Capítulo 30

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29/03/2018

Jules le sacó una foto con el móvil a su hermana, su prometido y a su bebé; los tres daban la imagen de unos padres primerizos. Bailaban una canción lenta junto a varias parejas en una pista bajo una enorme tienda de telas blancas, decoradas con lianas de luces y botellas colgantes con flores coloridas, globos dorados y rosas blancas; una larga mesa residía en un costado desbordada de comidas y copas de champagne. Sentado allí, viendo a los demás disfrutar se sintió solo y emocionado. Sus ojos se cristalizaron, se desplomó contra el respaldo de la silla y ladeó la cabeza cerrado en la melodía de esa canción.

—Estoy bien —susurró al aire.

Esa era su verdad, desde que Erin se marchó estaba bien. Ella le había impulsado a ponerse de pie y desaparecido de la ecuación. Estaba bien. No la necesitaba para continuar su proceso, pero la echaba desesperadamente de menos. Podía seguir adelante. Su corazón sanaba el pasado, la herida suturada le dejaría cicatriz, no obstante ya no sangraba hasta hacerlo desfallecer. Cyliane mutaba de una cruz a un recuerdo agridulce. Podía dar con el amor si lo buscaba, lo entendía bien. Quería moverse. Vivió años recluido en una limitación y añoraba recomenzar desde cero. Viajar. Enamorarse. Tener familia propia.

Así como Fiorella. Así como Pietro. Así como sus padres un día hace tiempo atrás.

¿Habría sido mentira las veces que el hada dijo amarlo? Nunca. Ambos habían ido deprisa, y eso no quería decir que fuera falso. En su piel aún cosquilleaban dejavús que la mencionaban, guardaba en secreto el deseo de que esos cincuenta años pasaran y ella volviera. En sus pulmones tenía guardado el aire de aquella última noche, de sus gemidos y las lágrimas que inmortalizó para sí.

Él estaba bien, pero tenía un problema. Un día como cualquiera, conoció a alguien que le revolucionó los latidos y lo hizo sentir que había olvidado lo que antes conocía. Alguien igual de lastimada. No, no era su primer amor. ¿Y eso qué? La primera vez no siempre era la primera verdad absoluta.

No había habido trucos. Simplemente, sus ojos verdes lo encontraron en el momento propicio para enamorarlo de su esencia. Dios, él había querido ser amable y esa mujer de rojo se metió en sus pupilas, su piel y su corazón.

—¿Quieres bailar, cariño? —musitó una voz femenina a su espalda.

La palabra "cariño" provocó que su presión arterial aumentara por el choque de emoción y se sintió estúpido, sonrió como el mejor hipócrita al ver a Nicolleta tomar asiento junto a él. La hija mayor de los D'amico era una fémina despampanante con un vestido plateado con un tajo prometedor en la falda y dejaba entrever sus magníficas piernas. A Jules le recordó al traje de esa princesa rubia de Frozen cuando se transformaba en una reina de hielo que gritaba en una montaña desierta.

—He bebido de más, no quisiera vomitar en medio de la pista —mintió evitando mirarla.

—Querer convencerme de que estas "ligeramente ebrio" es tan creíble como decir que Tino es un maestro al volante —dijo ella y tras eso cantó—: Mi hermanito es un mentiroso, le crecerá la nariz como a Pinocho.

—Infantil —acusó chispeante.

—Mentiroso —entonó la mujer.

Negó entusiasta por su bromista actitud.

—¿Serás madrina de bodas?

—¿Cuándo he sido otra cosa? —Iba a objetar, pero la dama levantó un dedo acusador—. No menciones ninguno de mis matrimonios.

Sí, su hermana había tenido mala suerte en el amor. Su primer matrimonio acabó terrible, ella era muy joven y él un abusivo. El segundo, pues parecía ser el indicado y... la engañó. Para Nicolleta no existían las segundas oportunidades, traicionabas su confianza y podías irte despidiendo de su enigmática persona. Su segundo ex esposo llevaba mucho rogando por su perdón. Sin embargo, ella se convirtió en el tipo de mujer a quien no le conmovían las flores y los bombones, decirle San Valentín era lo mismo que mostrarle rojo a un toro bravo.

