49- Kaldor.

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El aburrimiento de Kaldor, que era muy habitual ya que vivió toda su vida en calabozos, lo encaminaba a imaginar que gente la pasaba peor que él. Eso no solo lo entretenía, lo alegraba.

 Al principio, en su niñez, imaginaba desgracias inocentes como que los demás presos se resbalaban, que los guardias soltaban flatulencias delante de sus jefes o que el gobernante de la prisión siempre perdía sus llaves y llegaba tarde a casa.

 Pero con el tiempo llegó la edad y con la edad la perversidad, cada año se ponía más creativo y macabro. Imaginaba que los internos que eran odiados por él se les reventaba el corazón de tal manera que les dejaba un hematoma en el pecho de su cadáver, como un gorro sobre el pecho, que a los guardias de la cárcel le limaban con lijas los nudillos y que el gobernante era asesinado por un enjambre de avispas que se escurrían por sus ojos y le inflaban los labios como dos pompas de jabón rancias.

 Era divertido, la mayor parte del tiempo. Pero cuando vio a Calvin sin un brazo, aunque fuera mucho menos intenso a los escenarios que él imaginaba, sintió repugnancia y rabia ¡Habían mutilado a su humano! Gente capaz de hacer eso dejaba de ser gente.

 Kaldor se dio cuenta que la brecha entre pensamiento y acción era más ancha de lo que hubiera imaginado.

 Sádicos. Malditos cobardes, eso habían sido, Calvin no era una amenaza. Qué se metieran con Kaldor a ver si le daban las bolas.

Había entrado al pueblo sin ningún inconveniente. El destino lo había llevado hasta allí, de eso estaba seguro, porque se suponía que todas las civilizaciones estaban ocultas por muros invisibles. Alguien había dejado la puerta abierta y él solo la cruzó.

El destino lo estaba llevando hasta allí, pero en esa ocasión ya no lucharía contra la suerte que tenía escrita, porque quería salvarlos y el destino también. Por una vez, estaba de su lado.

Nadie lo notó infiltrarse en esas casas de roca, ni lo oyeron caminar por las calles de flores o pararse en mitad de la plaza de tierra lodosa. Es que la devastación a veces es así de silenciosa.

 Olisqueó el aire como una bestia. Kaldor tenía el olfato mucho más desarrollado que un humano porque, en parte, aunque se veía como ellos, no lo era.

Fany solía decirle que era como un sabueso, pero él no se había topado en toda su vida con un sabueso, ni con canes, solo sabía cómo eran por ilustraciones en los libros, fotos o conversaciones que había escuchado de los otros presos.

Olió pelo de cabra mojado, sudor agrio de humanos y el aroma de hierbas húmedas de Cer. Ah, Cer, qué mujer.

No todo el tiempo se guiaba por su olfato, debía concentrarse para desarrollar ese sentido, así como uno debe esforzarse para mirar en la oscuridad.

Pero los olores de los desagradecidos eran ofuscados por una baranda de perro, sabía que era a perro porque un hombre lobo del pabellón olía de forma similar. El pueblo debería estar atestado de animales, pero no veía ninguno. No oía a ninguno. Tonto Kaldor. Era un pueblo de animales. Se dio un golpecito en la cabeza. Hasta que caíste amigo, se dijo. Aunque también olía humanos ¿Híbridos?

Se acercó a una ventana abierta que daba a una recamara. Apoyó tranquilamente la barbilla en el alfeizar, como si viera a su enamorada. Atisbó a un matrimonio durmiendo en una cama. Eran dos hombres o algo como eso. La primera criatura era un perro con cabeza humana, del cuello del can nacía abruptamente la quijada marcada de un cráneo de persona. Supuso que le debería doler sostener con un cuello tan pequeño una cabeza tan grande. El otro hombre era un humano con cabeza canina y sus extremidades acababan de la misma vulgar manera, sobre los pectorales y las clavículas de un adulto fornido yacía el hocico de un perro.

Lo peor de todo era que dormían desnudos, acostados de espaldas, con las piernas abiertas y el miembro al aire. Puag. Cualquiera de la calle podía husmear por la ventana y toparse con sus pitos asomados ante la luz de la luna. Cuando creía haberlo visto todo terminaba en un lugar como ese ¿La gente de allí se saludaba olfateándose el trasero? ¿Se lamían los culos entre ellos? ¿Así como en una oficina?

Siguió el aroma embriagador de Cer.

