42- Kaldor.

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 Con Río habían concordado que llevarían de paseo a Calvin, bajo la excusa de buscar leña para una fogata, pero con la intención sacarle información de dónde venía.

A Río le daba igual si Calvin era un mentiroso o un traidor, se lo dijo cuando ambos se apartaron del grupo, en el momento que él y Olivia montaban la carpa y charlaban sobre la Juventud Dorada.

El fauno había tenido la mala suerte de contraer una maldición acelerada, su piel estaba irritada y todo indicaba que en cuestión de días se le caería a tiras y moriría cuando su corazón no pudiera soportar más el dolor.

Así que si Calvin era un embustero y tenía pensado matarlo de otra forma no creería que fuera peor que la muerte que el destino ya le tenía reservada. Kaldor no era de dar ánimos ni apoyo, porque nunca le había importado alguien lo suficiente como para querer alegrarlo; pero cuando escuchó las palabras de ese chico sintió que tenía que hacer algo.

El fauno le había confesado el dolor que lo acongojaba, se la regaló a sus oídos y él sentía que ahora era dueño de ese problema.

Río no le generaba rechazo como el resto de la gente, ellos eran muy disimiles, pero sus vidas no habían sido tan diferentes. Así que se obligó a ser un poco más amable, no tuvo que obligarse mucho, con Cer y Río las cosas difíciles eran más fáciles de hacer.

Le habría prometido que haría lo que fuera para llevarlo ante el cambiaformas y salvarle la vida, si tan solo lo ayudaba a conseguir información del humano.

—Río, si me ayudas a revelar que Calvin quiere engañarnos, juro que te llevaré al cambiaformas así tenga que juntarte en una pala.

—Me halagas, bombón.

—No dejaré que nada malo te pase. Lo prometo.

Hizo la promesa con ligereza, pero si había algo de peso, en el mundo de Kaldor, eran las promesas. Prometer era la única manera que Kaldor conocía de moldear un destino, la promesas forman, dibujan y escriben vidas. Las promesas definen. Y la promesa que le hacía a Río tenía la forma de un revolver sobre su espinado corazón, porque si no lograba cumplirla sería como un disparo al pecho. Lo destrozaría, así de dedicado a él estaba.

Fauno y bestia conspirando contra el humano ¿Qué mejor vínculo que ese? ¿Así nace una amistad? ¿Una sociedad al menos? Kaldor sentía que sí.

A Río pareció divertirle la idea de investigar como si fueran espías. Comenzó a contarle de que, cuando era pequeño, antes de meterse en líos con la policía y los soldados, había ido al cine con su hermana a ver una película de un hombre que traicionaba a la corona.

Obviamente era el villano porque en Reino todos amaban a la corona y ningún protagonista respetable podría cometer una deslealtad tan global. El traidor en una parte de la película se infiltraba en el castillo y trataba de conseguir información para unos bandidos. Hacía un interrogatorio sutil que llamaba: «La maniobra» para obtener información de cómo infiltrarse en el castillo.

La maniobra consistía en hacer sentir a los interrogados que estaban hablando con un amigo.

Río sugirió que hicieran La maniobra con Calvin.

Kaldor inmediatamente se arrepintió de involucrarlo en sus planes, ese fauno era muy estúpido. Los cuernos le aplastaron el cerebro. Pero qué demonios, él jamás había ido al cine, tal vez funcionaba y no era tan tonto como sonaba.

La maniobra no funcionó.

Había sido un viaje infructífero, llevaban veinte minutos caminando y recogiendo leña sin obtener nada de utilidad. Calvin descubrió rapidamente que le estaban preguntando por sus orígenes y respondió que vivía en un pueblo lejano de Muro Verde.

Ya había caído la noche y se alumbraban con un farol de aceite, si Kaldor tuviera un teléfono celular como el resto de los jóvenes podría iluminarse con la linterna, pero jamás había tenido uno. Cuando era chico, a sus seis años, había dibujado un móvil en la pared, cuadrado y bastante deformado, fingía que llamaba a sus amigos con eso. Hasta que los demás chicos de la correccional lo descubrieron y le estamparon la cabeza tantas veces contra el muro que consiguieron borrar la tiza.