—Hablando de matrimonio ¿Has hablado con tu ex esposo?

—¿Tú estás muy interesado en hablar de la señorita Mckenna?

La cara del hombre se puso tensa.

—No especialmente.

—Entonces comprenderás que yo tampoco tengo mucho que decir esta noche.

Jules alzó sus oscuras cejas.

—Oh, eso me dice que sí tienes algo para contar.

—Pensé que no íbamos a hablar de nuestra vida amorosa.

Él se cruzó de brazos y arrugó la frente. Este era un truco de Nicolleta, algo así como psicología a la inversa en una mezcla con perspicaz manipulación. Maldijo su curiosidad y el amor que le tenía. Habló con tono rápido y mordaz.

—Me muero por ver a Erin. Ella está a un océano de distancia. Eso es todo, fin de la historia. Ahora háblame sobre tu drama romántico.

Nicolleta le sonrió radiante.

—La idea de que yo no sea la única desesperada me alivia.

—Eso no me dice nada. Quiero detalles.

—Nos emborrachamos, me acosté con él, discutimos y me echó de su casa luego de aplastar completamente mi ego.

Silbó impresionado, cogió un par de copas y una botella para servirles champagne.

—¿Qué te dijo para lograr eso?

—Una comparación muy poco halagadora entre su ex amante y yo.

—Ay, ay, ay. Pobre tipo muerto. —Jules le tendió una copa, brindaron y bebieron de un trago a fondo—. Así que, naturalmente, te mueres por verlo otra vez aunque sea con la excusa de mandarlo al infierno.

—Más o menos... odio que me conozcas tan bien.

—Eres patética.

—Lo sé —aceptó ella. Suspiró apesadumbrada—. Lo que me molesta es que él tuvo razón en lo que dijo. Yo puse barreras que ni siquiera le permití tocar y esa mujer le ofreció un sentimiento real... por más que fuera vana lujuria. Le dio más de lo que yo quería entregar.

—Vaya, eso es deprimente. Creo que somos muy similares en eso. —La vio inclinar la cabeza interesada. Sin más dignidad que perder, soltó—: Anoche... busqué vuelos económicos a Irlanda. Ni siquiera sé cómo se me ocurrió. Quiero decir, lo último que necesito es hacer una locura, ¿me entiendes?

Nicolleta tenía la boca abierta por la sorpresa, parpadeó perpleja y brillaron sus iris por la emoción.

—Déjame adivinar. Has estado ahorrando...

Ya no tenía sentido ocultarlo. Asintió rendido.

—Cada maldito centavo, Nicol. Gasté la mayor parte de mi dinero cuando fui a Virginia por papá. Dios mío, estuve investigando sobre apartamentos dentro de mi presupuesto y de trabajos rentables en Adare... te lo juro.

—Vaya. Eso sí que es...

—Sí, enloquecí. —Rió afligido—. Ni siquiera me da miedo irme y arrepentirme... me da miedo renunciar a un amor que pase lo que pase quiero que siga vivo. Es lo irónico de perder algo, cuando se va te das cuenta del verdadero valor que tiene en tu corazón. Dime dependiente, asfixiante o cualquier cosa que se te pase por la mente, pero solo sé que no la abracé lo suficiente.

—¿Y qué te detiene?

—Yo mismo, Nicol. Me asusta lo dispuesto que estoy a dar este salto de fe —contestó inquieto—. Si me aceptara... podría morir de felicidad, pero incluso si ella me rechaza, una parte de mi quiere descubrir que más puede ofrecerme el mundo y no lo sé. Tal vez quedarme en Irlanda hasta que me canse de su belleza. Ustedes dieron su paso al frente y yo quiero dar el mío. Esta convicción me aterra ¿Por qué estoy tan seguro de esto?

La mujer a su lado entrelazó sus dedos con él, su agarre le transmitió seguridad y protección, la miró para descubrirla secándose las lágrimas con una servilleta de papel que evitara que se le corriera el maquillaje. Apoyó su cabeza contra la suya, era más alto que su hermana así que tuvo que inclinarse mucho y la hizo reír, observaron a Fiorella besar a su inesperado prometido mientras la bebé en brazos del hombre jugaba con el collar de su próxima madrastra. En otro extremo de la pista de baile, Pia bailaba con Tino entre discusiones sin sentido; Pietro se ruborizaba por algo que su esposa con un vestido de espalda descubierta le susurraba al oído; sus padres bailaban junto a su hija con emoción.