No se encontró con nadie consiente.

Caminó tranquilamente hasta una casa cuadrada, solo había una habitación en esa estructura construida por rocas que tenía la forma de ojos redondos. Miró por una de las ventanas que en realidad era una abertura. Los holgazanes habían construido esa casilla a medias. El cuarto era iluminado por la luz de siete velas, algunas amontonadas en el suelo y otras paradas sobre los relieves de la mampostería. Las sombras bailoteaban con tranquilidad.

No le sorprendía nada que no tuvieran electricidad, eran unos salvajes.

Olivia y Cer compartían cama, dormían pacíficamente. Sus dos chicas sin un rasguño. Bien. Río era el bulto cubierto por vedas, una de sus patas de cabra colgaba de la cama. Pero tampoco lo habían lastimado, bien también.

Por otro lado, estaba Calvin, despierto, se agitaba enfebrecido en la cama, entre el sueño y la conciencia. Tenía los ojos cerrados, pero se revolvía, apretaba las sábanas entre su puño y murmuraba algo. Sucumbía ante el dolor. Le faltaba la mitad del brazo derecho. Lo habían vendado y al finalizar el muñón había una mancha de sangre que se extendía como una flor.

Además de las tres camas el único mueble era una mesa de noche donde se encorvaban dos velas. Sillo estaba parado al lado de Calvin, mezclaba sustancias en un frasquito que se veía medicinal. Ya no llevaba su paraguas de fuego, pero sí ropa que brillaba, una túnica fosforescente que Kaldor tuvo ganas de quemar.

Agitó un recibiente pequeño de vidrio, era un cilindro oscuro y lo mezcló con otra sustancia que extrajo de un bolcillo. Eran hierbas, orégano tal vez, las pulverizó con la yema de los dedos y volvió a menear el frasco, revolviendo, como si fuera el vino de una copa.

Sillo rodeó a Calvin. Caminó desde la cacera de la cama hasta los pies, estaba inspeccionándolo como si fuera una mercancía mientras mezclaba el contenido del frasquito. Finalmente se plantó frente al rostro, lo sujetó violentamente del mentón y le vertió el brebaje en los labios.

El humano trató de resistirse inútilmente, cerró los labios y ladeó el rostro.

—Quieto.

Calvin se quedó quieto.

—Bébelo —Calvin terminó bebiendo todo, hasta la última gota.

Kaldor no era un detective o un Watson, como solía decir su amigo humano, pero eso había sido extraño. Que Calvin cediera tan fácilmente a sus órdenes significaba dos cosas: o estaba cagado de miedo o lo controlaba.

Había escuchado que en una prisión del sur de Reino habían encerrado a un telépata que condujo borracho y chocó accidentalmente a un troll y lo mató. No lo habían dejado asistir al juicio porque el juez tenía miedo de que le manipulara la mente. Eran cosas que algunas criaturas suertudas, sobre todos los brujos, podían lograr. Supuso que tal vez los había manipulado, eso le dio fuerzas, porque significaba que ninguno de ellos lo abandonó a su voluntad.

 ¿Por qué él había sido inmune a los encantos de Sillo? Tal vez porque era más mágico que Sillo. La verdad, poco le importaba. 

—Eso, eso. Buen chico. Te gusta —musitó Sillo mientras Calvin tosía por el sabor amargo del brebaje—. Te servirá para que te repongas más rápido y no te mueras desangrado o por infección. Los humanos son tan frágiles... Será como si lo hubieses perdido hace años o nacido sin él. Descansa —Le acarició la sudada frente—. Descansa, que mañana te sortearemos por partes y tienes que estar fresco. Quiero tu piel, la última que robé era alérgica a la oscuridad y ya me está casando.

 Kaldor aferró con sus manos las piedras de la pared, conteniéndose para no matar a ese bicho raro ¿Quién se creía para drogar a la fuerza a Calvin? ¿Quién le había dado el derecho de sortear a ese humano? ¡Si alguien iba a decidir sobre ese humano era él!

«La pregunta es si Calvin puede confiar en ti» Le había dicho reflejo.

Pues sí podía confiar en él porque estaba a punto de salvarlo.

Manco para siempre. Esperaba que no fuera la mano con la que se masturbaba, eso sería como perder más de una parte del cuerpo. Iba a salvar su escuálido trasero, sólo tenía una pistola, pero sabía que no necesitaba armas, únicamente sus manchas.

