21- Olivia

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Se sentía apenada por abofetear a Vidente, ella era una chica de palabras no de violencia, era una persona diplomática, pero ese día había sido largo y embrollado. Todos tenían un punto débil, hasta la plata se opaca, ella estaba agotada y envejecida por las penurias de ese día.

Al menos Vidente era un monstruo paciente y educado, no se había enojado cuando ella lo golpeó, incluso se quedó en silencio, tal vez le dio miedo o se compadeció de ella o se asombró. Sea como fuera no le reprochó ni antes ni ahora el haberlo abofeteado.

Apretó sus manos y se prometió nunca más volver a hacer algo así de trastornado.

La sangre de Mike Lana se había secado y comenzó a frotarla de su piel con saliva. Sabía a sal. El sabor a la sangre le trajo recuerdos de su infancia.

—Lamento haberte golpeado, Vidente, no sé lo que me ocurre —comentó mientras se dirigían hacia el bar de Melvin.

—Jum —respondió él con las manos en los bolsillos, sin mirarla siquiera.

—Prometo jamás volver a hacerlo. Yo no soy así. Soy una buena persona. Jamás de los jamases le levanté la mano a alguien. Soy una buena persona. Y paciente, sobre todo paciente.

Él continuó caminando bajo la luz de la luna, eran iluminamos por el débil resplandor que propagaban las antorchas de las casas.

—Y respeto a la fuente. Es una diosa después de todo —agregó—. Así que debería respetarte más a ti, supongo. Lo siento.

Él chasqueó la lengua, ella no entendía lo que ese sonido quería significar.

—¿Qué harás ahora? —insistió, necesitaba una respuesta.

Vidente se encogió de hombros, lacónico.

—Yo tampoco lo sé —admitió—. Es una linda luna ¿verdad? —inquirió observando el círculo rojo y luminoso que destacaba en el cielo—, es exactamente igual a la del otro lado.

Vidente miró en dirección opuesta a la luna.

Pero lo cierto era que igual o no ya no estaban del otro lado. Un fugaz y desesperante deseo de hallarse en cualquier sitio menos en ese invadió a Olivia.

El bar no era ninguna maravilla. La estructura tenía cinco pisos, la planta baja era la licorería con unas puertas de abanico dobles abiertas de par en par. Los otros pisos superiores deberían ser el hotel, solo dos habitaciones estaban encendidas, sin cortinas cubriendo las ventanas expuestas.

Dentro el bar estaba oscuro y sin música.

No era la primera vez que Olivia iba a un bar, hace un año, cuando ella tenía tan solo diecisiete, su hermano Darius la había llevado a un lujoso establecimiento llamado Kandas. Allí tocaban música, había bailarines en una pista pulida, rincones con sillones de cuero para fumar y otros apartados para beber pociones que te hacían ser otras personas. Todo protegido por una cálida y brillante luz.

Con Darius se habían limitado a acatar la lista de cervezas artesanales, sentados bajos luces extravagantes y pulcras, pero el menú tenía muchos más licores que ofrecer.

Ese lugar no se parecía en nada. Había un cartel en la entrada, mal escrito, que desalentaba a los consumidores: «Solo ai aguar diente»

El suelo era de tierra compacta con pisadas dispersas por la superficie, paja aplastada y abono, una barra de pino de sanidad dudosa se ubicaba a la izquierda, detrás estaba plantado un hombre rinoceronte con expresión huraña, vistiendo un delantal tan manchado que era imposible adivinar su color original. El hombre de piel grisácea y con un cuerno donde debería tener la nariz, apretaba un trapo que goteaba agua negra. Con el trapo azotó la barra para matar una mosca y luego se lo echó al hombro.

Olía a orina rancia.

No había electricidad, solo unas cuantas antorchas, mucho menos indicio de Internet. Olivia había albergado el ingenuo deseo de cargar su teléfono celular. Las mesas eran todas diferentes y las sillas también, daban aspecto de haber sido hurtadas o sacadas de la basura. Si lo ves primero es tuyo, era una lawer.

Vidente se dirigió con prisa a un rincón donde estaban sentados, encorvados, con la vista fija en el vacío de sus tarros de aguardiente un fauno y una muchacha. El fauno tenía pelaje pardo en las piernas, pezuñas enormes, cuernos poco pronunciados y cabello crespo, era un poco gordo, se lo notaban morrudo bajo la ropa. La muchacha era de piel enfermiza, casi verduzca, rechoncha sobre todo en las caderas, musculosa y de cabello castaño. Ninguno de los dos era muy guapo ni se los veía muy felices.