En lugar de descubrir algo había conseguido cargar él todas las ramas y troncos secos que hallaron. Río tenía la piel sensible para hacer trabajos pesados y el humano, como todo humano, era débil y un poco torpe. No le importaba esforzarse, en la prisión lo obligaban a realizar trabajos peores, como una vez que lo hicieron tomar un autobús para soltarlo en mitad de la nada y hacerlos picar roca.

Se construyó una autopista en el lugar donde él cavó. Cada vez que él se detenía a descansar los guardias lo azuzaban con las porras o lo electrocutaban con varas porque sabían que él era un hueso duro de roer y no podía castigárselo tan fácil.

«Este bicho es ciego al dolor, no lo ve llegar y por eso no lo siente» solían decir. Kaldor a veces deseaba ser ciego completamente así no vería el mundo tan torcido que lo rodeaba.

También decían, siempre, que él debía trabajar en construcciones para devolverle a la comunidad ¿Devolverle qué? Si la comunidad nunca le había dado nada.

La comunidad podría ser Calvin porque tampoco le estaba dando nada útil. Río no se había rendido, a veces le gustaba que fuera tan cabeza dura, siguió preguntando:

—Y cuéntame, Calvin ¿Cómo terminaste en la frontera de Muro Verde si eres de un pueblo lejano?

Calvin se esforzó en que las ramas que cargaba en sus brazos no se le cayeran, alzó un poco la rodilla para reagruparlas y observó avergonzado a Río.

—Ah, pues, es una larga historia.

—Estamos lejos del campamento —agregó Kaldor.

Calvin se veía triste otra vez, mierda santísima, jamás había entendido el comportamiento de los humanos, sus sentimientos eran de papel y sus mentiras de acero. Río miró a Kaldor cómo diciendo «¿Y ahora qué?» Kaldor se encogió de hombros para responderle: «No, sé, no me mires a mí»

—Las familias siempre son un problema —intervino Río—. Yo siempre me llevé mal con la mía, excepto con mi hermana, ella era mi mejor amiga. La echo de menos, mucho, creí que cuando saliera de prisión podría verla, pero... no tuve el valor de ir a visitarla. Prefería dejar su recuerdo intacto, si la veía después de todos estos años, su recuerdo, lo único que tuve de ella por tanto tiempo, se moriría.

Kaldor arqueó una ceja. Se había olvidado de averiguar por qué Río había ignorado un futuro tan prometedor, era la primera persona que conocía que había recibido de la fuente una buena vida, pero se había desterrado de todos modos.

Quiso darse una palmada en la cara por ser así de despistado.

No había podido descubrir la razón, no es que le incumbiera, la verdad es que nada le incumbía a Kaldor y eso era lo que volvía las cosas más interesantes. Él era como esos bichitos que se esconden detrás de la pared, te miran todo el tiempo, pero solo se animan a salir cuando las luces se apagan. Las luces se estaban apagando en la vida de Río y Kaldor estaba cada vez más cerca de él.

—Yo no hui de casa, al menos no porque quise —contestó barriendo hojas del suelo, su piel en la oscuridad se veía como el carbón—. Paso hace tanto tiempo... me raptaron.

Río quedó mundo, pensativo, envuelto en un silencio misterioso que Kaldor no pudo interpretar. Se rascó el cuerno derecho, ensimismado.

—¿Quiénes te secuestraron?

—Unos hombres de traje. Querían que me uniera a sus tropas de hombres en traje.

—¿Para qué?

Calvin se encogió de hombros.

—Ojalá lo supiera. Pero logré escapar y desde ahí vivo en la frontera de Muro Verde. No tuve el valor de regresar tampoco.

A Kaldor le sonaba a mentira, al menos la mitad. Le hubiera gustado tener un maldito espejo con él, estaba seguro de que si el reflejo era completamente nítido podría arrancarle la información en un puñado de minutos.

