aquel muro y Vidente se ubicaba a su lado.

Él estudiaba, con los brazos en jarras, el interminable y altísimo seto de ramas retorcidas y hojas aceradas. Era tan espeso que no se podía ver qué escondía, podía ser muerte lo que ocultaba, como una almohada que obstruye el aire a una víctima. Olivia cerró los ojos y llevó sus manos ensangrentadas y secas a los párpados, se los frotó y aspiró hondamente el fresco aire de la noche.

Quería dejar de pensar en muerte.

Quería descansar, caer presa de un profundo sueño que la alejara de todo mal. Deseaba dormirse y no estaba segura de si quería despertar después.

—Sé que me seguiste, no soy tan lerdo como tú, Olivia —comentó Vidente, sin voltearse, contemplando con aire pensativo el muro de arbustos.

El cielo nocturno tenía todo de un oscuro índigo, incluso la ropa de Vidente. Él había arrojado la campera al suelo, ya no se quería ocultar, ahora volvía a lucir su pantalón y camisa azul de preso. Manchas oscuras se movían con lentitud sobre sus antebrazos, como nubes en un día soleado.

Ella sintió que un respingo la regresaba a la realidad. No sabía qué decirle.

—Se me acabaron los espejos, por si querías romper otra cosa —reprochó con desdén.

—N-n-nnno quiero —musitó Olivia, sintiéndose miserable.

—Eres experta rompiendo cosas —agregó mirándola sobre su hombro—. ¿Antes de morir al rey le rompiste los huevos?

—N-no.

Los dedos.

—Qué pena. Bueno, nos vemos, psicótica.

—¿Irás a Muro Verde? —preguntó y trató de avanzar hacia él, pero notó que el vestido se le había enredado en unos yuyos.

—Sí, creo que sí. Se supone que iba a usarte para vengarme de tu familia, pero estás demasiado chiflada, después de ver cómo asesinaste a Mike...

—Yo no asesiné a Mike —Olivia se extrañó y alejó ligeramente su cabeza.

Ignoró el hecho de que él quería asesinar a su amada familia, no se preguntaba por qué, Vidente estaba poco cuerdo y con los locos no hay que buscar razones porque nunca las encuentras.

—Sí que lo hiciste, varias veces —Él se volteó frunciendo el ceño.

—No, fuiste tú.

Vidente silbó admirado y alzó las cejas.

—No dejas de sorprenderme, muñeca.

—No me llames así.

—Como quieras, muñeca.

—Basta.

—¿Por qué no tienes espejos en tu habitación? —inquirió como si quisiera preguntar eso hace mucho tiempo.

Ella abrió la boca y la cerró inmediatamente. No iba a responder a eso, era personal. Vidente metió la mano en su bolcillo, sacó un papel y lo alzó bajo un rayo de luna. Era su destino.

—¿Qué es esta cosa que traigo aquí? —preguntó fingiendo un pésimo asombro, entornó los ojos y trató de descifrar las letras—. Me pregunto qué dirá ¿Quieres leerlo por mí?

Iba a ordenarle que hablara.

Olivia gruñó. Lo odiaba, lo aborrecía y le repugnaba la idea de estar tan a la deriva que la conversación con él fuera lo mejor que le había pasado en el día. Pero rapidamente se reprendió por ser tan dura con él.

Ella siempre había tratado a todos con benevolencia, era justa pero también sabía perdonar. Jamás había repudiado a los descarriados, sin importar cuantos errores cometían las personas ella era paciente y amable. Incluso realizaba campañas de beneficencia para los presos o los más necesitados, la semana pasada había enviado a la prisión más de cincuenta juegos de mesa recreativos, para que pudieran despejar su mente. Hace dos meses había iniciado un proyecto para que los barrios pobres de Reino pudieran practicar jardinería en centros recreativos, nunca terminaría su maravillosa idea.

Se preguntó si Vidente alguna vez utilizó lo que ella organizaba en sus campañas, él no tenía aspecto de sentarse en una mesa a jugar o de sociabilizar. Se veía lunático, más bien parecía un tipo que desgarraría el tablero de juegos, volcaría la mesa o se comería las fichas.

—Mi padre me pidió... que no tuviera espejos en mi habitación, me dijo que me harían daño —respondió.

—¿Por qué?

Olivia se encogió de hombros, hablar de su padre le rompía el corazón y ya no le quedaba mucho corazón.

—No sé.

—¿No le preguntaste? ¿Seguiste la orden y ya? —interrogó él, incrédulo.

—Era mi padre —excusó como si eso fuera justificable, se encogió de hombros y miró en varias direcciones.

—Vaya, Olivia, y empezabas a caerme bien. Eres decepcionante.