Había muchas parejas esa noche, su familia y la de... John... Jade... el hombre con el que se casaría su hermana. Todos celebraban, disfrutaban y sonreían. Jules también lo hacía, pero la soledad se equiparaba en número así que lo abstraía levemente de la fiesta.

—Nicol —llamó.

—¿Sí?

—Aún amas a tu ex esposo ¿Verdad? —Tardó, pero ella asintió con pena— ¿Vas a darle una oportunidad?

—No, eso demostraría que siempre tuvo razón. Prefiero morir a dejarle saber que... que llevo siete años sin poder olvidarlo.

—Siempre has sido muy orgullosa, te admiro por eso. No lo perdones si no nace de ti, aunque si tanto lo extrañas y él igual, podrían empezar por un café.

—Lo pensaré, ¿y tú qué vas a hacer?

Jugó con las últimas gotas de champán en la copa, dándole vueltas y vueltas como las ideas en su mente.

—Ahora mismo, voy a invitarte a bailar ¿Qué me dices?

—¿No que habías "bebido de más"?

—Vamos, ya sabes que te mentí. Ganaste ¿Satisfecha?

—Sí.

Jules dejó su trago, tomó la mano de su hermana y se dirigieron a la pista; bailarían como si no tuvieran un lugar vacío en el pecho.

—¿Segura que te encuentras bien? —preguntó Fiona desde el móvil.

Erin se abrochó el sujetador y luego se metió en su mono de dormir, la voz de su prima en el altavoz la calmaba porque la hacía sentir acompañada. Más aún cuando se encontraba con los malestares a flor de piel, su mayor deseo radicaba en hundirse en sus sábanas y dormir todo el fin de semana. Cosa que no podía porque acababa de abrir un negocio, tal vez el domingo se tomaría el día libre para descansar.

—Sí, solo es cansancio y... disculpa, te llamo después.

—Oh... okey. Háblame si necesitas algo.

—Sí, no te preocupes y gracias. Adiós, Fiona.

—Adiós, Erin.

La llamada terminó y ella se apresuró al baño en el pasillo, desde hace semanas que la retención de su vejiga fallaba; prácticamente pasaba la mitad del día corriendo de un lado a otro por las ganas de orinar. Los suelos de madera y los azulejos verdes en las paredes estaban empañados por el vapor de la ducha que se había dado. Hacía calor en el cuarto y la sofocó. Se lavó las manos en el lavado de mármol y se secó apresuradamente con una toalla, observó su reflejo en el espejo contrariada por lo que ocurría. Apretó los dientes viendo sus senos hinchados y adoloridos. Las náuseas no habían aminorado, ya no podía comer nada sin que acabara en el retrete.

¿Y si... Intentó sugerir su conciencia.

—No.

Pero los síntomas están allí, prosiguió su mente.

—Puede ser cualquier otra cosa. No es "eso" —respondió molesta a la nada.

Tenía un DIU en el maldito útero, se suponía que era 99% eficaz. De otra forma había una ridícula posibilidad de 1 en 100. Sí, debía confiar en el 99%. Miró su vientre en el espejo y negó frenética.

—No, no, no es "eso".

Salió del baño a rechinando los dientes, se dirigió a su cuarto e ignoró el libro de su padre por esa noche. Cubrió su cuerpo con las mantas y se forzó a dormir para no pensar en cosas que no deseaba pensar. Sin embargo, nadie dominaba los sueños, ellos respondían a los pensamientos inconscientes del subconsciente y la llevó a la peor pesadilla que alguna vez pudo tener:

El camino de tierra prevalecía igual que esa mañana, el día anterior y el anterior a ese, Erin y Enya miraban por la ventana esperando que una ruidosa y oxidada camioneta diera señales, su padre había marchado unos meses para ayudar a su familia porque su abuelo estaba por morir. Él jamás se había ido tanto tiempo, estaba preocupada.