 Río depositó el farol de aceite en el suelo, le quitó dos ramas a Calvin, encontró una roca y se montó a ella de un salto con la agilidad de una cabra. Ambos tuvieron que alzar la cabeza para verlo. Los cuernos del fauno no eran grandes ni varoniles, todavía no le habían crecido, le crecerían en la adultez, tal vez. Se colocó las ramas sobre la cabeza como si tuviera una gran cornamenta, al igual que un siervo salvaje y libre y sonrío como si de verdad lo fuera.

—Soy el Río viejo —dijo con la voz grabe, entornó la mirada—. Si no respetan un poco a la familia les daré una tunda tan pero tan fuerte que le suplicarán a la fuente una maldición que no sea mi puño —agitó uno de sus puños con la rama aferrada entre sus dedos.

Calvin soltó una risa ante el teatro, Kaldor era público más difícil, su rostro no expresaba nada, al igual que la mirada de una gallina. El humano soltó las ramas, cogió un pequeño tronco, del tamaño de un control remoto, se trepó a la roca donde Río le dio lugar y colocó el tronco sobre su nariz, como si fuera un cuerno de rinoceronte.

—Soy Melvin ¡Y cada vez que Calvin haga algo mal le voy a gritar que es un inútil y lo dejaré sin comer! ¡Jo, jo, jo!

Río sonrió y siguió en su papel de viejo ¿Acaso eso era La maniobra? ¿Seguían haciéndola? Ya ni entendía qué estaba haciendo, tal vez Río era el que había contraído demencia en lugar de Cer.

—¡Me parece perfecto, los jóvenes merecen disciplina, puño duro, disciplina, me entiende!

—¡Oh, claro que lo entiendo!

Ambos giraron, con una sonrisa juguetona, hacia Kaldor ¿De enserio? ¿Debía imitar a alguien tonto como hacían ellos? ¿Esperaban que él se uniera? Que esperaran sentados, jamás iba a ocurrir. Querían que él simulara ser alguien irritante, en ese caso podría fingir ser ellos, porque vaya que lo eran. Eran tan molestos como sudor en el rostro.

Estaban jugando, Kaldor jamás había jugado con nadie, solo con insectos o rocas. A los bichos le permitía corretear en sus dedos y cuando se aburría los aplastaba o quemaba con sus manchas, a las rocas las lanzaba. Pero más allá de eso jamás se había divertido con alguien más, era un creyente del individualismo. Para Kaldor las cosas no se compartían, ni los sueños, las risas o los momentos. Todos eran de él y para nadie más.

Se sentía tonto al querer intentarlo, pero ahora era una persona libre ¿O no? Y él siempre había pensado que las personas libres eran un poco tontas.

Tiró las ramas, agitó sus manos para quitarse el polvo, se subió a la roca donde ya casi no cabían los tres, se estiró en todo su largo, alzó la barbilla y cuadró los hombros:

—¡Soy Rex! —gritó con la voz más gruesa—. ¡Ustedes están en lo cierto hay gente que necesita disciplina! ¡Bebés que nacen con maldad en su alma! ¿Has visto como llora ese crío manchado? De seguro lo hace para joder ¡Me cambiaré de la correccional a la cárcel para seguir dándole al crio las palizas que necesita!

—De seguro —concordó Calvin con la voz grabe.

—Oh, sí apuesto mi vida a ello —terció Río con su tono de viejo.

—Disciplina necesita.

—Claro que sí.

Kaldor se rio un poco, ellos demasiado para un acto tan simple, pero por primera vez no le molestaba escuchar a alguien reír. Tal vez Río tenía razón, estaban en lo hondo y debían confiar en Calvin porque con sinceridad ¿Qué era lo peor que podía pasarles? ¿Morir? Ya estaban en eso.

No cambiarían mucho ser asesinados por un humano o una diosesucha a la que él nunca le había orado ni rendido tributo.







¡Hola a todos! 

En este capítulo no pasó mucho pero en los siguientes tampoco ah jajaja bromilla. El libro consta de 390 páginas y ustedes van por la 177, así que van casi por la mitad  ¡Muchas gracias por llegar hasta acá!

En fin, ojalá disfruten esta historia rara ¡Pero no tanto como espero que disfruten el fin de semana jajá! Después de todo acabamos el primer mes de este año :D 

¡Nos vemos!

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