Capítulo 10

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01/07/2017

—¡Lissy, te vas a caer! —exclamó Erin viendo a su prima Ivelisse trepada al árbol en las inmediaciones del jardín con su vestido amarillo batido por el viento.

Desde el suelo, ella la observaba con Enya entre sus brazos preocupada de que la otra niña cayera y se rompiera la cabeza. El cielo estaba nublado y las nubes te cegaban si las confrontabas directamente, los arbustos traían olor a flores mientras que los pastizales se movían de lado a lado como una marea verde, podía ver el humo saliendo de la chimenea de la casa de piedra rústica a unos metros de donde estaban.

—¿Se me ven los calzones desde ahí abajo? —preguntó la niña de amarillo colgándose de una rama.

—Eh... ¡Sí!

—¡Rayos, debería de haberme puesto los pantalones cortos!

—¡Lissy, esa rama no se ve... —No acabo de hablar que la rama de la que la chica se sostenía se rompió haciéndola caer al suelo, el golpe fue colosal y Erin corrió hacia la niña que parecía inconsciente— ¡Lissy!

—¡Estoy viva! —gritó su amiga de juegos enderezándose como un resorte cubierta de hojas y césped.

La pequeña Mckenna apretó los labios e infló sus mejillas molesta por el susto que se había dado, dejó su muñeca sobre un balde metálico para saltar sobre ella a tirarle del pelo y jalarle las orejas como castigo.

—¡Espera, me he roto el trasero y el hígado! —chilló Ivelisse cubriéndose el corazón.

—¡Ahí no está el hígado!

—¡Entonces el riñón! —Tapó su estómago.

—¡Tampoco está ahí, tonta!

—¿Qué acaso eres doctora? —Le pellizcó los mofletes regordetes con los dedos— ¡Bien, lo siento! La próxima te haré caso.

La hija de Nessa sonrió conforme y se puso de pie, ayudó a su prima a levantarse con cuidado para seguidamente correr a tomar a Enya de nuevo. Una oruga se había subido en el cabello de su bebé, se horrorizó en un parpadeo y la quitó de un manotazo, abrazó a la muñeca como si estuviera asustada del insecto. Su prima cogió a la oruga y la colocó en el árbol, luego la despidió con un saludo de soldado.

—A Enya no le gustan los bichos —anunció regresando al lado de la otra infante que miraba al diminuto ser de varias patas arrastrarse entre las hojas verdes.

—Son asquerosos, yo apoyó a Enya. Tienen muchas patitas y piel viscosa. —Acompañó el comentario con una arcada.

Erin la confrontó extrañada.

—¡Pero lo tocaste con la mano!

—¡Dije que me dan asco, no que les tenga miedo! —explicó con las manitas en las caderas, su rizado cabello castaño estaba hecho un nido de pájaros.

—¡Yo tampoco les tengo miedo, las mamás no tienen miedo y yo tengo que enseñarle a Enya a no tenerlo!

Ivelisse asintió.

—Es cierto, mi mamá es muy valiente... —Se viró hacia la casa con flores creciendo en la estructura—¿Podremos entrar ahora? Llevan mucho tiempo hablando.

La pelirroja se aferró a su juguete, las dos llevaban bastante jugando porque sus mamás tenían una charla de adultos hace horas y les pidieron abstenerse de acercarse hasta que las llamaran. Erin había deambulado en los pastizales todo el día, su mamá la despertó temprano para que saliera a jugar y le dio un sándwich de jamón para que desayunara, la obedeció a pesar de que sintió hambre a la hora del almuerzo; tampoco tocó la puerta cuando una ligera llovizna cayó sobre la pradera y se refugió en el granero con Cian, el caballo de su padre.

Esto ocurría cuando él llegaba.

