Capítulo 2

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01/05/2017

Jules dormía plácidamente medio desnudo en su sofá, hoy era su día libre y planeaba quedarse allí hasta que le entrara hambre. Sin embargo, sufrió un micro infarto cuando su hermano le saltó encima y empezó a golpearlo con una revista enrollada. Se debatieron en un enredo de manos y piernas, por lo menos los dos minutos que tardaron en caer al suelo.

—¡¿Qué rayos te pasa, Tino?! ¡Casi me matas! —se quejó él aplastando al otro hombre contra el suelo.

—¡¿Qué casi te mato?! ¡Voy a patearte ese trasero de pelota desinflada que tienes! —chilló el joven de no más de 21 años. El cabello rizado rebotaba cada vez que agitaba la cabeza y su tez clara se hallaba roja por la agitación.

—¿Es en serio, Florentino?

—¡No digas mi nombre completo, es la cosa más fea que existe! ¡Me das más razones para patearte!

—Hay muchos motivos ¿Cuál elegiste? —interrogó confundido.

—¡Sales con una modelo! ¡Tú! ¡El ermitaño obeso con las nalgas más caídas que vi en mi vida! ¡Y para colmo no me dijiste nada! —gritó acusándolo con su mirada oscura.

Parpadeó perplejo y desorientado, se masajeó el rostro con una mano mientras que con la otra le quitaba la revista a Tino para que dejara de golpearlo. La abrió tranquilamente, de reojo atinó a ver la figura de su hermana Fiorella dirigiéndose a la cocina a paso rápido y la ignoró, su atención se concentraba en dar vuelta las páginas una a una en busca del Santo Grial o mejor dicho de una icónica hada pelirroja. La encontró más rápido de lo que hubiera imaginado y tampoco pudo reorganizar sus ideas al mirarla, ella estaba sentada al borde de una silla de madera y cuero mientras se reclinaba hacia atrás para recostar sus hombros en el respaldo de esta, traía un largo vestido de flamante rojo cuya falda ilustraba una abertura por donde se exhibían unas esbeltas y vertiginosas piernas cruzadas una sobre la otra en un ángulo tentador que terminaba en unos tacones aguja color negro, extendía sus brazos para sostener su extenso cabello revuelto; debido a la luz de la fotografía parecía más cobrizo que pelirrojo. La expresión de Erin era de coqueto desafío y su maquillaje le daba la profundidad que necesitaba para personificar a aquella mujer tormenta que vivía en su interior. Oh, y sus labios pintados...

—Oye, sigo aquí —dijo su hermano menor—. Si quieres te regalo la revista para que la mires todo el día, pero ya bájate y haz una dieta... diablos.

—Ah, sí. Lo siento —se disculpó avergonzado por haberse quedado en blanco.

Se puso de pie y ayudó a Tino a levantarse, el chico le arrancó la revista indignado en cuanto se enderezó; Jules rodó los ojos con las manos en las caderas.

—¿Por qué no le dijiste a nadie? —Volvió a preguntar su pariente y le enseñó la página como si no la hubiera visto ya—¡Es hermosa! ¡La mujer de mis sueños! ¡Además, hiciste rabiar a Pietro y eso es una noticia importante!

—Tino, es bueno imaginar... pero creo que estás exagerando —recalcó peinándose el cabello hacia atrás—. Y hablando de Pietro, no es difícil hacer que explote.

—¿Bromeas? —Le estampó la revista en la cara—¿En serio la estás viendo? ¿Cómo hiciste para que se fijara en ti?

Jules exhaló cansado.

—Sí, ya la vi —admitió—. Pero no es lo que crees. En primer lugar, no salgo con ella porque la conocí ayer en la noche luego de que chocara mi auto. Segundo, dime por favor ¿Cómo te enteraste de todo esto antes de malinterpretar todo?

Su hermano lo miró como si fuera un idiota y considerándolo tenía razón, la respuesta era obvia.

—¿Te golpeaste la cabeza? Claro que Fiorella me contó.