Además, quería contarle de la "sorpresa".

—Ojalá hubiera podido conocer mejor al abuelo —le comentó a su bebé—. A mamá no le cae bien la familia de papá, yo creo que son graciosos.

Un ruido la distrajo, el sonido de un objeto cayendo al suelo. Lo ignoró. Sentó a Enya en sus piernas para peinar su desordenado cabello, a la muñeca le faltaba su mano derecha porque su mamá la había pisado cuando Ivelisse tuvo su "accidente" el verano pasado.

—Pobre, Enya. No pasa nada, soy tu mamá, yo te amo de todas maneras —dijo al juguete y besó su cabecita. Habló carismática y dulce—: Te coseré otro vestido y ya no te sentirás mal, verás que eres hermosa con o sin tu mano. Cuando papá llegue le preguntaré si puedo cortar una rosa y quedarás como una princesa, él no va a decirle que no a su nieta.

Otro ruido, pero esta vez lo acompañó una secuencia de pasos veloces. La pelirroja dudó, no obstante se llenó de valor para investigar que pasaba, salió al pasillo de puntillas y al pasar por la puerta del baño oyó el agua correr. Su mamá se daba un baño. Entonces notó espantada un camino de gotas de sangre que iban a la habitación de sus padres, empujada por ese tétrico sendero avanzó despacio hasta el final de este, entró al cuarto con Enya contra su pecho y los ojos muy abiertos.

Se encontró con las sábanas de la cama de sus padres arrancadas, un tenebroso sudor cubrió su espalda y los latidos de su corazón golpearon duramente su diminuto pecho. Rojo, blanco y puntos negros bailando en su visión. El mundo se quedó callado. El órgano latente en su cuerpo frenó. Enya acabó en el suelo porque sus manos no pudieron cargarla.

Ni siquiera pudo llorar porque su cerebro no entendía lo que presenciaba.

Un crujido, miró sobre su hombro, el rostro demacrado de su mamá la contempló en shock entre las gotas de agua y su cabello húmedo pegado a sus mejillas.

—¿Está muerta? —preguntó sin aire, apuntando al bebé extrañamente pequeño en el suelo.

Las lágrimas brotaron de sus ojos y los cerró asustada, unas semanas después de que su papá se fuera escuchó a su madre decirle al Señor de ojos azules que estaba embarazada y él se enfadó mucho. Nunca había visto a su mamá llorar, pero ese día lo había hecho por horas; incluso dejó que la abrazara para consolarla. Los meses pasaron y su barriga creció un poco, ella no se puso celosa y le prometió cuidar de su nueva hermanita —porque sabía que sería niña—, pero ahora... ahora no podía moverse.

—Ve a tu cuarto, Erin —ordenó Nessa tambaleándose hacia la cama.

La niña cogió a Enya y pensó en cobijar a su hermana, estiró la mano...

—¡Erin, ya vete!

Amedrentada, corrió hacía su cuarto y cerró la puerta. Horas más tarde, cuando la luna se alzaba poderosa en mitad del cielo, su madre la llamó y la llevó de la mano más allá del jardín. Hacia la zona donde en ocasiones encendían fogatas o basura. Las sábanas de la cama y el camisón de dormir de su mamá ya estaban allí. Obediente, sujetó firmemente a su muñeca y esperó a que la mujer alimentara el fuego, pronto una enorme llamarada ardía delante de su persona. Las llamas se retorcían y bailaban con las brisas frías del invierno para no extinguirse en un soplido. Nessa arrojó todo al fuego enardeciendo las brasas en continua combustión, se hallaban tan cerca que el calor les quemaba la cara.

—Erin, no puedes decirle a nadie lo que pasó... ni a papá —anunció su progenitora de pie a su lado.

—Pero él debe saberlo —refutó conmocionada—. Si no, lo lastimaría y a mi hermanita también.

—Tu padre va a morir ¿Quieres ponerlo triste con esto?

La verdad la estremeció. Eso sonaba mal.

—Es que...

—¿Quieres matarlo, Erin?

—¡No! —exclamó horrorizada.

—Si se lo dices lo matarás, le romperás el corazón y morirá de agonía ¿Entiendes?