Fue a eso de las tres de la tarde que su tía Moira apareció con su hija, ellas vivían en Estados Unidos y cada verano regresaban a Irlanda por un par de semanas; amaba cuando venían a verla porque eran "alucinantes" como decía su papá. Su tía no se enfadaba con facilidad, pero cuando le dijo que no podía entrar porque el Señor de ojos azules visitaba a su mamá, arrojó las maletas en el camino de la entrada y les ordenó esperar mientras entraba furiosa a la residencia. Y aún aguardaban una señal para ingresar.

—No, tía Moira dijo que no —respondió a Ivelisse.

—Tienes la piel de gallina. Espera, yo lo arreglo.

Su prima le tocaba el brazo, tras eso se rascó la cabeza en lo que corría hacia su maleta y desperdigaba su contenido por el césped. Sacó un suéter amarillo y la invitó a ponérselo, la pequeña de ojos verdes no objetó porque tenía frío. Durante quince minutos compartieron un trozo de pan sentadas en una banca de madera fuera del cobertizo y hablaron sobre los amigos que tenían en la escuela tomadas de la mano. Sin embargo, escucharon un motor, se miraron un segundo y salieron disparados a la entrada de la casa para ver cómo un auto negro se marchaba; ese era el vehículo del Señor de ojos azules y por lo que veía su mamá se iba con él. Moira observaba ceñuda en la puerta de la casa, se limpiaba las lágrimas con manotazos y su semblante demostraba una fiereza propia de la tierra en donde nació.

Por fin pudieron entrar al cobijo del fuego luego de que Nessa se fuera, ella no preguntó al respecto porque... prefería mostrarle a su prima la cuna de Enya. Su tía le trajo regalos del extranjero: vestidos para muñecas y diademas coloridas, prepararon entre todas un guisado y les dio un baño caliente en la noche antes de dormir.

Mientras se encontraba sentada en el regazo de la mujer mayor que le trenzaba el cabello dijo lo que su corazón le pedía:

—¿Puedes llevarnos contigo, tía Moira? ¿A papá y a mí?

—¿Eh? —exclamó la dama de camisón amarillo.

Ivelisse saltó en la cama emocionada y respondió por su madre:

—¡Claro que sí! ¡Vamos a vivir juntas en mi casa, tú puedes dormir conmigo y el tío Dalan con mamá! Es perfecto, pero debemos entramar un plan para llevarlos sin que nadie en el aeropuerto se entere —bramó pensativa— ¡Ya sé! ¡Podemos esconderlos en una maleta!

—¡Mi papá no entra en una maleta, es muy alto! —acusó ella.

—¡Entonces lo disfrazamos de piloto para que suba al avión gratis!

—¿Y si le piden que maneje el avión? Papá no sabe hacerlo.

—Es fácil, en las películas lo hacen con los ojos cerrados.

Moira estalló en risas por la discusión de las dos niñas, cargó a Erin para llevarla a su cama y atrapó a su hija que intentó huir de la habitación para no acostarse temprano; las arropó a las dos para que estuvieran cómodas y besó sus frentes con cariño. Ivelisse cayó dormida de inmediato exhausta por el viaje, su tía se quedó con ellas hasta que se oyó la puerta principal abrirse. La hermana de su madre las cobijó de nuevo. Al enderezarse, la niña le cogió la manga del camisón y la miró con la esperanza brotando por cada poro de su piel, con un hilo de voz repitió su pregunta:

—¿Puedes llevarnos contigo, tía Moira?

—Oh, nena. Yo estaré esperando por ustedes siempre —murmuró la mujer—. Hay que arreglar algunas cosas, pero te prometo que estaremos juntas. Duérmete y ten preciosos sueños ¿Sí? Las hadas necesitan energía.

—¿Como sabes que soy un hada?

—Un hada de tormenta reconoce a otra, cielo.

La mujer le envió un besó y le guiñó para salir de la habitación, Erin esperó unos minutos para escabullirse al piso de abajo a investigar si su padre había regresado; los últimos meses había estado haciendo viajes donde pasaba unos días lejos de casa. Ansiaba recibirlo y decirle que lo extrañó con todo su corazón, pero al llegar al último escalón escuchó una conversación tensa entre su papá y su tía.

