Capítulo 12

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08/08/2017

—Vas a dejar que te bese —exigió Erin a horcajadas sobre su estómago.

No era una pregunta, pero de todas formas Jules asintió, y ella cerró la distancia entre sus bocas. Sus labios eran suaves y su beso aún más suave. La caricia de su lengua era demandante, provocó que todos los músculos de su cuerpo se tensaran como cuerdas; sus manos se perdieron entre sus largos mechones rojos. Y en opinión de él, se apartó demasiado rápido. Verdaderamente demasiado rápido.

—Si quieres más —le dijo el hada en voz baja y necesitada—, tómame y demuéstrame que... que me quieres.

Dios, giró sus cuerpos desnudos para posicionarse arriba, la besó a la par que recorría sus senos y la oía gemir. De lo único que era consciente era de la profunda y palpitante anticipación que sentía por lo que iba a hacerle. La irlandesa le envolvió las piernas alrededor del trasero. Eso activó el hambre dormida en su interior, la naturaleza primitiva de deseo barrió con todo, la necesidad de tocarla, de establecer una conexión entre sus corazones, de dominar, asumió el control y le llevó a tomarla con...

Tino lo abofeteó varias veces hasta despertarlo y Jules agradeció al cielo por ello, miró la hora, 8:55 P.M, había dormido todo su día libre. Sudaba como cerdo por el jodido sueño húmedo que tuvo. Necesitaba una ducha helada ya mismo. No podía creer que a su edad las fantasías afectaran tan contundentemente su cerebro, tragó saliva al recordar las intensas sensaciones de su sueño y quiso poder patearse a si mismo. Se sentía un depravado porque esta no era la primera vez. Finalmente reparó en el rostro alarmado de su hermano menor y se frotó los ojos.

—Voy a cambiar la maldita cerradura para que ya no entren sin mi permiso —balbuceó.

—Tenemos un problemita —dijo el muchacho balanceándose sobre sus pies.

—¿Qué hiciste? —cuestionó frustrado.

Las cosas iban mal y recién se levantaba. Ni siquiera podía tomar una siesta.

—Bueno, la cosa es que Erin vino a ver películas y tuvimos un problema con las baterías del control remoto.

Un piquete de celos le aguijoneó el pecho, apretó los dientes para disolver esos pensamientos turbios, pero no lo logró. Genial, su humor se puso como el de un pitbull.

—Ustedes sí que se divierten —murmuró con resentimiento—. Eres muy atento con ella.

—Pues claro, yo amo a esa mujer, idiota.

La confesión lo pateó en el hígado, le reventó el estómago y le explotó el riñón. ¿Su cerebro? Se fundió con un choque eléctrico negativo. Eso era una broma ¿Verdad?

—¿Eh?

El mellizo de Fiorella no captó la reacción del mayor por lo que continuó hablando despreocupadamente.

—Pues nos pusimos a revisar los cajones por si tenías alguna... y ella encontró algo que no le gustó.

—¿Qué encontró?

No entendía que podría haber hallado la pelirroja y le hubiera desagradado.

—Se molestó y de la nada dijo que prepararía la cena. Esta en la cocina lanzando intrincadas maldiciones.

—Ya dime lo que encontró, Tino —enfatizó iracundo.

—Al parecer... te acostaste con su prima.

¡Él tenía una fotografía con Ivelisse de esas que se toman en una cabina de fotos! ¡Con su prima! ¡¿Cómo podía ser eso posible?!

De entre las miles de coincidencias del planeta tierra, resultaba que el hombre que la traía loca había salido con su prima hacia años y resultaba irónicamente frustrante como el demonio. Rayos, estaba tan agitada y furiosa con el mendigo mundo que se había puesto a cocinar. ¿Por qué? Porque Jules era en la cocina tan bueno como ella en la relaciones amorosas, es decir, un completo desastre y... no tenía más motivo, estaba enojada y quería ponerse a hacer algo en lugar de volver a su casa.