Desde que lo liberaron de la cárcel se divertía mucho usándolas.

Sillo se dirigió hacia Olivia y la escudriñó desde varios ángulos moviéndose como una jodida paloma. Ah, no, eso sí que no. Esa humana también era suya, pero mucho más que Calvin porque el destino se la había regalado. Cada parte, incluso la mente desequilibrada, era suya hasta abril.

Gruñó enfurecido. No le gustaba gruñir porque eso lo hacía verse como un animal, pero a veces le salía sin poder evitarlo. Y en un pueblo repleto de bestias como esas se sentía más humanos de lo que jamás fue.

Decidió que iba a actuar en ese instante. Caminó hasta la puerta y entró a la habitación sin decir una palabra. Sillo se volteó con tranquilidad creyendo que era uno de sus acompañantes, pero al notarlo abrió los ojos desmedidamente como si quisiera que resbalaran de las cuencas. Se petrificó en aquella posición, con las manos unidas como un monje y un pie delante del otro.

—¿Cómo entraste? —su voz era más fina que un hilo.

—¿Tú escribiste mi nombre en un árbol? —preguntó Kaldor—. ¿Sabías que vendríamos aquí?

Sillo balbuceó sin articular palabra. Kaldor avanzó.

—¡Contesta!

Sillo meneó la cabeza.

—No sé a qué te refieres. Tal vez fue Cratos Jarkor. Él siempre vagabundea por los bosques y escribe cosas en los árboles. Lo conocen todos en Sombras porque erra sin parar repartiendo mensajes. Dice que es su destino, la fuente se lo pidió... Incluso, incluso le pagó a mercenarios de Villa Cardena, para que los tallaran por él, es que deja tantos mensajes que no puede escribirlos, no le alcanzarían mil años para tallar cada cosa que tiene para decir...

Kaldor notó que Sillo llevaba una de sus manos al bolsillo de la túnica, de allí sacó un silbato que rapidamente se llevó a los labios.

Kaldor alzó las manos y las acercó al monstruo, se sintió tonto de apuntarlo con las palmas, pero después de todo eran armas.

—No lo toques —ordenó.

La tensión podía cortarse con un cuchillo, pero lo que tenía ganas de cortar eran las horrorosas orejas en punta de Sillo. Maldito engendro.

—¿Por qué? —preguntó desafiante.

—Porque si no tendría que matarte. Y no puedo matarte sin saber qué ves en mis manchas.

Sillo escudriñó su piel, analizando.

—Veo este momento. Y nada más.

 Infló las mejillas de aire y sopló. Kaldor arremetió contra él sin dudarlo, pero cuando lo tocó con sus manos el maldito engendro ya había dado alarma dos veces.

 Sillo dejó de existir en el instante que Kaldor le rodeaba su cráneo calvo con las manos, como si fuera a besarlo. Su piel se oscureció inmediatamente como si fuera tierra quemada o papel y se hundió bajo sus dedos al igual que el barro. La carne se le achicharró y se ciñó a los huesos que comenzaron a quebrarse y encogerse; el cráneo se le hundió y las cuencas oculares le humearon y chasquearon como aceite frita. Sus músculos se habían desvanecido como aliento en aire frío, la ropa se le desgarró y al cabo de un segundo Kaldor tenía a sus pies un montón de sustancia pegajosa, negra, humeante y quemada.

Kaldor sonrió de lado. Al parecer no solo la oscuridad era letal para él.

 Al instante su sonrisa se desvaneció y chasqueó la lengua ¡Por todas las fuentes, acababa de matar a alguien! ¡Ni siquiera lo pudo disfrutar! Él esperaba más viseras, dolor, sangre y tormento, pero lo había aniquilado tan rápido que ni siquiera pudo decirle una frese burlona.

La segunda vez sería mejor, con la reina.






Hoy le leí a mi hermana partes al azar de los pensamientos de Kaldor, le dije que él generalmente piensa en violencia y sexo. Ella me dijo que es bruto pero no malo.

  Entonces me pregunté ¿Ustedes cuál creen que es el verdadero villano del libro? 

 ¿Kaldor, Olivia, Calvin, la fuente, la familia real, el rey muerto, el sicario, el misterioso Grady Grimmer, Cratos Jarkor o alguien que todavía no apareció? Ah, no terminaba más de mencionar personajes jajajajajajaja.

En fin,

¡Feliz viernes y buen fin de semana!

¡Gracias por leer! 



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