—Dalan, ella estaba con él aquí en tu maldita cama revolcándose como dos conejos mientras la niña se moría de frío en el granero —espetó Moira roja de ira.

Su padre permaneció sentado en el sofá con la cabeza gacha y las manos hechas un puño, su cara estaba tan oscura que no lo reconoció. Él también estaba muy enojado.

—Baja la voz, las niñas están durmiendo.

—¡¿La vas a justificar con esto también?! ¡Es una maldita arpía!

—¡Es la madre de Erin y mi esposa!

—¡Es mi hermana y tengo todo el derecho de decir que se puede pudrir en el infierno!

Dalan se levantó apresuradamente para confrontar a su cuñada.

—¿Y qué puedo hacer? Esta propiedad es de tu familia, no tengo trabajo para mantener a mi hija fuera de esta granja y dependemos de los ingresos de Nessa. Si la dejó va a quitarme a Erin y no podré hacer nada. Tu padre preferiría matarme antes de que un parásito como yo intentara llevarse a su nieta.

—¡Ven conmigo entonces, si lo intentara estoy segura de que podría convencer a Nessa de dejarlos ir! ¡Al menos así te será infiel tranquilamente sin tener que preocuparse por su hija!

—¡¿Estas loca?! Nunca lo permitiría. Yo puedo con esto. Al diablo ese miserable con el que se está acostando... no me importa y nunca lo hará, ya lo sabes.

Permanecieron en silencio un latido profundo.

—¡Si no haces algo te juro que...

—¡Estoy enfermo, Moira!

Su tía enmudeció, palideció a la par que abría la boca y le temblaban las manos. El hombre lloraba sobrepasado por las emociones que contenía su cuerpo destruido, su cabello enmarañado había perdido su resplandor... no había rastro del príncipe de sus cuentos de hadas.

—¿Qué?

—Es por eso por lo que no estaba hoy, he estado yendo a la ciudad para tratarme... tengo cáncer.

—No... no es... eso no es cierto —titubeó ella.

—Moira...

—No, tú... no...

Su padre se aferró a las manos de la madre de su prima y las puso en su pecho, Moira se derrumbó en sus brazos rodeando el cuello del hombre mientras su llanto era amortiguado por su propia mano, Dalan le acunó la parte posterior de la cabeza susurrando versos de poemas que Erin no logró oír.

La niña salió corriendo escaleras arriba, regresó a toda prisa a su habitación y se ocultó del contundente destino bajo las sábanas abrazada al cuerpo de su prima.

—Está bien, yo te llevaré siempre conmigo —susurró Ivelisse.

Despertó abruptamente sudando con el sonido del móvil en la mesa de noche, Erin tardó en orientarse encerrada en la oscuridad así que se estiró para encender la lámpara de la mesa de noche junto a la cama y su cuarto puramente monocromático la recibió. El único punto de color eran sus tacones rojos en el rincón. Tragó saliva sintiendo la garganta seca por aquel sueño tormentoso, estas visiones del pasado la matarían en cualquier momento.

Centró su atención en el teléfono cantando a toda máquina para que atendiera la llamada, su cerebro trabajó pausadamente mientras lo cogía y deslumbraba el nombre de Jules al desbloquear la pantalla. Se desplomó en la cama contenta de que el príncipe azul estuviera despierto a las 00: 19 A.M.

—Eres el rey de los inoportunos —musitó antes de contestar.

Jules cerró la puerta de vidrio del jardín trasero del salón de fiestas, ya había convivido con los familiares incómodos y los amigos de su sobrina, su buena acción del año estaba hecha. Desajustó su corbata mientras sacaba su móvil y espiaba la hora, descubrió con ilusión que daban las doce, nunca le gustó la historia de la Cenicienta, pero la imitaría desapareciendo con la última campanada.

La música brotaba del interior del edificio con varias luces de colores, mesas con manteles verdes, máquinas de humo y la constante explosión de globos aplastados por niños; Pietro cumplió con todos los clichés para la fiesta de quince años de su hija mayor, Lysa.