Dios, no quería eso.

—No le diré a papá. No le diré a papá —repitió temblando—. Te juro que no le diré que tuve una hermanita.

—Eso está muy bien, eres una buena niña.

No le parecía ser una buena niña guardando ese secreto.

—Mamá... ¿Por qué le pasó eso?—Inevitablemente quiso llorar—. Me siento mal, yo quería ser una hermana mayor.

Nessa no apartó su mirada de las llamas, sus ojos brillaban más que las estrellas en la oscuridad y su pelo ardía en una llamarada roja.

—Hubo un niño antes de ti —dijo calmada.

—¿Eh?

—Esa es la herencia de las O' Neal, Erin. Nosotras no podemos crear nada, estamos malditas o enfermas, sea cual sea hace que tener familia sea un tiro de suerte —explicó la irlandesa con desilusión—. Aunque a veces, es lo mejor. ¿Quieres sinceridad, hija?

A Erin se le secó la garganta.

—Si.

—Ser madre es un infierno, tienes una vida y de repente tienes que olvidarla por alguien más. Una cosa que respira, come y vive a través de ti. Arruina tu cuerpo. Te convierte en una esclava de una criatura dependiente, no puedes escapar y pierdes la esperanza de tener algo tuyo porque todo es para él.

Tragó saliva, la fogata hizo una ligera explosión y respingó asustada.

—Yo ya soy mamá, Enya es mi bebé y ella me hace feliz —argumentó enseñándole su muñeca.

—Eso es un juguete, no es ni remotamente parecido. Cuando no te encargas del problema y lo dejas crecer... termina arruinándote, créeme. Me pasó a mí y te va a pasar a ti.

—Pero si las O' Neal no podemos tener familia y ser mamá es malo ¿Entonces por qué la tía Moira es feliz?

Nessa torció la boca cansada, se giró hacia la niña y se inclinó para aproximar su rostro al suyo.

—Tu tía Moira es una mujer imbécil y soñadora, siempre ha dependido de mí o de su amante de turno, ella ve castillos de cristal en un granero mugroso. Piensas que es perfecta, pero no tuvo ninguna suerte, tiene una hija bastarda y ahora está sola viviendo de migajas de pan cuando antes tenía un esposo que podría haberla llevado a conocer el mundo —develó seria—. Tú no quieres ser una mujer imbécil ¿Verdad?

Erin ocultó su rostro tras el cabello de su muñeca inhibida por la mirada de su madre.

—No, mamá —contestó.

—Tenemos que encargarnos de enseñarte desde ahora entonces —murmuró la mujer, le arrancó de las manos a Enya y de un segundo a otro, lo arrojó al fuego y la consternación vibró en el aire mientras el juguete se quemaba.

El corazón de la niña se resquebrajó en un millón de partes, un grito ensordecedor eclipsó el silencio del campo verde oscurecido por la noche y los grillos guardaron duelo por su inocencia perdida. Erin quiso saltar al fuego para impedir que su bebé ardiera, pero su mamá la atrapó por la cintura y se sentó con ella en el suelo para retenerla.

—Shhh... tranquila, tienes que aprender. Esta es la realidad, amor.

—¡No! ¡No! ¡Es mía! ¡Es mi bebé! ¡Mamá se está quemando!

Lloró consternada mientras el cabello de Enya se derretía y su cara de porcelana se tornaba negra, el vestido que le había cocido se consumía. No hubo magia que la salvara.

—¡Mamá, no me la quites!

—Tranquila.

—¡Es mía! ¡Es mía! ¡Es mía!

Nessa besó su mejilla húmeda.

—Debes aprender para no equivocarte en el futuro. Aunque... recuerda que si llegara a pasar, yo sé cómo encargarme del problema.

Erin saltó de la cama sudando por aquella pesadilla y corrió al baño, tropezó en la puerta así que gateó hacia el retrete para abrir la tapa, vomitó hasta que el cuerpo se le puso flácido y el llanto le dio una endemoniada jaqueca. Con la cabeza dentro del excusado se decidió a comprar una prueba de embarazo esa semana solo para alejar esa sensación en su piel.

Solo para alejar la sensación de que una O' Neal no podía crear nada.

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