—¡Fio! —llamó enfadado.

Los dos se giraron ceñudos hacia el marco de la cocina donde una pálida castaña de enormes lentes metálicos y sonrisa dulce regresaba con ambos, el vestido colorido que llevaba tenía muchas mariposas; a ella le encantaban. Incluso sus aretes poseían unas. Agregando excentricidad a su persona, también llevaba un sahumerio encendido que movía de un lado a otro desperdigando su aromático perfume.

—¡Rayos, Fio! —exclamó Tino—¡¿Siempre tienes que insistir con esas cosas?! ¡Detesto el olor!

—Es salvia blanca, palo santo, canela y rosas. Sirven para limpiar las malas vibras y calmar la mente —respondió ella.

Jules se apretó el puente de la nariz, estaba acostumbrado al sahumerio y en esta parte de su vida no sabía si le gustaba o si simplemente ya no recordaba cómo era no estar rodeado de su aroma. Fiorella amaba este tipo de ritos y de sus hermanos era la que más lo visitaba, es decir, venía cada mañana sin falta por lo que le dio una réplica de la llave del apartamento. Su hermano bufó para después desaparecer rumbo al baño.

—El único con malas vibras soy yo porque le hiciste creer a Tino que salía con alguien y si él lo piensa estoy seguro de que todos los demás también —acusó decepcionado.

Ella empezó a recorrer el sitio con paciencia, caminó por entre los sofás de cuero y el televisor, aprovechando para abrir las ventanas cuando pasó junto al librero atestado de volúmenes sobre odontología y provocando que las paredes verdes se tornaran tan claras como para simular ser blancas por la iluminación natural.

—No le hice creer nada a nadie, solo dije lo que me pareció que podría pasar. Algunas personas son un poco apresuradas —aclaró ella con suspicacia.

—Será mejor para todos dejar de pensar en lo que podría pasar y centrarnos en lo que pasó en realidad, como por ejemplo, el hecho fundamental de que la Señorita Modelo me mandó al infierno y que probablemente no la vuelva a ver —explicó él buscando su camiseta entre los cojines y mantas del sofá, al hallarla se la colocó sin apuro.

—Tú en serio necesitas novia o un perro, eres demasiado deprimente —musitó su hermano regresando de repente.

—Te tengo a ti ¿Para qué complicarme más la vida?

Fio rió en lo que recorría la pequeña sala con el sahumerio e inspeccionaba las docenas de plantas que ella misma se había encargado de traer para alegrar el "hogar".

—Como buen hermano mayor, deberías de haberle pedido su número para mí si no querías nada con ella. Soy un gran partido —argumentó con narcisismo Tino.

La broma le sacó una sonrisa a Jules, él sabía que Florentino aparentaba ser un casanova, pero en el fondo era un hombre al extremo nervioso y tímido que no podía hablar con ninguna mujer cuando trataba de ligar.

—¿Podemos dejar de hablar de esto? —pidió dándose la vuelta y yendo a la cocina—¿Quieren desayunar?

Sus hermanos se pararon en la entrada, fruncieron el ceño al unísono severamente indignados por su actitud; a veces actuaban tan sincronizados que espantaba a los demás, pero eso era cosa de mellizos como ellos decían. Él no entendió el porqué de su molestia.

—¿Qué?

—¡Son las dos de la tarde, viejo! —reveló el muchacho negando con la cabeza.

—¡Jules, no puedes ser tan irresponsable! —reprochó la menor de sus hermanas apuntándolo con el sahumerio.

Ya no era el único con malas vibras.

Las rosas eran tan hermosas como lo sería un rubí —tal vez lo eran más—, y a su bebé le quedaban muy bonitas cuando las colocaba en su cabello. Erin trenzaba el negro pelo de su muñeca mientras enredada algunas flores en él, sentada sobre su cama oía los truenos retumbando sobre las vigas del techo y respiraba el aroma de la tormenta que entraba por la ventana entreabierta. Cuando acabó la trenza de su "bebé" la cubrió con una manta y la llevó hasta la cuna de madera que su papá había construido para ella.

