Capítulo 4

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07/05/2017

—Jules...

Erin dormía con el ceño fruncido y un mohín en los labios, le ardía el cuerpo y sudaba demasiado, soñaba con el día que conoció al hombre de tez caramelo o por lo menos eso hacía hasta que el agua helada le cayó encima despertándola con un arranque de terror y pánico, agitó las piernas para zafarse de las sábanas en lo que trataba de escapar de la helada caricia de frío en su piel. Saltó de la cama agitada con el cabello rojizo cubriéndole la cara, lo apartó de un manotazo para ver qué diablos había pasado y se encontró con Nessa viéndola furiosa sosteniendo un cubo de plástico que goteaba.

—¿Mamá, qué pasa?

—¿Quién es ese hombre?

—¿Quién? —preguntó aturdida.

El rostro de su madre se deformó por la indignación, le aventó el cubo de plástico y Erin se pegó a la pared. Su mono de dormir estaba mojado, el agua se escurría por sus piernas y su respiración salía entrecortada. Sumisa, prevaleció estática como una muñeca en exhibición y reprimió el miedo latente que le quitaba la fuerza.

—¡Ese hombre que no dejas de mencionar! ¡El maldito Jules! ¡¿Quién es?!

—Nadie, es un conocido ni siquiera somos amigos —se apresuró en responder.

—¡Mentirosa! —La apuntó con el dedo—. Pareces una indecente, sales con un muchacho diferente todos los días vestida como una cualquiera ¿Crees que no me doy cuenta? ¡Dime que no eres tan estúpida como para acostarte con ellos sin protección! ¿Qué vas a hacer si quedas embarazada? ¡¿Qué no te acuerdas de lo que significa para nosotras eso?!

No, no quería pensar en eso. Bajó la cabeza asustada por las imágenes color rojo que invadieron su mente y la hicieron ahogarse en la oscuridad del pasado.

—¡Sí, ya lo sé! ¡Lo sé! ¡Te juro que lo recuerdo, pero esto no es lo que piensas! —exclamó rota—. No hice nada.

—¿No hiciste nada? ¿Por qué te creería? Eres una mentirosa —increpó la mujer de rostro arrugado—¿Qué? ¿Acaso piensas que existe un príncipe? Esta es la vida real niña, llevas mi sangre y eso te convierte en una O' Neal. Nosotras no necesitamos amor.

Erin clavó las uñas en sus palmas, pero no eclipsó el dolor en su pecho.

—¿De verdad, me harías ese favor? —indagó Jules a la persona al otro lado de la línea, oyó la respuesta del contrario y sonrió—. Muchas gracias, eres increíble. Me salvaste la vida, a ella le va a encantar esto y si no me aviento al río.

Habló un rato más y colgó, le dolían las mejillas por tanto sonreír. Ya tenía todo listo para su segunda cita con el hada irlandesa, planeaba que fueran tres, lo único que le faltaba era que ella se tomara bien toda la excentricidad y la cursilería del evento en cuestión. El sol le quemaba y le calentaba la piel, los pájaros cantaban y defecaban por todo sitio posible, las ramas de los árboles se agitaban por la brisa mientras la gente corría por el enorme parque aprovechando el día soleado.

—¡Jules!

No atendió al llamado a su espalda. Divagaba perdido en su imaginación, se había excedido bastante, pero su segunda cita sería memorable ciertamente. No es que las otras dos no lo fueran, salvo que jamás había hecho algo así. Esperanzarse no era bueno, tal vez la primera cita saliera espantosa... algo le decía que no ocurriría.

—¡Jules!

¿Sería mejor llevar rosas rojas o blancas? ¿Amarillas o anaranjadas? ¿Música lenta o medieval? ¿Adele o Katy Perry para romper el hielo?

Le dieron una bofetada en el hombro, gritó y se llevó las manos al sitio que quemaba por el golpe. El semblante ardido de su hermana Pia lo confrontó con altivez, apenas un año menor que él, relucía una juventud icónica que opacaba a cualquiera: con rasgos afilados, piel nívea como un muerto viviente, ojos y cabello rizado oscuros como su alma, y el cuerpo que solo años de entrenamiento te podían dar. En el cuello femenino colgaba un collar con la luna y una estrella; así como él vestía ropa deportiva. Ambos se sostuvieron la mirada en una guerra por el poder y entonces le sacó la lengua haciéndola enfadar más. La muchacha le dio una patada que le dejó el trasero dolorido.

—¡¿Por qué son todos tan agresivos?! —fingió estar convaleciente.

—¡Te estoy llamando hace media hora! —acusó ella—¿Para qué me pides salir a correr si te vas a poner a hablar por teléfono?

—Tengo excusa, era importante. Tu hermano mayor tiene negocios que atender —reclamó jactancioso haciéndola rabiar. Dio un paso y su espalda baja se quejó—. Diablos, me has reventado una nalga no puedo ni caminar.