La chica tenía puesto un uniforme de presa amarillo y botas, el fauno era similar pero naranja. El monstruo estaba vestido de azul. Criminales. Todos de diferentes prisiones, pero eran lo mismo, a fin de cuentas.

—¿Quién se murió? —preguntó Vidente.

Arrimó una silla, la ubicó al revés, cruzó los brazos sobre el respaldo y apoyó su barbilla allí. Se sentó de horcajadas alrededor de en la mesa redonda, donde ellos veían la grotesca botella vacía. En esa postura Olivia apreciaba las esposas que Kaldor se cortó y no se pudo quitar, una en cada muñeca, como un brazalete.

A Olivia le sorprendió que lo hiciera con naturalidad, como si los conociera de toda la vida, como si hubieran estado charlando y él solo hubiera ido al baño por dos minutos. Ambos jóvenes alzaron la cabeza para verlos llegar, pero no se mostraron muy interesados.

El fauno tenía la piel con un ligero color rojizo, irritado, como si se hubiera secado el cuello con una lija. Sería uno de los desafortunados, su maldición ya había comenzado a consumirlo.

Olivia se sentó y les sonrió con sinceridad, pero los dos la ignoraron como expertos, el fauno incluso levantó asqueado el labio, como si oliera algo rancio.

Ella se encogió en su silla, apenada, preguntándose por milésima vez qué hacía allí. Sería muy difícil cumplir su destino en Muro Verde, a no ser que necesitaran un puente de ese lado no podría sacrificarse y proteger uno. Tal vez buscaba cumplir el destino de Vidente.

Suspiró. Solo estaba buscando un poco de tranquilidad, lo mejor sería despedirse cortésmente de esas amables y simpáticas personas, pedir una habitación individual, intercambiar dinero, sus aretes, un teléfono o lo que fuera que se usara para transacciones en Muro Verde e irse a la cama.

Darius solía discutir todo con la almohada, como le llamaba él a dormirse con un montón de problemas sobre los hombros, se preguntó acongojada si ahora estaría riñendo a muerte con su cama. Después de todo, al pobre Darius lo había dejado sepultado de problemas. Problemas que no se merecía.

Se lo imaginó dormido bajo las sábanas blancas de algodón con la cabeza recostada en una almohada de plumas y lo extrañó tanto que su corazón se partió.

—Cer y yo creímos que tú te habías muerto —explicó el fauno.

Cer continuaba en silencio, con expresión de fastidio.

—¿Por eso estaban velándome en esta maravillosa morada? —preguntó Kaldor enderezándose, sujetando el respaldo de la silla y estirándose.

—No.

—¿Por qué creyeron que Vidente estaba muerto? —se interesó Olivia.

Cer alzó las cejas.

—Porque cuando acabó el Ritual tu familia dijo a los periodistas que estás como loca una cabra —graznó Cer.

—¡Oye! —se ofendió el fauno.

—Es un decir, maldita sea, Río —se excusó ella y escupió al suelo.

Olivia tuvo un respingo, ese gesto siempre le había resultado sumamente asqueroso.

—Creímos que Kaldor había ido por ti y que lo asesinaste —expresó Río.

Cer asintió cabizbaja y rumió:

—Supongo que acabo de perder una apuesta —agarró el recipiente con el alcohol y lo giró en sus dedos mientras enfocaba sus ojos vidriosos en Olivia—. Y tú... eres de la realeza —tragó—. Caíste bajo ¿O no? Tu familia siempre tiene vidas perfectas, salud, dinero, fama... belleza, inteligencia —enumeró e hipó—. Siempre quise ser uno de ustedes. Cenar todas las noches, baños calientes con espuma y sales, sábanas de algodón...

Seda, corrigió Olivia, en su mente.

—... gente que te sirve. Siempre quise ser uno de ellos para que la fuente me amara y me diera el mejor destino de todos: «Seguir con el deber real» ¡Tu destino es ser importante y ya! ¡Puedes elegir todo lo demás!

—Deja de tenerte tanta lastima, Cer —intervino Vidente con la voz pesada por el cansancio, Kaldor, su nombre era Kaldor—. No te queda bien.

¿Acaso la estaba defendiendo?

Olivia se ruborizó de la vergüenza por dos razones que le resultaron embarazosas:

 La primera era que nunca se había dado cuenta de que su vida había dio tan privilegiada hasta que la perdió. Creyó que todos en Reino eran felices, como ella, que no les faltaba nada.