—No tengas miedo, Enya —dijo acariciando la mejilla de porcelana de la muñeca—. Yo te cuido, si los truenos te asustan puedes dormir conmigo.

—Serás la mamá más dulce de esta tierra, Hadita mía.

Ella miró sobre su hombro para ver a su padre entrar con una tasa de chocolate caliente y otra de té, le sonrió radiante para después correr hacía la ventana y sentarse en el rincón especial que había construido a base de cojines y sábanas colgadas como una tienda improvisada. Su padre, Dalan, se acuclilló con esfuerzo para deslizarse magistralmente en el interior del fuerte que la niña había construido.

¡Hadita, esto es maravilloso! ¡Eres muy talentosa!

—¡Papá! —castigó Erin en un susurro inflando las mejillas—¡Enya está durmiendo!

—Lo siento. Lo siento, deberemos tener nuestra reunión secreta en silencio entonces. De esa forma no despertaremos a mi nieta y los duendes no nos espiaran —murmuró él asiéndola reír.

La niña tomó la tasa de té y sopló su humeante superficie, hizo un brindis con Dalan para beber un sorbo que quemó sus labios.

—Veamos, Hadita mía ¿A qué mundo viajaremos hoy? ¿O prefieres una nueva aventura?

—Mmnnn... —Lo pensó muy seria—. Una nueva, somos muy buenos creando aventuras.

Su padre rió, en ocasiones cuando ella lo miraba pensaba que no debía existir ningún príncipe más apuesto y valiente. No era tonta, sabía que los reyes habían desaparecido de casi todo el mundo y que solo dejaron atrás las ruinas de palacios llenos de historias. Pero su papá realmente era como los caballeros de caballo blanco en las películas, de rizos chocolate y ojos oscuros como la tierra, sus manos siempre eran suaves así como su risa cuando la llevaba en sus hombros.

—Eso es porque somos Mckenna y nosotros soñamos despiertos. Entonces veamos. —Se rascó la mandíbula mientras imaginaba algo y Erin colocó su tasa en el suelo para tomar su cuaderno de dibujo, los crayones estaban distendidos sobre la alfombra—. Esta es la historia de una valiente hada guerrera llamada, Erin y era la más bella de todas las hadas del bosque...

—¡Papá! —exclamó avergonzada y feliz.

—Shhh... no límites mi creatividad. Como decía, Erin era un hada valiente, fuerte y de un enorme corazón dispuesto a hacer sonreír a los demás, llena de curiosidad y encanto —La niña dibujó lo que él narraba—; aunque también es un poco testaruda y traviesa porque de vez en cuando pelea con los otros niños y roba las rosas del jardín para decorar su casa del árbol.

Ella apretó los labios porque su papá hubiera descubierto que había cortado las flores del jardín y ocultó su rostro detrás de la hoja de papel, Dalan se carcajeó por su reacción.

—Sí, pero el rey de las hadas va a prometer no enfadarse si ella lo ayuda a plantar más la próxima vez —soltó con exagerada carisma—. Además, su nieta... eh... Enya, es la hada de las rosas y las necesitaba para usar sus poderes.

El hombre sonrió por su ocurrencia y dio un trago a su chocolate caliente.

—El rey acepta el trato, pero el hada guerrera debe decirle la próxima vez que Enya quiera flores y jurar que se disculpará cuando pelee con los otros niños.

—¡Bien! —aceptó decidida—¡Pero te equivocaste!

—¿Eh? ¿Cómo?

—Yo... digo, Erin, es una hada de... Mmnnn... —Un trueno volvió a romper el mutismo de la casa—. Ella es un hada de lluvia, vuela entre las nubes con sus alas de cristal y... eh...

Su padre la miró como si hubiera dicho lo más impactante del mundo, no supo porque la miraba así y la asustó, pero con revitalizante energía él le dijo:

—Oh, quieres decir de tormenta. No de lluvia.