Tiró la cabeza hacía atrás mirando el cielo estrellado opacado por la contaminación lumínica, por lo menos el jardín estaba desierto y era bonito. Un reducido espacio con fuentes secas, arbustos podados en forma de conos o cubos gigantes, las plantas en las macetas exhibían jazmines perfumados junto a una pareja de faroles. Ocupó una banca de concreto con la calma relajándolo, un rosal marchito le llamó la atención y se preguntó si su hada estaría durmiendo.

Ella sufría más de insomnios que de sueños de belleza así que probablemente no.

—Bueno, si me equivoco me mandará al infierno no es gran cosa.

La llamó y no esperó que contestara tan pronto, la escuchaba murmurar incoherencias así que sospecho que la había despertado.

—¿Sabes por qué estas cansado todo el tiempo? —preguntó ella somnolienta.

Fantástica manera de iniciar una conversación.

—¿Por qué? —indagó reanimado.

—No tienes horarios, cariño. Las noches son para dormir ¿Qué haces despierto? ¿Eso es música?

—¿Te acuerdas de que elegiste mi traje para un evento especial? —cuestionó con obviedad mordiéndose el labio inferior.

—Oooohh... cierto ¡Mierda! —gritó Erin para después ponerse a reír.

Él se la imaginó ruborizada de un profundo rojo que la traicionaba y su mirada resplandeciendo con un brillo escandalizado. Puso sus manos encima de su boca y se rió tontamente de lo distraída que era cuando apenas se levantaba.

Reírse tontamente con alguien en el teléfono. Cuan extraño y suspicaz sonido. Lo amó.

—¿En serio lo olvidaste?

—Me acabas de despertar, cariño. Tienes suerte de que sepa quién eres. —Bostezó— ¿Cómo va la fiesta?

—Bien, mis padres lloraron desde que empezó la música y la mitad de los invitados pensaron que Tino era un mesero.

—¡Le dije que no se vistiera así! —recordó la mujer resentida.

—Todos se lo dijimos. Dios mío, tendrías que haberlo visto —exclamó riendo por la anécdota—. Un niñito de catorce se le acercó con la bebida y una sonrisa, con una simpatía natural le preguntó: "¿Me puede poner hielo? Le daré buena propina".

—¡No puede ser! —refutó ella carcajeándose.

—Y eso no es todo.

—Por todos los Santos, dime... sospechoso que puede ser.

Jules comenzó a mover la pierna derecha con un TIC nervioso, la risa de la irlandesa lo ponía hiperactivo así que se levantó y caminó alrededor del jardín.

—Siguiéndole el juego puso el maldito hielo y el chico le dio cinco dólares, la decepción en su rostro fue exquisita. Oh, Dios... para colmo el niño era el noviecito de Lysa, cuando Tino vio los miserables dólares que le había dado le dijo: "Gracias, le hablaré bien de ti a mi sobrina". Estuvimos molestándolo diez minutos después de eso.

—Pobrecito, son unos tíos terribles.

—No es nuestra culpa que diera cinco dólares de propina —se defendió aparentando arrogancia.

Erin se reía somnolienta, lo risueño de su vocecita en la línea le pareció entretenida, conseguía hacerlo sentirse ebrio aunque no había bebido ni un trago en lo que iba de la noche. Lo acosaron unas ególatras ganas de verla, el día anterior la acompañó al parque y la echaba de menos como si llevara un año al otro lado del mundo.

—Me gustaría que estuvieras aquí —murmuró a modo de deseo.

—¿Qué crees que habría pensado Pietro si hubieras llevado a la mujer que chocó tu auto?

—Nada que no pensara ya —soltó anodino.

—No seas intransigente, Jules.

El roce de las sábanas le recalcó que estaban en dos puntos muy lejanos. De pie allí delante de una fuente sin agua, cubierta de hojas muertas y maleza sedienta por liquido de vida, inmerso en la soledad de un jardín abandonado que crecía tanto como moría de sed.