—¡No lo sé! ¿Sí? No puedo preguntarle. Está muerto.

—Los muertos a veces hablan —respondió místicamente Vidente, pero todo en él tenía un aire críptico y confuso.

Dímelo a mí, pensó Olivia, había jurado escuchar la voz de Cratos Jarkor, devorado por una familia de trastos salvajes, hablando en el castillo. Más de una vez. Se pellizcó en reprimenda, no se habla de eso.

Ambos enmudecieron porque oyeron pasos arrastrados sobre los hierbajos. Había llegado hacia ellos otra persona. Era un joven que lloraba, estaba a cien metros de distancia, pero podían escuchar sus sollozos y ver sus hombros sacudirse por el esfuerzo de contenerlos. También vio que tenía el cabello encrespado como un niño, que era delgado, musculoso y alto.

Olivia se afligió, ella solo quería ver a los ciudadanos de Reino felices y él, ese desconocido, no lo era. De todos modos, ahora tampoco, técnicamente, era un ciudadano. Estaba desterrándose porque prefería la soledad y el dolor a que cumplir su destino.

Vidente aprovechó su momento de distracción, se aproximó hacia el muro y extendió una mano para tocarlo, los dedos separados y ansiosos quisieron acariciar su follaje frío pero el arbusto crujió, sufrió una sacudida y se hundió para abrir una brecha. Le recordó a lo que hacía Abbi cuando quería hacerle cosquillas, se contraía, de igual manera las hojas retrocedían para no ser tocadas.

La hendidura fue ensanchándose como una sonrisa macabra.

Acá te quedarás, acá perecerás.

Olivia giró asustada hacia el otro muchacho, el que estaba a parado a cien metros de distancia. El muchacho había encontrado valor y había atravesado el muro en otra abertura, mucho más lejos.

Escuchó el rugido de un motor, giró la cabeza, una patrulla de policía venía a la carga y detrás la secundaban dos más. Cabeceaban por la irregularidad del terreno. El campo estaba repleto de baches, pero eso no dificultaba que se precipitaran aplastando hierbas bajo sus neumáticos y cuajando el silencio de la noche con el ulular de su sirena. Los conos de luz que vomitaban los faros alumbraron a Vidente que cruzó sin preocupaciones, o no vio a los oficiales o no le importaron.

La luz la cegó.

Muro Verde se ensanchó un poquito más. Tengo lugar para ti, Olivia.

No ofrecía más que oscuridad. La Diosa Madre, la fuente, era dorada, era luz pura y rutilante, la oscuridad, tan sucia, era considerada de mala suerte. Por eso las casas de Reino estaban bien iluminadas, era decreto real, porque donde brilla la luz es territorio de la diosa, donde puede protegerte.

Pero esa vanidosa no había protegido a Olivia en Reino, de hecho, la diosa tal vez ni siquiera era diosa, su familia la había burlado y ella no había hecho nada.

Un policía asomó su cuerpo por la ventanilla, cargaba un arma en sus manos. Disparó al suelo. Una nube de polvo a quince centímetros de sus pies le confirmó a Olivia que había apuntado a sus talones, para inmovilizarla e impedirle que escapara. Es que, tenía que suicidarse para su familia o montar un espectáculo de demencia. La necesitaban con vida o al menos la mayor parte. Si se quedaba la matarían a ella y su recuerdo y si atravesaba el muro se moriría lentamente por la maldición de la fuente.

Las hojas del arbusto vibraron, advirtiéndole, se cerrarían pronto si no lo cruzaba porque ahí solo podían pasar gente que no cumplía con su destino. Para los obedientes siempre estaba cerrado.

No se podía ver del otro lado de la brecha, solo había una espesa oscuridad. Pero sí pudo olerlo: un denso hedor a putrefacción saturó su nariz. Y también pudo oírlo, había gente que gritaba de dolor.

Sin ser consciente de sus actos atravesó las puertas, pero algo, en su interior, una vocecita pequeña, le advertía que vería otra vez a su familia.

Le recordaba que, a veces, no podemos evitar regresar a los lugares de los que queremos escapar.






 Los protagonistas ya van a ir a Muro Verde donde empieza todo el embrollo de la historia (tal vez no les interese pero ya van leyendo 67 páginas de 387, así que van re avanzados)  

 Como dije la semana pasada, voy a abrir apartados para recomendarnos canciones porque sí jajaja, no tengo una mejor razón. Hace unos días vengo escuchado una canción re pinky llamada Mad at Disney de Sallem Ilese, la encontré en tiktok y me gustó el ritmo.

Nos vemos el viernes que viene :D

 Sean corteses, anden con cuidado, eduquense lo más que puedan, respeten para que los respeten y que dios nos ampare, ah se copiaba de la doctora Apolo XD

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