—¡Exacto!

—¿Qué tal si se balancea entre los rayos como si fueran lianas? —sugirió él.

—¡Sí, eso! ¡También puede hacer que su cabello brille por la electricidad y lanzar rayos por sus dedos! ¡Así! —Saltó para levantarse y aparentó que disparaba por sus dedos índice—¡Fiu! ¡Fiu! ¡Fiu!

Dalan dejó su tasa y la picó con los dedos imitándola, rieron juntos tan alto como para eclipsar el torrencial en el exterior; de alguna manera empezaron a perseguirse por la habitación. Erin cogió a Enya para levantarla sobre su cabeza y aparentar que volaba por los aires, brincó de su cama a los brazos de su padre y le rodeó el cuello en un abrazo asfixiante lleno de euforia. Daban vueltas ahogados en un corto momento mágico, él siempre la alentaba a soñar en mundos lejanos y cuentos en los que ambos eran protagonistas... porque había días donde la realidad era muy dura.

Este era uno de ellos.

—¡Dalan!

El sonido de la voz de su madre la congeló. Al parecer tuvo un mal día en el trabajo.

—Está enojada —murmuró triste.

—Todo está bien, Hadita mía —dijo él con una falsa calma.

Su papá le besó la mejilla y la metió en la cama. Ella se aferró a su bebé viéndolo marcharse, no le gustaba llorar, pero cuando los gritos empezaron... no logró evitarlo.

Erin despertó cuando el taxista le tocó el hombro, ruborizada se disculpó y pagó el viaje. No era habitual quedarse dormida tan profundamente y tampoco solía revivir el pasado de semejante manera. Aunque considerando la nochecita que tuvo, no esperaba menos. Le dolió darse cuenta de que no había pensado en su padre en mucho tiempo, hacía años que no visitaba su tumba; como si lo hubiera olvidado.

—Soy la peor hija que hay.

Apresuró el paso, el cielo estaba libre de nubes y el sol quemaba la piel. Hacía mucho calor. Usó sus manos para abanicarse el rostro, el sudor le perlaba la frente provocando que su cabello se pegara a su piel; odiaba esa sensación. Su blusa era de tirantes y aun así la sofocada. Se cruzó de brazos y avanzó por la acera, no reconocía el vecindario en que había dejado su auto, pero eso no impidió que diera con él tras recorrer un par de calles en línea recta desde el club; suspiró cuando su temor porque le hubiesen robado se aplacó. Sacó las llaves de su bolso para quitar el seguro y una corriente de energía la volvió a la vida al oír como las puertas se desbloqueaban.

Por fin una buena noticia.

Iba a subirse cuando vio al hombre cuyo coche había arrollado la noche anterior, él se aproximaba por la calle con las compras. Misteriosamente el pensamiento que se fijó en su mente fue que era el culpable de su sueño, después de todo la había llamado como Dalan lo hacía y evocó recuerdos guardados bajo llave en su corazón.

Desdeñosa, abrió la puerta y se metió dentro deseosa de que no la reconociera. Lo había tratado muy mal ayer en la noche, pero era lo que se podía esperar de Erin Mckenna y su tóxica personalidad. Su madre decía: las O' Neal no retroceden, no erran y no se humillan con disculpas. Ella se había equivocado con Jules, pedirle perdón la dejaría en ridículo.

No lo conocía, lo que él pensará de su persona era insignificante.

"Como decía, Erin era un hada valiente, fuerte y de un enorme corazón dispuesto a hacer sonreír a los demás..."

—No es cierto. No soy valiente, ni fuerte y ni siquiera tengo buen corazón —contradijo seria las palabras de su padre.

"El rey acepta el trato, pero el hada guerrera debe decirle la próxima vez que Enya quiera flores y jurar que se disculpará cuando pelee con los otros niños".

—No lo haré —refutó apretando el volante—. Yo... las O' Neal no se disculpan.

"...se disculpará cuando pelee con los otros niños".