—Diablos... quisiera verte, estar aquí solo es... deprimente.

Un segundo pasó con el peso de las expectativas entre ambos, cuando el hada irlandesa habló de nuevo fue un susurro comparado a un beso en pleno vacío dado por unos labios invisibles. Cerró los ojos preparándose para el impacto de sus palabras en su pecho.

—Cierra los ojos, yo estoy allí contigo.

Lo había hecho antes de que se lo pidiera.

—Nunca fui bueno imaginando, Hada.

—Shhh... estoy soñando despierta. No eres el único que está solo esta noche —castigó con dulce molestia—. Quiero que me describa donde está sin mirar, señor D'amico.

Balbuceó maldiciones tratando de recordar el escenario que lo rodeaban cinco segundos atrás, estúpidamente los detalles importantes se habían evaporado de su memoria fotográfica. Pasó el peso de su cuerpo de un lado a otro inquieto.

—Hay una fuente de concreto con una estatua de una mujer al estilo griego, alrededor hay varios arbustos altos que cubren la vista y casi no puedes ver el suelo de piedra por la alfombra de hojas marchitas. —Arrugó la frente esforzándose por dar más información.

—¿Qué pensarías si me ves salir de detrás esa pared de maleza con ese vestido rojo que usé en la revista que viste?

—Sí salieras con ese vestido... no lo sé, no podría parar de sonreír —admitió.

—Imagíname ahí contigo con ese vestido rojo, estoy acercándome a ti, Jules ¿Puedes verme?

—Señorita Mckenna, esto no me...

—¿Puedes verme? Me voy a acercar a ti, pero no voy a tocarte de primera —narró armónicamente—. Caminaría a tu alrededor viéndote buscarme... estaré viéndote directamente y podrás sentir la conexión entre los dos... escucha el sonido de mis zapatos aplastando las hojas del árbol... estoy ahí ¿Logras imaginarlo?

Apretó la mandíbula, está era una fantasía ridícula, pero... maldita sea, podía crear aquella ilusión en su mente. Ese espejismo de aquella mujer pequeña, de exquisita figura, deliciosas curvas, una belleza de cabello rojo que resplandecía con la luz de la luna. Lucía como si fuera una criatura hecha de rayos y tormenta. Sus enormes iris verdes brillaban debajo de sus sensuales párpados, y sus suaves y brillantes labios estaban pintados de un embriagante color amapola. Sus delgadas, blancas y torneadas piernas, con delicadas y estrechas rodillas, estaban desnudas, y sus pequeños pies arqueados en tacones de diez jodidos centímetros del color de su pelo. Ella era una tentadora caricia de seda, que se deslizaba ondulante en algo de tonalidad roja que llevaba...

El vestido, era aquel vestido...

—¿Me ves, Jules?

—Si —respondió.

Ese depravado y ajustado pedazo de tela no era un vestido. Era un inminente ataque al corazón. Era fino, de largas mangas con una espalda totalmente desnuda y la abertura en la falda dejaba entrever la piel de sus perfectas piernas. Con cada elegante y coqueto paso que daba en torno a él, lo llevaba sobre el límite, desesperado de revelar los tesoros que estaban destinados a dejar morir.

—¿Y si tomara tus manos te gustaría?

—Sí, me gustaría.

Se humedeció la boca y le cosquillearon los dedos por esta pantomima que lo hacía padecer un cortocircuito en el cerebro.

—¿Bailarías conmigo como en el teatro? —preguntó Erin.

—Moriría porque volviéramos a bailar, Hada.

—¿Me lo dices otra vez?

Sonrió emocionado.

—Moriría por bailar contigo ya mismo, Hada.

Más roce de sábanas y un suspiro femenino que le electrizó la piel.

—Tómame entonces, Jules.

Su cuerpo reaccionó primero reviviendo el recuerdo de aquella noche en el teatro. No se movía, pero se imaginaba estrechándola mientras la música de un vals los acompañaba con el correr de la brisa fresca del exterior.