Erin arrojó las verduras dentro de la olla vacía, luego dio un paso al costado y continuó cortando zanahorias.

—Hey, Hadita ¿Qué haces?

Se le resbaló el cuchillo al escuchar la voz de Jules a su espalda, una línea de sangre se dibujó en su dedo e inquirió un insulto a regañadientes. No se detuvo y terminó de masacrar a la indefensa zanahoria para luego coger una papa que debía pelar.

—Cocino ¿No lo ves? —escupió anodina.

Los pasos se aproximaron.

—Tino dijo que encontraste algo importante.

—"Tino" debería de estar ayudándome con la comida en lugar de ponerse a charlar contigo.

—Se fue a comprar baterías, volverá en cinco minutos.

Ella no era nadie para reclamar nada, ni su amiga y menos su pareja, pero aplacar esa ira que venía acompañada de decepción fue imposible.

—Vi la foto que encontraste.

—No me digas —habló con sarcasmo.

—Es de una cita que tuve hace años y allí quedó. Una noche nada más. Yo no estaba listo ni para lidiar con mi mente aún.

—¿Te acostaste con ella?

¿Por qué diablos estaba haciendo esa pregunta? Era como incitar a cortarse con un cuchillo de cocina el pecho.

—Sí, me acosté con ella esa noche. Fue solo eso, Erin. Al final ni ella ni yo estábamos estables emocionalmente para otra cosa. Cyliane había muerto un año antes y no sé qué problemas tenía tu prima, pero también dijo que no estaba lista.

Terminó de pelar la endemoniada papa, volteó para verlo y la crisis en su cabeza aumentó. Recostado en la pared con esos aires de tener el control, con esos pantalones horribles tres tallas más grande y esa camiseta de tirantes, bajo esa luz se veía hermoso. Sus hombros y pecho eran tan grandes, no podía imaginar cómo se sentiría ser tan fuerte. Y su estómago plano y firme. Sus piernas eran poderosas, también, todo músculo, sin un gramo de grasa. Lo había visto muchas veces cuando usaba pantalones cortos. Sentía algo por él. Y sí, estaba jodiendose voluntariamente la vida al insistir en formar parte de la suya.

Lo de Ivelisse había sido hace años, antes de conocerla y echarle la culpa a alguien sería estúpido, salvo que la amargaba saber que su prima había llegado a un nivel que ella no obtendría jamás. ¿Lo habría besado? Obvio que sí.

—¿Estas celosa? —indagó él con un tono interesado.

¿De qué le servía mentir?

—Sí, maldita sea —ladró desviando la mirada.

Increíble, la tacharía de posesiva y aunque si lo era, no le gustaba que él la viera con esos ojos. Permaneció en silencio esperando que Jules dijera algo al estilo: "No quiero una mujer tóxica en mi vida" y no pasó. En cambio, con una intensidad creciente confesó:

—Yo también estoy celoso por ti.

Una explosión y la mitad de su cerebro se incendió, una llamarada nació en su interior para expandirse hacia el resto de su cuerpo; la quemaba por completo.

—¿Eh?

—Siento celos cuando te veo con Tino, creo que siente algo por ti y yo... no quiero.

—¿Qué no quieres?

D'amico rechinó los dientes por la tensión.

—No quiero perder esto que tengo contigo.

—¿No quieres?

—No.

—¿Por qué?

—Ya te lo dije... hay algo... siento algo por ti.

Avanzó en su dirección impulsada por el sentimiento irrefrenable que latía en su cabeza como una enfermedad, propagándose y aniquilando su salud mental, dejando a su paso el anhelo de ser abrazada, contemplada y amada. Quería hacer lo mismo con él. Colocó ambas manos en el torso del hombre, este se endureció como un cable de metal y el deseo reflejado en su rostro la empujó a más.

—Bésame —dijo ella en tono ronco.

Se dio cuenta de que le había dado un susto del demonio por la forma en que dejó de respirar.

—Perdón... ¿Q–qué?