Jules casi llegaba a la entrada, tendría dificultades para abrir las puertas con las bolsas que cargaba, Erin agachó la cabeza y permaneció inmóvil un micro latido, tras eso salió del vehículo jurando insultos.

—¡Malditos traumas de la niñez!

Corrió sobre sus botas de tacón para alcanzar al hombre que ya subía las escaleras del edificio de apartamentos y justo antes de que él se ajetreara para tratar de ingresar con dignidad, ella empujó la puerta para dejarlo pasar. Jules se lo agradeció sin mirarla, tardó medio segundo en distinguir quien era y cuando lo hizo la miró atónito.

—Oh... eres tú —musitó él incrédulo—. Señorita Mckenna.

La mujer aguantó la respiración un segundo, articular palabras se tornó imposible y pedir perdón le sonaba antinatural.

—Si, soy yo. Vine por mi auto y... —Se mordió la lengua, todo su vocabulario se evaporó en un instante—. Escucha, yo... yo... ¡Quiero pagar el arreglo de tu coche!

Quiso darse una bofetada mental ¿Ni siquiera podía hacer algo bien?

Jules alzó las cejas y una mueca de cansancio deformó su boca.

—Ya te dije que a mí no me importa.

—Pero a mí sí y es lo menos que puedo hacer.

—¿Por qué? Yo no quiero que lo hagas.

—¡Dios! ¿Puedes simplemente decir que sí? —indagó frustrada—. Yo... lo siento ¿Bien? Necesito disculparme de alguna forma por cómo te traté ayer, estaba ebria y enojada con el maldito mundo... me desquité contigo porque tuviste la mala suerte de estar allí.

La humillación que sentía le tapaba la tráquea, le entró un mareo por el estrés que padecía los últimos meses y sumando a eso, el calor le derretía la piel. Subió el rostro para confrontar al hombre de apellido italiano y sus oscuros iris la intimidaron.

—No, lo siento —dijo inflexible.

A Erin le hirvió la sangre y le picaron los ojos por las lágrimas que contenía, estaba muy sensible últimamente. Asintió con falta de energía para discutir o argumentar algo más. ¿Realmente lo había arruinado tanto como para que él no quisiera ni considerarlo?

Debía asumirlo, era la culpable de esto.

—Bien, no insistiré más. Ten un buen día. —Giró para retirarse, pero la voz masculina la detuvo.

—No es tu culpa.

—¿Qué dices?

Observó sobre su hombro, Jules se veía melancólico y desmoralizado con la cabeza gacha.

—¿Quieres un café?

—¿Cómo?

—Déjame invitarte un café y té contaré porque no puedo aceptar tu oferta.

Aceptó ir con él en seguida. Lo siguió a su apartamento en modo automático, caminaba como si una soga invisible tirara de ella hacía otro lugar paralelo a su vida; porque eso significaba seguir a Jules en este momento. Abandonar el papel protagónico de ser una mala mujer y conocer por contados minutos la historia de alguien más. Consciente de que era un desconocido, pero encontrándose con la sorpresa de que no le importaba.

Vaya desequilibrio emocional y mental estaba sufriendo, dentro de poco empezaría a coleccionar estampillas mientras oía canciones de Ed sheeran  con un trago de margaritas.

El tintineo de las llaves la espabiló, insegura se ofreció a sostener una de las compras para que él pudiera encargarse más fácilmente y fue entonces que entraron. El sitio le resultó cómodo, constituía una estancia diminuta con una par de sofás de cuero negro y apoya pies esféricos, las paredes se distribuían entre ladrillo y verde pálido, la televisión se hallaba encendida sobre un mueble de blanco mientras que el suelo de madera se escondía bajo una alfombra rayada. Una mesa circular residía en un rincón con las sillas arrimadas y unas estanterías metálicas que ocupaban toda una pared desbordaban de libros gruesos.

Ni cuadros. Ni espejos. Ni cortinas en el dúo de ventanas frente a la entrada.