—Jules...

—¿Sí?

—¿Y si yo dejara de bailar para acercarme a tu rostro?

Empezó a temblar.

—Oye, eso no... —Ni siquiera podía negarlo.

—¿Puedes ver mi boca a centímetros de la tuya?

Su respiración se hizo entrecortada. Su pulso aumentó su velocidad, convirtiendo sus venas en una autopista. A continuación, sus emociones se encontraron con el resto de ella.

La euforia que no se había ido. Se asombró, ya que la fuerza de esa imagen lo lanzó a una realidad diferente.

—¿Puedes sentirme, Jules?

Todo a su alrededor se agudizó, se hizo más claro, los colores más vibrantes.

Todo dentro de él llegó a un nivel de intensidad que prácticamente salía de su piel.

Y allí estaba la incertidumbre porque su cabeza lo llamaba cruel y sádico, pero su corazón le decía "inténtalo".

—Jules... —rogó ella exigente.

—Oh, mierda —masculló cubriéndose la cara.

Entonces sin más lo hizo atragantarse.

—¡Bip! ¡Acabo el tiempo! ¡Gracias por comunicarse con la línea erótica, llamé pronto! —gritó la irlandesa como si fuera una máquina.

La carcajada más histérica y nerviosa que había hecho en su vida brotó de su garganta con un alivio que le dejó el cuerpo laxo, libre de tensiones y estrés.

—¿Qué rayos? —cuestionó riendo.

—Aw, lo siento ¿Te pusiste triste? No te preocupes, la pelirroja enfurruñada está todas las noches de diez a once horas para atenderte, cariño.

—Oh, Dios... me pusiste en ridículo —reprochó avergonzado y feliz.

—Vamos, fue divertido. Te lo mereces por molestar al noviecito de tu sobrina. Además, oír mi voz... te gusto ¿O no?

—Por tu chistecito, no pienso decírtelo —aclaró engreído.

La mujer bufó.

—Bueno, no importa porque tendré el recuerdo de tu voz nerviosa diciendo "Sí" para toda la vida —agregó jactanciosa.

Adoraba esa personalidad provocativa que tenía.

—Vas a matarme con tu juego ¿Sabes eso? Tenemos una cita pendiente aún. —Se rascó la nariz.

—Mmnnn... es verdad. Se lindo y dime a dónde me llevarás, cariño.

—¿Cuándo te he dejado las cosas tan fácil?

—Malo.

Negó por la chispeante sensación hormigueante que la conversación le daba a su lengua, podría hablar hasta que saliera el sol y tener aún temas de los que disfrutar, pero así como los planetas se alineaban durante un efímero resplandor, la dicha no tardaba en desaparecer y en este caso el corte lo protagonizó la cara de su hermano mayor.

—Disculpe señorita Mckenna, la llamo en la mañana —se despidió viendo a Pietro aproximarse con su traje sastre gris.

—¿Ocurre algo?

—No.

Sí.

—Okey... adiós, Jules.

Colgó la llamada y guardó su móvil mientras esperaba que el enorme tipo de dos metros lo alcanzará, se metió las manos en los bolsillos del pantalón con semblante serio.

—¿Incluso en la fiesta de Lysa hablas con esa mujer? —exigió saber el clon de "La Roca".

—¿Y que si es así? Además, no te refieras a ella como "esa mujer". Su nombre es Erin Mckenna, en su defecto la llamarás respetuosamente: señorita Mckenna.

Pietro se masajeó la mandíbula como un padre decepcionado y furioso.

—Dios, Jules... es que ya no sé qué hacer contigo.

—No hay nada que hacer conmigo —respondió serio.

La indignación enrojeció las orejas de su acompañante.

—¡¿En serio piensas que es la forma de sobrellevar esto?! Yo no soy como todos los demás, no me alegra que estés teniendo citas con esa tal Mckenna porque lo que estás haciendo es meterte en el infierno de otra persona. Tienes un delirio por salvarla y no vez que no es adecuada para ti.