 La segunda era que ni siquiera le había preguntado su nombre a Kaldor, lo había llamado como si fuera un mito popular: Vidente. Él no se molestó en corregirla o, como era común en la cárcel, castigarla. Las cicatrices de Kaldor mostraban que había sido castigado más de una vez por sus errores. Tenía más surcos que una corteza. Le horrorizaba pensar que, posiblemente se las había hecho él mismo.

 De repente una divertida idea le azotó la mente: Kaldor era una buena persona convenciéndose de que era mala y ella era una mala persona tratando de hacerse creer que era buena. Desechó el pensamiento por absurdo, él era un monstruo y que tuviera un lindo gesto no iba a conmoverla en lo absoluto.

Pero había algo más importante que había extraído de la conversación: la prensa.

A pesar de que ella había demostrado que estaba en contra del plan de arruinar su reputación Darius lo había hecho de todos modos. Le mintió a la prensa. Había insultado su recuerdo, la deshonró de maneras que nadie lo había hecho.

Se abrazó a sí misma, tratando de cubrirse los codos, el pecho y demás, se sentía sucia, mancillada, como si hubiera sido violada. Todo en ella era como un círculo de dolor que no dejaba de girar y bajar.

Había sido usada.

Lo ojos se le anegaron de lágrimas porque no quería culpar a Darius de lo ocurrido, la bomba había estallado porque ella la encendió. Pero, de todos modos, a ese ser de luz, el que tanto había admirado, ahora lo encontraba abominable, tan oscuro como el pozo de una cloaca.

Una parte de ella luchaba por amar a Darius, pero otra parte, una que hasta ese día se había ocultado en las profundidades, más inconsciente y muda, siempre lo había odiado y se regodeaba por, después de tanto tiempo, tener una buena razón para hacerlo.

—¿Y por qué vino contigo la flaca? —preguntó Cer.

—Creo que ahora soy su dueño —comentó Kaldor, con intriga, mirando a Olivia como si no estuviera allí.

Ella se encogió en la silla, quería desmentirlo, pero era verdad.

—Diablos —bisbiseó Cer—. Creí que estabas mintiendo cuando te subiste al escenario y leíste tu destino.

—Celosa ¿cielo? —se burló Kaldor.

—¿Qué harás con ella? —preguntó Río.

Kaldor se rascó la barbilla.

—No sé, tenía pensado...

—Es de mala educación hablar de alguien como si no estuviera aquí —interrumpió Olivia, bruscamente.

—Nadie está hablando contigo, flacucha —la corrigió Kaldor y se dirigió nuevamente hacia Río—. No sé, la usaré para darle celos a Cerezo.

La aludida soltó aire por la comisura de los labios y se bamboleó un poco en la silla.

—Estoy celosa de todos, ahora desearía ser cualquier persona menos yo —musitó y se recostó sin fuerzas sobre la mesa, aferrando aun el aguardiente entre sus dedos.

—¿Incluso yo? —se interesó Kaldor.

Cer meneó la cabeza.

—No eres una persona —contestó.

 Kaldor puso los ojos en blanco, pero Olivia pudo intuir que le había dolido más de lo que dejaba ver. Cer le cayó bien inmediatamente.

—Anda, perra insensible ¿Qué te tocó para el futuro? —preguntó Kaldor.

Olivia abrió pasmada los ojos, sabía que Kaldor era una bestia, pero tratar así a una dama era pasarse demasiado. Se mordió el labio. Río soltó una risilla y Cer, aun recostada sobre la mesa, le lanzó una mirada incisiva como el colmillo de una serpiente. Ella no iba a responder, pero su amigo cabra parecía muy dispuesto a hacerlo.

—Brindo por esta mesa —dijo alzando el tarro de vidrio—, esta es la única mesa con el primer miembro de la familia real que recibe un destino diferente, el primer monstruo que es torturado por el destino de sus padres, el primer fauno que recibe un futuro extraordinario y aun así se destierra y la primera ciudadana en la historia que decide no buscar su destino en la fuente.




Espero que les haya gustado este capítulo, lo dividí a la mitad para que no sea muy largo, la semana que viene subo el resto de la charla en la que Cerezo cuenta que se fue, en mitad del ritual, sin sacar un papel de la fuente.

Me estoy quedando sin música para recomendar porque hace mucho que no encuentro nuevas canciones que me gusten. Pero acá va una vez más para respetar tradiciones jajaj:  Heather de Conan gray (sí, casi todas las canciones que conozco las encuentro en Tiktok)

Buen viernes :D

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