Tuvo que sonreír, pensando que no era la clase de hombre que tendiera a balbucear mucho.

—Bésame, cariño.

Vio como se le oscurecían los ojos a través de sus pestañas.

—No estoy seguro... de si eso sería...

Mientras su respiración se hacía más irregular su voz se hacía más grave aún. Ella le cogió la manos y besó sus dedos lentamente, luego lo invitó a tocar su rostro. Relamió sus labios para que él le prestara toda su atención a ellos.

—Creo que es una gran idea.

—Erin, yo no...

—¿Lo quieres?

—Sí, pero...

—No voy a hacer nada, Jules. Si quieres algo tómalo —susurró con aprensión—. Vamos, dime que quieres hacer.

—Yo...

—Vamos, dime.

—Erin, escucha...

—¿Quieres saber lo que yo haría si pudiera hacer lo que quiero?

Él asintió duramente. Si lo empujaba un poco más cedería a lo que sentía y los complacería a los dos alejándolos de los problemas.

—Te miraría a los ojos, exactamente como ahora, me acercaría a tus labios y los acariciaría con los míos, extendería mi lengua y lamería tu boca. Continuaría besándote hasta tenerte agitado mientras mis manos están firmemente hundidas en tu cabello y lo sentiría... el mismo sentimiento que me invade cuando te veo, el extraño eco de emoción que estalla una y otra vez en mi corazón.

Mientras narraba a él le brillaban los ojos por la necesidad de cumplir su fantasía, la pelirroja le rodeó el cuello con los brazos y jadeó cuando los de Jules la pegaron más a la extensión de su cuerpo de manera vacilante.

—Hada...

Sus ojos recorrieron su rostro y regresaron a sus labios, ese hombre la deseaba tanto que le erizaba la piel. Un paso más, lo tendría con un empujoncito más.

—¿Quieres oír un secreto, Jules? —cuestionó con voz de terciopelo.

Él asintió incapaz de hablar.

—Hace algunas semanas, me he despertado con el mismo pensamiento. Pregúntame cuál.

—¿Cuál... cuál es?

—Me he vestido hoy pensando en desvestirme frente a ti.

¡Presto! Ahora estaba jadeante y ruborizado, y una fina capa de sudor cubría la porción de los hombros que asomaba fuera de camiseta de tirantes. Y eso no era ni la mitad. Su aliento pesado estallaba hasta saturar el aire, su química interna reaccionó ante la necesidad que le comía las entrañas y lo que ella quería hacer con él.

—Oh... mierda, Hada mía...

Se estremeció. Ya no pensó en Ivelisse. Ni en nada. La llamó mía. Dios santo, el hombre empezó a acariciarle la espalda y descendió hacia su boca con apreciación, ella cerró los ojos preparándose para darle la bienvenida...

—¡Tengo las baterías! —gritó Tino.

Quiso matarlo. Erin se consideraba demente, pero no al extremo. Sin embargo, deseo matar al menor de los D'amico. Jules se le escapó incomodo por la irrupción de su hermano y los dos se quedaron suspendidos mientras la atmósfera sensual se disipada como un sueño.

¡Noooooo! Se quejó su cerebro.

La irlandesa miró al sonrojado hombre que la observaba de reojo con vergüenza, provocando al deseo le sonrió traviesa.

Más tarde, luego de que la ayudaran a terminar la cena y perdieran el tiempo viendo televisión, se atrevió a preguntar algo para molestar a Jules.

—Oye, Florentino ¿Me amas?

Vio a D'amico ponerse rígido, impaciente por la respuesta del veinteañero.

—Claro que te amo, cielo. Eres mi socia, mi camarada... no se me ocurren más metáforas.

—¿Serias mi media naranja? —preguntó siguiéndole el rollo.

—Eres la luz de mi vida, nena. Pero los dos sabemos que no soy tu tipo y no eres mi tipo —bromeó él—. Me sigues queriendo ¿Verdad?

—Absolutamente, cariño —anunció con sus ojos fijos en otros negros.

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