Jules se mordió la lengua con los puños apretados a nada golpear a su hermano, la violencia latía en su piel y le costó mantenerla a raya.

—¿Y quién en esta maldita ciudad es adecuada para mí según tu criterio? ¿Una mujer que no manda al diablo, que no fuma ni bebé los domingos? ¿Una chica que no tenga rencores, que no llora cuando le duele y tampoco ha cometido un error en su vida? ¿Alguien sin pasado? —bramó abriendo los brazos.

—¡Escucha lo que estás diciendo, imbécil! Esa mujer chocó tu auto en un ataque de ansiedad, es divorciada y tiene un problema serio con un acosador —argumentó Pietro—. No estoy diciendo que sea una mala persona, pero tienes demasiada carga como para soportar la de alguien más. He hablado con Fiorella, sé que ni siquiera tú sabes que quieres con ella... ninguno de los dos es estable emocionalmente. ¡Acábalo por las buenas y déjala reparar su vida a su manera!

Maldita sea, pensó. Tenía buenas razones, muchas buenas razones para hacerle caso y aun así... no podía considerar terminarlo. Dependencia. Hechizo. Obsesión. Enamoramiento. Desconocía que lo ataba a Erin, pero existía y no quería romperlo.

—No es así... no lo entiendes, ni siquiera... yo no puedo prometerle amarla, pero quiero estar con ella hasta que llegue la hora de que acabe... Fio y Pia siempre hablan de visiones, energías y presentimientos... —Tragó saliva—. Bueno, lo que yo tengo es un presentimiento. No sé si me llevará a un buen o mal lugar, pero me está obligando a salir del pozo donde me oculté del mundo y quiero ver a donde podemos llegar.

El mayor de los D'amico lo sujetó por los hombros con fuerza y bajó su cara para imponer su pensamiento.

—Entiende, Jules. Vas a terminar aún peor si sigues con ella, ya no me importa que te lleven veinte años más superarlo, pero quiero que estés bien. Te estás mintiendo a ti mismo. Lo único que estás haciendo es intentar reemplazar a Cyliane.

—No... eso. Claro que no... —negó espantado por esa declaración.

—¡Sí, lo haces!

—¡No es así! —gritó rechinando los dientes.

—¡Claro que si...

—¡Pietro, basta! —intervino una mujer.

Ambos se giraron hacía el nuevo personaje que aparecía en la escena. Fiorella jamás había sido amante de los tacones ni de las excentricidades, pero incluso con su vestido blanco decolorado en rosado se veía amenazante y severa. Con el cabello atado en un moño ajustado y nada más que delineador sobre sus oscuros ojos con maquillaje.

Pietro lo soltó y dio una paso hacía ella. Jules se abstuvo de hablar, se alejó hacía la fuente.

—Estamos hablando, Fiorella —recalcó el gigante a la muchacha.

—Lysa te está buscando.

—Iré en un minuto.

—No, ve ya mismo.

—Fiorella...

—Ve o le diré a Nicolleta que le dijiste a Jules.

El hermano mayor frunció el ceño, rendido se apresuró a entrar al salón de fiestas y la melliza de Tino se desplazó lentamente hacía el hijo de en medio, lo abrazó por la espalda dulcemente mientras le cogía una mano y entrelazaba sus dedos.

—No voy a llorar, Fio. Estoy bien.

—No necesito un tercer ojo para ver que me mientes. Tranquilo, yo no voy a presionarte.

—¿En serio le dirás a Nicol?

—Es la otra cara de Pietro, si hay alguien capaz de cerrarle la boca es ella.

Rió sin gracia. La garganta le dolía, quemaba y tomar aire se transformó en una lucha contra su vulnerabilidad, detuvo las lágrimas antes de que huyeran con su temor.

—¿Estoy equivocándome, Fio?

—No lo sé, Jules. Creo que lo único importante es ¿Eres feliz?

Lo pensó.

—Sí y... no lo había sido en mucho tiempo.

—Entonces solo sigue soñando.

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