—No te quejes y muévete, nos queda recorrer tres quilómetros —ordenó Pia con la frente sudada.

A Jules casi le explotaron los ojos.

—¡¿Quién te crees?! ¡¿La Mujer Maravilla?!

—Dijiste que querías bajar de peso, esa es la forma. ¿O qué? ¿Vas a ir a tu cita con esos flotadores producto de años de comida llena de grasa?

—¡Ja! Mejor pago la liposucción.

Pia sonrió con los dientes apretados y las manos en las caderas, él parpadeó temeroso de haber llevado al extremo la paciencia de la mágica mujer que sabía de brujería.

—¡Corre ya o le contaré a mamá lo obsesionado que estás con esa irlandesa!

—¡Okey! ¡Okey! ¡Estoy corriendo! —Trotó unos metros y gritó—: ¡Le voy a decir a mamá que no fuiste a su fiesta de jubilación por un concierto!

—¡Ahora si corre porque cuando te atrape te voy a matar!

El hombre rió a todo pulmón mientras corría a máxima velocidad huyendo de su hermana, la cual no tardó más de dos minutos en alcanzarlo y darle una lección gratis de sus clases de taekwondo, es decir, le dejó moretones por todos lados. Regresó a su apartamento a eso del medio día y lo primero que hizo fue arrojarse en el sofá una hora para después darse una ducha. Solo en su habitación, se vistió únicamente con unos pantalones cortos y estudió su abdomen unos minutos. Pasaba un gran día si tenía que decirlo, a pesar de que no sentía las piernas y de que le dolía hasta el alma por el ejercicio; habían pasado varios años donde lo más atlético que hacía era sacar la basura.

Sí, antes era un hombre completamente diferente... tal vez debería recuperar el hábito de salir a correr o ir al gimnasio. No estaba gordo, pero como Pia había dicho tenía "flotadores de grasa" y le disgustaba descubrir que le incomodaba cuando de más joven siempre tuvo un físico envidiable.

—¿Será la crisis de los cuarenta? —preguntó al lugar vacío—. Pero si tengo treinta y nueve.

La vibración del móvil en la cama le alertó que tenía un mensaje, al cogerlo descubrió que se trataba del hada pelirroja y su día fluctuó al leerlo:

《 Hola, Jules. Tengo que hablar contigo ¿Podríamos vernos en la tarde?

Le preocupó esa pregunta, el acostumbrado "tenemos que hablar" nunca era bueno y presagiaba consecuencias en su cita. Se mordió el interior de la mejilla, ya había empezado a pagar los preparativos. Respondió precavido:

《 Hola, señorita Mckenna. No trabajo hoy así que estaré en casa todo el día, podemos reunirnos donde quieras 》

Ella contestó enseguida:

《 Iré a tu apartamento a las 17:00 ¿Esta bien? 》

Claro, te espero

Aguardar a que dieran las 17: 00 P. M fue una tortura psicológica: se duchó dos veces más, cepilló sus dientes el doble, se cambió cinco conjuntos de ropa hasta decidirse por unos tejanos negros y una camiseta del mismo color; casi compró postre helado, pero recordó que quería perder peso; limpió exhaustivamente el apartamento —incluso los marcos de las ventanas en tres ocasiones no consecutivas en un burdo intento de aplacar su intranquilidad—, y finalmente mandó al diablo su dieta por un día y compró el condenado postre helado. Cuando tocaron la puerta sintió que todo el estrés se filtraba de su cuerpo, a pesar de no haber abierto la puerta. Pero en cuanto lo hizo y pudo ver a Erin lo primero que apantalló su mente fue lo desarreglada que estaba. Traía puesta una sudadera vieja de los Blackhawks de Chicago y unos pantalones holgados negros; su rostro tenía una coloración rojiza y una fina capa de sudor como si tuviera fiebre. Sus ojos permanecieron ausentes sin mirarlo.

—¿Puedo pasar? —habló ella.

Jules se apartó para dejarla entrar, medio minuto más tarde los dos estaban sentados en la mesa circular en el rincón de la sala. Hubo una tensa expectativa porque la mujer se mantenía callada y cabizbaja.

—¿Señorita Mckenna? ¿Iba a decirme algo?

—Lo siento, estoy distraída.

—¿Con que? —preguntó buscando conversación.

—No me siento muy bien, creo que tengo un poco de fiebre. ¿Me creerías si te digo que vine a ayudarte a buscar mi arete?

Notó que los hombros de la mujer se contraían al decir aquello, huía a su mirada como si se sintiera culpable.

—No, puedo ver que estás mintiendo. Puedes decirme la verdad, te prometo que no lo tomaré mal sea lo que sea.