Reconoció el aroma a rosas y... ¿Canela? Solo había plantas sin flores revueltas por todo el espacio, no tenía sentido, pero le gustó la mezcla de perfumes porque la tranquilizaba enormemente.

Jules le pidió de regreso las compras y desapareció por una puerta en la pared izquierda, supuso que se trataba de la cocina.

—Es lindo —opinó sincera en voz alta.

—Gracias, está algo desordenado porque mis hermanos estuvieron aquí más temprano —exclamó él subiendo el tono para que lo oyera—. Toma asiento donde quieras.

Erin se quedó de pie. Recordó que el día anterior también había estado con su familia, la versión oficinista de "La Roca" y la muchacha de aspecto hippie.

—¿Te visitan mucho?

—Prácticamente todos los días. Somos seis en total, tres mujeres y tres hombres. Dos pares de ellos son mellizos.

El dato la impresionó, no es que fuese un descubrimiento científico, pero se oía interesante.

—¿Tienes un mellizo? —cuestionó husmeando los libros. Eran de odontología.

—No, yo nací solo y soy uno de los hijos de en medio. Mi hermano, Pietro, es el idiota que conociste ayer y él tiene una melliza llamada Nicolleta; son los mayores.

Más nombres italianos, Erin se asomó en una de las dos puertas que había en la pared a su derecha y se encontró con el baño a oscuras.

—¿Y los otros dos?

—Esos son Fiorella y Florentino, son los menores. Después de eso, quedamos yo y mi hermana Pia. Las personas siempre quedan embobadas cuando se enteran de nuestra dinámica familiar, si los conocieras te aseguro que eso es lo menos sorprendente de ellos.

—No creo que a Pietro le interese conocerme, a menos que sea para intercambiar seguros —comentó arrugando la frente.

Lo escuchó reír, tenía una risa ronca y nasal, pero no era desagradable.

—Ay, sí hubieras visto lo enfadado que estaba —rió de nuevo—. Dios, dejó más de veinte mensajes quejándose en la contestadora.

A ella le pareció razonable el enfado de su hermano mayor, no obstante a Jules asemejaba divertirle la calamidad del vehículo y en doble medida la del hombre con quien compartía lazos de sangre. ¿Sería una enemistad fraternal? Fuese como fuese, estaba lejos de ser de su incumbencia.

—¿Podría pasar un segundo al baño? —preguntó asqueada de su propio sudor.

—¡Claro, yo estoy con la cafetera!

Habiendo pedido permiso, Erin entró al cuarto de baño con la intención de mojar su rostro con agua fría y se tomó su tiempo para recoger su cabello en una cola de caballo después. Sin embargo, atinó a ver una revista sobre el retrete y al acercarse se reconoció a sí misma en la página marcada.

¿Qué debería pensar de encontrar una imagen suya en el baño de un hombre? No podía ser la única que malpensara la situación.

Regresó a la sala con las manos tras su espalda, Jules ya se hallaba sentado en la mesa con las dos tazas de café y la contempló mientras ella tomaba asiento con elegancia. Él sonreía amable, entonces la irlandesa colocó la revista en medio de ambos y su sonrisa se desvaneció.

—¿Debo preguntar qué hacía esto en tu baño?

Cubrió su rostro con las manos avergonzado y Erin abrió los ojos en su máxima capacidad al ver las orejas del hombre sonrojadas.

—Te juro por mi vida que no es lo que parece. Mi hermano, Florentino, la trajo y... mierda, ese idiota.

Suspiró agotada y le restó importancia al asunto.

—Olvídalo, según recuerdo ibas a decirme algo —recordó dando un sorbo a su tasa de café.

—Oh, sí. —El ambiente se colmó áspero, Jules adoptó una expresión severa y la desazón acompañó el cambio brusco de emociones—. No voy a explayarme en el tema, tuve un accidente en coche hace unos años y en el mi novia falleció, pienso que es motivo suficiente para no querer subirme a uno. Así que allí lo tienes, es por mí y no tienes que responsabilizarte de nada.