—Iba a decirte que vine a cancelar la cita porque lo que estamos haciendo es estúpido —Su afirmación lo sacudió—, pero estaría mintiendo porque realmente quería hacerlo. Ya no quiero volver a mentir sobre nada... no tiene sentido.

—¿De qué hablas?

—Me he arrepentido en cuanto abriste la puerta. Pensaba venir para aclarar esta excusa que hemos inventado para salir juntos, pero en verdad me emocionaba la idea de pasar tiempo con alguien como tú, Jules.

—¿Me dices eso después de verme por tercera vez?

—Te digo esto después de chocar tu auto, gritarte, mandarte al diablo, perdonarme e invitarme a salir. En comparación a mi podrías ser el Papa.

Su sinceridad lo conmovía en cierto grado, aunque la vocecita en su cabeza seguía diciéndole: "NO TE METAS CON UNA MUJER CON SERIOS PROBLEMAS QUE PROBABLEMENTE TE JODA LA VIDA"

No obstante, su espíritu rebosa de un ingenuo: "BUENO, NO ES COMO SI YO FUERA LA MADRE TERESA".

Colocó ambos antebrazos en la mesa y jugó con sus pulgares reacio a seguir en el tablero de la franqueza tal como lo hacía ella.

—Entonces yo tampoco voy a mentirte, también quiero salir contigo. Los últimos años he estado... solo y no, no planeo tener una relación de nuevo de ninguna manera... pero me gustaría volver a vivir un poco. Puse en pausa toda mi vida y la extraño.

—Yo siento lo contrario, creo que viví mi vida muy rápido basada en las palabras y deseos de todos los demás... tengo todo y... no me hace feliz. —Rió con los ojos rojos e hinchados—. Tenías razón, somos dos pobres diablos con severos problemas al parecer.

—Sí, eso creo —concordó con empatía—¿Y qué vamos a hacer entonces? ¿Saldrás conmigo el próximo sábado?

Erin sonrió y cruzó los dedos bajo el mentón con movimientos suaves, igual que si bailara una danza con ellos.

—Me encantaría salir contigo, Jules.

Fue en ese preciso momento en que la manga de la sudadera de hockey se deslizó hacia abajo y él tuvo una buena visión del corte que tenía la chica en el lateral de la mano, marcando una herida desde su dedo meñique al interior de la palma; enrojecida y con notoria secreción amarillenta que alertaba infección. Por reflejo se levantó para acercarse a inspeccionarla, la volteó de lado a lado para estudiarla con cuidado y chasqueó la lengua.

—Mierda. Hadita, esto está infectado.

—¿Qué? —confirió ella asustada.

—Se te ha infectado el corte... es profundo ¿Es él que te hiciste mientras cocinabas?

—Sí.

—Déjame limpiarlo, te quedara una cicatriz si no lo curamos apropiadamente.

No la dejó contestar y se encargó de todo. Sirvió agua limpia en un recipiente, trajo jabón y pomada antiséptica; arrimó su silla a la suya para comenzar a atender aquel "insignificante" corte. Cogió la mano lesionada de la irlandesa y sintió sus dedos muy fríos. Primero limpió la herida con el agua y el jabón, después empezó a aplicar la pomada con mucho tacto sobre su piel.

—Jules —llamó el hada.

—¿Sí?

—¿Eras dentista?

—Sí —respondió concentrado—. Viste los libros de odontología ¿Verdad?

—Me gusta curiosear, cariño —contestó amigable.

—No hay problema. A mí también, así que ten cuidado con lo que dices —advirtió con picardía.

El silencio no se extendió por mucho tiempo.

—¿Por qué ahora trabajas en la florería de tu hermana?

Se quedó quieto. No le gustaba hablar de esto con los demás, sus hermanos se habían enterado de la peor manera los motivos de su autoretiro adelantado. Tragó saliva con fuerza y fijo su atención en continuar colocando la pomada sobre la herida aunque ya había acabado. Respiró hondo dispuesto a contarle sus problemas a esta dama de iris verdes, abrirse no significaba nada malo. ¿Cierto?

—Hace un año y medio, simplemente ya no pude seguir yendo al consultorio. El terapeuta me dijo que tenía un trastorno depresivo persistente, me ha ido muy bien con la ayuda de mi familia... pero no lo suficiente como para regresar a trabajar fuera de la florería.

—No es un cambio pequeño.

—No, no lo es.

—¿Lo extrañas?

—Si, de vez en cuando echo de menos sacar muelas y caries como no tienes ni idea —bromeó haciéndola reír.

Se miraron entre sonrisas y él la soltó, su propia piel se enfrió también.

—Gracias por todo.

—Gracias a ti por compararme con el Papa, no me considero tan buena persona.

Ella volvió a reír, Jules pensó que su sonrisa era perfecta.

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