Ella se atragantó con aquella bebida que se obtenía a partir de granos tostados y frutos molidos. Eso explicaba su actitud, desde el enfado con su hermano hasta la negativa del seguro. La tristeza la invadió al advertir su imagen —la de una persona destrozada por la pérdida del amor de su vida—, y la pesadez que le contagió provocó que se encorvara ligeramente.

—Descuida, entiendo tu postura —dijo con suavidad—. Me alegra que me contaras esto, debe ser muy difícil para ti.

—Lo es.

Se quedaron en silencio un rato, Erin consideró que sería hora de marcharse ya que había arreglado lo que debía repararse. Lo que no vio venir fue que Jules no tuviera esos planes.

—¿Y qué hay de ti? —interrogó él.

—¿Qué quieres decir?

—Anoche estabas ahogando tus problemas con alcohol y quisiera saber cómo estás en realidad —reveló con preocupación—. Sé que no soy nadie, pero si necesitas hablar... nos queda toda una taza de café para conversar.

No, esto no estaba bien por donde lo miraras.

—No tengo interés en un terapeuta.

—Suerte que no soy uno.

—Tampoco quiero amigos.

—Está bien, somos desconocidos y nada más. Si nos vemos de nuevo fingiremos tener amnesia —bromeó desanimado.

Maldito fuera por sus astutas respuestas y condenada fuera su curiosidad por no dejarla irse, le sacó una sonrisa verdadera; de esas que no hacía en mucho tiempo.

—Me divorcié hace unos meses atrás y mi tía falleció en navidad, no diré más al respecto.

—Son buenos motivos para una borrachera.

Ella asintió.

—Y solo es la punta del iceberg.

—Okey, somos dos pobres diablos con severos problemas al parecer.

—Me gustaría negarlo, pero no puedo. —Sonrió Erin—. ¿Podemos hablar de otras cosas que no tengan que ver con el pasado?

Jules le devolvió la sonrisa e incongruentemente empezaron a hablar de los vecinos molestos que el hombre tenía y la irlandesa contó la anécdota de la sesión de fotos en la que se había sacado la fotografía que aparecía en la revista.

Fueron media hora y un café para escapar de sus vidas.

Cuando Erin estuvo por irse, D'amico le hizo una pregunta que la heló por completo.

—¿Me darías tu número? Mi hermano quería hablar contigo, te prometo que no es tan imbécil como piensas.

—¿Me dices la verdad? —cuestionó con picardía.

—Tranquila, Hadita. Tengo una relación exclusiva conmigo mismo... —De repente, se calló y la asustó—. Lo siento, quiero decir Señorita Mckenna, dijiste que no te llamara así.

Cierto, la había llamado "Hadita" y... era extraño, ya no le dolía el pecho al oírlo. Contrariamente a lo que hubiera esperado, la emocionaba porque atraía las memorias de su padre a su corazón ennegrecido.

—No hay problema, ayer estaba muy sensible y esa palabra me puso peor. Alguien que amo mucho me decía así y duele pensar en él... —Le sentó fatal obviar a Dalan como si se tratara de cualquiera.

La condolencia se reflejó en el rostro masculino.

—Tenemos otra cosa en común entonces, todavía no podemos dejar ir a los que se van para no volver.

—Sí, es aún peor cuando nos quedamos con cosas que decirles en la boca.

Jules desvió la mirada apesadumbrado.

—Escríbele una carta, si hay algo que quieras decir solo díselo. Es lo que yo hice cuando la perdí.

Lo observó atónita, consideró el consejo que le daba, pero no esperaba que una sola carta bastara para decirle a su padre todo lo que no pudo nunca. Respiró hondo y dijo:

—Si quieres llamarme así puedes hacerlo ¿Entonces quieres mi número para tu hermano?

—Tino se pondrá histérico por esto —habló alegre sacando su móvil.

Erin pensó que mentía, que sería él quien le escribiría y la contactaría pronto.

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